miércoles, 23 de febrero de 2011

Hay una luz que nunca se apaga


“Encima te dicen que es una sensación…”, miradas cómplices y acaso una sonrisa desganada para confirmar que están en sintonía. En la carnicería, otras veces en una zapatería femenina, en el supermercado viciado de segundas marcas, en la cola tórrida del pago fácil, a la salida del cine o de un show de sexo en vivo, entre las masticaciones hacinadas de güerrín a la caída del mediodía, en las piletas metalúrgicas de ruta sol, en los cuerpos postrados a las puertas de la anses, en el privado cuentapropista de la nena universitaria, en medio de la fiesta textil de la salada (la ocean, urkupiña, la mogote o en el laberinto border de la ribera, el imperio del jogging y la ropa anti-laboral, el toallón de los andes o de deportivo merlo, las tangas kitsch que conspiran contra la erección digna), en un bar-pulpería de tristán suárez, en el tiempo muerto de un milan-bayern en la play station. Una frase que viene y se va con el viento, y que no tenemos que decodificar para saber de qué se está hablando.

Lo que quiere ver la sociedad de la policía es la traza de su accionar. Sobre esa inquietud se enlaza la lectura estatal que hacen los intendentes de la PBA. Si en algún momento León Arslanián pensó una policía comunal para municipios con baja densidad poblacional, hoy la realidad indica que los dos distritos más poblados del conurbano, La Matanza y Lomas de Zamora (que aportan algunos votitos a la elección de 2011) tienen sus propias patrullas locales de seguridad. En ambos casos, las policías departamentales han agradecido esa decisión política porque aporta una colaboración indispensable para trabajar en la fase preventiva que las fuerzas de seguridad bonaerenses no pueden colmar. Desde ya, los municipios bancan económicamente (compra de vehículos, pago del personal, logística operativa -GPS, radares y toda red de comunicación-, combustible) este cuerpo policial; por esa razón el intendente lomense Martín Insaurralde (de muy buena gestión) debió aumentar al doble la tasa municipal y meter un cargo fijo por tasa de seguridad. En los municipios que todavía no tienen patrullas comunales, la demanda social de seguridad (que los intendentes enfrentan todos los días) hizo que la inversión con fondos municipales creciera exponencialmente para la compra de patrulleros y equipamiento tecnológico (el caso de Darío Giustozzi en Almte. Brown, que después de Mussi, es la mejor gestión del conurbano sur).

No es necesario aclarar que la institucionalización de la policía municipal en ningún caso supone un reemplazo de las funciones de la policía bonaerense. Es más: la creación de una policía municipal no resuelve los problemas institucionales y operativos de la policía provincial, sino que intenta llenar el espacio deficitario que los gobiernos nacionales y provinciales dejaron a la tácita responsabilidad de los intendentes.

Hay una realidad: a los municipios les tiran el fardo de la inseguridad, pero les sustraen las atribuciones políticas para enfrentar esa responsabilidad. La institucionalización de una policía comunal solucionaría esa parte del problema, porque la prueba concreta de que ahí hay un problema es que existan policías locales de hecho. Es decir, la necesidad de una policía comunal (a la que cada distrito pueda adherir voluntariamente en el marco de un convenio provincial) es independiente de todos los cambios que se deban hacer en la policía bonaerense. Algunos que están en contra de las policías municipales esgrimen esta falsa oposición con la Bonaerense que en realidad no se registra allí donde las dos policías existen. Que lo digan, si no, Fernando Espinoza e Insaurralde.

