jueves, 28 de mayo de 2009

De Cómo el Frepaso Gobernó Lomas de Zamora (II): la Gestión Municipal (1999-2001)

Politburó. La administración de un área gubernamental tiene menos que ver con la declaración de un rumbo ideológico que con establecer los mecanismos más efectivos para garantizar la continuidad y el mejoramiento de la prestación. En el caso de un municipio, garantizar el funcionamiento administrativo puede parecer simple, pero requiere masa crítica de fuerte eficacia operativa. Adivinen entonces, de lo que careció con estrépito la gestión del intendente Edgardo Di Dio, El Socialdemócrata.

El jacobinismo frentegrandista se desplegó en toda su dimensión a través de una estrategia (siendo decoroso) equivocada: considerar que  “la toma de poder” se debía dar en cada dependencia del Palacio Municipal y que el enemigo a vencer era el empleado municipal como pretendido foco de la pandemia peronista. Se trataría, para los cráneos de la Nueva Conducción Ejecutiva Distrital, de acceder al dominio de la Dirección de Personal y hacer desde allí, la Revolución de los Legajos. Todos los esfuerzos del funcionariado frepasista se centrarían en montar una surrealista securitate en cada oficina: con la toma física del edificio blanco, Di Dio y su desflecada guardia pretoriana creían ganar la batalla contra el frankenstein pejotista. En realidad, esta cosmovisión desenfocada evitaba abordar el drama tras bastidores: la ausencia palmaria de un desarrollo territorial que permitiera “hacer bajar” una batería de iniciativas de gestión a visualizarse popularmente. Drama que se profundizó a medida que la estrategia de copamiento administrativo provocó la parálisis total de la capacidad de gobierno del Frepaso. El intendente gastaba sus días acovachado en el segundo piso del Palacio: los más avezados le recomendaban que bajara al territorio, hacerse conocer al vecino, “vean, soy la nueva forma de hacer política, vamos a liberar a Lomas del yugo peronista que la sumió en la corrupción, otro municipio es posible, queremos rankear bien en el listado de Transparencia Internacional, vamos por la autonomía municipal y el presupuesto participativo, por el defensor del pueblo, por un Lomas como Malmö o Gotemburgo, conózcanme, soy El Socialdemócrata” Pero no, Di Dio seguía mirando TN en el treinta pulgadas de su despacho, pidiendo instrucciones a Mary Sánchez y al resto de los Papales de la Mesa Provincial del FG.

Si una política gubernamental se centra en discutir la mejor ingeniería posible para efectivizar el despido fulminante de 2000 trabajadores municipales que “estarían de más”, en vez de pensar en articular políticas de fuerte impacto territorial (o sea, seguir gestionando, obra pública, asistencia sanitaria), la parálisis de gestión está a la vuelta de la esquina.

Razonablemente, las intenciones de “limpieza” del cleaner Di Dio motivaron la reacción del sindicato municipal y el malestar del personal: paro, quite de colaboraciones y trabajo a reglamento, por un lado, y amurar con policías las entradas a la Municipalidad por otro,  se convirtió en la diaria. El comienzo aventuraba el final, como en esas pedorras películas hollywoodenses protagonizadas por Jennifer Aniston.

Di Dio bajó sus pretensiones, y avanzó en despidos-hormiga, creyendo que de ese modo reducía la conflictividad: el efecto lógico fue la acentuación del obstruccionismo sindical y territorial del justicialismo. El Concejo Deliberante sesionaba al borde de la batalla campal, las piñas en la barra y las puteadas, escupitajos y apretadas cruzadas a concejales contribuyeron a engrosar un anecdotario memorable, con ediles que tuvieron que rajar ocultos en baúles de automóviles para evitar ser linchados por la masa enardecida, y escenas lamentables se registraron cuando el Concejo siguió sesionando con la mayoría ajustada de la Alianza, aún cuando ya se sabía que acababa de fallecer Juan Bruno Tavano: con el doble voto del presidente del cuerpo (radical), el Frepaso aprobaba proyectos “populares y progresistas” como la instalación de antena$ de empresas de telefonía celular.

 

Maquillaje. La gestión Di Dio no llegó al orgasmo progresista, no encontraron el punto g socialdemócrata: no se pudo lograr el acceso público a la información de los actos de gobierno y a las pulcras declaraciones juradas de los funcionarios por internet; no se reglamentó una ordenanza de audiencia pública. Fundar una Oficina Anti-Corrupción era cabalgar hacia la gloria  y acceder al parnaso chachista, ese paraíso moronense en la tierra conurbana que en Lomas no pudo ser: nada que ofrecer, entonces, a la clientela residencial que había votado por la esperanza de lo nuevo. Quedarán como desvaído  y efímero recuerdo de la obra de El Socialdemócrata la modificación gráfica del escudo municipal, y la sanción de un nuevo organigrama municipal que emularía al Teatro del Absurdo de Genet.

“¿No tenés una foto de Pi Pío?” era el chiste preferido del empleado municipal que de ese modo gastaba al cuadrito frepasista que hacía las veces de director o subsecretarío o de coordinador, o de prosecretario, o…; resultaba que El Socialdemócrata (a quién el personal municipal bautizó, cariñosamente, Pi Pío) llegaba al edificio municipal después del mediodía, cuando los trabajadores marcaban la tarjeta de salida, y nadie le conocía la cara. Sucede que El Socialdemócrata era un animal político de la noche, un febril consumidor de madrugadas que se iban entre restaurantes y rosqueos de muy largo aliento. Esto explica la desaprensión del intendente por los resultados concretos de la gestión municipal, y su renuencia a mostrarse como la cara visible ante los sucesivos conflictos vecinales (feriantes, vendedores ambulantes) que solían terminar con la Municipalidad copada y con funcionarios de segunda línea y sin experiencia haciendo frente a muchedumbres exaltadas por la incapacidad resolutiva del Ejecutivo y sobre todo, por la ausencia del intendente. Precisamente la ausencia de la Autoridad Política, cuya presencia siempre funciona como “paragolpes” de la virulencia del reclamo: algo que sabían a la perfección Manolo Quindimil y el Tano Tavano, que bajaban automáticamente a la escena del conflicto para desactivarlo, y no les importaba ligarse críticas, agravios, puteadas o escupitajos si eso era necesario para encontrar principios de solución y tranquilizar la crispación vecinal. Lo que actualmente manejan con solvencia Juan José Mussi o Francisco Gutiérrez, por sólo citar dos casos. Lo que El Socialdemócrata desconocerá hasta el último de sus días de (des) gobierno.

 

Ionesco es un poroto. Cuando Di Dio asumió enfocó sus quejas preliminares en la “excedida planta de personal” que dejaba el tavanismo, dando a entender que no se contaba con los fondos para sostener a esos 5000 empleados; de ahí la imperiosa necesidad de racionalizar gastos y echar trabajadores. Grande fue el estupor cuando dicho esto, El Socialdemócrata procedió a dictar un nuevo organigrama municipal: con la insólita creación de los rangos de Prosecretario y Coordinador se producía una inflación de la planta política, ese problemático fifty-fifty entre frepas y radichas que desvelaba los días y las noches del aliancismo lomense hasta dejar a un prolijo costado todo lo relacionado con GOBERNAR.

