sábado, 31 de enero de 2009

Carrusel


Ustedes, tampoco, Negro. Yo ya sé, sos honesto, tenés buenas intenciones, no te gusta la política sucia, siempre le escapaste a la componenda, aún en los partidos que integraste.

Sos buen pibe, no cabe duda, pero la política no es el lugar adecuado para hacer amigos; la política es ingrata, no se camina por el paraíso. En la política hay astucia, agachadas, transas, ajedrez, y las cosas nunca se valoran en buenos y malos: no hay puros y contaminados.

Ese purista criterio es una espada de Damocles, Negro, te hace caminar por el desfiladero (y vos te caíste votando la ley Banelco), y hace que toda pretensión constructiva sea sectaria, con esos no me junto, no coincido ideológicamente… son un ghetto, Negro y lo sabés, y no te molesta, al contrario…

Pero digamos también, querido Negro, lo que los lectores del diario no tienen porqué saber, y aprecian entonces buenamente tus declaraciones.

Que sos buen pibe pero siempre cuidaste tu exclusivo culo, para colar eternamente tu banquita diputativa (ya van quince años, Negro, toda una vida), que nunca te interesó ir más allá, para que, si estoy bien, tengo un buen laburo…

Que mientras en las roscas esté asegurada tu renovación, poco te interesa negociar por tu tropa. Después les pedías perdón a tus militantes, con los ojos casi llorosos, no pude hacer nada, me maté negociando las listas municipales, vas a la zona gris, a lo mejor entrás…

Que le pedías a tu militancia que te organizaran reuniones en zonas conurbaneras, en las periferias de lontanas calles de tierra, para hablar con el populacho, decirle de la nueva forma de hacer política, de la calidad institucional y la participación ciudadana, bajabas tu speech, los vecinos te escuchaban por respeto, pero era como tragar papel de diario, lejanía, alguno se acercaba a hablarte después de tu parla, sos amable pero estás incómodo, no estás acostumbrado al pobrerío, alguno medio mamado te decía algo, y si Negro, no son estudiantes universitarios a quiénes darle cátedra, vos ahí tenés que ir y escuchar, quedarte las horas que sea necesario con la gente, no estar una horita y rajar aliviado, cumplí con mi dosis de baño popular, me vuelvo a mi labor parlamentaria…

Pero claro, estimado Negro, para que bajar al barrio, si mi rosca es tan modesta que sólo pido mi banca renovable, y punto, no soy pretencioso, no tengo militancia a la cual responder, ni territorios que defender, me pego al Chacho, a Lilita, y listo, loco…

No hablés de espacio progresista, ni de campo popular, Negro, que ahí nunca hiciste nada, no te gusta el sudor del armado territorial, preferís a tu corte de asesores-militantes-cuadritos JR de toda la vida, pibes como vos, habituados a congresos, ponencias, docencias…

Decís “¿Cuál es la herencia del kirchnerismo? La reconstrucción del PJ y de la UCR; sostenerse en la peor estructura del conurbano y en los negocios con Moyano.”

No, Negro, le pifiás, siempre el mismo disco, la cantinela berreta pero cómoda, tus posiciones y acciones verbalmente bondadosas pero equivocadas, siempre en el mismo lugar, sin sumar, sin trascender, cuidando la quinta, JR-Frepaso-ARI-SI…

Tu carrera política, Negro, y la de quienes están en tu palo, es un penoso y perenne viaje en carrusel…

 

viernes, 30 de enero de 2009

Los Nietos de Moyano


El lustro kirchnerista se caracterizó por una vuelta a escena de la dinámica de los convenios colectivos y de la negociación sindical. Es a mí entender éste el punto más valioso del conjunto de logros que no se le pueden negar al actual gobierno.

En un viejo post decía también que las causas de la inflación actual (que se había ralentado en los meses postreros del año pasado, y que ahora volvió a trepar sin causa atribuible al crecimiento) tienen que ver con las presiones empresariales sobre la cadena de comercialización (maximizar ganancias, bah), porque no existen razones objetivas que tengan que ver con el costo laboral.

Ahora el escenario de crisis mundial es la excusa del lloriqueo: “¡Imposible hablar de aumentos!”. En realidad, la crisis obliga a tomar recaudos para sostener el nivel de actividad. Cristina ha tomado medidas correctas en ese sentido. Y los empresarios están sosteniendo una tasa de ganancias envidiable a pesar de la merma productiva.

Moyano anunció que no habrá pisos ni techos para las paritarias salariales, el “pujante empresariado” habla de aumento 0. Se viene un año caliente, y si no se logran aumentos salariales razonablemente proporcionales al nivel del costo de vida, el desempleo estará a la vuelta de la esquina. Los hechos también marcan que el gobierno ha mostrado lucidez en el manejo del conflicto capital-trabajo, en buena sintonía con la CGT (casos GM-SMATA, Paraná Metal-UOM). La alianza CGT-Gobierno es clave. Para las partes, pero por sobre todo, para los trabajadores.

Mientras tanto, la autoproclamada “líder de la oposición” sale a hacer “docencia blanca” en los barrios, para liberar a los pobres: “Si seguimos así, a nuestros nietos los van a gobernar los nietos de Moyano”. Silencio para que el auditorio asimile. El discurso gorila llevado al extremo, brutalmente explicitado, como pocas veces en la historia de nuestro país.