En 2008 la diputada Dulce Granados presentó a la legislatura provincial un proyecto de creación de policía comunal, bastante similar al que ahora impulsan los llamados intendentes peronistas críticos. El proyecto de Dulce se basaba en una experiencia concreta: la que el municipio de Ezeiza viene desarrollando hace ocho años en materia de policía local. La contribución que el estado municipal puede hacer al problema de la inseguridad es parcial: básicamente, se trataría de amplificar el alcance preventivo aumentando la capacidad instalada del poder de policía (ampliar cuadrículas, hacer un mejor barrido territorial). Parcial, pero imperativo. Lo que registra la experiencia de Ezeiza, y de los otros municipios con cuerpos policiales de facto, es que en el contexto de la función preventiva, muchas veces el personal de seguridad se ve obligado a intervenir con la comisión del delito in progress, y que al no contar con armas, no sólo no pueden cumplir la tarea, sino que ponen en riesgo su vida. Esto implicó que a cada patrulla se sumara un agente policial bonaerense, por una necesidad operativa sustancial. En Lomas de Zamora habían empezado con personal municipal (retirados de las fuerzas de seguridad), pero la necesidad del arma hizo que se sumara un agente policial, como en Ezeiza. Todas estas decisiones de hecho a las que los intendentes se ven obligados (y que escandalizan a los apoltronados en la épica ecológica del desarme), tendrían una mejor organización y mayor claridad operativa si se institucionalizara la creación de una policía municipal. Con lo que ya invierten los gobiernos comunales en seguridad, más un piso presupuestario a cargo del gobierno provincial (y si nación se copa y pone unas monedas, que guita no le falta gracias a las transferencias al Tesoro y una emisión controlada ¿30% de la base monetaria? esteee), el problema del financiamiento no es inverosímil. De paso, Cristina, Scioli y los intendentes se anotan un par de porotos en un año electoral.

En el plano nacional, la única medida concreta tomada por Cristina (muy positiva) fue el operativo centinela que mandó a la gendarmería a callejear por el conurbano, además de las asignaciones presupuestarias enmarcadas en el programa de protección ciudadana (cámaras). Por lo tanto, un sponsoreo cristinista a la policía municipal galvanizaría la posición del gobierno frente a lo que una parte mayoritaria de la sociedad juzga como quietud accionaria frente a la cuestión de la seguridad pública.

Insistimos con un concepto que nos parece básico: toda medida de reforma en el área de seguridad debe partir del realismo; de una lectura que permita que la reforma sea eficaz porque antes se evaluó correctamente la experiencia concreta que se vive en los municipios (probablemente haya distritos que necesiten una policía comunal, y haya otros que no). En ese sentido, hablar de “la mafia policial” es una entelequia inconducente desde el punto de vista de los problemas que acucian a los intendentes, que necesitan que haya un laburo policial fijado según los requerimientos territoriales (por eso el control político a cargo del intendente, para que llevado al extremo, las fallas operativas conduzcan a un costo político que ningún barón querrá pagar), y recién después hacer una gran joda de asuntos internos en la policía bonaerense. Pero esto no estaría relacionado ya con los intendentes y el funcionamiento policial comunal.

En la mini-cátedra que dio Luis Acuña en TN, se escuchó decir: gracias a los intendentes que controlan a la gente, llegan menos quilombos arriba, se le alivia el trabajo al gobernador y al presidente. En el tema de la inseguridad, ese haiku rosista brilla con mayor sabiduría, por eso no somos Brasil, México, ni Colombia. Yo sobre la inseguridad quiero ver propuestas realistas, no lamentos. Quiero ver propuestas, no señoras gordas con indignación epidérmica. Propuestas, y no épicas del golpismo. Propuestas, y no estadísticas. Cristina, Scioli y vos, poniendo los billetes y los planes. Propuestas, porque hablar de sensaciones es cagarse en la gente.

domingo, 20 de febrero de 2011

Nancy Clutter no ha muerto

Saltó del jupismo camporiano a la transición Lealtad, y después migró a la tierra de los pastos torcidos para realizar trabajo doméstico respaldado en la 1050 y apoyar la moción verticalista (la liberación de Isabel). Para ella, la PBA nunca estuvo cerca, y los ´80 la encontraron viendo a través de un vidrio oscuro la fragua patagónica del partido.

