viernes, 30 de octubre de 2009

¿Breves? Notas sobre el Peronismo Lomense

La flamante renuncia del intendente Jorge Rossi coloca efímeramente y en sede mediática a la política lomense. Como lo que leí en diarios y blogs no sobrepasó el análisis liviano, un tanto difuso y con algunas omisiones, acá van algunas notitas al paso.

El peronismo lomense adolece desde la muerte de Juan Bruno Tavano (más bien desde los últimos años de su segundo mandato) de una mínima capacidad de conducción para admnistrar los férreos internismos que han dominado la lógica de la política local.

Lomas no ha tenido un Mussi, un Curto o un Othacehé que garanticen pisos altos de gobernabilidad y fuerte capacidad de encuadramiento de la tropa. En municipios de compleja viabilidad como Lomas o Lanús, ambos factores devienen claves para sostener un caudal de poder político razonable que no haga naufragar el barco: no hay que constatar sino los índices presupuestarios que afrontan los municipios del conurbano como para entender que siempre se está más cerca de Devoto que de la Gloria.

Traducción: además de gestión necesitás un Concejo Deliberante fuerte porque si la mayoría legislativa se pone en riesgo, entrás en una crisis política que no se contrarresta con una buena gestión.

(Después se quejan porque Othacehé disuade internismos con poca diplomacia. El Vasco lee una página de El Príncipe cada noche antes de dormir.)

Durante el gobierno del Frepaso (1999-2001) se produce el colapso económico-fiscal del distrito. En el plano electoral, se instrumentan las colectoras, que profundizan el internismo y la fragmentación del peronismo local a favor de un mayor fraccionamiento de votos para el cuerpo de la boleta de los candidatos nacionales. La coalición parlamentaria conducida por el peronismo que se hace cargo del muerto frepasista (2001-2003) sanea parcialmente las cuentas municipales y devuelve pisos de gobernabilidad aceptables.

Cuando Rossi asume en 2003 (con el 40% de los votos) se completa el ordenamiento básico de la ecuación  fiscal, tan sólo para que el municipio vuelva a ser gobernado con cierta normalidad: en ningún caso estamos hablando de una “gran gestión”, sino de restituir los servicios municipales que el Frepaso había dejado de prestar.

Un dato soslayado en todos los análisis que leí: hasta el momento de su candidatura, Rossi no venía tallando en la política diaria lomense en forma directa (como sí lo venían haciendo el Chino Navarro, Mércuri, Marcela Bianchi o Pablo Paladino), lo cual refuerza la falta de conducción del peronismo local.

La interna Rossi-María Elena de 2003 reafirma lo etéreo de las figuras y la ausencia de un político con peso y juego propios en el distrito.  En este sentido, Rossi no fue la excepción: la estrategia política del intendente erró por varios costados (por ejemplo, jugar con Duhalde en 2005 cuando lo que se necesitaba era fortalecer el poder político municipal, como hicieron otros intendentes que leyeron bien el contexto y jugaron con Kirchner), y el festival de las colectoras de 2007 y 2009 terminaron de oscurecerle el panorama: de un 40% en 2003 a: 20% en 2005, 17% en 2007 (reelección) hasta un 23% en 2009 no hay gestión que aguante, porque con el Concejo Deliberante (HCD) horadado no hay tranquilidad política y la gestión se empieza a dañar. No en vano varios intendentes experimentados vieron con recelo la candidatura testimonial, porque la prioridad era blindar los HCD y gobernar tranqui hasta 2011.

Toda esta cuestión se relaciona con un tema más estructural y poco analizado: la fragilidad jurídica de los Ejecutivos Comunales de la PBA frente a los Departamentos Deliberativos (más aun en el conurbano, con distritos de baja viabilidad fiscal) según el esquema legal de la Ley Orgánica de las Municipalidades (LOM). Una mínima falla de gestión del intendente en una coyuntura sin holgadas mayorías legislativas, lo ponen a tiro de la destitución por mal desempeño.

