miércoles, 26 de enero de 2011

Hey míster DJ, put the record on

Maradona mensajeó a los negros cabeza del 2001. Básicamente porque nota (como negro cabeza de los ´60) que los pibes tienen cierta propensión al gatillo fácil en la instancia decisoria del episodio delictivo. El salmo maradonista del matar antes que robar se despega del declaracionismo lineal y asume la forma del diálogo privado entre nos, porque pide racionalidad intelectual para consumar el robo urbano. Pide profesionalidad para evitar un epílogo homicida o con lesiones graves. Pide que los vahos del alcohol o los narcóticos no sean la excusa íntima del pibechorrismo para cerrar con un balazo el adrenalínico robo en poblado y en banda. Maradona le cantó un paternal “no va más” al amateurismo juvenil que tira y tira en clímax de desbande neuronal. No son pocos los trabajadores sociales que gastan a los pibes chorros: no sean boludos, pendejos, si van a afanar háganla bien. Aun con la contención social y horaria que pueden ofrecer las oficinas municipales de minoridad, el tiempo se consume en la diversión delictiva que llena la mayor parte de un día al sol, a la intemperie. Lo que hoy una política social puede hacer es tratar de reducir el margen de cotidianeidad que la niñez chorra dedica al delito, y tratar de que los teenagers de la orilla se entretengan con otra cosa. La infraestructura vigente del Estado social conoce sus limitaciones, y apuesta a subir la oferta distractiva del púber chorro. Esa oferta no incluye la escuela. El sistema educativo no quiere tomar nota, y asumir que no tiene nada para ofrecerle a la realidad pibechorrista, básicamente porque el paradigma normalista de la 1420 dejó de existir como sociedad escolarizada a aspirar, por lo menos para un gran tramo de la población juvenil. No hay tampoco una correcta remuneración al recurso humano estatal que asume el dolor de bolas de tratar a diario con los pibes chorros desde una perspectiva asistencial, que lejos está de consistir en una ayuda económica que hoy no está en el centro de los deseos y decepciones de estos pibes: una guitita en el bolsillo no te galvaniza el futuro, y estos pendejos de 11, 13, 16 o 18 años están perfectamente esclarecidos de esto, de la misma manera que comprenden la criminalidad del robo seguido de muerte que realizan. Si la patología pibechorrista es marginal dentro de la siembra delictiva, el problema radica en que el Estado no puede consentir la naturalización del delito violento, y en especial el robo homicida. Es decir, el Estado no puede relativizar el delito grave cometido por un menor, aunque esté desplegando programas de reparación social para esos mismos menores. Hay que entender una cosa: el pago de la AUH convive con la causa penal, y esta es una tensión social que atraviesa al propio menor, y le genera luces y sombras en el dilema diario. Insistimos: de este drama cotidiano, la escuela está ausente. La década kirchnerista no pudo, no quiso o no supo como entrarle al sistema educativo en su faz pedagógico-administrativa para alcanzar una reforma modernizadora acorde a las nuevas realidades juveniles. Esto incluiría, entre otras cuestiones problemáticas, la necesidad de que los docentes argentinos hagan severos actos de contrición.

Porque vos tenés muchos docentes sobrepolitizados que en el perfil del facebook tienen el banner “ningún pibe nace chorro”, o una calcomanía pegada en el vidrio trasero del Corsa con la misma leyenda. Y el consignismo lavaculpas es la más simpática vía de escape para discutir seriamente este tema. Yo diría que ningún pibe quiere nacer chorro, pero se hacen al toque, porque las alternativas no son seductoras.