Para los que tienen dudas (todavía): en octubre, la boleta del PJ, COMPLETA.

jueves, 29 de enero de 2009

La(s) Hora(s) del Peronismo


Buenos Aires, noviembre de 1972


Todo es más difícil porque no podemos dejarnos seducir por ningún autor de moda, ni tenemos monolitos ideológicos a los que ir a rezar y de paso hundir en ellos el mediomundo y sacar un blindado decálogo retórico que nos dé la explicación definitiva de nuestra realidad política. No.

Por estos lares, la cosa no funciona así, pero nadie puede evitar que algunos crean que ese es el camino, y que calcar los flacos paradigmas posmodernos importados sea la clave de bóveda que nos provea las respuestas que no tenemos.

La historia política presente (la de los últimos veinticinco años) es para el movimiento nacional justicialista la de la desesperada búsqueda de nuevas significaciones políticas galvanizadoras, que a la vez se nutran en el reservorio histórico y recolecten las experiencias de una nueva sociedad posmoderna en la era de la hipertrofia tecnológica de un tardocapitalismo triunfante, con los particulares impactos verificados en la singularidad latinoamericana y nacional.

Después de los politraumatismos y laceraciones que el movimiento peronista sufre en la noche aciaga del Proceso, lo que va a constatarse como pérdida es la fuerza del mito como activador de los designios populares que supo interpretar y canalizar el peronismo.

Mito que el peronismo instituyó y actuó con el fin de realizar la comunidad con TODOS sus integrantes, frente a la abstracta pacificidad consensual del texto republicano.

Luego, el peronismo demostró en los años democráticos que podía seguir ganando elecciones y que era el único que podía gobernar la nación sosteniendo pisos de supervivencia a quienes habían sido los incluidos y privilegiados en 1945-55.

Sin el peronismo, las cosas hubieran sido mucho peor para las clases populares desde 1983 hasta acá.

Pero el escenario había cambiado: el peronismo ahora es el ámbito de resguardo popular, una luz en la larga penumbra del despojo. Esos diques de contención son el mal llamado clientelismo y el sindicato, no por nada demonizados a coro por la derecha gorila y la izquierda cultural y política, y cada vez con mayor enjundia.

El peronismo cuenta hoy con sus organizaciones, su capacidad de gestión territorial, pero no ha podido recuperar aquel mito que permitiría un avance en la democratización real (inclusión) de las masas.

Desde hace 34 años está pendiente un profundo debate de ideas que se refieran a la sustancialidad política del movimiento hoy, frente a coyunturas novedosas, complejas y diferentes.

Llamémosle, si corresponde, una actualización doctrinaria acorde a una experiencia de masas atravesada por la exclusión lisa y llana.

¿Qué proyecto político peronista para comprender en él no ya a la figura emblemática del obrero industrial liviano, sino al desocupado crónico, al que vive de changas, a jóvenes no escolarizados, al cuentapropismo precario, al trabajador eternamente en negro y des- sindicalizado y al cartonero?

Un multifacético y heterogéneo sujeto popular enigmático con heridas profundas que todavía no han cicatrizado, y que el peronismo todavía no ha interpelado POLITICAMENTE: un pueblo que no ha sido convocado a la manifestación de sus designios en el marco de un proyecto político nacional pensado por la militancia peronista a la luz de los hechos de, por lo menos, los últimos quince años.

Ideas políticas elaboradas a partir del contacto directo con la experiencia popular vivida durante esos años que dejaron huellas materiales y culturales no restañadas, ideas sólo posibles de formular por el peronismo a través de sus militancias movimientistas (no sólo las políticas, sino y fundamentalmente, las sociales).

Se trataría, finalmente, de que el peronismo teorice nuevamente sobre la base de la experiencia histórica reciente, y de cara a un futuro donde juegan a favor del movimiento nacional justicialista (de su ideología y su doctrina), la caída de los paradigmas políticos dominantes (un tardocapitalismo que con cada crisis redobla sus niveles de concentración y que carece de plafond ideológico legitimante).

Formulaciones teóricas que históricamente estuvieron a cargo del conductor, y que ahora, obliga a un tremendo esfuerzo analítico de los cuadros militantes, de peronistas históricos “retirados” y de jóvenes peronistas de toda tendencia y extracción que a partir de sus propias e intransferibles practicas hagan los aportes teóricos necesarios.

Esta tarea presupone una imprescindible lectura de los textos de Perón y Evita como condición necesaria, como el bagaje básico a partir del cual se puede iniciar la comprensión profunda de cualquier época, y en particular, de la actual. Y hago esta mención que acaso pueda parecer obvia, porque en los ´70 hubo una muy disvaliosa elusión de los textos peronistas por parte de amplios sectores de la juventud peronista y de las organizaciones armadas, que incluso se vanagloriaban de ese desconocimiento.

La historia se ha encargado (a costa de la tragedia) dar las adecuadas lecciones.

Pero esa lectura justicialista no debe dar lugar a un doctrinarismo retórico, a la repetición inconexa de “lo que decía Perón”, como ya se vivió con las declamaciones vacuas que cierta dirigencia peronista hizo durante los ´80 y ´90.

