miércoles, 25 de agosto de 2010

La Lapidación de Silvana Mangano


Un rato después del acto de Cristina, mientras todos ponían TN para rastrear los  daños de ese coito no consentido, yo puse 678 para ver si la pantalla ya estaba manchada de blanco.

 

 

1. Saber la verdad. ¿Qué verdad? ¿Y qué, después de la verdad? ¿Hay un nexo trascendental entre la verdad de un hecho y la verdad seminal que cuece la producción de sentidos? ¿El modo de adquisición de papel prensa define una forma del periodismo argentino, de una vez y para siempre? Estas preguntas, sin duda válidas para “gastar tiempo” en los ámbitos académicos y periodísticos, no son coagulables en el terreno político. Por lo tanto,  a la política no le sirve sino en la combustión  de lo efímero traer estos temas al centro del ring. La historia de la confrontación de Kirchner con Clarín tiene una gramática muy diferente a la que se verifica en los casos Obama-FOX y Lula-O Globo, y esto da cuenta de la mayor o menor claridad política con que los gobernantes afrontan la relación con los medios de comunicación. Lo que no alcanza a comprender el kirchnerismo es cuáles son los límites y cuales los campos fértiles para una discusión sobre y con los medios. Qué temas discutir y cómo hacerlo, que cosas no discutir y cómo no hacerlo. La selección de temas a discutir en el ámbito mediático requiere de una gran lucidez política (si de lo que se trata es de constituir o sostener una hegemonía). Lula no hace campaña para que Dilma suba hablando del monopolio mediático.

 

2. 72 minutos habló Cristina. 72 minutos duró, también, aquel mítico concierto de Prince en River. 72 minutos de ordenada cadencia narrativa que Cristina aprendió en la comarca legislativa para relatar los hechos de la adquisición que ahora investigará la justicia, pero que, si los puntos álgidos son los que Cristina afirmó como tales, haría que todo este caso del que supuestamente saldría una verdad irrefutable, se pueda transformar en las internas del clan Graiver y perder entonces toda proyección política que se le quiera dar. En realidad, la plusvalía política que se le puede extraer a una confrontación con los medios es bien chiquita si el alternativismo argumental surge del peyote ideológico del cartaabiertismo. 72 minutos de cadena nacional para hablar de este tema es una decisión política muy elocuente que habla de los fetiches y prioridades que hoy desvelan a esa asfixiante mesa chica. Lo que me queda claro es a qué tantos temas Cristina (la de Tolosa) no le dedicará nunca (pero nunca, eh) 72 minutos de cadena nacional.

 

3. Cristina dice que siempre estuvo convencida de que. Y mientras habla, la costura se deshilacha, las palabras se van por el desfiladero, ¿de que habla Cristina? Ese anudado histórico entre lo dictatorial en cualquiera de sus formas y el establishment periodístico como huella candente desde donde hacer todas las valoraciones que el tema admitiría, es una cagada. Hoy mucha gente (del palo lector, pero no tanto) que nunca compra el diario, compró Clarín y La Nación para ver qué carajo pasaba con este quilombo. Ojo, porque una discusión sobre lo mediático nunca cierra el círculo de “la verdad”, como se empeña en creer cierta izquierda cultural que sueña con el paraíso desclarinizado de la pureza informativa. Cuando Cristina se salió de la estricta narración judicial de papel prensa para pasar a un más filosófico y abarcativo “los medios nos mienten, nos dominan”, volvió a refugiarse en la madriguera autoindulgente del intelectual ladri, pero que nunca debe ser la de un político. Una cosa es el hecho papel prensa, otra muy distinta los bamboleos de la lógica mediática que desde el discurso del gobierno se intenta comisariar en base a un macarteo por izquierda bastante infecundo.

 

4. Y la avenida de vuelta en la relación entre política y medios también la mencionó Cristina en el tramo final de su atrilazo, y quizás sea lo más positivo de todo lo que dijo: del otro lado, persiste el síndrome chachista del “más valen quince minutos en Hora Clave que subsidiar militancia territorial molesta” que campea en toda la oposición política. Pero lo común a ambas posturas, el “nos mienten” del gobierno y el “todotelevisismo” opositor, es la bajada de precio que le hacen a la sociedad y que es el signo de una fractura, de una lejanía. Creer que la efervescencia audiovisual y gráfica que asuela nuestros días define de manera tajante los comportamientos políticos de la gente es un síntoma de ignorancia política del que tenemos que hacernos cargo.

 

5. Sale Fibertel, ¿quién entra? ¿el microemprendimiento autogestionado de fibra óptica de las Madres de plaza de mayo? Cuando hace unos meses dije que detrás de la ley de medios no había otra cosa que un voluntarismo resistente que no pensaba los medios con el criterio capitalista que es necesario para producir y competir a un nivel decente, me salieron a pegar sin asco en la cita de Artemio (Yo jodía con lo de Tití y Benedetto, y al final…). Todo bien, pero ¿cómo está la cosa ahora? Más allá de la pelea personal entre NK y Magnetto, ¿cuál es la diferencia de sustancialidad periodística entre el grupito Szpolski y el gvirtzismo y el resto de los medios? Hay una cosa que no se quiere ver: que lo que nace no es estructuralmente  distinto de lo que se dice aborrecer, y que en muchos casos la posición dominante que tienen ciertos medios en el mercado hacen posible la supervivencia de otras empresas periodísticas menores que sin ese derrame (o sin subsidio estatal) no podrían existir. Tabú progre. Nosotros, nosotros quedamos afuera.