En estos días de colectorismo y revolución, parece que todos quieren ascender a interpretadores y encontrarle la cuadratura del círculo al PJPBA. Todos opinan. El gran Van der Kooy y la milf María Laura Santillán le dedican sonoros términos al tema en el prime time televisivo, los diarios se deshacen en párrafos de afiebrado conjeturalismo, en Internet campea la alucinación microclimática (¿leí por ahí Alicia K a la vicegobernación o la fórmula Taiana-MS para suturar la metástasis pejotista?) y el surgimiento del enano soviético que los cultores del papismo kirchnerista llevan adentro. Todos quieren mirar la imagen compleja que arroja la cámara oscura del PJPBA. Los forjados en la izquierda cultural (y que desde 2003 todavía no metieron en la urna ninguna boleta con la palabra Kirchner, a pesar de lacrimosos apoyos morales) se atreven a sugerir, con kantiana impostura, el rumbo correcto que debería tomar el PJPBA, sobre la peligrosa base de la abstracción encuestológica. Todo muy lindo, muy lúdico, pero poco profesional. Poco serio. Cuando esta coyuntura acabe, todavía no va a estar debidamente explorado el concepto político más relevante que dejó la cuestión (para que entendamos también cuál es la cultura del PJPBA) y que fue dicho por Gilberto Alegre, intendente de la tierra sobre la que hundió el escalpelo narrativo Manuel Puig: El sistema de sociedad que existe en la política, porque es una asociación de interés, implica que uno debe querer que gane el presidente y el gobernador, pero el presidente y el gobernador también deben querer que gane el local, porque sino se pierde el afectio societatis. Para fuerzas políticas distintas al peronismo orgánico, la cuestión de la confianza política es menor, porque no incide en la precariedad de sus armados estructurales. En el caso del radicalismo, la pérdida de la confianza política se documentó por el accionar partidario de Alfonsín y con la desaparición electoral de 1995. Ni las derechas ni los progresismos partidarios que hoy pugnan por alguna porción electoral nacieron bajo la premisa de la confianza política. En el caso del kirchnerismo puro que no está organizado políticamente, la confianza política también asume la forma de la lejanía, un concepto sin duda extraño para muchos que accedieron a los cargos antes que a cualquier dispositivo militante. Efectivamente, para quienes no se hicieron de abajo ni habitaron el destierro, sólo cuenta la palabra luminosa de la conducción, viendo como legítima cualquiera de las estrofas papales que surgen de ella. Esta distorsión es la que hace que se confunda lealtad con comisaría política.

En esta década kirchnerista en la que mucho se habló de antipolítica (para designar toda visión contraria a los grados de separación logrados por la autonomía estatal) conviene ponerse a pensar si a esta altura de la partida, no habría que hablar de antipolítica para taxonomizar estas lecturas que bajo la depreciación de las discusiones relacionadas con la forma de hacer y concebir la política partidaria, nos conminan a un sucedáneo de la paz de los cementerios. La educación universitaria en ciencia política que tuvo anales dorados durante el menemismo (el elenco político-técnico del frepaso y del macrismo) no rindió la bolilla “confianza política (el buen pagador)”, sencillamente porque no estaba en los programas del lucro curricular. Para los jóvenes que se interesaron por la política en el 2001, se trataría de una reconstrucción militante que al tener pisos de organización bastante bajos (y al carecer de una gramática del poder) no tiene presente, todavía, el elemento confianza política como base asociativa del avance político concreto. Salvo el peronismo orgánico (PJ-CGT), no hay otros dispositivos que tengan tanto que defender a la hora de racionalizar la ecuación organización partidaria-gobernabilidad. Como vemos, toda esta discusión de armados sortea con holgura la mera coyunturalidad de “las colectoras” y los cálculos electorales, para situar el tema en un lugar mucho más corpóreo: el de definir qué forma de organización política dialoga mejor con un control eficaz y operativo de la capacidad instalada del Estado para realizar las políticas populares pendientes. Quienes quieren fugar la discusión del PJPBA hacia la simple repartija de cargos en vez de centrarla en este punto caliente, lo hacen porque creen que los demás son de su misma condición, y aquí volvemos al punto de partida: la ausencia integral de la confianza como plataforma de la construcción política. Lo que “la nueva política” predicada desde los ´90 como contramenemismo y que en esta década kirchnerista mantuvo los mismos formatos a izquierda y derecha, no le pudo ni le puede reintegrar a la política. Lo que, paradójicamente, habrá que ir a reconquistar a las apaleadas comarcas del bipartidismo. A la cueva rosista bonaerense de los “derechosos, corruptos y transeros”.