El cargo-fantasma de Prosecretario fue creado como ficticio nexo entre las secretarías y las direcciones, y el de Coordinador era un penoso comodín puesto debajo del Director sin labor especifica en muchos casos, aunque en realidad se trataba de mediocres informantes, boluditos que se dedicaban a “marcar” empleados municipales y derivar sus informes a la Dirección de Personal (controlada por el didiísmo puro) y que por esos servicios recibían una jugosa paga. Como la invención de estos cargos obedecía al faccionismo frenético, es decir a los requerimientos de los dirigentes frepasistas y radicales del distrito y la tercera (que no habían cobrado en sus respectivos pueblos y querían seguir metiendo gente en base a pactos preexistentes), y no a reales necesidades operativas, uno podía toparse por los pasillos municipales con estos prosecretarios y coordinadores que se desgastaban en un eterno deambular pirandelliano, en busca de funciones concretas que cumplir, tratando de encontrar a quiénes dirigir: sencillamente, el funcionamiento administrativo no los necesitaba, no tenía lugar para ellos, ese cardumen de frepas y radichas estaba, literalmente, al pedo.  Algunos de ellos, los más temerarios, ensayaban grotescos actos de autoridad, ingresando marcialmente a las oficinas “bajo su órbita”(?) al grito de “soy el prosecretario designado por el señor intendente, y vengo en su prestigioso nombre a…” y ahí nomás inventaban algún chamuyo, porque en rigor de verdad, ni siquiera sabían para qué habían sido designados, y se exponían a las divinas humillaciones de experimentados empleados, al solapado gaste de jefes de departamento y otros funcionarios de carrera que soportaban casi con ternura el amateurismo de estos “jefes”. En cambio, los más avergonzados por su cargo falso, se acercaban furtivamente al despacho de algún director y pedían a media voz si no le podían habilitar un espacio físico en la dependencia para poner, aunque sea, un escritorio, una silla y un percherito para colgar el saco o la carterita, para luego admitir la necedad de El Socialdemócrata casi a modo de disculpa. Otros llevaban la fotocopia del decreto de su nombramiento doblada en el bolsillo para mostrarla cada cinco minutos a los incrédulos, a esos empleados que desdeñaban su autoridad y se les cagaban de risa en la jeta. Faltó, tan sólo, que desfilaran por la explanada del palacio municipal con cartelitos que dijeran “Somos funcionarios, Queremos mandar”. Se cumplía así, una máxima colosal del progresismo: los caciques superaban largamente a los indios.

 

Tierra de(l) Fuego. A estos desaciertos administrativos que no hacían más que resentir la gestión municipal, se agregó un paulatino retraso en el pago de salarios que con el paso de los meses se transformó en dramático y poco faltó para reproducir en la Tesorería Municipal aquella trágica Puerta 12.

Cuando un gobierno no puede sostener su andamiaje estructural, se provoca el desmadre administrativo. No nos referimos ya a la calidad de los servicios municipales (aquello que el vecino visualiza como gestión municipal) sino más primariamente a la incapacidad de afrontar la más básica responsabilidad administrativa: pagar sueldos.

Más que ampararse en ecuaciones financieras, el gobernante debería saber que el origen de un problema de esta índole radica en la propia falla política: no pagar sueldos es la “tacha de infamia” para un gobernador o intendente frente a la mirada de sus colegas. Es el dato que documenta que se está gobernando mal. Lo que apremia a Fabiana Ríos desde hace dos años, que no puede para de pedir fondos a la Nación tan sólo para sostener la Administración provincial (a nadie le interesa la excusa de la herencia que dejó Cóccaro).

 

Los paracaidistas de La Matanza. El control político de Lomas (así como de Avellaneda y Morón) implicó para el Frepaso un movimiento migratorio desde territorios perdidosos a esas Mecas victoriosas. En el caso lomense se produjo la inmigración de militantes desde La Matanza (núcleo territorial del marysanchismo celeste). La comedia de los matanceros sueltos en Lomas tuvo varios capítulos, en los que no conviene abundar. Tan sólo digamos que la llegada de los extranjeros profundizó las luchas intestinas del Frepaso, y afectó parcialmente la gestión: los matanceros venían a ocupar altos cargos ejecutivos (secretarías y direcciones), pero su atroz desconocimiento del territorio  y de los problemas locales los hizo derrapar en la toma de (in) decisiones, ya que tampoco mostraban intenciones de aprender sobre la marcha. Este paracaidismo grosero, totalmente avalado por El Socialdemócrata, trajo una crispación irreversible dentro de los grupos militantes históricos lomenses: los militantes que pusieron el cuerpo para darle vida al Frepaso distrital durante varios años fueron postergados y no recompensados a la hora de la victoria, y era muy doloroso escuchar frepasistas de la primera hora (“cuando Di Dio era un muerto de hambre”) que bramaban contra “la nueva faceta” del Intendente y contra los matanceros que venían a usurpar un lugar que no les correspondía. Al insoportable circo internista del aliancismo se agregaba un nuevo combo: Lomenses vs. Matanceros, una saga de acuestes infinitos hacia una absurda auto-fagocitación.

La llegada de los paracaidistas terminó de quebrar la precaria cohesión del Frepaso detrás de la figura de El Socialdemócrata: la consigna tácita entre las bases fue “a los botes” y cada fracción interna se dedicó exclusivamente a cuidar el espacio de cargos ganado, sin que interesara ya demasiado el rumbo que seguía la gestión. Esta problemática remite al concepto de lealtad militante, inexistente como valor político para el progresismo, cultor del más liviano “use y tire”. Nótese como el intendente se cava la fosa al desechar a la militancia que, mal o bien, lo había acompañado, en detrimento de acuerdos internos dirigenciales que ni siquiera le supusieron una adquisición de masa crítica idónea para articular una mejor gestión, ya que la incompetencia de los matanceros era tenebrosa.

Como si se tratara de adivinar capitales de Europa, el chicaneo preferido de los lomenses era preguntarle a los matanceros donde quedaba alguna calle o barrio de Lomas, porque sabían que sólo el error o el silencio podían salir de la boca de los paracaidistas de El Socialdemócrata.

 

El Tótem Participativo. Otro de los bastiones retóricos del centroizquierdismo es la participación ciudadana como estereotipo institucional desanclado de las expectativas y prácticas ya desarrolladas en ese aspecto por los distintos sectores de la comunidad. Esta perspectiva ve (en general) con desconfianza los mecanismos participativos a través de las denominadas entidades intermedias (sociedades de fomento, clubes, cooperativas), o por lo menos intentan reformular la índole de esa participación: prefieren una participación “más política” y a la vez “ciudadana” es decir, individual y no a través de entidades (que ellos interpretan como parte de un dispositivo devaluado, con olor a pejotismo). En realidad se pretenden formas de participación bastante idealizadas, que buscan ser puestas a rosca sin evaluaciones previas de las pretensiones populares. En el caso del Frepaso lomense, esta batería participativa no fue más que enunciada. En los hechos, ya existían formas participativas reales: el ex – intendente peronista Tavano había implementado en 1991 los Consejos de Organización de la Comunidad (COC) en todo el distrito y aunque con dispar resultado, el sistema funcionaba y era una referencia aceptada por las entidades vecinales. Ante este contexto, D Dio sólo atinó  a crear la figura del Promotor de Gestión Participativa (PGP), un supuesto cuadro con conocimiento territorial y manejo político que intermediaría entre las instituciones barriales y el municipio. Sin embargo, la realidad entregó otra decepción. Si bien en algunos territorios los PGP cumplían verdaderamente un rol de agilización de las demandas barriales, la mayoría eran militantes nóveles ingresados al Frepaso durante la campaña electoral del ´99 en busca de una oportunidad laboral. Y efectivamente la tuvieron, pero carecían de toda formación política y roce social. No tardó en suceder lo inevitable: los PGP comenzaron a ser puenteados por las entidades barriales del COC, que preferían acudir al “puntero” para evacuar las necesidades del barrio: el referente tenía la experiencia y los contactos municipales y provinciales para efectivizar los pedidos sociales en tiempo y forma. Los PGP derivaron en una figura decorativa y quedaron atados a la genérica inoperancia municipal: con el tiempo dejaron de ir a los barrios y a las entidades, y prefirieron seguir cobrando sus salarios resguardados en la calidez de alguna oficina municipal, y otros renunciaron a cualquier actividad para transformarse en plácidos ñoquis. El proyecto participativo del Frepaso se esfumaba. La gesta progresista tocaba a su fin.

