domingo, 28 de noviembre de 2010



Era conmovedor verlo descomprimir, verlo decir traeme la fotocopia de la partida de nacimiento cuando puedas y entregar en mano la libreta blanca de la AUH. Algunas se sentaban para descansar del crío que les colgaba del brazo en el que no llevaban papelas sellados, y hojeaban la libreta vacía con cara neutra y aliviada. Mucha musculosa fucsia o turquesa las chicas, porque hace calor y era una suerte no tener que hacer la cola afuera y arriesgarse al conato de insolación. Una espera al filo del tumulto y los roces involuntarios, pero cordial bajo el viento que echaban los ventiladores de metal en las oficinas de la justicia social. Si no fuera un día tan caluroso, las chicas lucirían sus camperitas adidas entalladas y con capucha, pero no: hoy es día de musculosa y rodete.

Cae uno de prosegur a hacer un trámite. Tiene unos culones de botella de carey, se parece a Rodolfo Walsh, no solo por los lentes y el arma que calza sino por la cara de intelectual sufrido. Se está recagando de calor con ese chaleco antibalas, pero los empleados son eficaces, lo atienden y lo despachan rápido para que vuelva a custodiar el camión de caudales, la torre de puerta madero o el consulado español. Ahí al costado, dos chicas cierran cada diálogo con risitas. Una dice que en la última casa que laburó la tomaron como cocinera y le terminaron endosando el rubro niñera, que ahora no la agarran más, niñera no, ni loca.

La atención desde mostradores estatales es un arte: el de despachar sin bemoles burocráticos. El empleado apostólico es el que desafía el obstruccionismo administrativo y coquetea con la ilegalidad, el que afloja la rienda corta de la requisitoria para entregar esas justicias sociales módicas. Y estos empleados lo hacen bien, le ponen música a la trinchera, porque desde atrás de los mostradores, desde algún escritorio tapiado de legajos que no dejan ver la forma humana de quién lo ocupa, brotan los acordes famélicos de Midnight Rambler, esa canción hecha desde el bajo de Wyman. La canción que escuchaba y bailaba la juventud montonera antes de saber que iba a serlo. Una vez me dijeron: los mejores montoneros (los que siguieron) escuchaban a John Mayall, no a Quilapayún. Los blancos que mejor hacían esa cosa que era de negros.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La Esperanza Blanca C´est Moi

Mucho se ha escrito que a la izquierda de Kirchner no había nada, y en todo ese tiempo, poco se dijo de lo que había por el callejón derecho, en esa zona mal iluminada por el análisis político más previsible, más señalizador de lo bueno que ocurría en ese lado izquierdo de esta pequeña historia que blanqueador de los cauces continuistas que venían de aquel bosque embrujado llamado los noventa. Me refiero, obviamente, a la muerte del imaginario nacional-popular (tal como fue concebido durante los patronazgos políticos de los ´70) como mecanismo de explicación de lo que debe regir a ese espacio de autonomía que existe entre el Estado y el sector empresario. Muerte temprana: en 1983 el PJ ya empezaba a reformular la lectura de sí mismo, que comenzaba por lavar toda la ropa sucia dentro de la praxis propia. Mucha transpiración, mucho ida y vuelta, poco tiki-tiki. No son sino los desaciertos seriales del alfonsinismo (ese candor bienintencional de izquierda, ese terciopelo socialdemócrata que guarda una ballester molina entre sus pliegues) los que ponen en el tapete la relación Estado-Gobierno y sector empresario como relación pura y dura, concreta y necesaria para darle viabilidad económica al país. Podría decirse que desde allí, la historia política de la democracia es la historia de esa relación. Lo que hoy sobra (y siempre sobró) son palabras como neoliberalismo o progresismo para explicar el fondo nodal de esa relación, relación que deberá reacomodarse una vez más frente a la hegemonía política que dominará el turno 2011-2015. Si, como se pensó largamente, a la izquierda del kirchnerismo siempre estuvo la pared, también habría que pensar que a la derecha hay otra, o que por lo menos, ya la vaya habiendo. Una tarea bien peronista, que requiere de la reivindicación de todos los Harry Callahan de la política (amén) y de la preparación epocal del Partido Justicialista. Este es un hiato estival muy propicio para leer economía, ciclos macro, demanda agregada, inversión infraestructural, largoplacismo ganado-sojero, meseta laboral. En ese sentido, también aparece como central analizar la sintonía fina de la relación entre Estado y sector empresario durante los tres primeros años del gobierno de Menem, menos en los contenidos que en las formas. Las formas en que el Partido del Orden resuelve la supervivencia del margen de maniobra estatal pero para sostener además una capacidad instalada de la economía: en la leyenda intelectual, “el empresario es malo”, pero en la práctica, el que “marcha preso” ante los corcoveos económicos y  por decisión popular, es el político. No otra cosa explica esa incólume fe cavallista de Kirchner, soldado austral del superávit fiscal primario, y que junto con una cultura política, contaba con una cultura empresaria que le permitió de modo bastante efectivo establecer los grados de separación (y de convivencia política) con la muchachada que tiene que dar laburo a los argentinos.

Claro es que este tema no saldrá de la pluma narcótica de Zaiat, ni de los trazos excesivamente gruesos (y muy de manual universitario) de los ancianos del plan fénix: 2011-2015 requerirá de algo más que subsidiar demanda, y habrá que recuperar algunos libros menemistas de la buena memoria, para entender que en economía todo está mucho más mezclado de lo que parece, y que, después de ocho años, invocar  la barbarie neoliberal (por ejemplo, para narrar el drama de tercerizados ferroviarios que se subemplean en una empresa mixta en la que el Estado tiene vasto margen de maniobra) es un medicamento conceptual vencido, y amortizado electoralmente por todos los que votaron a los Kirchner desde 2003 a 2009. Por eso Cristina se derechiza y pone una cubetera con hielo sobre la pija dura de los que piden “ir por más” desde la comodidad del revolucionarismo tuitero, los que braman rage against the corporaciones pero nunca pensaron en la ingeniería para hacer viable el pasaje de la suma no remunerativa a salario. Para eso sirve un pacto social, para ponerle hielo en la pija a las minorías intensas que deben morir para que el peronismo gobierne después del 2011, para que desde la autonomía fraguada por Kirchner sobre el trabajo callahaniano que hizo Menem con el Estado, se encare esta nueva fase en la relación del Estado con los empresarios: fase menos kirchnerista que peronista, y la primera que lo entendió así fue Cristina. Si la política recuperó el lugar perdido gracias a Kirchner (y es cierto, pero no lo digamos más, la sociedad ya lo sabe), el lenguaje económico es un legado popular de los noventa que no “hay que superar”, sino encauzar. Las fuentes de financiamiento discursivo que brillaron para explicar la singularidad política kirchnerista, tienen poco para decir de las nuevas correntadas que trae el río, a menos que readecuen la mira. No se trata de una figura, se trata del tiempo (del que pasó y del que viene): si es ella, Cristina va a ser la candidata del peronismo, no del kirchnerismo. Lo mismo para Scioli o Lole. Hecho maldito y esperanza blanca corren de la mano, ese es el imaginario popular, capitalista, conservador y subversivo, la gramática ganadora del peronismo. Tendamos la mano al que está a nuestra derecha.

martes, 2 de noviembre de 2010

La conclusión que surge es evidente: Hay que acelerar el ritmo de incorporación de niños y en especial sabiendo que los restantes con mucha probabilidad los de mayor nivel de marginación dado su ubicación geográfica tan dificultosa , muy probablemente en sus hogares no están recibiendo ahora mismo ningún plan social anterior a la AUH.