Las lecturas deberían más bien otorgar los instrumentos conceptuales para abordar una interpretación peronista de los hechos actuales. La cosmovisión que nos permitiría una creativa comprensión de lo que requiere la actual hora del país y el peronismo.

En estos meses, bajo la presidencia de Kirchner, el PJ se ha reorganizado. Por su parte, el PJPBA eligió sus autoridades provinciales y distritales conforme a un democrático proceso de elecciones internas.

Algo que no puede ostentar la partidocracia republicana, acostumbrada al dedazo y a feudales personalismos promotores del autoritarismo interno. Una nueva “pesadilla” para ellos.

Pero me gustaría saber qué peronismo se quiere, políticamente hablando. Y de esto, es poco lo que dicen Kirchner y las dirigencias nacionales.

Es notorio que luego del conflicto con el campo, Kirchner se topó con una descarnada realidad que acaso venía vislumbrando: lo improbable y equivocado que era pensar al peronismo como “partido de centroizquierda” en el marco de un escenario político moderno a la europea. Se lo escuchó a Kirchner hablar del Partido Peronista que querría: mentó al PSOE como modelo a imitar. Queda saber si se refería a estrictas formas organizativas o a algún tipo de metamorfoseo ideológico.

En todo caso, la columna vertebral del movimiento dio por tierra con aquellos designios: la organización real del peronismo (CGT + Intendencias) no es la de un fantaseado “espacio de centroizquierda” que culturalmente siempre alimento emociones antipejotistas.

En todo caso, el peronismo podría sumar a su propia centralidad política fuerzas “de centroizquierda”, pero nunca podría diluirse como algo más dentro de un “partido de centroizquierda”, como pretende el sabbatelismo, ciertos kirchneristas puros, el cartaabiertismo y los ya fugados Libres del Sur, a los que los une el espanto por el peronismo realmente existente.

Es precisamente la “justicialización” del Partido Peronista lo que permite albergar esperanzas en cuanto a la posibilidad de al menos comenzar esa creación y debate de ideas peronistas para la coyuntura, y que se puedan plantear a lo largo del movimiento nacional, y creo que esa tarea esta en manos de los militantes peronistas de toda índole, más allá de las dirigencias, que por el momento parecen tener otras preocupaciones.









viernes, 23 de enero de 2009

Proverbio (Una fábula de La Fontaine)


Corría el dilatado y bello conflicto del campo. Y una noche tórrida me hallé de modo azaroso frente a mi tele Zenith de catorce pulgadas adquirida a mis amigos de Las Casuarinas como producto de una expropiación popular en zonas residenciales. En la pantalla exigua, un programa político, de los tantos que asuelan al magro cable. Inefables shows televisivos conducidos por periodistas desconocedores de la política junto con abigarrados elencos estables de políticos con casete.

Me aprestaba a manipular el control remoto para dar curso a un furioso zapping, cuando aparece en imagen el dúo dinámico de la canción de protesta (me quedo con el verdadero y popular Dúo Dinamico cantando con Marisol): el pececito Eduardo Buzzi y el gato con botas Víctor De Gennaro.

“¿A ver qué dicen estos pardepe?” me dije, y subí el volumen. Y dijeron lo usual.

El gato Víctor arrancó con el famoso “acá hay cuatro vivos” que no se perjudican, las cerealeras, los pools de siembra, bla, bla, bla. Recuerdo que lucía el gato una chombita desteñida que lo hacía más proletario, más honesto. El pececito Eduardo desplegó su hit “estos muchachos se equivocan” con el tono monocorde y aplomado de todo discípulo del terrorífico Fernando Nadra, y agregó que “no sabía si podía controlar a las bases desbordadas".

Luego, el pececito y el gato cantaron a coro con circunspección impostada una estrofa compleja: dijeron que noooo, que no había ni hubo desabastecimiento. “¡Qué capacidad para componer buenos versos tiene estos dos!” me admiré ante este tremendo dúo zoo-musical.

Buzzi y De Gennaro, animales políticos, que dieron fe de sus credenciales de luchadores populares históricos en cruzadas épicas como el mítico Frenapo, marchando contra el hambre a diestra y siniestra. Grossos. Me pudren, pero no cambio de canal, porque mi neurosis incluye el masoquismo.

Ahora hablan de la cadena de comercialización: ahí está el problema, los intermediarios que forman precios y ostentan el monopolio. Y proponen la solución al flagelo: que se establezcan ferias alimentarias donde pequeños productores y la ciudadanía de a pie se encuentren en sacra compraventa, sin intermediaciones ni sanguijuelas; chacareros y asalariados a la vera de la ruta recreando el comercio popular, y con el tiempo, la sociedad sin clases.

Una bella idea. El gato y el pececito son así, los protagonistas musicales de una fábula que siempre nos deja una lección: que tienen altruistas propuestas, pero que nunca explican cómo implementarlas en la práctica. Cuando les vamos a hacer esta pregunta ya es tarde, porque el pececito y el gato ya no están. Se han ido cantando por el río, felices por su creatividad.

Pero imagino al fiel espectador progre, al fan de la CTA que nunca vota peronismo, que leía Pagina/12 hasta que se hizo oficialista, que entonces leyó Crítica esperando encontrar ahí el bálsamo para su progresismo aséptico, y que ahora no sabe que carajo leer, entonces lee Clarín, lo imagino diciendo: “¡Qué buena idea la de las ferias! ¿Por qué no lo hace el gobierno, eh? No ves, no son progresistas”.

