jueves, 28 de mayo de 2009

De Cómo el Frepaso Gobernó Lomas de Zamora (II): la Gestión Municipal (1999-2001)

Politburó. La administración de un área gubernamental tiene menos que ver con la declaración de un rumbo ideológico que con establecer los mecanismos más efectivos para garantizar la continuidad y el mejoramiento de la prestación. En el caso de un municipio, garantizar el funcionamiento administrativo puede parecer simple, pero requiere masa crítica de fuerte eficacia operativa. Adivinen entonces, de lo que careció con estrépito la gestión del intendente Edgardo Di Dio, El Socialdemócrata.

El jacobinismo frentegrandista se desplegó en toda su dimensión a través de una estrategia (siendo decoroso) equivocada: considerar que  “la toma de poder” se debía dar en cada dependencia del Palacio Municipal y que el enemigo a vencer era el empleado municipal como pretendido foco de la pandemia peronista. Se trataría, para los cráneos de la Nueva Conducción Ejecutiva Distrital, de acceder al dominio de la Dirección de Personal y hacer desde allí, la Revolución de los Legajos. Todos los esfuerzos del funcionariado frepasista se centrarían en montar una surrealista securitate en cada oficina: con la toma física del edificio blanco, Di Dio y su desflecada guardia pretoriana creían ganar la batalla contra el frankenstein pejotista. En realidad, esta cosmovisión desenfocada evitaba abordar el drama tras bastidores: la ausencia palmaria de un desarrollo territorial que permitiera “hacer bajar” una batería de iniciativas de gestión a visualizarse popularmente. Drama que se profundizó a medida que la estrategia de copamiento administrativo provocó la parálisis total de la capacidad de gobierno del Frepaso. El intendente gastaba sus días acovachado en el segundo piso del Palacio: los más avezados le recomendaban que bajara al territorio, hacerse conocer al vecino, “vean, soy la nueva forma de hacer política, vamos a liberar a Lomas del yugo peronista que la sumió en la corrupción, otro municipio es posible, queremos rankear bien en el listado de Transparencia Internacional, vamos por la autonomía municipal y el presupuesto participativo, por el defensor del pueblo, por un Lomas como Malmö o Gotemburgo, conózcanme, soy El Socialdemócrata” Pero no, Di Dio seguía mirando TN en el treinta pulgadas de su despacho, pidiendo instrucciones a Mary Sánchez y al resto de los Papales de la Mesa Provincial del FG.

Si una política gubernamental se centra en discutir la mejor ingeniería posible para efectivizar el despido fulminante de 2000 trabajadores municipales que “estarían de más”, en vez de pensar en articular políticas de fuerte impacto territorial (o sea, seguir gestionando, obra pública, asistencia sanitaria), la parálisis de gestión está a la vuelta de la esquina.

Razonablemente, las intenciones de “limpieza” del cleaner Di Dio motivaron la reacción del sindicato municipal y el malestar del personal: paro, quite de colaboraciones y trabajo a reglamento, por un lado, y amurar con policías las entradas a la Municipalidad por otro,  se convirtió en la diaria. El comienzo aventuraba el final, como en esas pedorras películas hollywoodenses protagonizadas por Jennifer Aniston.

Di Dio bajó sus pretensiones, y avanzó en despidos-hormiga, creyendo que de ese modo reducía la conflictividad: el efecto lógico fue la acentuación del obstruccionismo sindical y territorial del justicialismo. El Concejo Deliberante sesionaba al borde de la batalla campal, las piñas en la barra y las puteadas, escupitajos y apretadas cruzadas a concejales contribuyeron a engrosar un anecdotario memorable, con ediles que tuvieron que rajar ocultos en baúles de automóviles para evitar ser linchados por la masa enardecida, y escenas lamentables se registraron cuando el Concejo siguió sesionando con la mayoría ajustada de la Alianza, aún cuando ya se sabía que acababa de fallecer Juan Bruno Tavano: con el doble voto del presidente del cuerpo (radical), el Frepaso aprobaba proyectos “populares y progresistas” como la instalación de antena$ de empresas de telefonía celular.

