domingo, 18 de abril de 2010


1. Una política popular presupone una rendición condicional a una idiosincrasia. Un acto de contrición política, un postrarse a los pies de aquello ofendido antes desde el minarete de las ideas realzadas en el almíbar de la felicidad dogmática. Lo ofendido es, en general, la noción de pueblo. Ese pueblo creado es un sueño que oblitera serialmente el acto de postración ante los opacos pliegues de una idiosincrasia. Quizás sea por eso que la comunión entre las almas políticas progresistas-populares-democráticas y lo popular físico, transpirado y sucio siempre sucedió exclusivamente en los libros y la Palabra. Los que hacen de la política un culto solemne son los menos proclives a postrarse.

2. Existe una silueta ilustrada a la izquierda que asiste crónicamente al esplendor efímero de su propio ombliguismo. Una euforia de madera que traza su corralito coral de verdades con una recursividad histórica bastante rítmica. Son intervenciones políticas virginales, en tanto se narran a si mismas inaugurales de vaya uno a saber qué proceso histórico, de qué salto de calidad en nuestra conciencia popular. Es una minoría que se narra como un todo sin el paso previo de realizar algunas interpelaciones que hagan más decente la afirmación.

3. Una cuestión que parece lícito indagar es si los nuevos idealismos que necesita la política posmoderna para galvanizar la llama de las utopías movilizantes incluyen insultar y escupir al locutor Fernando Bravo o llevar un cartel con la cara de Ernesto Tenembaum denunciando su mercantilismo periodístico. ¿Qué sienten los tipos que hacen eso? ¿Se sienten traicionados porque antes le creyeron todo a esos periodistas que seguramente funcionaron como “ejemplo para sus hijos”? ¿Es este despertar tardío de los inusitados pancartistas una secuela del manto de verdades que durante el menemismo sirvieron para meterle otro palazo en la espina dorsal al peronismo?

4. Algunos de estos virginales creen que la política empezó el día que se sancionó la ley de medios, y ahora quieren arrasar con todo. Irían a doscientas marchas para destrabar la ley antimonopolica, pero no irían a más de dos para pedir la ley de la asignación universal por hijo. Lógicamente, como parte activa de los virginales, Florencia Peña dice que “este es el pueblo”. Exigen a los demás el deber moral de “estar ahí”, de movilizarse el 24 de marzo, tan sólo porque para ellos es toda una novedad: es la primera vez que están ahí, pero sienten ser fundadores de algo. No, Peña, ese no es el pueblo.

5. Como dice Fogwill, el grueso del seissieteochismo militante no estaba en las plazas kirchneristas contra el campo. Quizá pensaban en aquel momento que el gobierno era “parte del entramado capitalista que sólo postulaba un tibio reformismo y no ir a fondo contra las corporaciones”, y ahora se dieron cuenta que “el kirchnerismo se quiere coger al establishment en todo su conjunto”, cómo no haber estado antes…

6. Este kirchnerismo inoloro de tiempo suplementario (proverbialmente no peronista) eligió como conductor político a Eduardo Aliverti. Comparte con el excepcional locutor tener que soportar a esta sociedad de derecha que no entiende un carajo de nada, al pejotismo del orto que hunde en el aprovechamiento y la ignorancia al negraje iletrado, a esta sociedad de mierda que no comprende lo esencial que va a ser la democratización de los medios audiovisuales para su vida cotidiana y que no se suma a esta lucha final por el destino de la patria. Aliverti tampoco estuvo en las plazas kirchneristas antisojeras, porque se trató de una confrontación demasiado capitalista para su gusto.

7. Sería bastante lamentable que cuando se haga el inventario del kirchnerismo, el seissieteochismo autoconvocado (el reverso de esta moneda es el cacerolerismo autoconvocado antiK) se cuente como parte de los efectos positivos de un proceso de ocho años de acumulación política, como la supuesta perla blanca de la profundización (?) del modelo.  Eso querría decir que el kirchnerismo no dejó nada en el plano político, y sería lógicoque la mayoría de la sociedad comprenda razonablemente que debe ser reemplazado por otra política superadora. El kirchnerismo dejaría muchísimo menos que lo que nosotros decimos que deja. Hay quienes prefieren que el kirchnerismo sea recordado por haber sacado una ley de medios antes que por haber reintroducido las paritarias y los convenios colectivos de trabajo, mandando al carajo toda una idiosincracia nacional. A esto me refería yo cuando decía que el seissieteochismo le hacía mucho daño al gobierno.

8. La centralidad política que sigue asumiendo la cuestión mediática en la agenda kirchnerista es directamente proporcional a la debilidad que el gobierno exhibe para articular un discurso concreto hacia el futuro. Una debilidad que es también, de poder.

9. El seissieteochismo, estadio banal del cartaabiertismo, no es la fase inaugural de una construcción política genuina hacia el futuro, como piensan algunos, porque se sostiene en los bemoles psycho que históricamente la clase media progresista desarrolló frente a los medios de comunicación en esa relación amor (menemismo)-odio (kirchnerismo) que nunca cesará, porque no quieren postrarse. El seissieteochismo ensaya la decadencia de ideas del kirchnerismo.