viernes, 28 de agosto de 2009

El tambor

Algo sobre el proyecto de ley de radiodifusión que el gobierno mandó al parlamento: lo primero, la necesidad de una nueva normativa que regule la materia. En este sentido, ya el proyecto es un avance que merecería una discusión parlamentaria acorde. Después, viene el caleidoscópico mundo de las expectativas que los sectores políticos y sociales depositan en esa ley. Acá la paleta de colores va desde el rojo intenso hasta el negro fúnebre. Desde el golpe final a la oligarquía mediática a la chavista supresión de la libertad de expresión. Con esas grandilocuencias deberá convivir la aprobación de un necesario y positivo proyecto de ley de medios, cuyo subsuelo fáctico es la relación Kirchner-Clarín, de la cual conviene recordar que hubo tiempos idílicos que supieron coincidir con los mejores años kirchneristas, cuyos avances y retrocesos políticos no eran medidos de acuerdo a la incidencia del multimedios.

Pero lo que deberíamos contemplar es que ninguna discusión se manifiesta bajo pautas ideales, y que también el kirchnerismo pasará, pero la ley quedará.

El ralentado redoble kirchnerista post-electoral, proporcional a los tironeos opositores, daría cuenta de alguna verdad popular: que la elección de junio representó un rechazo matizado de la gestión kirchnerista de los últimos tiempos, pero no un veto a lo medular del “modelo”. Por lo tanto, la oposición se equivoca cuando manifiesta que el 70% los votó a ellos (un tótum abstracto, fragmentado) y a favor de un cambio de raíz que en realidad estaría negando la legimitidad que tiene el gobierno para “aplicar los kilos”, y ejercer el poder que tiene en su haber. Si la ley de medios se aprueba, nadie va a salir a movilizarse en furibundo caceroleo. En la calle, de este tema mucho no se habla.

Inteligentemente, Cristina y Néstor con esta movida aprovechan para juntar cabezas “por izquierda” hacia el interior del dispositivo político que comandan, cuando se sabe que en términos fácticos la decisión política nunca se alejó de sustentar la gobernabilidad sobre la base de los “feos, sucios y malos” de siempre. Para sacar adelante “los fierros calientes” de la gestión (facultades delegadas, conflicto agrario) se confía en las compañeras Graciela Camaño, Roxana Latorre o María del Carmen Alarcón: gobernabilidad, porque el que herede también va a ser peronista.

martes, 18 de agosto de 2009

El Sol en la Espalda


La pluma duhaldista solicita moncloísmo sobre cimientos bipartidistas, y en el ordenamiento político que imagina, se ocupa de situar a Macri fuera del peronismo. Felipe Solá fue el primero pero no será el último que califique como lamentable cada paso en falso que dé la Mesa de Enlace cada vez que intente rebasar el perímetro posibilista que limita todo reclamo gremial. Los gobernadores y presidenciables peronistas procurarán que la barca fondee en aguas marasmáticas, y Kirchner también se pronuncia buscando asegurar continuidades en el trazo grueso de un nuevo cauce político que incómodamente cristaliza la cohabitación de axiomas menemistas y kirchneristas igualmente válidos.

Emparentar la “superación” de la actual etapa con imperativas nuevas identidades políticas de inminente parto es tan sólo el dato de un elegante escapismo hacia los atribulados confines del chamuyo. No es casual que (aun con cálculos y potencialidades disímiles) Duhalde y Kirchner contabilicen agrupamientos político-partidarios futuros de modo análogo, midiendo articulaciones, correlaciones y antagonismos sobre las bases de lo real, con ellos dentro del peronismo y “la derecha” afuera. Sin supravalorar la incidencia fáctica de ambos ex –presidentes en el desenvolvimiento de armados, sus discursos documentan sensaciones que lejos están de ser una isla: 1. los severos obstáculos que esperan a Macri para reeditar una alianza neomenemista, y 2. la necesaria reintroducción del radicalismo como interlocutor político de élite reabsorbiendo representaciones atomizadas y procurando restituir un poder de fuego territorial si es que Stolbizer logra desempolvar algunas fotos sepias. Ni bipartidismo a la carta, ni polarización a la europea con ensalada Laclau, pero sí una dinámica que puede alterar la manta corta de los tres tercios desde el socavón de “la vieja política”. En este sentido, siguen siendo las perimidas y vetustas tradiciones (en sus expresiones mutantes) las que inauguran ciclos políticos que van fijando una educación de la democracia manifiesta (alfonsinismo, menemismo, kirchnerismo) de acuerdo al pulso popular.