Una reforma profunda que postule la autonomía municipal podría modificar este grave problema. Pero hasta tanto no se presidencialice el Ejecutivo Comunal, el deber político del intendente es cohesionar la tropa a cualquier costo para poder gobernar.

La renuncia de Rossi se relaciona entonces más con fallas en el armado de la base política de sustentación que con cuestiones de desempeño institucional, como erróneamente se quiere hacer ver desde algunos medios.

Los intendentes posteriores a Duhalde nunca pudieron despegarse de la delegación duhaldista que los depositaba en el cargo: no pudieron construir una autonomía política que les diera liderazgo propio. Tavano lo logró parcialmente, pero nunca pudo escapar a las tensiones internas entre la pertenencia duhaldista y el camino autónomo. Pero el Tano pudo desplegar una política propia de gestión que incluía además del cuerpo a cuerpo con los sectores más postergados, una inteligente estrategia de interpelación a los sectores  medios desde el peronismo mediante los largos períodos de intendencia interina que desarrolló Marcelita Bianchi, cuyo laburo en este rubro no puede desconocerse (sobre todo en la incorporación de militancia), aun bajo la matriz duhaldista que rigió al proceso, cosa que no sucedió sólo en Lomas.

En el caso de Rossi, una falla notoria fue no tener política visible para la clase media; apostó al electorado histórico y se hicieron obras largamente postergadas como la canalización del Arroyo del Rey, red de agua potable en zonas periféricas, pero hubo una ausencia notoria en las zonas céntricas (que también votan, aunque no tanto al peronismo). La obra pública representa un aspecto importante pero parcial de las demandas populares en tierras carenciadas, por lo que no se puede apostar todo a ello.

El mecanismo de las colectoras (creado por Duhalde y reutilizado por Kirchner), articulado a los males endémicos de la política lomense, terminó por agravar la situación del peronismo: la fragmentación puede dejar al Municipio en manos de la CC, como casi ocurre en 2007 y 2009. Me parece que ni el más purista de los peronistas querría que esto suceda.

Cuando algunos amigos (hombres de a pie, militantes, blogueros) analizan la renuncia de Rossi omiten sorpresivamente algo clave: que Rossi fue candidato testimonial del kirchnerismo y que pese a ello, le enchufaron dos colectoras kirchneristas de último momento. Por mucho menos, (una sola colectora) un kirchnerista puro como el intendente de San Miguel Joaquín De La Torre (“Acuña y Cariglino me están ayudando a gobernar”, tremendo), que sacó el 14% y fue vapuleado por Rico el 28J, se bajó de la testimonial y todavía debe estar que trina.

Desde la simple ecuación política (haciendo abstracción de preferencias ideológicas) la cosa es simple: ¿Qué hubiera pasado si, por ejemplo, en Quilmes y en Lanús al Barba y a Darío les metían una colectora Aníbal F. y Pampuro respectivamente? Sacaban lo mismo que sacó Rossi.

Digo: Rossi no renunció ahora, lo hizo antes de la elección de junio cuando se enteró que siendo testimonial, le metían  dos colectoras para traccionar la boleta nacional. Es pura lógica política del poder, que no es de derecha ni de izquierda. Si encima quedás con el HCD dinamitado, te vas a la mierda, es simple.

Veamos los numeritos: Rossi gana con el 23% de los votos y la pérdida de bancas en el HCD lo deja liquidado. Las colectoras de Mariotto y la compañera Marcela Bianchi suman el 15% de los votos, Kirchner saca un 38 % a diputado. No es difícil deducir que con una sola colectora, Rossi sacaba el 30%, y yendo sólo (como el Barba y Darío, 37% y 33%, si mal no recuerdo) más del 30%, como casi todos los intendentes ganadores. Si por errores propios la situación de Rossi ya era delicada, las colectoras lo terminaron de enterrar, porque lo dejan sin HCD propio.