 

Cuartos con luces apagadas. A la misma hora que De la Rúa renunciaba a la presidencia, El Socialdemócrata era suspendido por el Concejo Deliberante a causa del fenomenal atraso en el pago de salarios (de 2 a 3 meses) y la imposibilidad recurrente de solucionar el conflicto laboral con los trabajadores de la recolección de residuos. Se iniciaba un caótico tiempo local y nacional por el estallido nacional. En Lomas se articuló un gobierno de coalición (PJ, UCR y vecinales) conducido desde el Concejo Deliberante por el peronismo. En octubre, las elecciones de 2001 habían arrojado un claro triunfo del justicialismo, que obtenía la mayoría legislativa: las cartas estaban echadas. Di Dio intentó volver en el verano caliente de 2002, pero terminó pidiendo una licencia definitiva. El colapso era absoluto, y salir de los escombros costó mucho tiempo. Después de regularizar el pago de salarios, el gobierno parlamentario de la coalición peronista trató de restituir el normal funcionamiento de la gestión municipal: en esos dos años (2001-2003) se pudo emparchar, y devolver al distrito un municipio viable.

El tiempo de la ilusión redentoria llamada nueva forma de hacer política que brillaba en la verba chachista, fue, en los hechos lomenses, la pesadilla. Como en el país.

De Cómo el Frepaso Gobernó Lomas (I)


martes, 26 de mayo de 2009

La Hora del Lobo

Algunas culpas tendrán los políticos para haber terminado en el charco podrido al que  los lanzaron las opiniones públicas, como la fuente de toda irrazón e injusticia que se padece en esta tierra. Siempre me causaron un poco de desagrado esas famosas encuestas de diarios dominicales que medían la imagen de las instituciones: los políticos y los sindicalistas entraban siempre últimos cómodos, con la peor imagen. 

Al periodismo siempre le dan bien los números, aunque se traten de empresas comerciales como cualquier otra, con tantas miserias en el rincón del placard como tantas otras corporaciones. Algunas culpas, pero no todas tendrán los políticos. Sin embargo, muchos de los que juzgan, lo hacen desde la comodidad de una reposera. La política es un lugar difícil, ingrato, te quita la vida y el tiempo. El político de raza vive pensando en  política, y cuando duerme, sueña las movidas de ajedrez que hará al día siguiente. Y en la política hay de todo, pero parece que el mito arrecia con las historias tenebrosas de la corrupción y el nepotismo (las dos obsesiones a las que se reduce “la política” para un periodista político argentino adulto). El juego de asociaciones libres que termina instalado como verdad de esa abstracción llamada “opinión pública”, la mezquina muestra gratis de los miles de modos complejos en los que fluye la expresión popular.  Y la expresión más genuina (y matizada) de la vivencia popular es el voto. 

En una democracia que rehuye desnudar sus cualidades sustanciales y prefiere mostrar su perfil juridicista como virtud divina, el voto es la instancia donde el pueblo se juega la vida: los gladiadores televisivos que piden la postración popular para venerar formas jurídicas y omiten tener que pensar un mecanismo instrumental para que el camión de Acción Social esté a la hora indicada en el club de González Catán y que haya un dispositivo logístico y humano para entregar los ajuares a las madres que van a estar ahí esperando, deberían saber que son estas cuestiones omitidas por ellos las que definen, en parte, las complejas razones que fundamentan el voto. Algo tan sencillo pero tan complejo como esto es lo que evita pensar alguien como Ricardo Alfonsín cuando afirma que en el conurbano se vive en un estado prepolítico, o cuando Sabbatella más sinceramente dice que “aceptar las reglas de juego de ellos (los que viven tramitando asistencia y absorben problemas sin contar con medios ideales en ese “mundo prepolítico”) implica  que te pasen por arriba”. Con sentidos y alcances diferentes, ambas interpretaciones establecen el atajo conceptual de la impugnación: cuando el tiempo aclare y haya liberación, otorgarán el ingreso universal ciudadano por una ventanilla virtual como final de escena. Para el “mientras tanto” no tienen respuestas, y es grave no tenerlas porque más que de una excepcionalidad, se trata del estado de supervivencia diario del prepolítico segundo cordón desde hace por lo menos veinte años.

Quiénes sí se ocupan del “mientras tanto” están sumidos en el estigma: el puntero y la manzanera asociados a un derechismo marginal, al arrabal prostibulario y mafioso, la prebenda y el delito como escenografía de sus andanzas execrables, el intendente y el concejal caracterizados como dealers y dueños de un feudo; el sindicalista es un burócrata que curra a costa del trabajador y forma parte del universo de los tiros, las movilizaciones pagas, los tetra-briks, los cadenazos y la inconsistencia sintáctica al articular frases. Imaginarios que ayudaron a construir con esmero las eruditas intelligentzias de la izquierda política y cultural para servirle el plato sazonado a la derecha y el establishment: la historia repetida.

En los ´70, el sindicalismo clasista, la CGT de los Argentinos y la juventud peronista se esmeraban más de la cuenta en cincelar a la burocracia sindical como el enemigo a vencer, aún cuando los hechos no acreditaban tal caracterización.

En los ´80 y ´90 le tocó el turno al conurbano bonaerense y a la acción política del peronismo dentro de él: clientelismo, impresentabilidad de los actores, prácticas políticas perimidas a erradicar. El alfonsinismo, la Renovación Peronista, el Frepaso y el periodismo político en la era del canal de noticias (el movilero como interpretador de la verdad de los hechos) ayudaron a darle sustento teórico a la construcción del enemigo. Pero la realidad territorial demostró qué lejos estaban (interpretativa y físicamente) esas intelligentzias de decodificar con acierto las sensaciones e intereses del pueblo. Y encima tuvieron que tolerar que sea el rosismo bonaerense con su fauna carroñera el que los sacara del desmadre de 2001; algo de lo que preferían no enterarse, y para ello qué mejor que entretenerse en una asamblea revolucionaria con la presencia de Jorge Lanata transmitiendo por televisión a todo el país, o escribir un libro sobre “El Argentinazo”.

La realidad se fagocitó el discurso de la izquierda político-cultural: el saqueo de un supermercado en José C. Paz  es el fotograma admonitorio que el  dirigente político observa antes de acostarse cada noche, y le perturba el sueño hasta sumirlo en la más poderosa pesadilla. Lo que Kirchner comprendió desde un principio. Lo que Reutemann, Scioli y Rodríguez Saá parecen comprender ahora. Lo que deberán entender quiénes quieran gobernar este país y no naufragar en el intento.

 ¿Por qué los Intendentes Peronistas del Conurbano no aparecen en ningún programa político de televisión?

viernes, 22 de mayo de 2009

Pasión de los Fuertes


Calificar como “genocidio económico” al gobierno menemista es tan temerario  e impreciso como designar “menemismo con derechos humanos” al kirchnerismo. Ambas etiquetas esconden en realidad una incapacidad analítica que impide extender la mirada hacia los complejos claroscuros que habitan en todo proceso político. Que ambas definiciones provengan de la usina conceptual de los vocacionalmente insatisfechos (esos que circunscriben la propias acción política a un continuo pedido de informes) no hace sino acrecentar la necesidad de que ambos slogans sean profundamente revisados.