Son estos mojones políticos los que cristalizan qué es lo que hay y qué es lo que falta realmente, qué cuestiones se van sedimentando como piso para dejar de ser debatibles y qué otras viene a ocupar el campo fértil del orden del día. No leer el palimpsesto democrático equivale a la reproducción de pétreas plegarias a izquierda y derecha, que viene regando las plantas del balcón preferido: más que otro ladrillo en la pared, otro tomo en el anaquel. Y lo peor es que esa acumulación de prosa herrumbrada que cuenta barbaries neoliberales y populistas que “seguirían explicando la historia”, no interpela a las complejas mayorías, ya no lo hace.

De ahí que tanto el cargado denuesto de Kirchner y el progresismo al noventismo neoliberal y a sus neoformas macristas, como los espasmos institucional-republicanistas del derechismo partidario contra el terror kirchnerista no tengan anclajes más que marginales en el otrora epopéyico pueblo.

Cuando otros piden la coherencia en las convicciones de las ideas, yo pido la coherencia del pragmatismo de las ideas.

La sociedad menemizada (y por lo tanto, la más compleja de abordar políticamente para decodificar sus intereses) es la que votó en masa a Kirchner, y esta sociedad kirchnerizada votará (esperemos) a un peronista de derecha dentro de dos años: el humus social será en ese tiempo muy otro, porque el kirchnerismo habrá sedimentado muchas más capas del suelo democrático.

El kirchnerismo ya es rehén de su relato sembrado en años hegemónicos: por eso se habla de la pobreza, por eso todos tienen su proyectito de ingreso universal en las gateras, por eso se tuvo que frenar el aumento de tarifas. Y está bien (¿cómo había dicho Duhalde después de 2001?: “con la gente ya no se jode”, algo así), Kirchner lo hizo.

Desde el 28J y durante estos dos años se verá la zona menos florida del valle de la vendimia kirchnerista: un 30% de pobres para quiénes la retórica dorada del pleno empleo y la movilidad social ascendente es una lejanía palpable. Se trataría de comprender en qué medida, como dice Ezequiel, la sociedad del trabajo no asoma en las perspectivas inmediatas de muchas familias del núcleo duro.

Cuando en el 2002 yo tenía que asignar los Planes Jefes y Jefas de Hogar, las madres solas aparecían a la cabeza. No podían ir a laburar. No estaban en condiciones materiales ni espirituales para hacerlo. El otro núcleo eran los adolescentes y jóvenes sin escolaridad y a la deriva, para quiénes la factibilidad de la vida laboral era una quimera.

Con el kirchnerismo, una porción de ese núcleo pudo experimentar la volatilidad del trabajo en negro, pero no mucho más. Estamos lejos de aceptar (como sociedad) una ciudadanía social: ¿Quién se hace cargo de la imposibilidad material de acceder al empleo?, ésa es la pregunta que uno se hace cuando sale de una villa del conurbano, y que Cristina elude hacerse cuando habla (desde lo teórico, de manera correcta) de igualdad de oportunidades como un velado eufemismo que no hace más que confirmar aquello que decíamos hace algunos meses: los costosos límites autoimpuestos por el kirchnerismo para desarrollar su política social. La web del Ministerio de Desarrollo Social solía tener la típica frase insignia, bien pelotuda, bien FLACSO, “la asistencia social no debe ser clientelismo”. Una sobredosis progre en el área menos indicada. Ya lo sabíamos: los Kirchner siempre dijeron que la mejor política social es el trabajo, y lo que la coyuntura hace es tan sólo constatar los límites de una concepción, traduciéndola en costo político.

El gobierno debería asimilar la crítica de la pobreza: en una repasada panorámica de las argumentaciones que exhiben las espadas kirchneristas en los últimos días (Depetri, Cabandié, son algunos que me vienen a la memoria ahora), las enunciaciones se reducen a enumerar el pasado reciente: los cuatro millones de puestos de empleo y los dos millones de nuevos jubilados parecerían obrar como límite, y como sorda respuesta hacia el futuro; los que no votaron a Kirchner en junio, querían saber, quieren saber que va a pasar de aquí en adelante, no recordar la obra que ya habían votado. Alegar “falta de memoria” popular es pereza política, o paternalismo iluminado. Y el kirchnerismo está empastado en eso, en no hablar del futuro: se sabía que al final del túnel, cuando las cosas hubieran mejorado, el tema de la pobreza se sentaría en primera fila para acechar el viejo dilema kirchnerista.