Yo entiendo que muchos compañeros y amigos vean como más taquillero pegarle a Rossi y festejar su renuncia por ser pejotero malo, duhaldista, “corrupto”, “transero” u “oportunista”, antes que pegarle a Díaz Pérez por su espantosa gestión en Lanús. Siempre hay una tendencia afectiva hacia las coincidencias ideológicas por sobre la valoración del cuero duro de la gestión real, digo, parafraseando a un tipo como Carlos Mugica, que captó en el aire todas las dimensiones posibles del peronismo.

Lomas y Lanús: dos distritos difíciles de gobernar. Rossi y Díaz Pérez. Un peronista de derecha y un peronista de izquierda, noveles intendentes que la pasan mal. Dos gestiones: la de Rossi, discreta. La de Díaz Pérez, mala.

Porque más allá de las apetencias políticas, está lo valorado de modo medular por la sociedad en la diaria y cuando mete la boletita: la gestión.

Y la verdad es que no me  alegro cuando veo cómo lo putean los vecinos de Lanús a Díaz Pérez (vecinos de toda edad, sexo y clase social), vecinos que, básicamente, lo votaron en 2007. Tampoco me alegra la renuncia de Rossi (no por él, que es un eslabón más entre tantos desaciertos del peronismo lomense, sino por el impacto que eso puede tener en la gestión y en el vecino), aunque no lo putearan.

Quiero decir: si le pegamos a Rossi, peguémosle con equivalencia a quiénes lo merecen de modo análogo, o más justificadamente todavía, aunque puedan ser tipos que nos caigan bien: yo quiero que les vaya bien a todos los peronistas, aunque puedan gustarme más algunos que otros. Por ejemplo, si decimos que lo de Roberto Panno en salud es flojo en Lomas, habrá que decir sin miedo que lo de Karina Nazabal en acción social en Lanús es muy malo.

Lo que importa, en el fondo, y en los votos, es la gestión.

jueves, 29 de octubre de 2009

Gracias, Croqueta


Siempre nos gusta que nos citen (para que negarlo ¿no?), pero cuando se trata de una biblioteca virtual peronista única e imprescindible como Croqueta Digital, y en un listado grosso  sobre el peronismo, lo que sentimos además es alegría y orgullo.

martes, 27 de octubre de 2009

Mientras la agenda nacional empieza a discutir qué tan universal debería ser la asignación por hijo, en la provincia y sin tanta promoción mediática se lanza el Envión, que Cacho Alvarez ya venía implementando eficazmente en Avellaneda (¿o no, Conu?) y que ahora se instrumenta a nivel provincial para los pibes de 12 a 21 años que no estudian ni laburan.

Lo interesante del Plan, es que viene tácitamente a retomar un debate en torno a la implementación político-social de los planes de asistencia  y su efectividad real sobre la vida popular.

Como siempre, el problema no es la abstracción universalidad-focalización, ni empleo o asistencia directa, sino qué recursos humanos y materiales se tienen para la instrumentación, además de una diagramación que posibilite el acceso rápido y masivo al beneficio, tipo Plan Jefas y Jefes de Hogar en el 2002.

El Plan Envión reinserta un elemento crucial en la política social: la necesidad de contar con una organización territorial que despliegue un rol socio-político insustituible para la perdurabilidad y eficacia del plan.

Aunque Cacho Alvarez no lo diga, la discusión que está detrás del Envión remite a las fallas estructurales de la política social de Arroyo: la debilitación de las manzaneras a partir de la implementación de la tarjeta alimentaria, que quedaron relegadas en sus roles de referentes barriales, situación que provocó fallas en la contención social de los sectores más postergados. Demás esta decir que las manzaneras desactivan quilombos jodidos que exceden largamente a la cuestión alimentaria. Para los que siguen pensando que se trata sólo del canje de bolsas de morfi por eventuales votos, la insuficiencia y las fallas que mostró la tarjeta alimentaria como supuesta panacea contra la pobreza y el clientelismo, habla de la complejidad del problema.