Hubo un tiempo en el que estar a la izquierda del peronismo era caminar por una bullanguera peatonal ideológica: la mayoría de esos rostros paseantes se reconocían, cómplices, en el regocijo del “yo no lo voté” (ese atronador cantito-insignia  que hacía enronquecer las gargantas de los jóvenes radicales y franjistas ¿se acuerdan?), frase que en su onda expansiva transmutaba en dedo acusador: “yo no lo voté, lo votaron los negros”.

En esa caminata eufórica y tumultuosa por la rambla antimenemista, Luisito Zamora y Crespo Campos se daban la mano, y Verbitsky y Grondona escribían casi al unísono sus libros sobre corrupción. Se trataba de una festiva salida de sábado por la noche, pero a la cual ningún negrito hambreado estaba invitado; en todo caso, los paseantes hablaban “en nombre” de aquellos, y los subsumían en el impersonal sintagma “exclusión social” o bajo la abstracta “línea de pobreza”. Allá lejos, en el foso de la sociedad, se seguía autogestionando la supervivencia en medio de la miseria, a cargo de las propias víctimas: con la llegada de los australes alfonsinistas, se iniciaba un largo tiempo de vida a la intemperie, donde la única gran diferencia que visualizaban los condenados de la tierra era que con Menem se terminaban los latigazos de la hiperinflación sobre la víscera más sensible. Más precariamente, recibían el goteo del bono solidario y el plan arraigo como espectros del Estado ido, y sí, un sucedáneo perverso de lo que la presencia estatal supo ser en la memoria de los sectores populares.

El peronismo menemista es la expresión política de la respuesta posible a la coyuntura hiperinflacionaria de 1989, porque a la hora de presentar ofertas al desmadre latente, la única carta vista en la mesa fue la de Menem (que traía como Caballo de Troya el recetario fondomonetarista, es cierto). Eso, o el anodino lápiz rojo del alvearismo radical. Por lo tanto, el gobierno de Menem sólo se puede comprender como correlato del espanto inflacionario, esa guillotina diaria que segaba la vida de las clases medias y bajas nacionales. Y el kirchnerismo sólo puede entenderse como respuesta al volcán social de 2001. Abstraer ambos procesos y quitarlos de sus contextos de origen servirá para lograr sentenciosas frases televisivas, pero poco se relaciona con los muy complejos modos en que los hechos impactan en el interés popular.

Los más castigados por los años menemistas no lo recuerdan a Menem como la “rata riojana”, ese epíteto de la escuela alivertiana, la misma que se vive indignando con “este pueblo idiota que vota mal”. Otro inconformista consuetudinario como Eduardo Gruner escribía un libro llamado El Menemato, y actualmente lee al kirchnerismo como “expresión burguesa” en una “sociedad menemista”: categorías rígidas para un análisis marmóreo, de revista cultural o de un club político de librepensadores.

Este tiempo kirchnerista terminó con aquella peatonal ideológica: el clivaje derecha-izquierda está profundamente desautorizado por la realidad territorial: la izquierda real de masas es el rosismo bonaerense, las manzaneras y las seccionales locales de la UOM, ese universo demonizado y estigmantizado durante el jolgorio antimenemista (que era también antiperonista).

El 2001 puso en retirada los argumentos noventistas de la izquierda cultural: el pan-radicalismo alienta una vuelta “como en el ´83” pero omite cuidadosamente su más reciente vuelta del ´99, cuando sólo discutió moralina de café y nunca la política económica.

El kirchnerismo es la respuesta política a los hechos de 1996-2001, aquel tiempo donde no salir de la convertibilidad implicó un nuevo descenso hacia el fondo del pozo.

Revisitar al menemismo es hacerlo lejos de cualquier retórica economicista que lo reduzca a “barbarie”: son pocos los que abordan al menemismo desde lo político, quizás porque allí residen sus rasgos más interesantes y menos condenatorios: en haber dotado al andamiaje presidencial de un poder decisionista que no tenía, y que permitió canalizar más eficazmente la toma de decisiones.

Menem desmanteló el Estado para darle más poder político a la figura presidencial, para que hoy Kirchner pueda avanzar en otro rumbo y no muera en el intento.

La victoria pírrica de Menem hizo posible al kirchnerismo: le entregó el instrumental político-administrativo que forjó, y le dio los argumentos ideológicos. Si hoy Kirchner puede nacionalizar, es porque Menem privatizó. Kirchner puede descolgar el cuadro de Videla porque Menem se encargó de enterrar al partido militar.

Si el superávit fiscal es la piedra basal del modelo kirchnerista, es porque la ortodoxia fiscal se fraguó con sangre desde el plan Erman y la convertibilidad: cuando Asís dice que Kirchner era el gobernador favorito de Cavallo durante el noventismo, más allá de la chicana, no dice una incoherencia. La obsesión fiscal del kirchnerismo hace posible la realidad del derrame, y mantiene a flote el barquito nacional, para no volver, precisamente, a los noventa.

Tiempos y circunstancias, recordaba el florentino a los gobernantes; las dos coordenadas que rigen la gramática del poder. Lo que Menem y Kirchner (en diferentes contextos y direcciones) supieron manejar con inteligencia y discrecionalidad, con intuitiva improvisación y certera determinación frente a coyunturas que requerían un Orden (de la democracia), reclamado popularmente.

Menem y Kirchner, votados mayoritariamente en 1989, 1991, 1993, 1995, 2003, 2005, 2007 y probablemente 2009, por el mismo pueblo.

¿Quién está, entonces, equivocado?

martes, 19 de mayo de 2009

De Cómo el Frepaso Gobernó Lomas de Zamora (I): la Construcción Política

Cuenta la leyenda que en una reunión con vecinos del área periférica (Cuartel Noveno, quizás San José), en un anochecer cálido de de 1999, el flamante candidato del Frepaso por la Alianza a la intendencia explicaba sus intenciones gubernamentales vociferando de modo poco inteligible la promoción de una nueva forma de hacer política, el deseo luminoso de combinar participación ciudadana con una mejor calidad institucional, la necesidad de acompañar a Chacho para el cambio a nivel nacional y erradicar las prácticas clientelistas y perimidas del pejotismo.

Cuando los vecinos comprendieron que el candidato había venido a monologar más que a escuchar, ingresaron en un manso estado de exasperación que se potenció en la medida en que el rellenito futuro intendente evitaba referirse a cuestiones concretas vinculadas a las necesidades del barrio, por ejemplo el asfalto que taparía esas calles de tierra. El “puntero” que lo había convencido de que bajara, de que descender a los márgenes no era abismarse en el infierno, se quería cortar las venas al constatar el amateurismo del docente de La Celeste Sutebista, el profesor de matemáticas que chocó la calesita lomense (Rocamora dixit).

Ahora el candidato sazonaba su discurso mentando la importancia de la publicidad de los actos de gobierno y de tener una correcta declaración jurada (en Morón lo hicieron). Algunos vecinos se levantaban y se iban, la mayoría permanecía por cortesía y lealtad al “puntero”. 

Un viejito taciturno que se mantuvo expectante durante todo el monólogo, lo interrumpe y le pregunta: “Pero, usté ¿Qué va a hacer cuando sea intendente, don?”. Y el candidato contesta: “Nosotros vamos a hacer un gobierno socialdemócrata, como en Suecia y los otros países escandinavos” El silencio y el desconcierto fue el telón que cerró lentamente esa pintoresca mise en scene proselitista. Pocos intuían que allí se iniciaba la larga marcha frepasista hacia la intendencia lomense, la primera gestión no peronista del distrito desde 1983.