A Tolosa, le decía La Plata. Como los que a Mármol le dicen Adrogué. A la leonera entraba el marido (con suerte dispar). Y los que saben, saben una cosa: que ella (y este es un verbo muy meditado, muy pensado) desprecia el acuerdismo bonaerense, esa naturaleza negociadora, esa exigencia dialoguista tan afincada en el PJPBA. Simplemente, que a ella no le gusta, y lo dice. La hija pródiga que mira el horizonte con ojos patagónicos. Ahora todos quieren saber los nombres de los 48 consejeros del PJPBA, de cuantos centímetros es la penetración gubernamental en los cargos, verificar el coeficiente de tolerancia y traición sciolista, porque todos se ven urgidos a opinar sobre el brassiere político real y concreto “del proyecto”.

Mientras tanto, en las páginas pares de los diarios, módicos eventos: el incendio con quemaduras de télam (algo previsible, porque el amateurismo es la enfermedad infantil del voluntarismo) originado en el verso tremebundo del periodismo militante (yo creo que si querés militar vas a un partido, y si querés hacerle creer a alguien que militás, bueno, te hacés periodista militante, y entonces no sos ni periodista ni militante, pero bueno, no sé), la guerra de contratos en el Inadi (guarda Del Sel, que la policía bienpensante te manda a la mazmorra o a los trabajos forzados, una probation derechohumanista que incluya el recitado memorial del articulado del pacto de san josé de costa rica) y la noticia que dice que a Berlusconi lo estaría volteando el movimiento feminista italiano. A todos los Ottavis les llega su afectuoso Acuña.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Centinela de la Patria

El problema de la inseguridad en la PBA supone, previamente a toda discusión, aceptar qué cosas están dentro de un radio solucionable a mediano plazo, y que cuestiones deben manejarse con mucho más cuidado, por estar vinculadas a un funcionamiento institucional de las fuerzas de seguridad, que de algún modo tienden a corroer el poder político. Recordemos que el propio Kirchner fundó la no represión de la protesta social en la pactación policial. Lo cierto es que ni el acuerdismo, ni la intervención política civil, en tanto políticas excluyentes (una de la otra) han arrojado resultados consistentes respecto del accionar policial. Si la propuesta política para la inseguridad no se hace cargo de los fracasos de ambas teorías como fase previa del debate, lo que queda es remanente politiquero, pero no un abordaje medianamente serio del tema.

El boceto político de la inseguridad que no tenga contenido propositivo, no corre. Así de simple. Se necesita una propuesta realista, que no contenga en sus flamígeros párrafos la impostura del sintagma “brutalidad policial”, ni que apele a reduccionismos analíticos que sólo buscan los quince minutos de fama haciendo eje en la “responsabilidad política” para paradójicamente minar lo que el poder político realmente existente (es decir, con las atribuciones realmente existentes) pueda hacer para mejorar el dispositivo de seguridad pública. El tema policial es demasiado complejo como para abordarlo con razonamientos similares al retardadismo bienpensante que emana del humor vencido de la revista barcelona cuando se refiere “al drama de la represión”.

Pasaron el “quise y no pude” de Brunati, la marcialidad penal de Casanovas, la reforma Arslanian durante el duhaldismo postrero, el “meter bala” de Rucucu, el tandem Arslanian-Saín con Felipe y el fallido Stornelli. Es decir, la PBA ya tuvo sus “derechas” y “progresismos” trabajando en las áreas de inseguridad, pero hoy un policía raso se sigue quejando porque tiene que gastar una porción de su magro sueldo para comprarse una chaleco antibalas nuevo para no usar uno vencido. Hay un tramo del realismo policial buena leche que no ha sido explorado. Y ese policía que dice no es un pichón de Camps, aún cuando el apremio y la goma persistan como práctica.

