viernes, 26 de septiembre de 2008

Los Hijos de Fierro: una poética peronista


Un cruce entre literatura, cine e historia nacional. Relatos que hablan sobre sí mismos: lo nacional profundo contado por las voces de los derrotados, los desterrados, los hundidos, los nadie.

"Otra historia", la que se guardó en la silenciosa memoria de un pueblo, la que los poderes pretendieron segar a sangre y fuego, y que en la pluma de ilustrados hacedores de la república se vilipendió como "la inmundicia en la faz de la tierra": la barbarie. En el Martín Fierro, el bárbaro se hace audible, de su desgarrada voz sale su propia historia, sin intermediaciones, sin explicaciones del "letrado que mira desde la civilización". Una construcción literaria que va a responder al monólogo del Facundo, desde la soledad del desierto. Un sentir popular hecho versos, y en el eco de esos versos, en la memoria de esas palabras se proyecta una historia nacional: la de las clases populares argentinas.

De ahí que la metáfora del film de Solanas diga: los hijos de Fierro renacen en la clase trabajadora que vuelve a empujar en 1945. Fierro es Perón, y sus hijos son el pueblo peronista resistente, con objetivo tortuoso, difuso, sacrificado, irrenunciable: la liberación.

Una épica hecha de dolor, alegría, carnaval, fiesta popular, puesta del cuerpo, muerte, traición.
El peronismo es la emoción liberadora de un pueblo, es su vida cotidiana, su modo de ser en la historia política del país, con todas sus esperanzas y frustraciones, altruismos y renuncias, certezas y contradicciones.

La película de Solanas se abre con el exilio de Perón en 1955: el peronismo inicia la lucha franca desde la llanura contra la "partida" oligárquica y los "demócratas consultivos".

La escena final es la de la "vuelta" de Fierro-Perón: el triunfo demócratico de 1973 para retomar el rumbo interrumpido hacia una imprecisa pero claramente deseada revolución nacional. El final es abierto: el pueblo avanza junto con su líder hacia el destino que juntos y a cada paso, irán construyendo como destino, sin recetas "de libro", ni teoricismos importados del Palacio de Invierno.

Una poética de la epopeya en blanco y negro, de paisajes urbanos industriales, calles de tierra, riachuelos y vías, hace de Los Hijos de Fierro una obra esencial y bella, tanto artística como política. Y que ayuda a comprender aun más al peronismo no sólo como movimiento político, sino como cultura popular irreversible, no susceptible de ser matada.

El lloroso susurro del bandoneón acompaña la emoción de la imagen, refleja esos momentos de desamparo de un pueblo castigado sin tregua, pero al final, las masas avanzan festivas, bombo, bandera, grito y risa.

El pueblo que empuja, que quiere contar su historia, pero con su propia voz.