Sería conveniente también no caer en una guerra de porcentajes con la que sólo puede entusiasmarse una oposición que después de ganar una elección se deshace en grotescas incapacidades (hasta los periodistas políticos con menos luces se cansan de tirar letra): cuando la Negra Camaño preguntó¿Alguien tiene una propuesta alternativa a la nuestra?” sobre facultades delegadas, lo dijo todo.

Hablar del futuro, porque dos años es mucho tiempo. No indignarse, aun cuando quiénes se escandalicen por la pobreza sean tipos como Biolcatti, que hacen de la impostura una costumbre. Yo no pondría en esa bolsa a la Iglesia, y menos aún a Bergoglio, que muuuucho antes que Cardenal, es un hombre político. Es el tipo que se sentó en el 2002 con Moyano y Duhalde en la mesa que parió al kirchnerismo, esa mesa en la cuál la CTA y Solanas no estaban.

Dos años para hacer política social, y que el subsidio entre a través de las madres, de las mujeres. Y por otro lado, hacer la épica de nuestros tiempos: el blanqueo laboral. En este aspecto todavía estamos en aquella fase de la educación menemista: la burocracia estatal se preparó para constituir ejércitos de inspectores de AFIP o ARBA. Todavía no se naturalizó que el otro ejército de inspectores, el que falta, es el del Ministerio de Trabajo.

Escuela Superior Peronista

miércoles, 12 de agosto de 2009

Ya se gastarán páginas, pantalla (como la cadena nacional de TN el domingo con la placa a fuego Pacto Kirchner-Grondona, o los quejidos anti-estatales de los empleados de TyC Sports como el combativo Chavo Fucks, y otros con rostros demacrados) y horas en decorar la indigna crónica del despojo, la"magna desprolijidad", que Grondona es ésto o Kirchner lo otro, se hablará de intenciones inconfesables, de prioridades que el Estado tiene y no cumple ( y esto último es verdad, pero la política no se hace con las tablas de Moisés bajo el brazo).
Lo cierto: que lo de TyC era un soberbio choreo, y que más allá de la confrontación Gobierno - Clarín (que globalmente se desliza por carriles disvaliosos para la gestión kirchnerista), la rescisión sólo le preocupa a la empresa que explotaba los derechos de comercialización, más no al pueblo futbolero, que quiere ver el fútbol.
Si la democratización del acceso a la información (a la cual el negocio de las empresas periodísticas es refractaria desde todo punto de vista, admitámoslo antes de asumir formas bienpensantes para condenar la negociación:Kirchner hizo lo mismo, en formas y tiempos, que hizo ante la decisión más relevante de este gobierno, la estatización de las AFJP), tenía que empezar por algún lado, era pudiendo ver los clásicos del domingo, gratis y para todos los hinchas.

sábado, 8 de agosto de 2009

La democratización de que puedan acceder a las cosas que también accedían los sectores privilegiados.
...el acceso a bienes materiales y simbólicos y también espirituales, tiene que ver con una necesidad de integrar a sectores carenciados, pobres, que son incluidos a partir de una política de Estado.

martes, 4 de agosto de 2009

Telepolítica: Sutiles Formas del Estigma

Anabela Ascar, firmísima junto al Pueblo posta-posta y mentora intelectual de Desierto de Ideas

Lo político que se estatuye vía imagen televisiva tiene poco que ver con lo que se dice y trasunta en quiénes hablan del género político. En ese sentido los programas políticos sólo importan en la medida en que el entrevistado (por lo general, un político) pueda producir algún axioma digno de perdurar. En lo que respecta a los periodistas especializados, los invade el mismo síndrome que a los periodistas deportivos con el fútbol: no saben de política. Esa única razón explica que alguien como Lanata haya “hecho escuela”.

Cuando se habla de las intenciones políticas de los medios de comunicación, se suele evadir la sinuosidad y ambivalencia con que los medios funcionan, y la disparidad con que la sociedad recibe el borbotón informativo, más allá de difusas pretensiones originarias. Son los sectores con vocación lectora los que suelen quedar atrapados en la borrasca, tanto por izquierda como por derecha. Y suelen ser estos sectores los que visualizan como contundente y uniforme el efecto mediático, pasando a derivar de ello las “laceraciones políticas” que provoca en el cuerpo social.