(Digresión: que boutade notable la de los gobernantes progresistas que comparan sus gestiones con las del primer mundo: Sabbatella dice que Morón todavía no es Copenhague, y Aníbal Ibarra soñaba con la alcaldía de Barcelona y con Baltimore)

El profesor Edgardo Di Dio fue favorecido con el dedazo sagrado de la Mesa Provincial del Frente Grande (FG) luego de que en Lomas de Zamora el Frepaso se hubiera impuesto a la UCR en la interna De La Rua-Meijide, y por lo dispuesto en el acuerdo provincial, los ganadores distritales colocaran las candidaturas a intendente y primer concejal.

Di Dio (ceterista) en Lomas, Laborde (pececito ala dura) en Avellaneda y Sabbatella (pececito juvenil) en Morón (¿Para cuando un segundo cordón, muchachos?) se transformarían en los únicas experiencias contrastables empíricamente del progresismo gestionando en el conurbano: aquello que el CONICET debería investigar para que los becarios gasten sus horas rentadas en algo más que un ensayito sobre “la crisis de representatividad política en la Argentina”.

Todos saben que como parte de esa “nouvelle vague” que decía traer formas renovadas de la construcción política, el Frepaso erradicó de su conducta partidaria la elección interna como método democratizador y definitorio de poderes y hegemonías internas.

Los espacios de poder, cargos y candidaturas se dirimían según el peso de los dirigentes nacionales y provinciales, y no por el desarrollo territorial especifico en cada distrito.

Esta lógica verticalista permitió que Mary  Sánchez, presidenta del FG de la PBA impusiera a su delfín local Di Dio como exclusivo producto de una gigantesca rosca (al igual que Laborde y Sabbatella en sus distritos por los rferentes de sus líneas internas) en conjunto con las otras espadas de la Mesa Chica: el Flaco Rodolfo R. (hoy operador de Ricardito, ayer de Sabbatella, y antes de ayer de Graciela FM)), el petiso Alejandro M (el pibe de la fede) y Juampi C. (el Papal).

Antes del ignoto Di Dio, se barajaron a dos “ilustres”: Marta Maffei (la cuota ceterista del Frepa) y Eduardo Sigal (cuadrito pececito, hoy kirchnerista de la primera hora), que declinaron la oferta, porque todos pensaban que en Lomas era una utopía batir al peronismo, y entonces preferían colar algo seguro y tranquilo (¿una banquita, tal vez?).

El profesor Di Dio era presidente del FG lomense, cargo al que llegó gracias a otro bando de la Mesa Provincial Pontífice luego de que diera por concluida la intervención del partido FG de Lomas. Dicha intervención fue la respuesta al resultado de las elecciones internas de 1997 en el distrito para la elección de autoridades partidarias y candidatos a concejales: la lista que nucleaba a todas las agrupaciones “oficialistas” del FG provincial fue escandalosamente derrotada por una lista local sin representación en la Mesa Provincial Papal del FG, pero legítima ganadora de la interna lomense.

El FG provincial (con el aval de Chacho Alvarez) decidió desconocer el resultado de la interna y procedió a decretar la intervención del FG lomense: la tantas veces teorizada democratización partidaria que Chacho proponía desde los tiempos de la Renovación Peronista y en la revista Unidos era soslayada en la práctica política concreta.

En realidad, las intervenciones distritales tenían un objetivo muy claro: desinfectar al FG de militancia territorial (de origen peronista ida del PJ a raíz del menemismo) que tendía a reproducir la “desordenada” e incontrolable práctica movimientista que tanto temía la Mesa Chica chachista, y que a base de elecciones internas y de un mejor desarrollo territorial ponía en ridículo a las agrupaciones del oficialismo partidario. Pero este proceso de limpieza étnica no había nacido en 1997, más bien en esos años se termina de concretar.

Para cuando se formalice la sepulcral unión con el exangüe radicalismo, el Frepaso ya será un partido sin “excedente militante”, sólo integrado por un elenco estable bendecido por los padrinazgos nacionales y provinciales que no tenían otro interés que sostenerse en la palmera de los cargos según “lo que traccionaran Chacho y Graciela” en el programa de Grondona.

El ingreso de militancia era celosamente controlado y hasta desdeñado, en tanto significaba una potencial competencia para aquellos que ya tenían armada la quintita, espacio estival que se sostenía a base de arteros rosqueos que incluían la venta de la madre y el sacrificio del más exiguo entorno militante si las papas quemaban y la Mesa Provincial retiraba su venia papal.

Este revolucionario mecanismo de ¿construcción política? motivó que el Frepaso chachista cayera sin atenuantes ante el aparato radical en la internita presidencial: da compasión ver como Chacho prefirió rifar en una interna perdida de antemano el espacio de su partido en la coalición, en vez de efectuar lo que mejor sabía: un acuerdo superestructural de reparto equitativo.

Tanto en esta actitud como en la derrota frente a Bordón en la interna del 95 (deglutido por el peronismo duhaldista y moyanista que jugó para el Pilo), se verifica la reticencia ante la instancia en la que se define la acumulación de poder y la vocación de gobierno.

Estas limitaciones políticas del frepasismo van a ser travestidas bajo una supuesta ética de las convicciones que se exacerbaría con la adopción definitiva del discurso anti-corrupción. De este modo fugaría del imaginario progresista la incómoda pregunta por la relación con los sectores populares, que no puede abordarse sin re-examinar los propios criterios de construcción política: es en este dilema donde germina el repudio al “clientelismo” y “el anti-pejotismo” como retórica vertebral del repertoir progresista, sin que se quiera admitir que lo que en realidad se expresa en esa cosmovisión es el gorilismo realmente existente, en tanto se impugnan las formas políticas territoriales que los sectores populares formulan y reconocen como propias.

El equívoco progresista que ya se visualizaba como destino fatal del Frepaso frente a las mayorías, es el que hoy se sigue reproduciendo en ese atenuado campo centroizquierdista que subsiste como kiosco del estío electoral, permitiendo el reciclado legislativo del “elenco estable” que soluciona de este modo su “situación laboral”, y poco más que eso: la palabra “poder” es una mala palabra.

Más que un partido de cuadros, el frepasismo era una cofradía de operadores, un ejército de devaluados epígonos del Coti Nosigilia que pugnaban por huir de cualquier práctica territorial para encaramarse en la rama más alta del rosqueo. Naturalmente, quiénes mejor se movían en esa maleza eran los frepasistas de filiación pececita ala dura (muchos de ellos hoy militan en el sabbatellismo) y los docentes del ceterismo celeste (hoy en el centroizquierdismo testimonial, en el acuerdo cívico pan-radical y en el kirchnerismo no peronista). El futuro intendente lomense era de esta notable estirpe, un operador aceptable con amplia capacidad de fuego a la hora de un cierre de listas, de esos que manejan bien la lapicera.

En 1999 el Frepaso le gana al PJ la intendencia por dos mil votos que se discutieron con furia en la Junta Electoral y en las oficinas municipales: contra todos los pronósticos, el peronismo lomense perdía el invicto. El Frepaso, que no pensaba en gobernar, debió comprarse de apuro ropa de gestión, pero no consiguió talle.

Para el justicialismo local se iniciaba un período de fuerte fragmentación interna e incapacidad de unidad que se expresaron como nunca en las elecciones de 2007, cuando Jorge Rossi fue ungido con el 17% de los votos.

Varios factores explican el resultado de 1999: el más elocuente tiene que ver con algunos déficits en el último tramo de la muy buena gestión justicialista de Tavano (1991-1999) relacionados con el desequilibrio fiscal y el resentimiento de la calidad de algunos servicios municipales.

