jueves, 19 de febrero de 2009

Otro Ladrillo en la Pared


Let it bleed. A veces, sin razón aparente, todos los temores se agolpan hasta el aturdimiento, cuando hace horas, parecía, el mar era toda calma. Una diferencia letal entre los años prístinos del actual democratismo postdictatorial y 2002 en adelante, fue la de un pasaje de lo declamativo a lo real, un ladrillo más en la pared de lo que podemos pensar como la construcción de un capitalismo menos prebendario y más normal. Fueron llegando a la agenda política sintagmas no mentados con asiduidad: reparación social, distribucionismo, estado equilibrando capital-trabajo. Temas en agenda, que no necesariamente debían transformarse en realidades, pero que iban disponiendo de otra manera a la clase política.

Quién leyó bien estos requerimientos decembristas tácitos fue Kirchner. Si los tiempos de Alfonsín y Menem fueron los de una falaz promesa que declamaba bienestar social sin base empírica que lo sustentase seriamente, los tiempos duhalde-kirchneristas son los de la realidad de esa promesa fallida: ahora sí hay una teoría del derrame en serio, que cuenta con la voluntad del Estado para materializarse, y que discursivamente se tramita como redistribución del ingreso. Antes, el derrame vulneraba la ley de la gravedad, porque a los sectores postergados no les caía nada. Es decir,  no había derrame más que en la teoría.

De Kirchner en adelante, el derrame existe, e hizo posible la disminución del desempleo, y la sindicalización de amplias aunque insuficientes franjas populares. La modificación del patrón acumulativo sumado a la intervención estatal permitieron la efectiva canalización del derrame hacia donde debía ir. Es por esa razón que la presidenta Cristina Fernández dice con acierto que en la Argentina en estos cinco años nadie perdió, todos mejoraron (más allá de los márgenes de esa mejora).

A la situación actual pudo llegarse sin que fuera necesario introducir reformas sustanciosas en la estructura tributaria y sin que los sectores productivos se privaran de obtener pingues rentabilidades. Los datos están a la vista. La situación es ostensiblemente superior a 2001, y desdeñarlo es un insulto al pueblo. Hasta cierto punto, el derrame sirvió para esbozar una tenue reparación social, que hoy la clase política esta obligada a garantizar. Los candidateables de 2011 lo saben.

Pero el derrame tiene límites. Los que visualizamos en la coyuntura. El derrame hecho realidad no está  a salvo de dilemas: la subordinación de cualquier política aventurada al margen de maniobra que permita el superávit fiscal.

Lo cuestionable del kirchnerismo es que a pesar del escenario de crisis internacional que condiciona el manejo de la caja, todavía existe un trecho susceptible de ser recorrido sin poner en riesgo ni las cuentas públicas ni las utilidades de los sectores empresarios, es decir, se puede acentuar el derrame sin que ello represente una real afectación de intereses económicos, y sin entrar en conflictos reales por la distribución del ingreso.

De ahí que los límites al derrame en la coyuntura no provengan de situaciones objetivas y externas a la gestión, sino más bien de una voluntad política que extrema al máximo su ingeniería decisionista, haciendo uso de un (a mí entender) excesivo rigorismo de la racionalidad posibilista que rige toda acción político-gubernamental.

No es que los Kirchner no puedan avanzar hacia la Justicia Social; más bien juzgan que el modelo no puede ser arriesgado en otras facetas, y esto clausura todo mayor involucramiento con el problema de la pobreza.

El derrame puede hacerse cargo de una política de asistencia social mínima, real y de alcance cualitativo para el núcleo duro pobre nacional, pero se opta por persistir en el error.

 

December´s Children (And Evereybody´s). Cierta bruma espectral parece haber acarreado temores, frustraciones y decepciones, y también llantos por “el paraíso perdido” de un kirchnerismo que se volvería “sucio pejotismo”, “de derecha”. Ese mismo Kirchner ungido en 2003 gracias al voto del rosismo bonaerense.

Ya son muchas las viudas de la transversalidad que claman por una nostálgica vuelta a aquel “Frepaso sin errores” que creyeron ver en ese kirchnerismo progresista que en realidad nunca fue otra cosa que peronismo, aún con las singularidades del caso. Hoy lagrimean ante el microclima “post-kirchnerismo” del que participan con desarmante ingenuidad, prestándose a una discusión prefabricada por la oposición, pero cuya realidad no está escrita en ninguna crónica de la vida cotidiana, porque son pocos los que están pensando en los acalorados vaivenes del flirteo político, y muchos más los que se devanan los sesos tratando de que el sueldo les llegue a fin de mes, o de conseguir un laburo, o tener una mínima cobertura médica.

