domingo, 17 de enero de 2010

Música Ligera en Píxeles

Me contaba un empresario nacional (un tipo apolítico que supo decirme que Rucci-de no morir- hubiese sido el presidente que la nación necesitaba en aquellos años de oro combatiente) que a pocas horas de recorrer las aceras de Santiago, lo que se nota violentamente en los aromas edilicios y peatonales es el vacío que causa la desigualdad. Chile no tiene clase media.

Chile carece de ese magma societal grasún, mediopelista y consumista que en su “degradación cultural” permite rastrear la existencia pretérita de un Estado Social. Eso que en la Argentina es combustible para flamígeras indignaciones a izquierda y derecha de la pantalla. La república chilena no tiene que soportar ningún litigio social-racial en la disputa por el acceso al consumo de las mercancías. Litigio inexistente  en toda la historia política chilena: el férreo clivaje gauche-droit del sistema político ahogó la utopía popular de la movilidad social ascendente.

Al final del trienio allendista, los pobres terminaron más pobres, horadados por la inflación y el desabastecimiento. La década económica pinochetista disciplinó el comportamiento social del uso del dinero. Y la Concertación, como dice Fogwill, pasó sus días en la celosa custodia del ahorro interno pero no tocó ni por un pelito la distribución (si ésta es la misma crítica que se hace al kirchnerismo, bien cabría preguntarse por qué esos mismos críticos ponderan las “virtudes” del modelo chileno), y fue extremadamente morosa en veinte años, para dejar fluir el derrame.

El estudiantado chileno está sorprendido porque no sabía que la educación universitaria argentina reconocía bolsones de gratuidad bastante decentes. En Chile hay que tener un desempeño casi aristocrático para ingresar a la U .La admirable tradición política de izquierda que se elogia en la esclarecida sociedad chilena es directamente proporcional a las vedas al ascenso social.

Que este pacifico ballotage lo gane la derecha sólo puede escandalizar a los tardíos amanuenses que hacen su agosto redactando salmos desvencijados. Piñera, Frei y el pibe del 20% no pueden probar los abismos políticos que declaman separarlos, y el electorado chileno documenta que eso no es tan grave. Acaso el que menos “sangre real” tenga sea el dueño del Colo-Colo, y por eso lo vote la mitad de una sociedad civil que piensa que no es una tragedia que a la socialista Bachelet le suceda Piñera. Y acaso la otra mitad que vote a Frei lo haga porque de los tres candidatos, sea el portador mas fiel de una biografía adecuadamente estrechada a la política clásica y no a las innovaciones marketineras. Yo votaba a Frei en primera vuelta.

El voto más antipolítico hay que requisarlo en ese 20% que votó al pibe que hizo su educación sentimental (y política) en Francia.

Leyendo el diario más divertido (y entonces, el mejor) de la Argentina me entero que Marco Enríquez Ominami no es de izquierda. A la estadía francesa le siguió una graduación chilena en filosofía, pero Ominami es, laboralmente, productor de televisión y, conyugalmente el marido de Karen Doggenweiler, (algo así como la versión femenina de nuestro Monchi Balestra), conductora del mítico reality show Pelotón Vip.

¿Quién es más berlusconiano, Ominami o Piñera?

Ominami es un recolector transversal sin mayores pretensiones que la de instaurar las claves retóricas de un management político edulcorado, un progresismo de derecha apto para todo público.

Ominami es macrista, es un hijo trasandino del Grupo Sophia, es la crisálida izquierdista de la cultura PRO. Cultura des-política que puede rumbear tanto por derecha como por izquierda. De nueva política, no traen nada.