Desde 1983 el peronismo gobernante en el distrito venía desarrollando una gestión ordenada y aceptable: Duhalde, Toledo y Tavano no habían hecho nada del otro mundo, pero garantizaban el pleno funcionamiento del municipio en sus aspectos básicos (obra pública, piso sanitario, acción social y servicios generales); pero en 1999 se presentan fisuras de gestión y se incurre en un retraso en el pago de salarios. Sin embargo, ello no será obstáculo para que la municipalidad continúe con su funcionamiento administrativo y la prestación de los servicios: esta será una diferencia sustancial respecto de la gestión frepasista. Gobernar es hacerlo con dificultades y restricciones (preguntemos en La Matanza).

No obstante, el intendente Tavano padece la misma situación que Quindimil en las elecciones de 2007 (a buen  entendedor peronista pocas palabras), pero ni aun en esas circunstancias el justicialismo sufre una merma cualitativa de votos: 42% sumada la colectora de la UCD. Sucede que en este caso la oposición aliancista se presentaba como una opción cohesionada que tuvo la capacidad de evitar la dispersión del voto no peronista gracias al traccionamiento nacional y pudo así polarizar la elección local.

Veáse que en un contexto ampliamente favorable para la Alianza y disvalioso para el peronismo, se produce un empate técnico con 0,7% a favor del frepasismo.

El aliancismo lomense iniciaba su efímero ejercicio surrealista de gobierno, y se transformaba en el amargo calco del delarruismo nacional. El progresismo dejaba el atril y  debía empezar a laburar.

Continuará…

Próxima entrega: La Gestión Di Dio (1999-2001)

domingo, 17 de mayo de 2009

Los Insufribles

Humille, Marisol ¡Aprendan, giles!


El izquierdismo tardío de Ciro Pertusi.

Coco Silly y su pajerismo sobreactuado.

Los síntomas de lobotomización que exhiben los futbolistas invitados a programas de TV.

La insania política de Gerardo Morales.

La comisión interna del subte.

La inacabable proliferación de gatos en la tv argenta.

Los que asimilan militancia sindical a “fuerza de choque”.

Las clases de ciudadanía que da Jorge Lanata desde el Palacio Estrugamou.

Los periodistas políticos de la tv argentina.

La sobredosis de morfina camporista que destilan los fascículos de J.P.Feinmann.

Marcos Aguinis.

La revista cultural Ñ.

El rabino Bergman.

El gorilismo explícito de CQC.

Que Multicanal cobre un abono de cien pesos por una programación de mierda.

El irreparable declive artístico de León Gieco.

El rock nacional actual.

El circense shopping en el que derivó la Feria del Libro.

Que Belén Francese haya vendido 10.000 libros.

La cadena nacional para el velorio de Alfonsín.

Fernando Niembro y sus epígonos de Fox.

La vomitiva pareja Rolando Graña – Cielo Latini.

La insólita huelga de hambre de Evo Morales.

La burbuja mediática que infla al Ogro Fabbiani.

La enorme mentira que es Federico Andahazi.

José Saramago y su “compromiso” sartreano.

El progresismo de derecha que cultivan la “tía” Osvaldo Quiroga y Enrique Pinti.

El machismo “con compromiso popular” de Fernando Lugo.

jueves, 14 de mayo de 2009

Semblanza Inconclusa del Tano Bruno


Las convocatorias en Santa Marta y Villa Albertina eran multitudinarias: en esas humildes barriadas del fangoso Cuartel Noveno habían comenzado a funcionar los dos primeros Consejos de Organización de la Comunidad, aquel dispositivo de participación creado para encauzar los reclamos populares y satisfacer más eficazmente las necesidades básicas de esas comunidades sumergidas en el lodo de la desidia.

Juan Bruno Tavano fue quizás el único intendente de Lomas de Zamora que asumió con un plan de gobierno previamente consensuado con los vecinos: durante 1991 se dedicó a caminar todo el distrito y explicó a más de mil entidades intermedias (clubes, sociedades de fomento, cooperadoras escolares) el proyecto de participación que las iba a tener como protagonistas cuando en diciembre se transformara en intendente, y que estaba inspirado en la doctrina peronista de la "Comunidad Organizada".

Y entonces Bruno llegaba a Santa Marta y a Villa Albertina, el C.O.C. atestado de gente, las instalaciones precarias, la desordenada improvisación de lo novedoso, viene el intendente al barrio, viene a escuchar los reclamos de los vecinos. El tipo recién asumió, y viene al barrio, qué joder. Y llega el tipo grandote de ojos claros, mirada dura y bigotes, y con ese rostro te mira a la cara, mano a mano, y pregunta y escucha, es el intendente. Ese intendente que hacía cosas que los anteriores no habían hecho; ni Duhalde ni el Negro Toledo.

El Tano Bruno (Bruno a secas, y todos sabían quién era) no gobernaba desde el segundo piso del Palacio Municipal. Tenía una profunda visión territorial de la gestión y de la importancia que tenía establecer un cauce efectivo a los reclamos populares y evitar que la discusión política diluyera la materialización de las peticiones vecinales: evitar, como él mismo dijera “que se produjera el estado de asamblea deliberativa permanente”. Y sí, el Tano nació en la pobreza y no fue a la universidad, por lo que desconocía los plenarios de la FUBA.

En la alborada de los setenta militaba con los gráficos de Ongaro (como ese otro gran intendente que fue Pedro Pablo Turner, aunque no era tendencial como éste), fue JP pero compartía el grupo ortodoxo de Duhalde, Toledo y Mércuri, laburaba en Acción Social mientras Duhalde era el intendente más joven (74-76), y durante la dictadura se ganó la vida como albañil, haciendo changas y repartiendo damajuanas para La Simbólica. En su juventud había sido boxeador aficionado. Fue intendente desde 1991 hasta 1999.

Si uno pregunta en las zonas céntricas del distrito por Tavano, dirán que era un chorro, un impresentable, algunos dirán falsamente que era analfabeto, otros destacarían el escándalo de las fotocopias del Concejo Deliberante y su final de gestión, ensuciada por el atraso de pagos salariales y por ciertos problemas fiscales que repercutieron en los servicios municipales; ciertos sectores militantes le jugaron en contra en las elecciones de 1999 que perdió por dos mil votos contra el frepasismo aliancista.

Pero si iniciamos el sendero hacia la periferia distrital, las valoraciones serán distintas: pocos intendentes son los que bajan a los barrios y ponen la caripela tanto para el halago como para la puteada. Esta es una semblanza inconclusa, porque son muchas las cosas que se puede decir, y son muchas las cosas que no conozco.

Hay concejales que cuando asumen juran por la Patria, por Dios y por Juan Bruno Tavano. Cuando falleció, en el verano del 2000, y la noticia llegó a la Municipalidad, yo vi, conmovido, lo impensado: vi que los empleados municipales lloraban.


(Actualización: Agrego el artículo que me envía el co-terráneo Walter, escrito días después de la muerte de Tavano, porque habla por sí mismo.)

UN MILITANTE.

Por Walter Besuzzo

Como una de esas cosas de las que habla Serrat que uno guarda en un rincón del alma, así guardaré la primera y única charla a solas que mantuve con Juan Bruno Tavano.