La aplicación del Envión (que le da una beca mensual a cada pibe mientras se capacita y estudia para entrar al mercado laboral, además de base alimentaria y actividades adicionales como deporte y arte) se hace en sedes barriales, devolviendo una dinámica social que se había perdido con la bancarización de la asistencia y el corrimiento de los beneficiarios del PJJH al Plan Familias (que anulaba las atribuciones del referente barrial para actuar en el territorio) promovida por la cosmovisión arroyista, cuyo fracaso se comprobó en los hechos. Con el Envión de Cacho vuelve, en parte, la política social posta. Que así sea.

domingo, 25 de octubre de 2009

No temas, Niño, a la Eurídice Pobre

Decidió su mano no rozar la carne aterida que dejaba escurrir el pliegue de la sábana. Dormida, ella le dice que ningún presidente de la nación debiera ir preso por corrupción. Que ningún presidente debería ir preso.

Leía un libro de Duhalde y Ortega que era un libro de la argentina: Memorias del incendio.

Leía y miró más allá de la cama, o del horizonte. Por la ventana entraban ráfagas azules y vómitos de lluvia. El piso estaba encharcado y en él se reflejaba la luna.

Cerró el libro y pensó en dos cosas. En la recepción de pobres y en el espíritu folk de una aristocracia política. Pensó que cuando tenía quince años, en Buenos Aires y en Tucumán, Duhalde y Ortega comenzaban a recibir pobres, y Gogol no estaba para narrarlo. ¿Quién escribirá el libro de las gobernaciones de Duhalde y Palito?

Recibir a los pobres. Relevarlos, dar audiencia, perder tiempo. Palito fue un gran gobernador porqué construyó la agenda de derecha que el pueblo necesitado necesitaba, y dejó una filigrana de despedida: no aceptó ser reelecto.

Milagro Sala sería lo contrario de una aristocracia política juvenil. El reverso de la moneda kirchnerista.

El flujo antipolítico que lapida a esa mujer ofrece una lectura proyectada que estremece. Ciertos sectores políticos (absolutamente regresivos con respecto del 2001) han clausurado toda comprensión cabal de la índole de las prácticas sociales en tierras post aliancistas, al visualizar a los movimientos sociales bajo el paisaje del bandolerismo rural. Sala y Bairoletto encriptados en una misma y brumosa silueta en el fondo del llano. Aun cuando nada justifique el escrache (como nada justifica que un -ex– presidente de la nación vaya preso por corrupción, dice ella), cada una de las intervenciones políticas de Morales parecen inexorablemente destinadas a consumar lo degradatorio.

La nimbada paradoja es que mientras las dirigencias se aprestan a rendir Pobreza I parados en la arena, le hacen juicio penal-mediático a una mujer a la que en realidad deberían recibir amablemente en despachos y comisiones para preguntarle cómo se instrumentan algunas cosas.

Que Milagro Sala haya estado en cana, en la falopa, que sea barra de Gimnasia y que haga “clientelismo” sólo contribuye a que se la deba escuchar con mayor atención cuando se la consulte por la asignación universal por hijo. Y que Milagro Sala ponga sobre el paño las diferencias organizativas que la separan y la enfrentan al Perro Santillán y otros movimientos sociales (todo eso que ella llama “la zurda”, eternos jugadores de yo-yo), no hace más que constatar la amplitud y la eficacia de una forma de organización social que lejos está de ser un paseo por París, como quisieran algunos, pero que expresa un nivel de realización cualitativa de trabajo social que incluso es una excepcionalidad dentro de la lógica de los movimientos sociales.

La aristocracia política juvenil tiene que sanar. El blog político también puede ser una aristocracia política, y cometer tenues pecados. “¿Cómo se produce poder político real desde unas oficinas de AA?”, pregunta ella con la voz dormida surgiendo de un remolino de sábanas. El piensa que el pecado se expía, no se conjura. Amaga con volver al libro, pero no. No se hace política para ser feliz. Por eso los niños tienen prohibida la política, porque hay que resguardar ese jardín del tiempo pizarnikiano, ese que tañe en la memoria.