Entonces la discusión no es si murió o no el kirchnerismo. Antes que eso está la necesidad de que el peronismo haga una buena elección este año, para que en el 2011 siga gobernando el peronismo. Sólo después de garantizar ese objetivo podemos empezar a pensar en kirchnerismo sí o no, o quién debe ser candidato.

Se trata, en el fondo, de quién va a estar en condiciones de gobernar el país sin hacerlo colapsar y de que el derrame continúe y se profundice. Es un tiempo de conservaciones mínimas, de no virar el camino menos nocivo que se transita desde 2002. Un camino que llevó adelante el peronismo en el gobierno, y que sólo él puede garantizar como piso y expectativa.

Que el post-kirchnerismo se termine convirtiendo en una realidad es algo que compete casi con exclusividad a lo que el propio kirchnerismo haga o no: por lo pronto no está  entre la espada y la pared, ni mucho menos. Si queda atrapado en esa encrucijada, es difícil pensar que el mérito le quepa a la oposición.

 

Out of Our Heads. ¿Cuáles son las razones que llevan a pensar a priori que no habría otro político más que Kirchner en condiciones de sostener este modelo? Atentos con este tema, porque la imprescindibilidad de Kirchner no es la conversación central en las barriadas populacheras de la Argentina. No estamos en Venezuela, ni el contexto político es equivalente.

Establecer la imprescindibilidad de Kirchner como el leit motiv de la campaña electoral es un error mayúsculo, que pierde de vista con total irresponsabilidad las realidades y deseos de los sectores populares aquí y ahora.

Del mismo modo que en 2003 los hoy acérrimos kirchneristas ni se imaginaban qué haría el compañero Néstor una vez presidente, ya que muchos ni lo conocían, ni lo votaron, en la actualidad no existen razones de peso para negar a otro peronista que no sea Kirchner  la posibilidad de heredar y continuar lo que Néstor y Cristina hicieron.

¿Con qué elementos concretos se puede decir que Carlos Reutemann no avalaría el modelo kirchnerista de ser presidente de 2011?

Yo no aventuraría decir que el Lole es lo contrario de Kirchner. ¿Quién, antes de ser Néstor presidente, podía establecer diferencias entre ellos?

Y en el caso de no ser Kirchner el candidato peronista  en 2011, no me costaría juzgar como un acto de inteligencia política que quién herede (Reutemann, Solá, Scioli, Das Neves, etc) vislumbre los beneficios de continuar afianzando este modelo productivo desarrollista-distribucionista. 

 

Dirty Work. Ante la contienda electoral, lo que se necesita es la medicina de los hechos. La gestión es el antídoto contra toda pirueta retórica, toda invocación divina, toda consigna combativa.

No es todo el pueblo el que participa del pajeo mediático y de los falsos debates que desde allí se instalan. Para merecer el voto hay que hacer algo más que hablar bien  y desgranar propuestas en un estudio televisivo. No digo con esto que no existe una influencia cultural que instalan los medios, y que merece ser rebatida como parte de una batalla cultural que no sólo acontece en la Argentina.

Pero los votos se siguen ganando en el territorio, gestionando, y no solicitando buenamente “coincidencias ideológicas” que poco hacen por mitigar los requerimientos del estómago y de la mente. Se gana con votos, no con homogeneidad ideológica.

Por eso es totalmente comprensible el alejamiento de Reutemann del bloque FPV. Hasta necesario, diría, de cara a una elección provincial que el peronismo debe ganar sí o sí. El Lole quiere ganar, y Kirchner necesita que Lole gane. Después del conflicto agrario, en Santa Fé el kirchnerismo es mala palabra y el FPV un lastre que cualquier candidato debería sacarse de encima. Si el peronismo santafesino quiere ganar, despegarse del kirchnerismo es de libro. El que tracciona votos es Reutemann, y en esta coyuntura, Rossi los resta a montones. Doloroso para un buen cuadro como Rossi, pero realidad palmaria. Yo no quiero que Binner gobierne el país.

Antes de pensar egoísta y apresuradamente en el kirchnerismo, corrámonos para ver el bosque.