Aquella conversación, realizada cuando ya era un hecho reconocido su derrota electoral y que sólo anunciò a algunos de sus compañeros, constó de mi parte de una aclaración y un pedido. La aclaración fue que mis críticas en el Concejo Deliberante a algunas de sus políticas municipales, jamás lo alcanzaron a él como persona. Nobleza obliga recordar que ni en nuestras más encarnizadas peleas ni él, ni el bloque de concejales del entonces oficialismo, ni quien escribe estas líneas, caímos en la agresión gratuita y la provocación artera (lo aprendí en el debate con sus mejores espadas en el recinto del Concejo: el “Chino” Navarro, Don Carlos Pisani, Carlos Fiorentino y Ramón Macari). Juan Bruno Tavano me miró y con su enorme mano extendiéndome su, también, enorme mate me dijo: “DEJATE DE JODER BESUZZO, SI VOS SOS PERONISTA Y AQUELLO ERA UNA CUESTION POLITICA (el mismo nudo en la garganta que tuve en aquel momento, se repite al escribir estas líneas) Y ANTES QUE ME LO PIDAS, YO TE LO DIGO: YA PROMULGUE LA ORDENANZA DEL PASE A PLANTA PERMANENTE DE LOS COMPAÑEROS DEL P.I.C. Y LA DEL ESCALAFON” (yo recordé entonces la galería de rostros de los compañeros que alcanzarían la felicidad que le otorga a un trabajador la estabilidad laboral y por un instante pensé que si algo valió la pena de mis cuatro años de concejal fue haber contribuido a la alegría de los trabajadores).

Guardé silencio. Aquel hombre, con su mirada perdida, seguía hablándome y me dijo que había que recuperar el peronismo y que tenía una certeza: “BESUZZO, YO SÉ QUE SOY EL HECHO MALDITO DE LA BURGUESIA DE LOMAS. ALGUNOS PROPIOS Y OTROS AJENOS, NO ME PERDONAN MI ORIGEN. NO PERDONAN QUE UN HOMBRE COMO YO HAYA SIDO INTENDENTE”. Tavano cuidó aquellas palabras como alguien cuida a sus hijos, a sus nietos, a sus flores. Tavano fue un militante (el mayor y mejor atributo que pueda tener un Intendente del conurbano bonaerense) y acaso asumió en sus últimas horas de vida la responsabilidad del traspié electoral del pasado 24 de octubre mientras miraba ese inconmensurable mar que tantas veces había cobijado su propia felicidad. Para él, como para cualquier militante, resulta intrínseco el asumir personalmente los costos y los errores de la derrota, aún aquellos que le fueran ajenos.

Volvió a hablar con orgullo de la resistencia a la dictadura y yo recordé que en 1996 cuando conformábamos, desde nuestra identidad peronista, el FREPASO lomense a pesar de mantener una confrontación durísima con el Partido Justicialista, aquel hombre que tenía frente a mí, no dudó ni un instante en convocar a sesión extraordinaria para repudiar las palabras del procesista Suarez Mason que acusó de subversivos a los integrantes del Frente Grande (nunca hasta hoy fue reconocida nacionalmente aquella generosísima actitud).

A la altura del gigantesco quinto mate, hizo mención a su pelea contra Yabrán. Cualquier militante político sabe que aquello le trajo consecuencias, presiones y amenazas que él jamás magnificó y a cualquier estúpido puede pasársele por alto aquel hecho y vituperarlo gratuitamente sin saber que, aún en la más cruenta confrontación política hace falta el “don de gente”, su ausencia no nos hace más combativos, nos hace más estúpidos.

Juan Bruno Tavano era un hombre de la democracia, las palabras de la Concejal Cimarelli en su última sesión para con él así como el emocionado homenaje que le tributó el Concejal Nestor Fleitas, pueden dar fe desde la U.C.R. de lo que digo.

Ese hombre que charló conmigo, más allá de sus errores y de sus aciertos, conocía a su pueblo, sus alegrías y sus tristezas llevándose de cada acto o de cada reunión el olor y las marcas de los barrios, ya sea el humo de un choripan o la salpicadura de barro en su ropa. Las pequeñas vecinas, los inmensos morochos, los acongojados gringos, los inconsolables ancianos, los más humildes militantes de los barrios más pobres de Lomas de Zamora que entraron, salieron, tocaron su cabeza, aplaudieron y poblaron de lágrimas su velorio son el mejor testimonio de lo que digo.


lunes, 11 de mayo de 2009

La Tierra Árida que se hace Fértil


Desde el fondo de la caverna, la mortaja comiteril lanza el lánguido quejido de la indignación, como si los requisitos constitucionales solicitaran algún peaje universitario o la virtud de una “carrera”, un prestigioso palmarés que documente (y encorsete) la idoneidad, estableciendo un patrón selectivo de fuerte naturaleza excluyente. Pienso, básicamente, en una película como El Candidato, ese guión de David Viñas que recorre el sub-mundo decadente de una política que se disuelve en una solemne tertulia de doctos y notables que se visualizan a sí mismos como los elegidos para “regir los destinos”, y que miran el “desorden” de la masa carnavalesca en las calles aledañas con la grotesca extrañeza del que pertenece a una casta, y detrás del vidrio oscuro de una ventana.

Ahora que se cerraron las puertas del cielo y la polémica candidateril es una anécdota, la pregunta por los criterios y aptitudes socialmente valorados para acceder a la política y a los cargos públicos merece hacerse, para intentar comprender hasta que punto aquella pulsión cuasi-nobiliaria se mantiene reconvertida en “la necesidad de currículo” como salvaguarda de un buen ejercicio de la función pública. Presunción esta última que, para vastos sectores sociales y políticos, no admitiría prueba en contrario.

Gran parte de este imaginario se condensa en la apetencia que los partidos políticos tienen por las llamadas listas con “candidatos de lujo”: personajes eminentes en sus respectivas áreas de labor intelectual (académicos, doctores de toda índole, religiosos, juristas, licenciados, economistas) que no están contaminados con la promiscuidad de las estructuras partidarias y militantes, y que prometen gracias a su inestimable bagaje cognitivo, depurar “la suciedad de la política”. Aquello tan bien reflejado en la lista de candidatos del Frente Grande para la Convención Constituyente de 1994.

Queda visto que se respondió de modos muy diversos al problema de las fallas de representatividad política, y que “el candidato de lujo” era la respuesta bien-pensante ante “el repudiable laboratorio del Dr. Caligari” del peronismo menemista con Palito, el Lole, Scioli, y otros “impresentables emanados del circo de la frivolidad”. Como si en política, la idoneidad para ejercerla o no quedara definida a partir del clivaje “erudición-frivolidad”.

Decía Ramón Ortega (que gobernó una provincia) que cuando se comienza a gobernar y llega la hora de tomar decisiones, las buenas intenciones se evanescen ante las consecuencias equivocadas de una a priori “buena decisión”, y entonces surgen las oposiciones, los conflictos. Vaya si lo sabrá, por ejemplo, Fabiana Ríos, de quién, después de completar sus cuatro años de mandato, será difícil decir que hizo una gestión acorde a las expectativas generadas: humo sobre el agua, quizás Ortega haya hecho mejores labores en Tucumán, si entramos en el odioso terreno de la comparación.

Digo: el ingreso a la política es aventurarse en un erial igualador, nivelador, donde los pergaminos ceden ante la necesidad de otro tipo de conocimiento, que poco tiene que ver con el enciclopedismo y con “tener preparación”, y más con las evaluaciones del terreno que se pisa al caminar, esas evaluaciones que hacen tomar el camino correcto, y junto con ello, tener la sensibilidad.

Las mejores mujeres de la política (de la forma de la política que a mí me interesa) no salieron de un instituto de investigaciones y estudios culturales. Evita era actriz, y esto lo menciono sólo para señalar de qué aguas prefirió abrevar el peronismo.