Pero el joven tiene que someterse a los desvirgamientos para ir a la política, tiene que matar retóricas, idealismos preconcebidos, lógicas binarias, bibliotecas, roles históricos, porque la política es un sacerdocio: no se puede pecar.

La aristocracia debe sanar. No dejará de ser aristocracia, pero puede sanar si comprende que pertenecer a una casta de apellidos ilustres no da derechos adquiridos. Tomar un atajo no siempre es una ventaja.

Un profesor de historia militar dijo que no todos están para lo mismo, y por eso la aristocracia política está para producir ideas, relatos, si es que no puede producir otras cosas. Situar el relato político en todo lo que emana de una confrontación contra las formas mediáticas otorga un cómodo campo de interpretaciones: se puede ir desde cuestionamientos certeros a las construcciones de sentido que los medios hacen, hasta diluir los propios pecados como parte de “operaciones mediáticas”. Los límites son difusos (lo mediático es difuso, de fuertes seducciones semánticas, pero da poca ganancia política.) Se puede sanar, se puede hacer un alto en el camino de la dulce vida que es inherente a toda aristocracia. Se pueden hacer pesar menos los blasones, que nadie les negará el linaje. Está en su naturaleza, no lo pueden controlar.

Ahora ella dijo, cuando la sábana dejo su espalda nacarada desnuda, que en el cristal de la ventana, se percibía el pulso de los ríos. No llovía.

domingo, 18 de octubre de 2009

El Pago

“El itinerario de Ledesma es propio de la permisiva cultura política del justicialismo, en la que el cambio de camiseta durante el partido es una regla aceptada.”

 

¿Hasta que punto los reparos autoimpuestos para analizar el hecho político invisibilizan toda una trama de valores, prácticas e historias domésticas y microfísicas de la vida cotidiana de la política fuera de la marquesina mediática?

En la narración del periodista nunca aparece la crónica diaria de una militancia; lo que sólo se ve en el análisis (como en este de Wainfeld) es un antojadizo emergente devenido en máxima: aceptar el relato de una verdad fraguada desde el verticalismo dirigencial. Ledesma “lo abandonó” a Kirchner, ahora “deja” a De Narváez y éste “lo echa”.

Este es un discurso muy introyectado en las mentes pálidas tanto a derecha como a izquierda.

Refleja una concepción rígida y abstracta de la organización política (basada  exclusivamente en la homogeneidad de ideas) que suele articularse mal con la dinámica real que se expresa en los vaivenes de una militancia activando diariamente en la construcción política (construcción que no sólo es la de promover el bienestar comunitario por amor vocacional, sino la de construir espacios de poder y acumulación para el posicionamiento dentro de la estructura).

Efectivamente, las ambiciones del militante político no son estrictamente las de trabajar “para un mundo mejor” (como piensan los cultores del altruismo irrestricto declamado pero no practicado), sino también la de obtener una recompensa personal y escalar en la pirámide del poder; sería una falta de respeto al militante agradecerle sus servicios y premiar sus méritos con una cordial palmadita en la espalda o dedicándole un emotivo discurso: no se come, ni se llena la víscera más sensible con la insípida ingravidez de “las convicciones”.

Quizás lo que no entiendan o no quieran asumir Wainfeld y un amplio colectivo político que dice portar inquietudes populares, es que, sencillamente, hay que pagar.

La lealtad política no es un club de amigos, y lo decíamos ayer: una fuerza política que no defiende los intereses materiales de sus militantes, no puede construir una opción de mayorías duradera. Hay que pagar.

La historia es conocida: Ledesma bancó a Kirchner cuando no era nadie, Kirchner no pagó (o pagó mal, que es lo mismo) y fue desleal al tipo que lo trajo al conurbano; dañada la confianza política, el militante rumbea hacia lugares más hospitalarios donde su trabajo pueda ser reconocido. El Colorado era lo que había, como dijo el Negro, pero no era difícil ver la inviabilidad política de un espacio que desprecia “el lastre militante” y contraviene así costumbres tácitas del peronismo, y que no asume una agenda política superadora de lo existente.

