jueves, 13 de mayo de 2010

Programón el de Mirtha Legrand que acabo de ver hoy, casi sin quitar la vista de la pantalla. El tema era el matrimonio gay, la ley que sería una pena que el Senado no sancione. Fue emocionante presenciar un nivel de debate tan lúcido, refinado y respetuoso entre quiénes estaban a favor y en contra de la ley. Debate que se coronó con Mirtha diciendo “Yo no entiendo por qué los homosexuales no deberían poder adoptar. ¿Qué tiene de malo? No entiendo.”  Y que terminó de fijar una posición que la conductora ya había insinuado tácitamente: de seis invitados, cuatro a favor de la ley.

Se nota que salió mucha agua de la canilla, y que las nociones de familia y heterosexualidad ya no son las que solían ser, y que el patrimonio de las aberraciones afectivas no lo define una orientación sexual, ni el mayor o menor apego a ciertas instituciones. Me quedo con el entrañable Pepito Cibrián Campoy preguntando por qué el Estado le prohibía adoptar un chico, pero permitía que ese pibe muriera abandonado a la soledad, al hambre y a la falta de afecto. Me quedo con la mesura del diputado Cuccovillo (y pienso cuanto bien le haría al gobierno que sean tipos de este perfil los que se elijan para defender ciertas medidas, y no los omnipresentes Aníbal, Diana o María José); pero también, y aunque uno no coincida con sus posturas, me quedo con la honestidad con la que Cynthia Hotton y Liliana Negre de Alonso defendieron su pensamiento sobre el tema: algo que se encargaron de remarcar todos los invitados.

Y sí, amigos, es tiempo de diálogo y consenso en serio: para resolver problemas concretos de la sociedad, no para cerrar negocios de elite. Te digo una cosa, si yo fuera diputado oficialista estaría cerrando acuerdos por todos lados para sacar las cositas que hoy interesan. En algún lugar de la Nación empezaron a velar los cadáveres de La Confrontación, El Conflicto y La Crispación, y lo peor es no darse cuenta, encarnar la farsa de una patrulla perdida que se desgasta en discusiones cada vez más chiquitas. La Argentina ya no es la de 2003, las discusiones del futuro no son las de 2003, el “relato” ya no es el de 2003. En algún rincón de la Nación, se empezaron a colocar tibias mortajas. Qué gran momento para los acuerdos.