La problemática de los medios masivos no la explica ninguna linealidad argumental, es parte de lo que hoy debe contemplar la política, que no puede prescindir de las formas tecnológicas, ni confrontarlas mediante anacronismos que las sociedades no van a sentir como movilizadores. Creo que esa encrucijada enfrentan algunos gobiernos latinoamericanos cuando le dan centralidad política a una estrategia de confrontación con los medios masivos de comunicación. No porque las empresas periodísticas no tengan intencionalidad política, sino porque el terreno de disputa es fuertemente disvalioso aún contando con mayorías populares organizadas políticamente (como parece tener Chávez), que más temprano que tarde pueden convertirse en creciente pérdida. Yo no veo a Lula gobernar “contra” los medios, y no por ello la política social del gobierno brasileño es menos exitosa (hasta los propios opositores admiten esto). Lo creativo de la política es que permite elegir los caminos y los adversarios para la producción de poder… y también para dilapidarlo.

En la televisión argentina persisten sutiles formas de estigmatización que hacen blanco en lo negro: el programa Policías en acción se mira en barrios residenciales, y como una telenovela en tiempo real de todas las miserias de los pobres que da lugar luego a los dedos acusatorios. La barbarie está apelotonada en la pantalla de modo homogéneo, y nadie atisba a preguntarse si la misma escena de violencia familiar, violación o etilismo se produce en otras escenografías menos marginales.

Diferente es la intencionalidad de los especiales de Justicia por Mano Propia de Crónica TV, porque no hay edición y tiene un tono más neorrealista: el problema de la inseguridad lo sufre el pobrerío y no es una “lucha de clases” a la usanza progresista. Los dos son medios de comunicación televisiva, pero muestran de distinta perspectiva, no son una compacta “derecha”.

En CQC se sigue expresando quizás el gorilismo más ambicioso de la televisión; el programa no se da tregua a la hora de predicar la moralina política por todas y cada una de las Intendencias del Conurbano y del país: el Estado como exclusivo foco de corrupciones, malversaciones y violencias. CQC es ese símbolo cultural de la resistencia antimenemista, y que, cuando alguien se cansa y les da unos cachetazos por sobredosis de soberbia ética (el manual Página/12-Frepaso), se amparan en ADEPA para buscar solidaridad ante el incendio que ellos mismos provocan.

lunes, 3 de agosto de 2009

A la luz de las velas


… transcurren los días de un sopor político reconfortante. Un prudente tiempo kirchnerista de jornada laboral política bajo el tinglado gubernamental para la reconstrucción de nichos de confianza que fueron horadados por un exceso de morfina revisionista de tono enciclopédico que acumuló microclima como una olla a presión, y descalibró la mira certera por primera vez en cinco años. No es grave, pero como forma y fondo van de la mano (ese es un rasgo del tiempo democrático, y hacer política incluye lo antipolítico como una bolilla más del programa), apostar mucho al relato y poco a las coyunturitas que van naciendo todos los días en la vida cotidiana (un amigo “apolítico” no kirchnerista me decía “a mí me gustaba Kirchner, venía haciendo las cosas bien, pero después, no sé lo que le pasó”: ese “pero después” es el 2007). Hubo un momento en el que se pensó (en ciertos ámbitos militantes que debían mantener la sintonía fina, y esto lo digo para oponerlo con los intereses efectivos de las amplias franjas de la sociedad que no deben cesar de ser interpelados sin soberbia ilustrada) que más que a cerrar los capítulos pendientes de la cuestión Derechos Humanos (el perdón estatal de Kirchner en la ESMA, la judicialización completa de los delitos de la represión ilegal), el kirchnerismo también venía a representar la reintroducción aggiornada de “un pensar la realidad” desde los ´70 interrumpidos trágicamente, una restitución de formas interpretativas que la izquierda peronista había elaborado para una coyuntura que ya no existe, y con la cual muchos fantasearon peligrosamente, hasta condensarse en una muy desafortunada comparación que Nicolás Casullo tiró en medio del conflicto campestre: el kirchnerismo es lo que el peronismo del ´73 debió haber sido. Bajo este paraguas teórico distorsionado se consolidó una lógica de binarismos que no despeinó ninguna conciencia popular, como terminó de documentar el resultado electoral, y con ello se certificó también el pase a retiro del cartaabiertismo como think tank kirchnerista. (Digresión: “la teoría del cerco” mediático se parece mucho a una repetición farsesca que juega de manera autoexculpatoria, ahora, y ayer. Muchachos, por lo menos usen otro lenguaje.) Hubo un día en el que Kirchner hizo poner “clima destituyente” en un documento del Partido Justicialista.