Políticamente, vemos como se macera el cambio epocal hacia la nueva década: al avalar la baja de imputabilidad penal de los menores, Cristina establece combinaciones discursivas con el potente sentido común sciolista. Pequeñas huellas del porvenir peronista: se cierran ciertas puertas temáticas y programáticas, y se abren otras. Lo cierto es que podemos dejarla en 16 años o bajarla a 14. Allí no se salda el problema, mientras no se defina cómo va a ser el trayecto del menor por las instituciones judiciales y penitenciarias. Pero instituciones que el menor que mata en la comisión del delito debe sí o sí transitar. En muchos casos, el menor inimputable que mata (por ejemplo, con alevosía) no puede ser sobreseído, y la legislación debe tener respuestas para esos casos. Si el juez, al no dictar la medida restrictiva de seguridad, promueve la reincidencia del pibe, no está “protegiendo sus derechos” como niño, y parte del problema judicial es que no hay un criterio estandarizado entre los jueces para aplicar esta medida procesal. Indirectamente estas fallas del sistema judicial impactan sobre la predisposición policial, que se ve apuntada por parte de la sociedad política y de “los especialistas en seguridad” como enemigo íntimo y fuente de todas las miserias de la seguridad pública. Todo esto contribuye a aumentar los problemas, y no a resolverlos.

Para ellos la movilidad social ascendente es comprarse la Motomel y salir...

miércoles, 19 de enero de 2011

[…]


Poco aparecida está en los ultrajantes debates políticos que nos tocan vivir la cosa de la expansión real de la capacidad instalada del Estado en los rubros sensibles donde cualquier otra discusión que no sea la de una arquitectura operativa, o es una toma de posición política poco agraciada o refleja una confusión de prioridades poco apta para quienes ansían la traducción estatal de una propuesta que siempre nace como política.

No será este un tema de discusión electoral, como tampoco lo fue en otras épocas, y quizás la traza electoral sea la menos propicia para hacer estructura profunda con estas cuestiones.

No puede dejarse de relacionar el metraje de capacidad instalada con la narración realista de la asignación universal por hijo (AUH). Una narración de tramos recorridos y tramos vírgenes, que debería tener como premisa la aceptación de una labilidad práctica (un cúmulo de avances y retrocesos permanentes) que reside en la política social que el Estado despliega desde 1983 hasta la fecha. Así, la AUH se inserta en un sistema que juega sus pequeñas batallas diarias a varios niveles de organización administrativa y humana, con la eficacia y las limitaciones de cualquier otro plan de asistencia social.

Aún con estas contemplaciones, la narración del tramo recorrido de la AUH nos dice que, junto con la moratoria previsional, son las dos mayores medidas de impacto social real de la década kirchnerista. En el plano del rendimiento político, habría que agregar que la AUH es una medida que no sufrió evaluación electoral y por lo tanto no sólo no está amortizada, sino que incorporará caudal a la candidatura oficialista del 2011.

Esa significación lábil de la política social ayudaría a entender, entonces, por qué es necesario hacer una fuerte lectura actualizada de los alcances del beneficio, y de todos los planes sociales vigentes, en tanto una política social se asume y se desarrolla (siempre, y esto no va a cambiar en el corto plazo) concretamente bajo una trama de urgencias y limitaciones que le da lógica y sentido (y determina el grado de eficacia) a la llegada de la asistencia, determinando también el modo en que el potencial beneficiado se acerca a gestionar el beneficio.

Luego de disminuir la hendidura de pobreza e indigencia y con reajuste inflacionario, la AUH experimentó vallados operativos para alcanzar el núcleo duro de pobreza, y esto hace que cerca de dos millones de chicos que viven en pobreza extrema no accedan a una prestación cuyo caudal presupuestario se halla disponible. Además de limitaciones operativas estatales previsibles atribuibles a un retiro de décadas, esta carencia se relaciona con modos divergentes de visualizar la forma de construcción política en los territorios más pobres y de mayor densidad poblacional, situación que emerge en el debate político más llano y menos creativo con la impugnación (velada o explicita, consciente o inconsciente) de una idiosincrasia política de tradiciones ambivalentes, refractarias a juicios políticos definitivos o maniqueos.

