jueves, 14 de mayo de 2009

Semblanza Inconclusa del Tano Bruno


Las convocatorias en Santa Marta y Villa Albertina eran multitudinarias: en esas humildes barriadas del fangoso Cuartel Noveno habían comenzado a funcionar los dos primeros Consejos de Organización de la Comunidad, aquel dispositivo de participación creado para encauzar los reclamos populares y satisfacer más eficazmente las necesidades básicas de esas comunidades sumergidas en el lodo de la desidia.

Juan Bruno Tavano fue quizás el único intendente de Lomas de Zamora que asumió con un plan de gobierno previamente consensuado con los vecinos: durante 1991 se dedicó a caminar todo el distrito y explicó a más de mil entidades intermedias (clubes, sociedades de fomento, cooperadoras escolares) el proyecto de participación que las iba a tener como protagonistas cuando en diciembre se transformara en intendente, y que estaba inspirado en la doctrina peronista de la "Comunidad Organizada".

Y entonces Bruno llegaba a Santa Marta y a Villa Albertina, el C.O.C. atestado de gente, las instalaciones precarias, la desordenada improvisación de lo novedoso, viene el intendente al barrio, viene a escuchar los reclamos de los vecinos. El tipo recién asumió, y viene al barrio, qué joder. Y llega el tipo grandote de ojos claros, mirada dura y bigotes, y con ese rostro te mira a la cara, mano a mano, y pregunta y escucha, es el intendente. Ese intendente que hacía cosas que los anteriores no habían hecho; ni Duhalde ni el Negro Toledo.

El Tano Bruno (Bruno a secas, y todos sabían quién era) no gobernaba desde el segundo piso del Palacio Municipal. Tenía una profunda visión territorial de la gestión y de la importancia que tenía establecer un cauce efectivo a los reclamos populares y evitar que la discusión política diluyera la materialización de las peticiones vecinales: evitar, como él mismo dijera “que se produjera el estado de asamblea deliberativa permanente”. Y sí, el Tano nació en la pobreza y no fue a la universidad, por lo que desconocía los plenarios de la FUBA.

En la alborada de los setenta militaba con los gráficos de Ongaro (como ese otro gran intendente que fue Pedro Pablo Turner, aunque no era tendencial como éste), fue JP pero compartía el grupo ortodoxo de Duhalde, Toledo y Mércuri, laburaba en Acción Social mientras Duhalde era el intendente más joven (74-76), y durante la dictadura se ganó la vida como albañil, haciendo changas y repartiendo damajuanas para La Simbólica. En su juventud había sido boxeador aficionado. Fue intendente desde 1991 hasta 1999.

Si uno pregunta en las zonas céntricas del distrito por Tavano, dirán que era un chorro, un impresentable, algunos dirán falsamente que era analfabeto, otros destacarían el escándalo de las fotocopias del Concejo Deliberante y su final de gestión, ensuciada por el atraso de pagos salariales y por ciertos problemas fiscales que repercutieron en los servicios municipales; ciertos sectores militantes le jugaron en contra en las elecciones de 1999 que perdió por dos mil votos contra el frepasismo aliancista.

Pero si iniciamos el sendero hacia la periferia distrital, las valoraciones serán distintas: pocos intendentes son los que bajan a los barrios y ponen la caripela tanto para el halago como para la puteada. Esta es una semblanza inconclusa, porque son muchas las cosas que se puede decir, y son muchas las cosas que no conozco.

Hay concejales que cuando asumen juran por la Patria, por Dios y por Juan Bruno Tavano. Cuando falleció, en el verano del 2000, y la noticia llegó a la Municipalidad, yo vi, conmovido, lo impensado: vi que los empleados municipales lloraban.


(Actualización: Agrego el artículo que me envía el co-terráneo Walter, escrito días después de la muerte de Tavano, porque habla por sí mismo.)

UN MILITANTE.

Por Walter Besuzzo

Como una de esas cosas de las que habla Serrat que uno guarda en un rincón del alma, así guardaré la primera y única charla a solas que mantuve con Juan Bruno Tavano.

