martes, 11 de enero de 2011

Días de entorsis reflexiva para varios ¿no?, lo nublado parece no ser solo lo que se acomoda en el cielo, sino lo que inunda los petates teóricos que le dieron nitidez a una década. Los que están en política desde antes del 25 de mayo de 2003 no estarán sujetos a estremecimientos, pero los que creen que ese fue un día naciente para estructuras y clivajes políticos “ahora sí verdaderos y para la eternidad” verán una puerta que oscila con cerrarse, sufrirán la insolación argumental, acaso se derrumben en el desconcierto del laberinto de espejos como en La Dama de Shangai, no sé, no me interesa.

Es decir: en el 2011 no se vota solamente en la CABA y su zona de influencia intelectual. En este blog mínimo se insistió siempre con la agenda de derecha para explicar un cambio de escena sobre pilares continuistas, o para decirlo más claramente, que el kirchnerismo era un peronismo en el sentido más amplio, complejo, antipático e hijodeputa de la palabra. Algún crooner político, rostro mestizo de la ex –transversalidad, de quién Kirchner fue su Cyrano de Bergerac (dile a la gilada, dile a los sobrepolitizados, dile…) incurre en narraciones amortizadas, chiquitas, de una pringosa endogamia: llama a confrontar con los malos del oficialismo, con los que nos quieren retornar a los noventa, convoca a la caza de neoliberales en el peronismo, Scioli, Massa: la pregunta sería ¿Cuántos lo seguirían al crooner en su cruzada?

Lo que existe es una crisis discursiva de este relato que nota que pierde centralidad narrativa ante los complejos rumbos (flujos y reflujos) populares que no alcanza a interpretar con justeza. Lo que se cierra es el margen de maniobra de un pensamiento que desde una autollamada mirada popular alternativa (un enlace perenne y principal entre ciertas representaciones peronistas y progresistas) se declara dispuesto a disputar poder pero simultáneamente basa su discurso en la impugnación permanente de las estructuras realmente existentes que le dan sostén al ideario que dicen profesar y defender. Discurso que, en ese sentido, expresa un barniz moralino dicho desde un no-lugar: la indescriptible y abstracta campiña de un nacanpopismo etéreo, la vaguedad conjetural del partido kirchnerista (que pedía el antiperonista JPF), la promesa virtual de una lectura del peronismo “más ajustada a su esencialidad histórica” (¿?), la enemistad íntima con el mal pejotista como conflicto político de primer orden. Verso. Mucho verso para meter la propia mierda bajo la alfombra: al final, nunca se trató de una cuestión de manners. Es la construcción política, estúpido.

Y hoy, el fracaso anunciado de ese discurso, astillado en mil pedazos contra el paredón realpolitiker. Un fracaso que tiene casuística respaldatoria reciente: la implosión final de la CTA que muestra las miserias del vodevil fubista. Un golpe duro para los habitantes silvestres de la campiña, porque el discurso perdía la última baldosa fáctica de sustentación (más por representación que por incidencia real), y se caía definitivamente en el abismo del no-lugar. Y el no-lugar es para los librepensadores, no para los militantes políticos.

Porque hay una intuición sobre la masa electoral del 2011 que no está en las encuestas. Hay un rastreo azaroso, una percepción callejera. Hay que escuchar, abstraerse del ruido. El discurso anti-pejotista no figura en ninguna agenda de mayorías de cara a candidatos y rumbo político pos 2011. Los que piensan que Scioli, Massa o Urtubey son “neoliberales” son una minoría sobreilustrada que no va a incidir ni va a tener que disputar ni trabajar para amplificar la densidad del voto proveniente de la base socio-electoral peronista (que no son los que cantan la marchita, ni solo los sectores más pobres). Ese discurso está amortizado, es contrario a cualquier lectura callejera, es la expresión lacrimosa de los que después del fatídico 28J dijeron con el triunfo de De Narváez sobre Kirchner: “fue un triunfo de la derecha”. Esa gente linda que enuncia bancar con todoal Proyecto” (¿?), pero que no suma. Votos.

Ese discurso decadente hoy solo se sostiene a la espera de traiciones. Un anhelo febril de la traición pejotista, derechista, menemista, sciolista, massista. Piden como mendigos, limosnean una traicioncita, por el amor de dios. Tienen un problema: hablan desde un no-lugar, y en política, no se progresa de este modo.

Cuando Cristina habló ante el PJ, dijo con un tono muy particular (como diciendo no rompan más las bolas) que Néstor ya no estaba. Más que un mensaje para los presentes, se trató de una intención despabilatoria: el ala izquierda del peronismo se tiene que organizar para disputar adentro. Porque esa embrionaria izquierda peronista también está, todavía, en un no-lugar. Y los discursos que se hacen desde una no-organización (es decir, desde un no-poder) podrán ser muy efervescentes y verosímiles, pero no seducen a ninguna mayoría popular. Un ejemplo: si en la reunión del PJ, entre todo el consabido besamanos, Cristina privilegió un abrazo muy fraterno con Massa, no lo hizo porque la estaban apuntando con un caño en la sien. Y ese es solo un ejemplo. Si Cristina leyó el cambio epocal, ¿por qué los paladares negros se niegan a hacerlo?

No se trata de nombres, se trata de los lugares reales desde los se que fundan las construcciones políticas más eficaces para darle continuidad u origen a una hegemonía popular para 2011. No hay que leer a Richard Sidicaro para comprender que el debate peronismo-progresismo o centroizquierda populista-republicanismo conservador no tiene ningún sentido fuera de las aulas del sobrepolitizado cosmopolitismo metropolitano. Un negro jujeño vota Cristina = peronismo conservador = partido del orden. Un negro del conurbano vota Cristina = pejotismo clientelista = partido del orden.

Los adalides del discurso alternativista (la campiña nacanpopera por la que corren desnudos y libres, mientras no haya que organizarse y entrar al yugo de cruzar espadas con los sucios, feos y malos de la organización pesada y bandolerista) se creen parte de un clivaje sagrado. Por eso se angustian ante la crítica pejotista, la juzgan injusta y malsana. Pero las noticias de ayer tienen un extra! extra! muy claro: no hay clivaje sagrado en política. Y menos lo hay para el peronismo.