La deslealtad corresponde a De Narváez, como en su momento correspondió a Kirchner, porque no protegieron al militante.

En los medios, y en el análisis político, se presenta la cuestión como “la febril traición mercenaria” que anida en el impresentable pejotista. Kirchner y De Narváez saben que las cosas no son así. Hay que pagar.

 

A Wainfeld lo veo muy preocupado por que no se desordene el salón rococó en el que el kirchnerismo recibirá al centroizquierda durante estos dos años. La discusión es otra.

viernes, 9 de octubre de 2009

Partido Justicialista: Medios y Modos de Producción Política


La discusión que después de seis años de kirchnerismo deviene parcialmente anacrónica es la de la construcción de una nueva fuerza o partido kirchnerista que sea capaz de institucionalizar los aires nacional-populares que supimos conseguir.

La cosecha amarga de la reflexión voluntarista que respaldó la expectativa de un pos-peronismo de la mano de Kirchner (algo que también se pensó con Menem) radica en la imposibilidad de soslayar la centralidad política del peronismo real (el Partido Justicialista y sus derivaciones orgánicas) en cualquier acumulación político-popular. Inclusive la actual realización del progresismo posible que ensayan Néstor y Cristina es viable sobre los cimientos del macizo real justicialista ortodoxo-renovador: sindicatos, gobernadores e intendentes del conurbano bonaerense. Cuando llega a esta perturbadora conclusión, el analista político suele actuar con hipocresía: encierra a la hija loca en la buhardilla antes de que lleguen visitas a la mansión, y no estamos hablando de alguna novela de Charlotte Bronte.

Reconocer esta centralidad obliga a sentarse cara a cara con prácticas políticas que expresan una idiosincrasia extraña a quienes no están familiarizados con ella y que al mismo tiempo tienen inoculada una visión rígida (por lo ideal) de lo que una política popular debe ser.

Se trataría de comprender que las formas militantes no son unidimensionales: la construcción política no puede ser leída ni entendida como la estricta consecuencia de un compromiso de ideas. La sociedad no es nacional y popular en términos de corredor ideológico, y esto supone que nadie se escandalice porque un empresario tiene mucha guita, que nadie se indigne porque es “explotado” en relación de dependencia, y que nadie se avergüence de pedir un mejor accionar de las fuerzas de seguridad ante la inermidad del robo o la violación. La acción política pisa sobre la realidad social y oscila sobre complejas tramas que no creó, pero que tampoco puede rechazar o negar sin sacrificar eficacia operativa. Del 30% de pobres y su circunstancia pueden hablar muchos con distintos grados de pasión, análisis y propuesta. Pero el dispositivo político-estatal que asume la tramitación diaria de su destino es mucho más acotado e integrado a esa idiosincrasia: esa horizontalidad política la sigue expresando el peronismo real (es decir, el pejota), del cual se puede decir entonces que es muuucho más que una maquinita electoral.

El macizo justicialista expresa un espacio de prácticas que se enlazan con quehaceres de la vida cotidiana que sólo secundariamente pueden designarse como exclusivamente políticas. Esto supone una disminución concreta de las intensidades ideológicas que suelen ordenar (al menos nominalmente) el campo de las diferencias políticas en ámbitos cupulares, y ello opera trazando una resignificación del contenido de la acción de la estructura partidaria. Esa acción debe adaptarse a las necesidades operativas que surgen del reclamo expreso o tácito de la comunidad, y es posible que en ese proceso de reacomodamiento, las verónicas ideológicas más inmaculadamente principistas vayan quedando en el camino. La presencia del “aparato” permite desplegar una acción organizada y flexible que lejos está de limitarse a garantizar el éxito de una elección interna u otros requerimientos partidarios de absoluta ocasionalidad para la mayoría de la sociedad con la que este dispositivo interactúa.