Se van Buzzi y De Gennaro. Corte. Obviamente, no explicaron como hacer lo de las ferias, pero no se privaron de afirmar que era muy fácil. Como siempre. Vuelve el programa. En el piso, el melifluo Sergio Massa. El periodista le pregunta que tal le parece la idea del gato y el pececito, radiante. Massita se ríe. Y cuando él se ríe, yo me río. “Bueno, esa idea es más voluntarismo que otra cosa. ¿Cómo se haría, en qué lugares? Hay que implementar controles bromatológicos, inspecciones laborales, habilitaciones comerciales, tendría que intervenir el Estado para regular la actividad. No es fácil, y de eso nada se dijo.” Massita se ríe como diciendo “hablemos en serio, muchachos, no hagamos tribuneo retórico para la gilada”.

Y digo: Massa tiene el reflejo incorporado de aquel habituado a gestionar (mal, bien o regular), a pensar en términos prácticos. El gato y el pececito, en cambio, viven tirando fuegos artificiales, bellos pero efímeros. Cambio de canal. Venus da una película repetida.

Pienso que el gato y el pececito (y todos los de su clase) son eternos acreedores al famoso proverbio chilavertiano: “Tú no has ganado nada”.




jueves, 22 de enero de 2009

La Vara que se Quiebra bajo el Agua


¿Qué ves cuando me ves? Comprender la política y actuarla eficazmente compromete a la tarea diaria de disolver la ilusión del microclima (la ideología, la rosca, la interna de la línea interna, la reunión partidaria-comiteril, el folklorismo consignista de plenario). Un ambiente que prisioniza la mirada, la embota. La desvía. No es fácil abstraerse asépticamente de lo microclimático dado su inherencia al quehacer político, pero en la virtud de no embriagarse con el elixir de las cantatas y los catecismos reside en buena medida la posibilidad de visiones más ajustadas a la realidad.

Se habla de lo que dijo Perón. Las aparentes definiciones tajantes, “la bendición al proyecto montonero”. Corrijo: lo que se quiso entender. Pero muchos todavía me dicen: “Y, con lo que dijo Perón en Actualización doctrinaria, cómo no queres que la jotapé se haya cebado!” Y yo contesto: que de Actualización política y doctrinaria para la toma de poder no se deduce un Perón guevarista, franzfanonista, o hochiminhista.

La conjunción de la figura de Perón con los textos emancipatorios que regían el clima de época como parte de una “natural” construcción teórica no estuvo a cargo de Perón, precisamente.

Más que entender lo que Perón dice, los entrevistadores se afanan en lograr que el líder diga lo que ellos quieren escuchar. Es notorio. Cada pregunta busca que Perón se asuma como ideológicamente revolucionario a la usanza sesentista. Algo que nunca iba a suceder, ni debía. Cuando habla de revolución, Perón la llama nacional, justicialista, la fija en lo ya acontecido en el pasado e interrumpido en 1955. No postula la adopción de ningún paradigma revolucionario preexistente. El peronismo funda su perdurabilidad, su supervivencia, su popularidad y su éxito en la carencia de paradigma.

Pero Solanas busca definiciones, “titulares de tapa”: Argentina será Cuba, Vietnam o Argelia. Perón abraza el neoleninismo. Pero no. Perón dice: “Nuestras banderas de Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política son inamovibles, POR LO MENOS POR UN LARGO PERÍODO DE NUESTRA HISTORIA serán inamovibles. Luchamos por eso (…)

Situado en 1971, Perón linkea a 1945-1955, al pasado nacional, y no a La Habana 1959, a Argel 1962 o a Hanoi en la víspera.

Conceptualmente y políticamente (ideológicamente), Perón es coherente: dice lo que dijo siempre, no hace ninguna pirueta de ocasión. Conducción, estrategia, organización, táctica, liberación. Una cosmovisión de la política. Propia. Inamovible.

Releo aquel reportaje-película del grupo Cine Liberación y sigo captando las mismas sensaciones. Perón desgranando sus conceptos medulares. Aquellos forjados entre clases en la Escuela de Guerra, la estadía italiana, una pertenencia militar pero no aristocrática. Los apuntes de la historia militar en el origen de la experiencia política, para luego concebir los textos fundacionales, los erróneamente desdeñados por la tendencia revolucionaria. Porque el clima de época ordenaba pensar que Perón encabezaría la toma del Palacio de Invierno. ¿En que octubre se pensaba? ¿Cuál era la base práctica de aquella teoría?

Y sin embargo se sigue escuchando: “¡Vos viste lo que dijo Perón en Actualización Doctrinaria!”.

Solanas-Getino, desesperados. ¿Pero el justicialismo es socialista, socialista “de verdad”, no General? Natural, m´hijo. Socialista en cuanto la justicia social es la bandera irrenunciable del proyecto nacional. ¡Pero la puta madre! Otro link al ´45.