 

Maquillaje. La gestión Di Dio no llegó al orgasmo progresista, no encontraron el punto g socialdemócrata: no se pudo lograr el acceso público a la información de los actos de gobierno y a las pulcras declaraciones juradas de los funcionarios por internet; no se reglamentó una ordenanza de audiencia pública. Fundar una Oficina Anti-Corrupción era cabalgar hacia la gloria  y acceder al parnaso chachista, ese paraíso moronense en la tierra conurbana que en Lomas no pudo ser: nada que ofrecer, entonces, a la clientela residencial que había votado por la esperanza de lo nuevo. Quedarán como desvaído  y efímero recuerdo de la obra de El Socialdemócrata la modificación gráfica del escudo municipal, y la sanción de un nuevo organigrama municipal que emularía al Teatro del Absurdo de Genet.

“¿No tenés una foto de Pi Pío?” era el chiste preferido del empleado municipal que de ese modo gastaba al cuadrito frepasista que hacía las veces de director o subsecretarío o de coordinador, o de prosecretario, o…; resultaba que El Socialdemócrata (a quién el personal municipal bautizó, cariñosamente, Pi Pío) llegaba al edificio municipal después del mediodía, cuando los trabajadores marcaban la tarjeta de salida, y nadie le conocía la cara. Sucede que El Socialdemócrata era un animal político de la noche, un febril consumidor de madrugadas que se iban entre restaurantes y rosqueos de muy largo aliento. Esto explica la desaprensión del intendente por los resultados concretos de la gestión municipal, y su renuencia a mostrarse como la cara visible ante los sucesivos conflictos vecinales (feriantes, vendedores ambulantes) que solían terminar con la Municipalidad copada y con funcionarios de segunda línea y sin experiencia haciendo frente a muchedumbres exaltadas por la incapacidad resolutiva del Ejecutivo y sobre todo, por la ausencia del intendente. Precisamente la ausencia de la Autoridad Política, cuya presencia siempre funciona como “paragolpes” de la virulencia del reclamo: algo que sabían a la perfección Manolo Quindimil y el Tano Tavano, que bajaban automáticamente a la escena del conflicto para desactivarlo, y no les importaba ligarse críticas, agravios, puteadas o escupitajos si eso era necesario para encontrar principios de solución y tranquilizar la crispación vecinal. Lo que actualmente manejan con solvencia Juan José Mussi o Francisco Gutiérrez, por sólo citar dos casos. Lo que El Socialdemócrata desconocerá hasta el último de sus días de (des) gobierno.

 

Ionesco es un poroto. Cuando Di Dio asumió enfocó sus quejas preliminares en la “excedida planta de personal” que dejaba el tavanismo, dando a entender que no se contaba con los fondos para sostener a esos 5000 empleados; de ahí la imperiosa necesidad de racionalizar gastos y echar trabajadores. Grande fue el estupor cuando dicho esto, El Socialdemócrata procedió a dictar un nuevo organigrama municipal: con la insólita creación de los rangos de Prosecretario y Coordinador se producía una inflación de la planta política, ese problemático fifty-fifty entre frepas y radichas que desvelaba los días y las noches del aliancismo lomense hasta dejar a un prolijo costado todo lo relacionado con GOBERNAR.

El cargo-fantasma de Prosecretario fue creado como ficticio nexo entre las secretarías y las direcciones, y el de Coordinador era un penoso comodín puesto debajo del Director sin labor especifica en muchos casos, aunque en realidad se trataba de mediocres informantes, boluditos que se dedicaban a “marcar” empleados municipales y derivar sus informes a la Dirección de Personal (controlada por el didiísmo puro) y que por esos servicios recibían una jugosa paga. Como la invención de estos cargos obedecía al faccionismo frenético, es decir a los requerimientos de los dirigentes frepasistas y radicales del distrito y la tercera (que no habían cobrado en sus respectivos pueblos y querían seguir metiendo gente en base a pactos preexistentes), y no a reales necesidades operativas, uno podía toparse por los pasillos municipales con estos prosecretarios y coordinadores que se desgastaban en un eterno deambular pirandelliano, en busca de funciones concretas que cumplir, tratando de encontrar a quiénes dirigir: sencillamente, el funcionamiento administrativo no los necesitaba, no tenía lugar para ellos, ese cardumen de frepas y radichas estaba, literalmente, al pedo.  Algunos de ellos, los más temerarios, ensayaban grotescos actos de autoridad, ingresando marcialmente a las oficinas “bajo su órbita”(?) al grito de “soy el prosecretario designado por el señor intendente, y vengo en su prestigioso nombre a…” y ahí nomás inventaban algún chamuyo, porque en rigor de verdad, ni siquiera sabían para qué habían sido designados, y se exponían a las divinas humillaciones de experimentados empleados, al solapado gaste de jefes de departamento y otros funcionarios de carrera que soportaban casi con ternura el amateurismo de estos “jefes”. En cambio, los más avergonzados por su cargo falso, se acercaban furtivamente al despacho de algún director y pedían a media voz si no le podían habilitar un espacio físico en la dependencia para poner, aunque sea, un escritorio, una silla y un percherito para colgar el saco o la carterita, para luego admitir la necedad de El Socialdemócrata casi a modo de disculpa. Otros llevaban la fotocopia del decreto de su nombramiento doblada en el bolsillo para mostrarla cada cinco minutos a los incrédulos, a esos empleados que desdeñaban su autoridad y se les cagaban de risa en la jeta. Faltó, tan sólo, que desfilaran por la explanada del palacio municipal con cartelitos que dijeran “Somos funcionarios, Queremos mandar”. Se cumplía así, una máxima colosal del progresismo: los caciques superaban largamente a los indios.