Uno de los grandes mitos que alienta el establishment intelectual, mediático y político es el del utilitarismo electoralista como exclusiva razón de ser de la estructura partidaria y social justicialista, negando aviesamente la sustancialidad político-institucional (dar cauce allí donde no hay Estado) de ese macizo durante los restantes trescientos sesenta y cuatro días del año.

Toda valoración honesta e imparcial que se haga de las formas y los fondos de la práctica política pejotista no puede ignorar el estado de defensividad que condiciona y fija una matriz cultural sobre la cual descansan y se desarrollan diversas relaciones socio-políticas. Comprender esto significaría comprender porque un municipio como Florencio Varela sólo puede ser administrado por un gobierno justicialista fraguado empíricamente durante los años de la gobernación duhaldista (es decir, bajo el clima social y de transformación violenta que supusieron las reformas estructurales que ocurrían nacionalmente, y que revestían una singularidad autónoma en el territorio bonaerense, de acuerdo a las defensas orgánicas que el macizo justicialista desplegaba en tácita oposición al rumbo del gobierno nacional), lo mismo que Berazategui. Sin embargo, la referencia estandarizada prefiere partir de ilusiorias elucubraciones idealizadas que no tiene ningún correlato con la experiencia cotidiana en la que se enfrentan dos confines: el Estado y la sociedad en sus zonas fronterizas. Estado y sociedad marginales: misma idiosincrasia, el socavón donde se amalgaman las mismas identidades. Un espacio aceitoso, sucio y pegajoso al que la política más altruista no quiere descender.

La producción política que surge de esa zona oscura no puede entonces abstraerse de los actores, coyunturas y posibilidades que le son propias. Esta cuestión es muy difícil de aceptar por parte de las fuerzas políticas que miran desde afuera.

Aceptar la desmesura, las formas violentas de la vida cotidiana, los coqueteos con cierta ilegalidad para llegar a un objetivo legítimo. Entender que los cauces jurídicos en un terreno yermo pueden ser más opresivos de seres humanos o lesivos de derechos que se dicen defender. La acción política desprolija puede ser a veces el acto reparatorio concreto que otros sólo declaman cumplir.

En muchos aspectos, la política es acompañar una identidad (no política, sino de los ajetreos de la vida cotidiana) en vez de narrarla, describirla o adaptarla a mi comodidad. Es ese el primer eslabón para una vendimia popular. Pero el macizo justicialista (el bonaerense) debiera dar ahora el paso más arduo: poder disociar defensividad institucional de defensividad política. Mesitas políticas en el conurbano.

lunes, 5 de octubre de 2009

3

1. Carrió y las arenas blancas. Es arduo sostener una lógica política que pendula entre el estudio de tv y el spa. No quisiera ser nunca uno de esos que integra el séquito de la diputada electa: y sí, nunca un grupo político representó con tanta elocuencia la vida de palacio, estar en la corte es muy estresante. Dirigentes y legisladores que en otras etapas de su vida militante nunca hubieran soñado con tener que transformarse en doncellas, cortesanas, eunucos y mucamos para sostener o ampliar ascendentes en la reina madre: la caída en desgracia puede depender tanto de errores políticos como de haberle comprado una marca equivocada de cigarrillos (“a ver Patricia, bajá a comprarme…”). A la corte hay que indultarla, loco: mirá si van a tener tiempo para pensar una política territorial.

Después de tener un diálogo off the record con Carrió te queda el paladar amargo, una sensación fea: porque confirmás que para la mina la política es un hobby de temporada, un entretenimiento despreocupado de la más ínfima responsabilidad, en definitiva, una joda. En ese instante, sentís lástima por los que se comen las tragedias griegas que la diputada electa arma en lo de Majul y vende a estrechas audiencias irreparablemente limadas por el macro-consumo mediático y el exceso de información que la neurona crispada no puede procesar, intoxicada de antikirchnerismo, de antiperonismo, abrumada por padecer este ispa de mierda del que conviene irse a cualquier lugar aunque se trate de ser lavacopas en Pamplona.