¡Pero nosotros queremos Cuba, General! Pero m´hijo, ud. que quiere, ¿paradigma dogmático de la revolución o revolución nacional justicialista? Esteee…

Lo interesante del reportaje es que anticipa algunos de los luego crecientes desencuentros entre Perón y la izquierda peronista: Perón explica la centralidad de la conducción en el movimiento. Solanas pregunta si la llegada de un nuevo conductor NO ESTARÍA REÑIDA con el proyecto de una organización revolucionaria. Perón contesta que no, que el conductor siempre necesita a la organización. Solanas-Getino insisten sobre la imprescindibilidad de la orga(nización). En la persistente pregunta de Cine Liberación se esboza el desajuste interpretativo de Montoneros: el menosprecio de la figura del conductor para en su lugar colocar la hegemonía de la orga vanguardista.

¡Pero m ´hijo , esto es un movimiento nacional, no un partido de clase!

En el 1971 madrileño se preludia el 73-74 argentino.

En Actualización…, Perón cita a Mao, menciona a la revolución rusa…pero tan sólo a los efectos operativos, ejemplificatorios de una modalidad de la acción política, y no para adoptar contenidos político-ideológicos de esas experiencias como propias e incorporables al peronismo. El clima de época parece haber conspirado contra el entendimiento de estas cuestiones.

Cuando se homologó a Perón con Guevara, Ho Chi Minh o Mao y se lo colocó en el Olimpo equivocado, ay, ay… no fue el propio Perón quién eligió situarse allí.

La juventud maravillosa quería Marx, Lenin, Fidel, Fanon, Giap, Camilo Torres.

Perón habló de la concepción justicialista y mentó otras bibliotecas menos taquilleras: Licurgo, Bonaparte, Ibáñez o Rojas Pinilla, Von der Goltz,  Toynbee, Helder Cámara.

Pero cuando vemos lo que “queremos” ver…

¿En que parece haberse sustentado “la traición” de Perón, la no opción por la izquierda peronista; aquello que se ha transformado en la interpretación oficial de un irresponsable bonassismo que vilipendia la figura de Perón porque “al final era de derecha” (¿no suena familiar?), “un maquiavélico aprovechador de jóvenes idealistas que querían la revolución”, discurso que abonó malamente el terreno de la disputa ideológica para desprestigiar al Viejo, simplificando el tema Triple A a costa de muchos otros silencios que involucran los numerosos “muertos en el placard” del montonerismo?

Un discurso oficializado que cierto peronismo de izquierda devenido hoy en progresismo pontífice que imposta virginalidad, atesora como la más preciosa verdad histórica. Ese discurso resentido que define a Perón como traidor tiene un pueril origen: el hecho de que el Viejo no haya aceptado la biblioteca (“nuestras lecturas”) revolucionaria neoleninista sesentista. Perón no se unió al microclima. No acató “nuestras ideas”, las que asimilaron infantilmente a Argentina con Argelia. Solanas y Pontecorvo en el mismo programa cinematográfico e histórico. Una errada función  en continuado.

Todo lo que “no decimos” para no ser “funcionales a la derecha”.

Acabo de ver el rostro de la hipocresía más miserable y ruin. Es el de Bonasso.

 

lunes, 12 de enero de 2009

Clima Destituyente: Ni Carta Abierta, ni el Turco Asís


I

La noción de clima destituyente fue moldeada por el colectivo intelectual Carta Abierta al calor de la escalada efervescente que se le fue insuflando al conflicto con el campo.

Conflicto que se compuso de complejas y entrelazadas aristas concretas, ideológicas, simbólicas e históricas, nacido a partir de errores metodológicos puntuales del gobierno de Cristina, para en su desarrollo transformarse en algo más que eso. Digo con esto que no hay (para este hecho político “que tuvo en vilo a los argentinos”) una única y lineal explicación que zanje de un machetazo las discusiones.

Dijeron muy poco quiénes intentaron encapsular el análisis del conflicto como “incapacidad sin fin” del elenco gobernante y no mucho más, e incurren en un memorable relato de ciencia ficción aquellos que creyeron protagonizar una épica revolucionaria de linaje setentista llamada ahora batalla crucial por la redistribución del ingreso (porque los hubo en las plazas, vi nostálgicos y pendejos que creían asistir a la guerra revolucionaria por otros medios. El ´73 es memoria histórica y no continuidad de la historia, y para comprender esto hay que hacer una autocrítica honesta).

El cartaabiertismo elaboró el concepto de clima destituyente para describir un rumor social de clase que se comenzó a vislumbrar en la coyuntura electoral de 2007 (en este caso con un velado ingrediente peronismo/antiperonismo: una “ilegitimidad” de la candidatura peronista sin causa racional, “falta” y/o “choreo” de boletas opositoras, “fraude” declamado histéricamente por anticipado. Eso noté en mis caminatas por centros (sub) urbanos y en una recorrida escolar el día del comicio). El caceroleo que le puso música de fondo al paro “histórico” (qué tema el de la adjetivación ¿no?) abonó definitivamente la verosimilitud del concepto que sostenía la existencia de un ánimo social que no sólo manifestaba su disconformidad política, sino que además “deseaba” la salida de un gobierno democrático.

II

No veo equivalencias entre clima destituyente y golpismo. Pero sí parecieron verla el gobierno que habló de “golpe” (Kirchner y el desacierto de “los grupos de tareas”), los periodistas de rancia buena conciencia que se afanaron en aclarar que hablar de golpismo era un “delirio”, y el esperpéntico catálogo opositor que como parte del combo se permitió asimilar a D ´Elia con la Triple A y al gobierno con el montonerismo (¿Qué no quedó saldado de los ´70?).

