lunes, 30 de agosto de 2010

La llama prístina de la política silvestre (la que tocamos por primera vez algún día, que ya es lejano pero es fragua) sucede, para nuestra generación, en un tiempo de tranquilidad: la paz desapasionada es el estrecho pasaje hacia la construcción de algo político que (ya) no puede presentarse sin su respectiva traducción estatal. De esas aguas quietas, estancadas, casi podridas, surge, a veces, el conflicto; pero ésta es la secuencia que establece un Orden, y no la opuesta: vuelven a pulular los días de calma. El Estado es una larga marcha que no sabemos cuando empieza ni veremos concluir, y en estas largas jornadas opacas, con fulgores disminuidos y paz hacedora, en estos días estatales, provinciales, municipales que aportan los escuálidos pero imprescindibles dividendos a un plazo fijo político, hay que leer a Alejandro