Vemos que a pesar de aquel vallado operativo (y de ciertas dilaciones burocráticas que no salen en los diarios), existe un goteo tramiteril forzado por el propio beneficiario, cosa que amplía levemente el descenso de la AUH a aquellos abismos que más la necesitan, pero que también hecha luz sobre el terreno que el Estado no pisa por una decisión política propia. Y acá te digo la posta, para empezar a graficar que sería “profundizar el modelo”: una política popular debería privilegiar discutir cómo se llega con la AUH a esos dos millones (esa incubadora de pibes chorros) y no vedettizar el debate con una nueva ley de entidades financieras que como sabemos, porque todos los que estamos en este palo loco de la política lo sabemos: las medidas que hoy se pueden tomar sobre el sistema financiero son posibles sin perder tiempo en el debate tedioso de una ley que después va a ser abstracta e inaplicable en varios de sus bienintencionados pasajes. ¿Por qué no se escriben artículos en los diarios que digan cómo se despliega una acción estatal concreta de Anses para llegar a los dos millones? ¿por qué no se convoca a un operativo dorrego de la AUH? Yo te digo por qué.

La de la AUH es una narración realista que tiene dos niveles de realidad. La difusión política (el relato) que se hizo de la AUH desde el gobierno (y desde sus apoyos intelectuales) estableció a los 220 como la extensión al campo informal de las asignaciones familiares que se cobran como complemento en el marco del blanqueo. Aún para el asalariado precario pero estabilizado que cobra la AUH, la prestación se lee como suplemento, y relacionada con el empleo, la escuela y la salud. Ese tramo poblacional es también el que, por razones económicas y educativas, accedió con mayor facilidad y rapidez a la AUH, y se adaptó mejor al modo concebido por Anses para tramitar la asignación. Este nivel de la narración realista fijó como estricto mecanismo de publicidad gubernamental la relación entre AUH y aumento de la tasa de escolarización: se sigue leyendo la AUH como complemento, es decir que se privilegia la lectura que del beneficio hace una parte de la sociedad, pero no toda, ni menos aún quienes más la necesitan. Desde el punto de vista político, la relación entre AUH y escolaridad es inconsistente respecto del piberío chorro más abismado, porque ese otro nivel de la narración realista de la AUH nos dice que ahí, ahí los pibes que llegan a cobrar la AUH ya volvieron a dejar la escuela. Ahí la ecuación no es la de la publicidad gubernamental: llegó parcialmente la AUH, pero la tasa de escolaridad bajó. Porque a medida que vamos bajando, la política social se hace más lábil, más ambigua, se necesita mayor autoritarismo social de la función estatal y para-estatal, se necesita más marca personal: se necesita militancia, cuadros y referentes. Se necesitan profesionales que no tienen título universitario. Porque ahí abajo no importa tanto como la película empieza, sino como sigue, porque no tiene final. Para los dos millones que no la cobran, la AUH no es un complemento: viven de eso, y no hay una relación mediada con el empleo, la escuela o la salud. Se trata de un nivel de realidad que el gobierno todavía no contempló en su discurso, y esto es algo que sus intelectuales orgánicos no llegan a comprender cabalmente. Algunos pibes no quieren ir a tramitar la AUH porque sacan más guita con el afano. Es duro, pero es así, y esto no debe ser motivo de juicio, sino de acción estatal que opere sobre esa realidad: la de un pibe que no quiere ir a la escuela ni recibir un derecho. La AUH no es una “ampliación de derechos” para el pibe chorro. Para una madre soltera lumpen, la AUH es la posibilidad de dejar la prostitución, el carro o el mucamaje (que a los fines del vasallaje laboral, puede llegar a ser lo mismo) para poder cuidar a los chicos: en todos estos casos la lectura dominante de la AUH que hasta el momento propuso el gobierno, no tiene mucho que ver con ese nivel realidad que forma parte del tramo virgen, todavía inexplorado por la AUH.

Todo esto nos remite a la dimensión política y conceptual de la ampliación de esa capacidad instalada del Estado: ¿con que instrumentos políticos se hace? Ojo, porque no es un tema menor, aunque muchos quieran devaluar esa discusión. Recién ahora se nota que Anses va tomando nota del vallado operativo, y monta los operativos especiales en sociedades de fomento y clubes; recién ahora y sólo en algún municipio del conurbano se van a abrir nuevas oficinas de Anses en zonas periféricas. Acaso porque habrán comprobado algo que en este blog mínimo se decía hace muuuucho: que la negrada no se sube automáticamente al bondi para ir “al centro” del distrito donde está la delegación de Anses. Lo que no existe es una decisión político-institucional del organismo para sistematizar estas iniciativas y extenderlas, y eso que Anses tiene la guita para hacerlo. Lo queda claro es que para que la AUH llegue a ser parte de una ciudadanía social de cierta estabilidad, falta un tramo del camino mucho más largo que el recorrido. Y la discusión de cómo llegar a los dos millones es política, pero no ideológica.