Una confusión más a favor del simplismo, que sirvió para “caldear” los ánimos y hablar muchas boludeces.

Y no, golpismo no hubo, ni hay, porque para ello es necesaria una planificación institucional. Menem desactivó al partido militar hace rato, y el resto tiene el problema de la manta corta. En cambio, lo destituyente es una percepción social, una sumatoria de anécdotas de la vida cotidiana. Es un almacenero amable que te habla de fútbol y de pronto se despacha con un “estos montoneros no pueden estar en el gobierno”, es ir a cobrar el plus jubilatorio de 200 pesos con tu abuela y que la cajera del Banco Piano te diga sin que vos le preguntes que “a esta mina y al marido  les falla  la cabeza, tenemos que hacer un cacerolazo y sacarlos a la mierda”, es la vecina cándida que opina que “ella es muy soberbia y tiene que renunciar”. 

Eso es. ¿Es grave? No, para nada. ¿Es masivo? No, es de expresión cierta pero acotada en términos cualitativos. ¿Tiene sustento institucional viable? No, es una cotidianeidad que se capta en ciertos sectores sociales, por ahora. Son opiniones, deseos, crispaciones domésticas, comentario de mesa en almuerzo dominical en determinadas zonas de nuestra geografía. ¿Es una invocación abstracta inventada en el laboratorio intelectual? No, a menos que la calle nos sea un lugar extraño.

III

Pero lo de clima destituyente ha sido zarandeado hasta desvirtuar lo que se pretendía señalar. Un uso abusivo. De Kirchner, a quién parece que le gustó tanto el término, que lo incluyó en documentos oficiales del PJ y lo vocifera a modo de condena de todo movimiento opositor, y en realidad termina siendo la excusa que legitima no revisar aquellos errores y desaciertos que sólo al propio kirchnerismo le caben. 

Pero también abuso del cartaabiertismo que lo creó, en tanto afirma que se trata de un clima destituyente “con categoría de golpismo” pero no tanto (¿?), hablan de una escalada de ese clima, un avance progresivo a la manera de un sigiloso King Kong entrando a la metrópoli. Una amenaza en ciernes, ahora con visos institucionales que le darían categoría golpista. Acá sí entramos en un terreno alucinatorio que convendría no transitar, a riesgo de que la lógica conspirativa termine devaluando cada uno de los análisis políticos que pretendan hacerse.

El ánimo destituyente tiene su singularidad en ser eminentemente social, acotado a ciertas esquinas urbanas, en ser una inmaterialidad tangible que flota en los humores sociales no menesterosos, y que remite en parte a la herencia del ejercicio destituyente de 2001, aquel clímax de ciertos sectores medios que consideraron el episodio delarruista como fruto de su única y propia actuación espasmódico-cacerolera, y no como el acto final del agotamiento de un dilatado proceso socio-económico. 

De allí en adelante, los sectores medios aludidos (“los que rajaron a De La Rúa”) se creyeron exclusivos artífices de cualquier posible revocación de mandato de hecho, boys scouts del eventual raje si es que “hay algo que no me gusta”, con prescindencia de contextos y voluntades mayoritarias. Gestualidad destituyente inoculada como variante devaluada de aquel simpático Grito de Munch anarquista que fue el “Que se vayan Todos” nacido de los soviets capitalinos. De ese espasmo hablaba Natalio Botana.

Lo cierto es que el cartaabiertismo se excede, exagera los alcances reales de la pretensión destitutiva y de este modo la banaliza, la torna caballito de batalla para cualquier ocasión: “El clima destituyente se profundizó con otros mecanismos”. Si esa profundización tiene que ver con alguna declaración de algún dirigente agrario que admitió acciones esmerilantes, digamos que también la cosa no agrega mucho a lo sucedido expresamente, porque los agrarios participan del drama de la manta corta, y el tiempo vino a certificarlo. Por lo pronto, lo destituyente no aumenta o disminuye según la ocasión: está ahí, como latencia de ciertas vidas cotidianas. 

No considero una buena estrategia política la invocación todo-terreno que se hace del “ánimo destituyente” para explicar cada uno de los movimientos que se dan en el tablero político, y menos aún en un año electoral, jugando el oficialismo un falso papel de víctima que poco le interesa a la mayoría popular.

IV

Jorge Asís, a parte de ser un gran escritor (o por lo menos alguien que escribe literatura que me interesa leer), tiene una virtud de la cual el cartaabiertismo carece: mira la política sin los lastres de la solemnidad y la gravedad, se la toma un poquito en joda, sin que esto signifique desmerecerla. Y a veces esa mirada es necesaria porque aleja de las falsas épicas y acerca a los problemas concretos. Me refiero a la forma, y no al contenido de lo que Asís opina políticamente. Y Asís no evita hablar del clima destituyente ni del cartaabiertismo. Lo hace en términos jocosamente esperables, pero no deja de insinuar el subterráneo dilema progresista que habita en ese colectivo: la demonización del pejotismo, la lejanía del espacio popular diario, la incomodidad de pensar la política como construcción de poder. Asís dirá que el clima destituyente es un invento liso y llano que forma parte de “la seducción implícita en el armado de los significantes” que el cartaabiertismo postula. Y si bien Asís se equivoca en la negación absoluta del evento ( y lo sabe), en el exceso cartaabiertista la idea de mero significante se legitima parcialmente, porque ni la cosa no existe, ni tiene los alcances amenazantes que se creen ver. Ni Carta Abierta, ni El Turco Asís.