Y de esas ignominiosas aguas brotaron los dos productos menemistas que hoy aparecen como los más idóneos (¿los únicos?) políticos para gobernar el país en el 2011: Scioli y Reutemann.

Y hago mi retractación: cuando se barajó la posibilidad de que Andrea del Boca fuera candidata del peronismo en la CABA, yo expresé mi desacuerdo. Desacuerdo que tenía que ver con la inclusión de “famosos” en detrimento de genuina militancia con sobrados méritos y proclives a ser ninguneadas cuando se corta el bacalao: algo así como la solicitud de morochaje que hace D´elia, sin la literalidad cromática con la que fue interpretada esa petición. Pero que nunca implica la impugnación a la persona de Andrea del Boca ni a sus aptitudes, que sólo se verán en la cancha y no a partir de prejuicios baratos.

La solvencia argumental con la cual Andrea del Boca se deglutió a los esperpénticos panelistas de un penoso programa de cable que buscaron por todos los medios asumir el rol de tribunal popular para cuestionar “la transgresión política” de la Pinina, la hacen acreedora a una banca.

Culpable del delito moral de “mezclar su actividad social con la política”, Andrea tuvo que explicar con paciencia oriental en qué medida lo político reside en lo cotidiano, en una cosmovisión de la vida y no tanto en firmar solicitadas o gritar consignas de tajante elocuencia, y tuvo que explicar también que lo peronista está en la infancia, en lo doméstico y no exclusivamente en las filiaciones partidarias; aun así, y ante la voracidad del panel, aclaró su afiliación al Partido Justicialista y al Sindicato de Actores, y comprendió que algunos la prejuzgaran desde la supuesta “frivolidad” con la que carga su figura. Las caras de orto de los panelistas no pudo ser borrada. Y en cada frase en la que reafirmaba ser peronista, aparecía la lucidez de la típica nacida y criada.

Por eso, antes de tirarle una banca a la Lubertino para que mude su puesto de venta ambulante de merchandising progre del INADI a la Legislatura, me quedo toda la vida, pero toda la vida, con Andrea del Boca. Como también celebro que Marcela Acuña sea concejal, para horror de los adalides de “la nueva forma de hacer política”.

No hay un meritonómetro que diga que el valioso filósofo Ricardo Forster esté más capacitado para legislar que la compañera Andrea del Boca. Los dos desconocen la labor, los dos necesitarán asesores, los dos tendrán sus ideas y los dos serán evaluados por el pueblo. De quién de los dos tiene mayor “conciencia política”, nos podemos hacer una idea más nítida: en el 2003, mientras Andrea votaba al peronismo kirchnerista, Ricardo votaba a Elisa Carrió.

lunes, 4 de mayo de 2009

El Día después de Mañana


Las decisiones políticas siempre se corporizan a través de mediaciones que pueden suscitar desvíos no contemplados o efectos no mensurados, básicamente inducidos por la incapacidad de vertebrar estrategias al menos de mediano plazo. En la era de la cosmovisión maltrecha y miope de la inmediatez (a lo que la lógica mass-mediática contribuye de modo desembozado) son muy pocos los campos exentos.

La preocupación por la planificación gubernamental no ha sido el fuerte de las gestiones democráticas que van desde 1983 hasta la fecha. En gran parte porque siempre se estuvo ante un contexto de emergencia: amenaza militar, endeudamiento externo, hiperinflación, convertibilidad, corralito, debacle social, devaluación. Un avance a los tumbos con el margen de maniobra en perpetuo estrechamiento por “herencias” y por la imposibilidad de trascender los muros del cortoplacismo.

¿Cuánto de realidad y cuánto de excusas hay en esto? No soy partidario de la canilla libre de reclamos en tanto interpreto las extremas dificultades que derivan de gobernar. Pero hay cuestiones que pueden avizorarse y que necesitan ser planteadas.

La moratoria provisional impulsada por el gobierno kirchnerista permitió desactivar una bomba de tiempo inminente: casi dos millones de personas se pudieron jubilar sin contar con los aportes necesarios para acceder al beneficio. El problema era heredado, y el gobierno tomó una decisión que era necesaria, pero que podría no haber existido por falta de voluntad política ¿Acaso la alianza radical-frepasista no debió haber tomado en aquel momento esta decisión?

Pero no la tomaron, y sí lo hizo Kirchner. Así las cosas, se evitó la caída al abismo de millones de personas, que accedieron a un piso mínimo de subsistencia: salario y cobertura médica para no morir tirado en la calle. No pretendo ser trágico, pero conviene situar la índole de la disyuntiva a la que se vieron expuestos miles de compatriotas.

Dicho esto, también decimos cual fue el mecanismo decidido por el Estado Nacional para sustentar la operatividad técnica de la medida: planchar los haberes previsionales más altos para solventar la masa jubilatoria ingresante (que cobra el mínimo).

A su vez, y esto lo charlábamos con Hard, se generaba un descalce entre la masa ingresante y la financiación a cargo de los activos, porque los niveles de empleo informal son altísimos y los aportes no llegan a cubrir la cantidad de erogaciones jubilatorias comprometidas. Es decir, se evitó el abismo, pero a mediano y largo plazo el sistema ofrecerá el surgimiento de problemas de financiación que derivará en perjuicios para futuros aportantes y beneficiarios, y además se comete una injusticia hacia el jubilado de mejor remuneración que ve congelado su haber. Son cuestiones que ANSeS deberá corregir. ¿Cómo suplir el agujero fiscal que queda por la falta de aportes de los beneficiados con la moratoria? El descuento que se hace al salario provisional es una respuesta y las colocaciones de los activos de las AFJP en fideicomisos puede ayudar, pero pese a ello existirá un desfasaje. Y acá el problema del blanqueo laboral es clave, porque no se ven intenciones concretas de sobrepasar el límite del trabajo actualmente sindicalizado.

Acá puede jugar un cálculo político: los actuales niveles de blanqueo y sindicalización (significativos pero minoritarios frente a la totalidad de la masa asalariada) garantizarían evitar focos reales de conflictividad social que los Kirchner detestan y detestaron históricamente.

Lamentablemente, no veo disposición de parte del gobierno para ejercer con furia el poder de policía laboral y lanzar una cruzada  tipo ARBA para erradicar el empleo informal. Sobre la imperatividad de colocar en la pole position de la agenda la cuestión del blanqueo es sobre lo que me hubiera gustado escuchar hablar a Moyano en el acto del jueves, en vez de pedir con exagerada reiteración el voto para Cristina: la multitud no recibe instrucciones adentro del cuarto oscuro, y Perón ya había dicho algo sobre este tema, entonces, ¿para qué enfatizar?

Sobre el otro tema que me respondió Hard con un ilustrativo posteo: las sumas no remunerativas.

El tema tiene dos aristas: por un lado, se fijan escalas de recomposición que disminuyen el efecto inflacionario y mantienen el poder adquisitivo aquí y ahora. Pero por otro, se precariza la situación del empleado, porque ese aumento no incide en el cálculo de vacaciones y aguinaldo, y menos para computar la jubilación futura. A esto se agrega la afectación del índice que calcula la movilidad jubilatoria, ya que la suma no remunerativa no computa a tales fines.

Si se tratara de una medida temporaria para capear el temporal externo y la caída de la producción, no diría nada, pero nadie aclaró de qué modo esas sumas se van a transformar en salario en algún momento; mientras tanto se siguen firmando convenios bajo esta modalidad. Será fundamental que las organizaciones sindicales tomen este tema como bandera para lo que se viene.

Para estos menesteres, en el Congreso es preferible tener a gente como Héctor Recalde o Claudia Rucci, y no tanto a Nacha Guevara o Silvia Majdalani.