Cuando se hablan de estos temas, de la negrada, yo siempre me acuerdo de Carlitos Mugica, el angelito rubio que se desclasó al extremo. Cuando yo era más chico y se iniciaba para mí un camino de dos vías (intelectual y práctico) con el peronismo, lo escrito por Mugica llegó (azarosamente, como llega todo libro) antes que Perón. Entre otras cosas, porque el miedo a Perón era una incomprensible resistencia de quienes en algún momento nos sentimos más cerca del rincón izquierdo del peronismo. Y Mugica se excedía a veces, es cierto, pero esa intransigencia por leer desde lo otro que él no era me ayudó a entender que eso en política es crucial; en política, es necesario leer contra uno mismo, porque si no te vas a la mierda y no te das cuenta. Y uno lo ve a Mugica en esa foto llevando las latas de Nido. Una postura tan poco revolucionaria, tan clientelista. Una foto que parece más del ´74 que del ´73, más cerca de ese Mugica que bardeaba a los que hacían gala de consistencia ideológica, ese Mugica que se iba quedando cuando muchos se empezaban a ir, y que cuando terminaba el verano del ´74, podría haber dicho en un off the record bestial, que a esa altura Ortega Peña decía muchas boludeces, muchas barbaridades. Mugica educó en los ´60 a los que en el ´74 fueron Lealtad y hoy son PJ: y más allá de ese estricto derrotero, allí reside una educación política del peronismo. La de muchos de los mejores cuadros que este movimiento tiene.

Para algunos, discutir capacidad instalada del estado en asistencia social “es peligroso”: muchas veces, hay que darle la razón a tipos que saben, y con quienes no se comparte ideología. Nada grave, porque es un prejuicio que se puede superar. Mugica se iba quedando, cuando los demás se iban…

martes, 11 de enero de 2011

Días de entorsis reflexiva para varios ¿no?, lo nublado parece no ser solo lo que se acomoda en el cielo, sino lo que inunda los petates teóricos que le dieron nitidez a una década. Los que están en política desde antes del 25 de mayo de 2003 no estarán sujetos a estremecimientos, pero los que creen que ese fue un día naciente para estructuras y clivajes políticos “ahora sí verdaderos y para la eternidad” verán una puerta que oscila con cerrarse, sufrirán la insolación argumental, acaso se derrumben en el desconcierto del laberinto de espejos como en La Dama de Shangai, no sé, no me interesa.

Es decir: en el 2011 no se vota solamente en la CABA y su zona de influencia intelectual. En este blog mínimo se insistió siempre con la agenda de derecha para explicar un cambio de escena sobre pilares continuistas, o para decirlo más claramente, que el kirchnerismo era un peronismo en el sentido más amplio, complejo, antipático e hijodeputa de la palabra. Algún crooner político, rostro mestizo de la ex –transversalidad, de quién Kirchner fue su Cyrano de Bergerac (dile a la gilada, dile a los sobrepolitizados, dile…) incurre en narraciones amortizadas, chiquitas, de una pringosa endogamia: llama a confrontar con los malos del oficialismo, con los que nos quieren retornar a los noventa, convoca a la caza de neoliberales en el peronismo, Scioli, Massa: la pregunta sería ¿Cuántos lo seguirían al crooner en su cruzada?

Lo que existe es una crisis discursiva de este relato que nota que pierde centralidad narrativa ante los complejos rumbos (flujos y reflujos) populares que no alcanza a interpretar con justeza. Lo que se cierra es el margen de maniobra de un pensamiento que desde una autollamada mirada popular alternativa (un enlace perenne y principal entre ciertas representaciones peronistas y progresistas) se declara dispuesto a disputar poder pero simultáneamente basa su discurso en la impugnación permanente de las estructuras realmente existentes que le dan sostén al ideario que dicen profesar y defender. Discurso que, en ese sentido, expresa un barniz moralino dicho desde un no-lugar: la indescriptible y abstracta campiña de un nacanpopismo etéreo, la vaguedad conjetural del partido kirchnerista (que pedía el antiperonista JPF), la promesa virtual de una lectura del peronismo “más ajustada a su esencialidad histórica” (¿?), la enemistad íntima con el mal pejotista como conflicto político de primer orden. Verso. Mucho verso para meter la propia mierda bajo la alfombra: al final, nunca se trató de una cuestión de manners. Es la construcción política, estúpido.