 

Tierra de(l) Fuego. A estos desaciertos administrativos que no hacían más que resentir la gestión municipal, se agregó un paulatino retraso en el pago de salarios que con el paso de los meses se transformó en dramático y poco faltó para reproducir en la Tesorería Municipal aquella trágica Puerta 12.

Cuando un gobierno no puede sostener su andamiaje estructural, se provoca el desmadre administrativo. No nos referimos ya a la calidad de los servicios municipales (aquello que el vecino visualiza como gestión municipal) sino más primariamente a la incapacidad de afrontar la más básica responsabilidad administrativa: pagar sueldos.

Más que ampararse en ecuaciones financieras, el gobernante debería saber que el origen de un problema de esta índole radica en la propia falla política: no pagar sueldos es la “tacha de infamia” para un gobernador o intendente frente a la mirada de sus colegas. Es el dato que documenta que se está gobernando mal. Lo que apremia a Fabiana Ríos desde hace dos años, que no puede para de pedir fondos a la Nación tan sólo para sostener la Administración provincial (a nadie le interesa la excusa de la herencia que dejó Cóccaro).

 

Los paracaidistas de La Matanza. El control político de Lomas (así como de Avellaneda y Morón) implicó para el Frepaso un movimiento migratorio desde territorios perdidosos a esas Mecas victoriosas. En el caso lomense se produjo la inmigración de militantes desde La Matanza (núcleo territorial del marysanchismo celeste). La comedia de los matanceros sueltos en Lomas tuvo varios capítulos, en los que no conviene abundar. Tan sólo digamos que la llegada de los extranjeros profundizó las luchas intestinas del Frepaso, y afectó parcialmente la gestión: los matanceros venían a ocupar altos cargos ejecutivos (secretarías y direcciones), pero su atroz desconocimiento del territorio  y de los problemas locales los hizo derrapar en la toma de (in) decisiones, ya que tampoco mostraban intenciones de aprender sobre la marcha. Este paracaidismo grosero, totalmente avalado por El Socialdemócrata, trajo una crispación irreversible dentro de los grupos militantes históricos lomenses: los militantes que pusieron el cuerpo para darle vida al Frepaso distrital durante varios años fueron postergados y no recompensados a la hora de la victoria, y era muy doloroso escuchar frepasistas de la primera hora (“cuando Di Dio era un muerto de hambre”) que bramaban contra “la nueva faceta” del Intendente y contra los matanceros que venían a usurpar un lugar que no les correspondía. Al insoportable circo internista del aliancismo se agregaba un nuevo combo: Lomenses vs. Matanceros, una saga de acuestes infinitos hacia una absurda auto-fagocitación.

La llegada de los paracaidistas terminó de quebrar la precaria cohesión del Frepaso detrás de la figura de El Socialdemócrata: la consigna tácita entre las bases fue “a los botes” y cada fracción interna se dedicó exclusivamente a cuidar el espacio de cargos ganado, sin que interesara ya demasiado el rumbo que seguía la gestión. Esta problemática remite al concepto de lealtad militante, inexistente como valor político para el progresismo, cultor del más liviano “use y tire”. Nótese como el intendente se cava la fosa al desechar a la militancia que, mal o bien, lo había acompañado, en detrimento de acuerdos internos dirigenciales que ni siquiera le supusieron una adquisición de masa crítica idónea para articular una mejor gestión, ya que la incompetencia de los matanceros era tenebrosa.

