martes, 28 de abril de 2009

si la oposición quiere ajuste, yo quiero kirchnerismo



Más bien, habría que preguntarse qué significa hoy “volver a los noventa”, después de la constatación fáctica del fracaso de un proceso que inició Alfonsín en 1987 con el Plan Austral, desarrolló Menem durante diez años, y tocó a su fin con la escatológica fanfarria aliancista.

Es difícil pensar en una incólume vuelta a políticas perimidas y sin sustento socio-político material que las haga pedir a gritos (pienso en la hiperinflación y la “solución final “menemista) porque en el fondo, todo se trata de gobernabilidad, y cualquier estrategia de poder realmente seria no puede dejar de procesar la imprescindibilidad de la intervención estatal bajo la tonalidad duhalde-kirchnerista (hasta Lula lo ha dicho) como clave de bóveda de un proceso político estable y de sesgo reparatorio que taponó exitosamente el canto de sirenas de la libertad de mercado.

Digo: en la biblioteca pos-neoliberal sólo hay dos autores: Duhalde y los Kirchner. Todos los demás tiene que dar examen de ingreso, y mientras los hechos no digan lo contrario, a la izquierda (real) del kirchnerismo está, efectivamente, la pared. Por lo tanto, “el muestrario alba” de la política ofrece una reducida gama de colores para elegir, y quienes tuvimos que yugarla fiero en el pasado reciente (la inmensa masa asalariada nacional) sabemos que es lo que no queremos.

La pregunta es simple: ¿alguien puede conducir este barquito nacional sin meter ajuste, sin generar conflictividad social real y sin represión?

Ya sabemos que por dilemas e incapacidad el republicanismo realmente existente (Binner, Carrió, Cobos) no puede llenar el formulario. La situación de Macri queda sujeta a la relación que entable con el peronismo, y la colocaría en un piadoso stand –by.

Los errores del kirchnerismo son menos de gestión que de conducción política, y éste no es un dato menor a la hora de posicionarse frente a él: los Kirchner no son los primeros ni serán los últimos en desnudar fallas de conducción. Perón se murió hace tiempo, y para el caso, Menem era mejor conductor que Kirchner, y así nos fue.

Con esto quiero decir que hay que tener mucho cuidado (e inteligencia) para hacer la crítica del kirchnerismo y no caer en lugares comunes que lo único que certifican es la pertinencia del modelo K en medio del desierto.

La crítica del kirchnerismo transita los meandros de la superficialidad: crispación, autoritarismo, corrupción, Moreno, doble comando, soberbia, testimoniales. Demasiado poco para erigirse en una opción de poder, y para una concreta discusión de un proyecto de país y el rol del Estado.

Y cuando finalmente se atenúa la rabia anti K y eligen aislada y fugazmente hablar de lo que harían en una hipótesis de gobierno, no es precisamente un proyecto nacional de desarrollo lo que se vislumbra en el horizonte: entre los borramientos de la memoria histórica también parece haber quedado el espectro del Plan Trienal de 1973.

De Carrió a  De Narváez se despliega una espesa bruma nocturna donde todos los gatos son pardos, y ninguno pugna por diferenciarse. El catálogo propositivo, deshilachado y fragmentado, no sale de eliminación de retenciones, reducción del IVA, renegociación de la deuda y endeudamiento externo, y la política social parece consensuarse en una única y definitiva consigna abstracta: la asignación universal ciudadana como avieso sucedáneo de un Estado Social, la limosnita que permitiría desembarazarse de los pobres como estigma cultural, y dedicarse (ahora sí) a “mejorar la calidad de la instituciones y a construir el sacrosanto consenso de los hombres libres en el ágora”. Quedaría preguntar si de la política económica se volverá a encargar algún embajador de la corporación empresaria, o algún iluminado economista masterizado en Harvard.

La cuenta del almacenero de Duhalde-Lavagna-Kirchner marcó un rumbo que quién quiera trastocar a favor del ajuste va a tener que aguantar una presión social que cuenta en el disco rígido con la debacle de 2001 y los treinta muertos del delarruismo.

La ceguera antikirchnerista hace que todas las propuestas oídas supongan un inadmisible suicidio fiscal al pretender la desfinanciación del Estado (como si se hubiera hecho una reforma tributaria que en la coyuntura pudiera aguantar la liberación de ciertos ingresos fiscales) y pocos discursos se enfocan en fortalecer al Estado para ampliar su intervención en áreas cruciales como salud y acción social.

Es precisamente lo positivo del kirchnerismo lo que la oposición cuestiona: fiscalismo y caja son las formas peyorativas de referirse al tibio intervencionismo estatal que los Kirchner ensayan: no escuché a De Narváez o Felipe pidiendo más Estado, más bien los veo reproduciendo el mismo discurso y haciendo las mismas críticas que hacen Carrió, Morales y Mariano Grondona. Si el peronismo no kirchnerista sólo puede balbucear la cantata republicana más rancia, estamos en el horno. Duhalde debería saberlo.

De la mesa de saldos que es la oferta política nacional, me llevo la novela kirchnerista.