Y hoy, el fracaso anunciado de ese discurso, astillado en mil pedazos contra el paredón realpolitiker. Un fracaso que tiene casuística respaldatoria reciente: la implosión final de la CTA que muestra las miserias del vodevil fubista. Un golpe duro para los habitantes silvestres de la campiña, porque el discurso perdía la última baldosa fáctica de sustentación (más por representación que por incidencia real), y se caía definitivamente en el abismo del no-lugar. Y el no-lugar es para los librepensadores, no para los militantes políticos.

Porque hay una intuición sobre la masa electoral del 2011 que no está en las encuestas. Hay un rastreo azaroso, una percepción callejera. Hay que escuchar, abstraerse del ruido. El discurso anti-pejotista no figura en ninguna agenda de mayorías de cara a candidatos y rumbo político pos 2011. Los que piensan que Scioli, Massa o Urtubey son “neoliberales” son una minoría sobreilustrada que no va a incidir ni va a tener que disputar ni trabajar para amplificar la densidad del voto proveniente de la base socio-electoral peronista (que no son los que cantan la marchita, ni solo los sectores más pobres). Ese discurso está amortizado, es contrario a cualquier lectura callejera, es la expresión lacrimosa de los que después del fatídico 28J dijeron con el triunfo de De Narváez sobre Kirchner: “fue un triunfo de la derecha”. Esa gente linda que enuncia bancar con todoal Proyecto” (¿?), pero que no suma. Votos.

Ese discurso decadente hoy solo se sostiene a la espera de traiciones. Un anhelo febril de la traición pejotista, derechista, menemista, sciolista, massista. Piden como mendigos, limosnean una traicioncita, por el amor de dios. Tienen un problema: hablan desde un no-lugar, y en política, no se progresa de este modo.

Cuando Cristina habló ante el PJ, dijo con un tono muy particular (como diciendo no rompan más las bolas) que Néstor ya no estaba. Más que un mensaje para los presentes, se trató de una intención despabilatoria: el ala izquierda del peronismo se tiene que organizar para disputar adentro. Porque esa embrionaria izquierda peronista también está, todavía, en un no-lugar. Y los discursos que se hacen desde una no-organización (es decir, desde un no-poder) podrán ser muy efervescentes y verosímiles, pero no seducen a ninguna mayoría popular. Un ejemplo: si en la reunión del PJ, entre todo el consabido besamanos, Cristina privilegió un abrazo muy fraterno con Massa, no lo hizo porque la estaban apuntando con un caño en la sien. Y ese es solo un ejemplo. Si Cristina leyó el cambio epocal, ¿por qué los paladares negros se niegan a hacerlo?

No se trata de nombres, se trata de los lugares reales desde los se que fundan las construcciones políticas más eficaces para darle continuidad u origen a una hegemonía popular para 2011. No hay que leer a Richard Sidicaro para comprender que el debate peronismo-progresismo o centroizquierda populista-republicanismo conservador no tiene ningún sentido fuera de las aulas del sobrepolitizado cosmopolitismo metropolitano. Un negro jujeño vota Cristina = peronismo conservador = partido del orden. Un negro del conurbano vota Cristina = pejotismo clientelista = partido del orden.

Los adalides del discurso alternativista (la campiña nacanpopera por la que corren desnudos y libres, mientras no haya que organizarse y entrar al yugo de cruzar espadas con los sucios, feos y malos de la organización pesada y bandolerista) se creen parte de un clivaje sagrado. Por eso se angustian ante la crítica pejotista, la juzgan injusta y malsana. Pero las noticias de ayer tienen un extra! extra! muy claro: no hay clivaje sagrado en política. Y menos lo hay para el peronismo.