Ahora Carrió retorna para sancionar el partido único, para presentar su discurso primavera-verano. Nuevos guiones, nueva puesta en escena. Carrió se quedó con lo peor que dejó la década menemista (que no fue, obviamente, la corrupción): llevó a instancias terminales aquel aviso clasificado que Chacho publicó en esos años aciagos: permuto dos años de armado militante y organización territorial por media hora semanal en lo de Grondona. El aparato partidario era un “costo”, y gran parte de la clase política no quería tener déficit.

Y lo peor es que detrás del prêt à porter mesiánico-moralista de Carrió se esconde un apolillado catálogo de exclusiones, sectarismos y maltratos que incluye, después de una repasada por las dirigencias provinciales y municipales del ARI, el apilamiento de personas cuyos prontuarios está lejos de representar los valores éticos que la diputada electa desgrana a cada vez mayor altura. Y Carrió ya no sabe donde poner los escombros de sus propias eclosiones partidarias: los más sensatos se van rajando. Fabiana Ríos, Macaluse, Raimundi, el profesor Cabanchik, Margarita Stolbizer (la mujer que debería conducir la UCR, qué duda cabe) son gente que tiene una visión más realista de la política, aunque muchas veces no puedan traducir en hechos los dictados de su conciencia política, pero portan una conciencia, existe en ellos. No así en Carrió, que dinamita para reinar en la aldea, en el clan de figuritas mediocres que se galvanizan en los usos y costumbres de la antipolítica.

Carrió es menemista en el aspecto más alarmante que dejó esa década: en el de negar toda una trama de relaciones y vínculos territoriales que hacen a la construcción política (trama necesaria a la cual el PJ nunca se sustrajo, aun cuando era Menem el que promovía la desarticulación, porque seguía existiendo una autonomía) para dedicarse a una extraña forma de la política virtual. No puede decirse que Carrió no tenga inteligencia para interpretar la política, para narrarla creativamente, para construir una poética de la catástrofe, para cultivar el thriller político en capítulos que tanto apasiona a sus lectores: Carrió escribiendo la novela negra del kirchnerismo. Un libro a tres mangos en la mesa de saldos de nuestros días, y que pocos van a comprar. Carrió dando clases de instrucción política a base de groseras malversaciones teóricas e interpretativas de Hanna Arendt, Derrida o Kierkegaard que aseptizan más todavía ese lenguaje antipolítico, que no se quiere ensuciar con nada. (Adrián Pérez era el tipo que se crió en el útero administrativo de Avelina: la oficinita del anexo de la cámara de diputados, entre informes de lavado y enjuague, denuncias penales, pedidos de informes al ejecutivo. El tipo sin historia, sin rastros militantes préteritos, un graduado del menemismo silvestre y urbano que podía acusar a todos porque no venía de ningún lado. El tipo que aprendió a hacer todas las tareas de mayordomía que fuesen necesarias desde aquella oficinita donde no entraba ni la luz ni el aire. El tipo que tenía la potestad de la lapicera en tiempo de listas legislativas-esa primavera-, y que tuvo que resistir puteadas de valiosos militantes postergados por orden divina a la hora de colar. El tipo que hoy conduce un espacio político nacional.)

2. Santa Fé, festejos y vigilia. La elección santafesina suscitó ciertas euforias y confusiones. Y confirma algo: que Binner fue un buen intendente y un mal gobernador. Artemio López es quizás el kirchnerista que más cabalmente comprende una cosa: que Lole y Lupo nadan en la misma pileta.

3. Batalla Cultural, diez años después. Cuestiones que se debatían desde hace más de un año en el bloguerismo peronista, encontraron síntesis admonitoria en el texto de Etchemendy; después tendrán que saber hacer algo con esas palabras (es decir, afrontar la problematización y las reticencias que esperan en la realidad de los hechos). El triunfo cultural es que justamente se haya publicado en páginadoce. Kirchner lo hizo.