En todo caso, el kirchnerismo fue lo que el peronismo debió ser después de su etapa menemista y del desfonde final del 2001, y esto hace que se pueda decir sin estridencias, que fue el mejor gobierno de la reapertura democrática. El kirchnerismo no es una izquierda peronista de la víspera, así como el peronismo no kirchnerista no representa una derecha peronista: la pretensión de recrear clivajes fosilizados implica desconocer bajo que marcas se identizó la sociedad democrática y minimizar las densidades políticas del alfonsinismo, y fundamentalmente del menemismo en este proceso, aún con sus tramas fuertemente antipolíticas. Con ese “material” político-social se trabaja hoy de derecha a izquierda, y toda pretensión de proyecto nacional debe convivir con claves que no tienen nada que ver con las biografías políticas que le dieron origen al “peronismo de izquierda” (1955-1973 es un museo y no origen para la producción de actuales representaciones políticas, y Néstor y Cristina entendieron esto y entonces hubo un apogeo kirchnerista, pero muchas militancias, las que debieron darle solidez política a eso que venía “por arriba”, persistieron en el binarismo).

Hacia lo intrínsecamente peronista, el kirchnerismo saldó un silencio histórico a ser testimoniado: la tajante inclusión oficial en el inventario peronista de su generación setentista y de su muertos negados por las sucesivas dirigencias peronistas postdictatoriales, para situarla como parte de una fase histórica peronista concluida, y punto. Cerrar el círculo, y nada más. Dejar constancia en actas de una pertenencia política y hacerlo sin caer en valoraciones ético –morales con espíritu excluyente. A eso apuntaba el texto inaugural de este blog, dando cuenta de que el cierre simbólico propiciado por el kirchnerismo nunca supuso un desempolvamiento teórico-operativo de los libros de Pepe Rosa para interpretar las claves de la realidad nacional que nos atraviesa desde 1983. Cierta incontinencia reflexiva homologó las saludables formas confrontativas del kirchnerismo a una nueva alborada del antagonismo nacional, difunto como sustancialidad política de la víspera y con un valor político absolutamente secundario aunque existente (no hay más que escuchar a Biolcatti para comprobarlo), y el conflicto agrario fue leído como un homogéneo choque entre un bloque oligárquico y uno popular, descartando de manera irresponsable los mil y un matices que habitaron la disputa, como si lo que no se quisiera asumir desde ciertos sectores intelectuales y políticos (los que clientelizan un discurso que excede con creces la importancia política de los acontecimientos que le dieron origen) es que toda política pasa por las formas de realización concreta del mejor capitalismo posible, y que ello obliga a barrer con prejuicios, premisas e himnos del corazón que se indispongan con esta construcción. Es en este sentido que el nacional-populismo que creció al calor kirchnerista debe resolver su situación interpretativa frente al contexto y las reformas impuestas por el menemismo. Kirchner lo tuvo resuelto siempre, aun cuando putea contra los noventa, porque es una década que conoce bien. Pero sus lealtades militantes “por izquierda” también deben registrar el final de un paradigma antagonista para medir el aceite de la política argentina, so pena de irse por la banquina, Esto es algo distinto de la lógica conflictiva que restituyó Kirchner, pero para discutir los problemas que hoy debe discutir el país: la distribución de la renta, la definitiva autonomía política del Estado (que comenzó Menem), la naturalización del Consejo del Salario como instrumento de una laboralidad, que como dice Recalde, no puede volver a instalar escenarios de retroceso.

Todo esto se discute adentro del Estado, por eso es importante que lo nacional-popular (acaso un significante tan vacío como el progresismo, ay) defina definitivamente y de cara al futuro del peronismo (un futuro no kirchnerista) su relación con lo que el peronismo es, con la realidad justicialista que comprendió cómo hacer política y cómo supervivir porque estaba más cerca de lo que el pueblo fue votando desde 1989 hasta acá. No puede ser que “el peronismo de izquierda” o “lo nacional-popular” se viva yendo de la realidad peronista de cada etapa (Herminismo, Menemismo, Duhaldismo, ¿Kirchnerismo?, post-kirchnerismo, y TODO lo que venga). Basta de solicitadas del tipo “Por qué nos vamos”, y menos después del kirchnerismo. Por eso me gustó lo que escribieron María Esperanza Casullo y Mendieta, porque es un dato de la existencia kirchnerista hacia lo que viene.

El peronismo hace política desde el Estado, y desde afuera siempre hubo sólo un cómodo asiento en la platea del inconformismo psiquiátrico. Hasta Kirchner sabe que hay un post-kirchnerismo y que el kirchnerismo está dentro de eso: el verbo que más se repite en un libro de Perón es crear.