viernes, 3 de abril de 2009

Evita castiga al Niño Montonero (Blow Up)


Proyecto para moviliario (imagen izquierda) - Eva disciplinadora somete al Che Guevara (imagen derecha)

Tinta sobre papel

1998-2006

Daniel Santoro


Quizás sea (por fuera de las instancias dirigentes y militantes) el mejor rastreador de huellas en el humus peronista, el más intuitivo baqueano en el terreno boscoso que los demás desconocen, y que solos no podrían transitar sin que los corroa la desesperación de sentirse perdidos, vagando por la maraña de la incomprensión.

Que sea una obra artística muda, aprehensible en imágenes, la que subvierta los íconos y torne audible la circulación cotidiana y “secreta”de ciertas verdades del justicialismo, habla también de la inasibilidad conceptual que signa al peronismo, y que tanto molesta a la academia de las ciencias sociales.

En una porción significativa del imaginario social (el de la clase media), Eva Perón y el Che Guevara aparecen simbólicamente ensamblados como parte de una hermandad iconográfica indiscutible. Uno pasa por un kiosco de revistas en la avenida Corrientes y ve ambos posters a la venta en idílica coexistencia. Y sin duda, en términos laxos, no habría motivos para objetar tal contigüidad.

Sin embargo, nada confirma que este parentesco sea algo más que un cierto blindaje ideológico. Respetable, pero no el único ni el verdadero. Si es que frente a estos temas existen verdades; por lo pronto la historia corrobora las realidades.

En la absoluta mudez de la pintura o el dibujo se pueden plasmar ideas que en el sonido de la palabra podrían lucir irritantes o directamente inadmisibles para quién las lea o escuche.

Nadie podrá acusar al artista, a priori, de participar de “viejos odios”. Sólo efectúa una modificación de la perspectiva, propone un “blow up” que nos hace ver las cosas de otro modo. Modo profundamente peronista.

El peronismo mediante el ejercicio del poder, formula un Orden que es aquel que garantiza la protección y el bienestar que todo el pueblo merece disfrutar. Ese Orden, una vez constituido debe ser defendido para que la dignidad popular alcanzada no sea coartada. En ese contexto, alentar la conflictividad social por puro capricho es directamente funcional a la obstrucción de la poderosa función estatal que sostiene y mejora la efectiva vida popular, lo logrado a defender.

Esa defensa se efectúa a través de la organización popular masiva de acuerdo a claras pautas institucionales y democráticas (el sindicato). Este dispositivo estatal-sindical fue un logro político que el pueblo reconoció como propio.

El Orden peronista nacido en 1945 es el hogar que protege de la intemperie. Lo defendido a ultranza ante el peligro.

Pero este Orden puede ser atacado, tanto por derecha como por izquierda. Ya sea con ropajes bienintencionados o no, el abanico no peronista pone en riesgo el Orden y sus beneficios, tanto si  busca “superarlo”como si pretende destruirlo.

De ahí que en lo profundo de la trama, no haya hermandad entre Eva Perón y el Che Guevara. Peronistamente, no hay idilio posible. Y esto no significa, como infieren muchos, que el peronismo sea de derecha: más bien todo lo contrario.

Eva castiga al Che Guevara, al niño gorila y al niño marxista-leninista con el fin de salvaguardar ese Orden que demostró crear y sostener el bienestar material y espiritual del pueblo.

Mensajera e intérprete del sentir popular, Eva visualiza que estos tres exponentes del no peronismo son portadores de ideas e intereses que en su ajenidad amenazan con echar por tierra los beneficios populares efectivamente conquistados.

Eva castiga, disciplina las irracionalidades de este infantilismo descarriado que no está a la altura de la madurez del pueblo.

La aventura ilustrada, elitista e iluminada colisiona con los verdaderos designios populares, aún cuando prometa una “superación redentoria” a los humildes.

A puro mamporro y latigazo, Evita defiende el Orden del pueblo, defiende el hogar amenazado.

No sorprende que el pensador antiperonista J. P. Feinmann, en sus fascículos de antiperonismo, diga: “Santoro tiene rasgos de crueldad en esas imágenes de Evita comiéndose las tripas del Che. No lo entiendo. En verdad, entiendo poco.”

En realidad, lo que no comprende Feinmann es algo más que la imagen. No comprende cómo el pueblo puede descarta el ideario revolucionario setentista en favor del peronismo.

El elitismo intelectual suele ser víctima de estos ilusionismos teóricos que invocan “falsas conciencias” y menosprecian la sabiduría popular, tan sólo porque quienes no comprenden son ellos, mediatizados por la hipertrofia bibliotecaria.

Cuando Eva castiga, castiga el pueblo. Esta es la verdad peronista que arroja la imagen, para perturbar y remover esa pléyade de discursos fosilizados que pretenden decir lo contrario, tanto por derecha como por izquierda.

Evita Montonera fue una máquina cultural fabulosa, fue re-mitificar el mito y dotarlo de reverberaciones simbólicas fulgurantes, emplazar la figura conjetural y enigmática de lo abruptamente interrumpido y construir una certeza. Una apropiación del sentido: si ella viviera, sería como nosotros.

La historia oficial legada por la intelligentzia peronista revolucionaria: legado que transmite envenenados binarismos que recónditamente dejan escapar tenues hedores antiperonistas: si Evita es la revolución, Perón sólo puede ser la reacción, el facho irreparable, el traidor furtivo.

Legado simbólico que persiste inmaculado, como si no debiera ser revisado y desmontado.

Legado que no pudo admitir (como sí admitió Walsh en sus escritos póstumos) que Perón tenía razón.

Legado que no puede admitir que los problemas comenzaron mucho antes de López Rega y la Triple A, y en el “cuarto propio”.

La verdad del peronismo profundo está en esa imagen de la obra artística: antes que montonera, Eva es disciplinadora de esos caprichosos niños revoltosos que en nombre de la revolución ponen en riesgo el Orden peronista que el pueblo ha elegido.

En su arrebato iluminista, el montonerismo amenaza con talar el bosque justicialista y dejar a sus habitantes a la intemperie.

Esa desprotección es lo que no permiten las ramas históricas del movimiento.

¿O no eran los trabajadores peronistas los que calificaban de “zurdos de mierda” a los jóvenes peronistas de la JP en esa plaza de mayo que abandonaron sin que se vaciase?

Si no estamos dispuestos a leer 73-76 bajo esta óptica, serán muchas cosas las que no se entienden.

¿Era razonable que los sectores sindicales y políticos del peronismo permanecieran pasivos cuando el peronismo revolucionario monopolizaba un largo ejercicio de la acción armada que centraba su operatoria en sindicalistas, poniendo en riesgo de este modo la estructura del movimiento y al líder?

Es necesario considerar el comportamiento de la retaguardia movimientista sindical para acercarnos al termómetro popular: era el movimiento obrero el que pedía a Isabel que diera “leña” a lo que para ese entonces había devenido en patrulla perdida.

Fue el movimiento obrero el que luego sacó a López Rega y Rodrigo con la huelga del ´75, y el que resistió con mayor eficacia a la dictadura (Walsh dixit).

Esta verdad es la que se insinúa en esa Evita castigadora, perturbadora.

Allí donde Eva hace recordar a la Isabel que le daba leña a la guerrilla, y no tanto a la de la rosa y el fusil que se va pa´l monte.

El derecho a una muerte gloriosa no es lo que los pueblos esperan de aquellos dirigentes que dicen (y verdaderamente quieren) interpretarlo.