Aquella conversación, realizada cuando ya era un hecho reconocido su derrota electoral y que sólo anunciò a algunos de sus compañeros, constó de mi parte de una aclaración y un pedido. La aclaración fue que mis críticas en el Concejo Deliberante a algunas de sus políticas municipales, jamás lo alcanzaron a él como persona. Nobleza obliga recordar que ni en nuestras más encarnizadas peleas ni él, ni el bloque de concejales del entonces oficialismo, ni quien escribe estas líneas, caímos en la agresión gratuita y la provocación artera (lo aprendí en el debate con sus mejores espadas en el recinto del Concejo: el “Chino” Navarro, Don Carlos Pisani, Carlos Fiorentino y Ramón Macari). Juan Bruno Tavano me miró y con su enorme mano extendiéndome su, también, enorme mate me dijo: “DEJATE DE JODER BESUZZO, SI VOS SOS PERONISTA Y AQUELLO ERA UNA CUESTION POLITICA (el mismo nudo en la garganta que tuve en aquel momento, se repite al escribir estas líneas) Y ANTES QUE ME LO PIDAS, YO TE LO DIGO: YA PROMULGUE LA ORDENANZA DEL PASE A PLANTA PERMANENTE DE LOS COMPAÑEROS DEL P.I.C. Y LA DEL ESCALAFON” (yo recordé entonces la galería de rostros de los compañeros que alcanzarían la felicidad que le otorga a un trabajador la estabilidad laboral y por un instante pensé que si algo valió la pena de mis cuatro años de concejal fue haber contribuido a la alegría de los trabajadores).

Guardé silencio. Aquel hombre, con su mirada perdida, seguía hablándome y me dijo que había que recuperar el peronismo y que tenía una certeza: “BESUZZO, YO SÉ QUE SOY EL HECHO MALDITO DE LA BURGUESIA DE LOMAS. ALGUNOS PROPIOS Y OTROS AJENOS, NO ME PERDONAN MI ORIGEN. NO PERDONAN QUE UN HOMBRE COMO YO HAYA SIDO INTENDENTE”. Tavano cuidó aquellas palabras como alguien cuida a sus hijos, a sus nietos, a sus flores. Tavano fue un militante (el mayor y mejor atributo que pueda tener un Intendente del conurbano bonaerense) y acaso asumió en sus últimas horas de vida la responsabilidad del traspié electoral del pasado 24 de octubre mientras miraba ese inconmensurable mar que tantas veces había cobijado su propia felicidad. Para él, como para cualquier militante, resulta intrínseco el asumir personalmente los costos y los errores de la derrota, aún aquellos que le fueran ajenos.

Volvió a hablar con orgullo de la resistencia a la dictadura y yo recordé que en 1996 cuando conformábamos, desde nuestra identidad peronista, el FREPASO lomense a pesar de mantener una confrontación durísima con el Partido Justicialista, aquel hombre que tenía frente a mí, no dudó ni un instante en convocar a sesión extraordinaria para repudiar las palabras del procesista Suarez Mason que acusó de subversivos a los integrantes del Frente Grande (nunca hasta hoy fue reconocida nacionalmente aquella generosísima actitud).

A la altura del gigantesco quinto mate, hizo mención a su pelea contra Yabrán. Cualquier militante político sabe que aquello le trajo consecuencias, presiones y amenazas que él jamás magnificó y a cualquier estúpido puede pasársele por alto aquel hecho y vituperarlo gratuitamente sin saber que, aún en la más cruenta confrontación política hace falta el “don de gente”, su ausencia no nos hace más combativos, nos hace más estúpidos.

Juan Bruno Tavano era un hombre de la democracia, las palabras de la Concejal Cimarelli en su última sesión para con él así como el emocionado homenaje que le tributó el Concejal Nestor Fleitas, pueden dar fe desde la U.C.R. de lo que digo.

Ese hombre que charló conmigo, más allá de sus errores y de sus aciertos, conocía a su pueblo, sus alegrías y sus tristezas llevándose de cada acto o de cada reunión el olor y las marcas de los barrios, ya sea el humo de un choripan o la salpicadura de barro en su ropa. Las pequeñas vecinas, los inmensos morochos, los acongojados gringos, los inconsolables ancianos, los más humildes militantes de los barrios más pobres de Lomas de Zamora que entraron, salieron, tocaron su cabeza, aplaudieron y poblaron de lágrimas su velorio son el mejor testimonio de lo que digo.