Como si se tratara de adivinar capitales de Europa, el chicaneo preferido de los lomenses era preguntarle a los matanceros donde quedaba alguna calle o barrio de Lomas, porque sabían que sólo el error o el silencio podían salir de la boca de los paracaidistas de El Socialdemócrata.

 

El Tótem Participativo. Otro de los bastiones retóricos del centroizquierdismo es la participación ciudadana como estereotipo institucional desanclado de las expectativas y prácticas ya desarrolladas en ese aspecto por los distintos sectores de la comunidad. Esta perspectiva ve (en general) con desconfianza los mecanismos participativos a través de las denominadas entidades intermedias (sociedades de fomento, clubes, cooperativas), o por lo menos intentan reformular la índole de esa participación: prefieren una participación “más política” y a la vez “ciudadana” es decir, individual y no a través de entidades (que ellos interpretan como parte de un dispositivo devaluado, con olor a pejotismo). En realidad se pretenden formas de participación bastante idealizadas, que buscan ser puestas a rosca sin evaluaciones previas de las pretensiones populares. En el caso del Frepaso lomense, esta batería participativa no fue más que enunciada. En los hechos, ya existían formas participativas reales: el ex – intendente peronista Tavano había implementado en 1991 los Consejos de Organización de la Comunidad (COC) en todo el distrito y aunque con dispar resultado, el sistema funcionaba y era una referencia aceptada por las entidades vecinales. Ante este contexto, D Dio sólo atinó  a crear la figura del Promotor de Gestión Participativa (PGP), un supuesto cuadro con conocimiento territorial y manejo político que intermediaría entre las instituciones barriales y el municipio. Sin embargo, la realidad entregó otra decepción. Si bien en algunos territorios los PGP cumplían verdaderamente un rol de agilización de las demandas barriales, la mayoría eran militantes nóveles ingresados al Frepaso durante la campaña electoral del ´99 en busca de una oportunidad laboral. Y efectivamente la tuvieron, pero carecían de toda formación política y roce social. No tardó en suceder lo inevitable: los PGP comenzaron a ser puenteados por las entidades barriales del COC, que preferían acudir al “puntero” para evacuar las necesidades del barrio: el referente tenía la experiencia y los contactos municipales y provinciales para efectivizar los pedidos sociales en tiempo y forma. Los PGP derivaron en una figura decorativa y quedaron atados a la genérica inoperancia municipal: con el tiempo dejaron de ir a los barrios y a las entidades, y prefirieron seguir cobrando sus salarios resguardados en la calidez de alguna oficina municipal, y otros renunciaron a cualquier actividad para transformarse en plácidos ñoquis. El proyecto participativo del Frepaso se esfumaba. La gesta progresista tocaba a su fin.

 

Cuartos con luces apagadas. A la misma hora que De la Rúa renunciaba a la presidencia, El Socialdemócrata era suspendido por el Concejo Deliberante a causa del fenomenal atraso en el pago de salarios (de 2 a 3 meses) y la imposibilidad recurrente de solucionar el conflicto laboral con los trabajadores de la recolección de residuos. Se iniciaba un caótico tiempo local y nacional por el estallido nacional. En Lomas se articuló un gobierno de coalición (PJ, UCR y vecinales) conducido desde el Concejo Deliberante por el peronismo. En octubre, las elecciones de 2001 habían arrojado un claro triunfo del justicialismo, que obtenía la mayoría legislativa: las cartas estaban echadas. Di Dio intentó volver en el verano caliente de 2002, pero terminó pidiendo una licencia definitiva. El colapso era absoluto, y salir de los escombros costó mucho tiempo. Después de regularizar el pago de salarios, el gobierno parlamentario de la coalición peronista trató de restituir el normal funcionamiento de la gestión municipal: en esos dos años (2001-2003) se pudo emparchar, y devolver al distrito un municipio viable.

El tiempo de la ilusión redentoria llamada nueva forma de hacer política que brillaba en la verba chachista, fue, en los hechos lomenses, la pesadilla. Como en el país.

De Cómo el Frepaso Gobernó Lomas (I)