Obedece todo esto a perspectivas disímiles: mientras Asís lee la política como el sendero hacia la construcción y el sostenimiento del poder, y no más que eso, el cartaabiertismo la analiza como construcción ideológica y de mundos simbólicos, y no más que eso.

Asís opera y falta a la verdad cuando dice que en oposición al gobierno se manifestaron “los sectores presentablemente mayoritarios de la sociedad.” Porción significativa, pero nunca mayoritaria. Y el cartaabiertismo yerra el vizcachazo cuando postula un creciente aumento del clima destituyente, insinuando formas golpistas concretas.

En otro sentido, Asís castiga sobre el talón de Aquiles del colectivo intelectual: “Suelen deslizarse entre la zona liberada de la Biblioteca Nacional. O en el foco, inofensivamente insurreccional, del café de la Librería Gandhi.” El inveterado doble rasero que padece el progresismo, y al cual el cartaabiertismo no escapa, más allá de sus buenas intenciones. Porque más allá de un reducido grupo que genuinamente piensa desde una mirada nacional, las segundas y terceras líneas del colectivo de reflexión no son más que la encarnación de un progresismo académico-popular antipejotista, armador de comisiones, ostentador de títulos profesionales, concienzudos y eternos elaboradores de papers sin destino concreto, cultores de la interminable paja intelectual que conozco y ya no tolero por servir sólo a los egos universitarios, y  poco más que eso.

Asís se centra en la política-poder, y si bien desmerece lo que las ideas pueden aportar, lo cierto es que lo ideológico desprendido de la praxis no conduce a ningún lugar. Cuando Asís dice que en las rutas estaban los votantes del kirchnerismo, dice algo dolorosamente cierto. Por eso hablar del bloque del campo como una neo-derecha homogénea es relativo, o por lo menos no explica todo. O evita referirse a lo que sin duda fueron errores originarios del gobierno, y esto no tiene que ver tanto con la aplicación técnica de la resolución 125, sino con no haber previsto el problema político que se avecinaba a pesar de las muy previas advertencias de la propia militancia del interior y de los intendentes. Los votos kirchneristas que se van a perder en las elecciones de este año, y que podrían haberse evitado perder. ¿Esos votos eran de neo-derecha? ¿Esos votos que alojaron a Flopy Randazzo en la silla del Ministerio del Interior? No me parece que la cosa sea tan simple.

Por eso, ni Carta Abierta, ni el Turco Asís. Que las ideas no prescindan de la realidad, y viceversa.

miércoles, 7 de enero de 2009

Horacio González

Dejo un artículo interesante de Horacio González que nos postea Mauri.

Empieza: "El tema, para mí, es uno solo. Qué es el kirchnerismo..."

martes, 6 de enero de 2009

Leyendo a Martín

No es ninguna novedad afirmar (más bien reconocer) que Martín Rodríguez hace uno de los más apetecibles blogs de éstos que hablan de política. Además de reflexionar sobre política, Martín escribe muy bien; se disfruta su escritura, su forma, y luego, su contenido específico. Eso sucede con alguien que escribe bien: se lo aprecia literariamente.

Y por si esto fuera poco, últimamente Martín viene escribiendo unos ensayos políticos breves del carajo, que emanan una lucidez que a mí me gustaría tener cuando me siento a escribir.
Recomiendo fervientemente la lectura de uno que se refiere a Duhalde, pejotismo y conurbano.

Una frase del artículo que me dejó pensando, porque yo alguna vez lo pensé pero no encontré palabras para plasmarlo, dice: "la única oportunidad histórica del kirchnerismo se está perdiendo, y esa oportunidad de alguna manera tenía que ver con los pobres, con la pobreza, con ciertas esperanzas de impronta redentora". La impronta redentora. En eso pensaba, y qué mejor que este peronismo kirchnerista para encararla, porque tiene herramientas para hacerlo. Pero por ahora, parece que no. 

No sé si histórica como dice Martín, pero esa oportunidad era (¿es?) posible, mientras el tiempo se aproveche. La idea de impronta redentora, la devolución de sentidos fuertes a la política, en eso pensaba. Y Martín lo escribió en ese ensayo que suscribo.

También escribió uno sobre Carrió.

Y éste, éste y éste sobre el kirchnerismo.


lunes, 5 de enero de 2009

Lugares Comunes


El problema de lo que imprecisa y genéricamente se denomina “inseguridad” reviste laberínticas y plurales cuestiones que exceden largamente lo que se dice de ella con anquilosadas “definiciones” que no hacen más que socavar la discusión real del “problema”, en una evidente fuga hacia delante que no hace más que certificar la desidia que impera en un mundo post-comunitario. 

Así nos encontramos frente a la paradoja de ciertos discursos que al hablar de la inseguridad, se desligan del problema a cambio de consolidar sus “buenos modales” retóricos. Excluyo de antemano el análisis de todo lo que se aglutina bajo el concepto “mano dura” que exhiben como caballito de batalla los variopintos conservadurismos y derechismos en aras del oportunismo y la necesidad que existe de dar respuestas a este tema. 

