lunes, 28 de septiembre de 2009

Eran los Padres (Veracruz)

Una más, y no jodemos más con la ley de medios. No jodemos más porque la luz de la marquesina jode, encandila, satura, arranca fastidios, estimula al resoplido. Las mayorías cambian de canal, ponemos TCM y miramos Veracruz, nos hundimos en ese triángulo de la necesidad que cincelan Burt Lancaster, Gary Cooper y Sarita Montiel. Y está bien, porque lo groso ya está, los mozos de las pizzerías dejan de laburar y se paran a ver el fútbol sin codificar.

Tranquilo papi, que Ramón Saadi te vota la ley sin discurso bíblico, aunque esa escena sea tan poco decó para los que quieren que esto sea un hito de la democracia y entonces ensalzan el comprometido voto principista de Giustiniani: los dos valen uno, y nadie se tiene que poner de rodillas salvo que se trate de practicar una felación.

Son cada vez menos los que miran canales de noticias en estos días y cada vez menos los que leen solicitadas y gacetillas de apoyo; la endogamia es un lecho cálido hasta para quienes declaman vilipendiarla, y la queja áspera de la calle es tiesa: me tienen las pelotas llenas con la ley de medios. Como si no hubiera urgencias vastas de las que ocuparse, es el predicado fogoso de la casa suburbana. Miramos Veracruz, y nos relajamos.

Lo dicho: ni le irán a llevar lágrimas y flores al clarín sepulto, ni habrá renovados vítores reconquistados en plaza de mayo. Si hay una conciencia general de la desmesura monopólica del sector, digamos que la afiebrada excitación originada en ello sólo corresponde a una minoría que lo pasa a visualizar como lucha política “de clases” de la escuela primaria; y en un más acotado vestíbulo conversan los que van a comer, y del otro lado de la pared están los futuros racionados, como suele suceder.

Se trataría de saber si el kirchnerismo le va a cumplir todos los deseos a un imaginario político restringido pero sediento que asentó identidades a partir de marzo de 2008: en esos días el kirchnerismo comenzaba a sacrificar una mayoría. Si la agenda política venidera pasa a ser el sueño húmedo que anida en el cartaabiertismo y La Cámpora (una recorrida completa por el espinel de los altruismos étereos de un marketing político), va a haber que ir reservando mesa y pedir una cerveza helada en una solitaria y polvorienta taberna (que se va a ir llenando) en El Paso, mirar la ruta, y esperar.

Lo que al menemismo terminó pasándole “por derecha”, al kirchnerismo le podría pasar “por izquierda”: el crepúsculo de la jornada suele traer la misma brisa en ambos casos. Por eso, lo peor para los habitantes de la Nación es que dentro de dos años veamos la película Kirchner-Cobos-Macri en el parnaso electoral. Película que filma cierto kirchnerismo talibán mientras se frota las manos y vela por los contratos, acaso desconociendo qué tan fatal es en política es forzar situaciones. ¿Le interesará comprender a Kirchner que si él no se derechiza, por lo menos debe dejar venir al peronismo de derecha que requiere la víspera? Hmm, difícil. Y simple: derechizarse para sostener una mortecina pero verdadera representación real de masas de acá al 2011; para que los daños no sean algo más que colaterales (lo que desvela las noches de la Negra, el Cardenal, y espero, el Hugo).

En esta esquinita arenosa de Lomas, una mujer a la que los años divorciaron de la laborabilidad me explicaba la cosa: eran días preelectorales y ella lo sabía escasamente porque los vaivenes de la informalidad habían dejado a sus dos chicos sin laburo con pocas horas de diferencia, después de algunos años sin sobresaltos (estabilidad en negro levemente por debajo del mínimo vital y móvil). Los chicos son, obviamente, el sostén: a mí el señor Kirchner me cae bien, pero no lo puedo votar.

Evidentemente, las circunstancias la obligaron a votar a De Narváez, aunque ella no cultivaba el entusiasmo por la opción, así fue que sostuvo un voto racional y responsable por el Colorado, sin dejarse llevar por el relato (“en marzo del 2008 empezó la distribución del ingreso, y entonces…”). Y la mujer me dijo: “Los Kirchner están a la derecha de los Duhalde en lo que es subsidios, planes y ayuda social. Tienen que cambiar eso, y hablarle mejor a la gente. A la gente nadie le habla. ” Era una esquina soleada, y había que derechizarse políticamente para correrse socialmente a la izquierda, me decía esa mujer rota.

Entre los discursos menos pudientes que pivotean alrededor del aval a la ley de medios figura el que sólo atina a decir que hay que cambiarla porque es una ley de la dictadura. Bien. Y hablando de leyes de la dictadura, digamos que hay muchas que parecen no invitar a la ansiedad reformadora a pesar de tener una centralidad política clave. Se entiende que el establishment conservador no quiera oír, y es comprensible que la progresía delire con la Barrick y el arco iris, y es enternecedor que el kirchnerismo talibán vaya por la batalla mediática y algunas estatizaciones insólitas, pero que ninguno coloque la oreja en el suelo. La primera ley de la dictadura que merece una épica es la Ley de Contrato de Trabajo: esa sería una madre de batallas atendible. Restituir esa obra monumental del derecho popular que talló con obsesiva paciencia Norberto Centeno y que transformó en ley medular de los trabajadores el gobierno de Isabel en la primavera del ´74. La ley Centeno fue dinamitada por la dictadura en mayo del ´76 (la ley de radiodifusión la dictaron recién en 1980 ¿se entienden las urgencias?), y su autor desaparecido un año después (Centeno, Smith…Walsh se dio cuenta tarde cuál era el objetivo clave de la represión dictatorial y al que ellos fueron funcionales, pero se dio cuenta.).

La ley vertebral del trabajador argentino es una ley de la dictadura, que se esconde bajo el eufemismo “texto ordenado por decreto 390/76” y es perversamente nombrada con el número de la ley originaria: 20744, como si todavía fuera la de Centeno, la que dictó Isabel. ¿Sabrá todo esto la minoría que reina, el cartaabiertismo y los neocamporismos berretongos que imperan en las alturas? Alfonsín, Menem, y De La Rúa terminaron de liquidarla a base de “imperativas reformas”; la sangría paró en 2002, pero nadie parece tener urgencias por restituir. En seis años de correcta política laboral kirchnerista, sólo un artículo restituido. Demasiado poco. Erráticamente, se privilegiaron otras calenturas, y una grotesca paradoja kirchnerista podría ser que no quede ninguna nueva legislación laboral después de 2011, pero sí haya una ley de medios, una ley de despenalización de consumo de drogas, una ley de matrimonio gay, una ley de protección de glaciares, una ley de audiencias públicas, una ley de transparencia en los actos de gobierno, una ley de participación ciudadana, una ley de entidades financieras…

¿El nuevo parlamento tratará la nueva ley de contrato de trabajo, que ya existe y es vieja y nueva, porque ya tiene 35 años de desuso? ¿Hay alguien además de Recalde (espero que la compañera Rucci desde diciembre) que hable de este tema? ¿Habrá tanto jacobinismo minorista (talibanes, vietnamitas) en desaforado apoyo a esa ley, como hoy lo hacen admirablemente con la ley de medios? Ojalá, pero las pasiones emanan de una idiosincrasia.

Caminamos por la ruta y el sol nos sigue pegando en la espalda, la nuca se nos pone colorada. La taberna ya se avizora, nos espera una cerveza bien helada, el vaso opacado por el polvo del desierto.