Lo excluyo porque no nos acerca siquiera a los albores de una más realista y eficaz mirada del problema; pero no lo excluyo como discurso a germinar socialmente si es que gran parte de la política, el Estado y la sociedad omiten deliberadamente y en el tiempo, acercarse desde otro lugar y tomar en sus manos aquello que hoy se traduce como inseguridad, pero que no es sólo eso.

En otro post tocaba lateralmente la cuestión de lo que el mundo massmediático-troglodita fragmenta en nota de color (rojo), episodio aventurero, acontecimiento urbano de todos los días, imagen del cadáver embolsado en polietileno negro, neologismos (motochorros), testimonio crispado de víctima en primer plano, editorialización a cargo del movilero como “think tank” que explica la índole del problema. 

Un catálogo de nociones audio-visuales fragmentadas que hacen posible darle al tema la categoría de entretenimiento garante de rating, pero que poco tiene que ver con lo que en realidad está sucediendo, y que poco contribuye a una genuina búsqueda analítica. 

Y decía entonces que la inseguridad es el más palmario testimonio del ignominioso retiro del Estado democrático desde 1983 hasta aquí. Principalmente, un retiro social, humanista: retirar la manta que cubría al desposeído. Pero también un retiro institucional más amplio: el Estado desvirtuando el funcionamiento de sus burocracias administrativas, judiciales, de seguridad. Un Estado que se va deslindando, durante los años democráticos, de su naturaleza. De la que supo encarnar en otras épocas.

Un retiro de la función estatal que no sólo remite a la clase política que lo provocó, sino también a las sucesivas autoridades estatales no políticas que omitieron y omiten hacerse cargo de sus responsabilidades. Digo con esto que el Poder Judicial debería dar cuenta de sus propias miserias.

A la manera del martillo nietzscheano, la inseguridad merece pensarse estableciendo un previo derrumbe de mitos inconducentes. Si hay un tema superpoblado de lugares comunes, ése es la inseguridad. Lugares comunes que hacen posible no ocuparse realmente de un problema social complejo que existe, e impacta en la vida cotidiana.

Por lo tanto lo primero a desmontar sería aquel discurso que enuncia que la inseguridad “es construida” por los medios de comunicación. Esta sentencia tiende a devaluar la importancia del problema, relativizándolo como reclamo eminentemente ideológico y no tanto práctico. En todo caso lo que se logra de este modo es seguir no ocupándose del  problema, y dejarle la capitalización política del tema a quiénes mejor lo manejan, aunque con fines profundamente disvaliosos para la comunidad.

Un segundo discurso a desmontar sería aquel que asocia inseguridad con reclamo de clases altas y medias anti-populares, y sólo eso. O exclusivamente eso. Todo el que reclame por la inseguridad sería un facho clasemediero a repudiar. Este es el discurso preferido de cierto cómodo progresismo que evita por todos los medios tener que referirse a la seguridad como drama concreto y que necesita ser estudiado y tratado a través de políticas  activas del Estado en la materia. Discurso progresista miope e hipócrita, en cuanto soslaya deliberadamente que la inseguridad es también un drama que aqueja fuertemente a las clases populares y suburbanas. 

El principismo ideológico al que se circunscribe el análisis (inseguridad = reclamo de derecha) implica la negación de lo que abarca el problema concreto, y entonces la negación de lo que popularmente se sufre. Sucede que para las fuerzas progresistas y de izquierda, el de la seguridad es un problema incómodo, de costosa digestión ideológica, porque de alguna manera remite a las atribuciones represivas del Estado y esto es casi un tabú después del rol que las fuerzas armadas y de seguridad cumplieron durante la última dictadura militar. Es por esa razón, entre otras, que el progresismo no tiene nunca en su agenda prioritaria la referencia a sus propias políticas de seguridad.

Un tercer postulado a diseccionar es el que refiere a la inseguridad como problemática originada en la situación social (pobreza, desigualdad) y por lo tanto resuelta sólo y exclusivamente a través de políticas sociales. Sin duda es éste un factor fundamental para afrontar eficazmente el problema, pero en modo alguno el único. Más aún cuando el termino “política social” deviene significante vacío (no es Laclau de mis preferidos) como parte del discurso ocasional progre berreta cuando se habla de inseguridad, discurso que al hacer exclusivo hincapié en lo social, se sustrae cómodamente a requerimientos tales como qué hacer en materia de legislación penal, sistema penitenciario y condiciones carcelarias, rol de las fuerzas de seguridad, reforma del sistema judicial, hogares de tránsito para menores, situación en los reformatorios, funcionamiento de los foros vecinales de seguridad, etc. O sea, se elude la real magnitud del problema para situar en su lugar declaraciones de ocasión que quedan bien, pero poco aportan a un verdadero estudio del tema.

En la inseguridad laten cada vez con mayor visibilidad todas y cada una de las asignaturas pendientes del Estado frente a la comunidad. Reconocerlo es un deber de la clase política y de las organizaciones sociales, y abandonar todo prejuicio ideológico que entorpezca la comprensión de los hechos que componen la cuestión, es una condición necesaria para empezar, alguna vez, a encontrar soluciones posibles.