A pesar de que todavía existe un imaginario político de la represión asociado a los ´70 que hace homologaciones erradas, las fuerzas de seguridad no son lo mismo que las FFAA. Por eso no es esperable que “Garré haga con la Policía lo que hizo en Defensa”: Garré llegó para repartir los cuadernos pedagógicos a unas FFAA largamente administrativizadas y retiradas de la vida civil interna por la política menemista de palo y zanahoria. Pero esta política de anulación militar no tiene nada que ver con las acciones que deberían tomarse sobre las fuerzas de seguridad, situadas en un contexto y con funciones (ejercer el monopolio de la coacción física estatal) totalmente distintas, y que por eso merecen propuestas y decisiones tomadas en base a otros criterios. De hecho, la policía bonaerense ya tuvo numerosas purgas y descabezamientos que no garantizaron una purificación del accionar.

Si bajo el argumento de la purga (“el manto de corrupción a destruir”) lo que en la práctica se fomenta es el germen de la disconformidad policial, la idea (un poco aventurada) de que ahora los golpes no los dan las FFAA sino los cuerpos policiales puede adquirir, en algún momento, la estatura de profecía autocumplida. El riesgo es que, políticamente, la idea de golpismo policial sea manoseada por la compulsión sloganista frénetica a la que muchos sectores políticos son propensos como parte de un cómodo entramado teórico que sólo pivotea sobre la estigmatización policial, pero que no ahonda en la problemática policial concreta. En todo caso, en vez de solazarse en el conspiracionismo policial, lo que se necesitan son medidas para reducir la disconformidad policial y reformas para un mejor accionar de la fuerza. Políticamente, se trataría de no regalar argumentos que te autocoloquen en la hoguera. La sociedad no está pidiendo inmolaciones personales del estilo “quise y no pude” a la que tan sensibles son algunas fuerzas políticas que dicen situarse del centro a la izquierda del arco político.

En ese sentido, y fuertemente relacionada con la idea de reducir la disconformidad y el eventual golpismo policial, un grupo de intendentes de la PBA lanzó hace unos meses la propuesta concreta de crear las policías municipales. Es interesante ver que la propuesta nace de una visión realista: si ya de hecho los municipios destinan partidas presupuestarias no menores para el funcionamiento operativo de la policía en el distrito (compra de patrulleros, pago de horas extras, combustible), lo más lógico es que sobre esa realidad se realicen las reformas, y que se le den a los intendentes las atribuciones constitucionales para crear y controlar una policía comunitaria con funciones de proximidad y prevención en la trama barrial, desrelacionada de la instrucción penal, y por ende, de algunas de las “cajas”. La propuesta tuvo positiva acogida en varios sectores de diferente posición ideológica, pero muchos persistieron en anatemizar la idea de policía municipal, como si se tratara de “algo de derecha”. Por supuesto, los argumentos que sostienen esta postura (que en el fondo no quieren asumir los cambios que se han producido en materia de inseguridad) tienen una base muy flojita, más cercana al prejuicio ideológico (que en el tema de la inseguridad campea como en ningún otro tema de la agenda de Estado) que a la voluntad real de solucionar los problemas. Scioli tomó tibiamente la propuesta, el gobierno nacional ni siquiera se pronunció, demostrando que para la gestión de Cristina las políticas de seguridad pública siguen siendo un vacío difícil de llenar, más allá de lo que hasta ahora es la apeluchada retórica ministerial de Nilda Garré (la nena del verticalista Grupo de Trabajo, circa 1975). Lo cierto es que varios intendentes del conurbano (incluso los de la renovación fpveísta) tienen sus cuerpos municipales de seguridad, sucedáneo de lo que debería institucionalizarse como policía municipal. Sin eufemismos. Reconociendo el tema como una inquietud popular a la que todos los intendentes se ven enfrentados en la línea maginot de la gestión estatal. En esta elección, los candidatos que tengan una propuesta de seguridad realista, van a sacar ventaja. Pero se tiene que tratar de medidas posibles que no tengan nada que ver con marketineros mapas de la inseguridad, ni con sentenciosas y melodramáticas condenas a la “corrupción y la brutalidad policial” o con el sloganismo estrafalario de “la mafia político-policial”. La creación de una policía municipal es una propuesta realista y viable. Lamentablemente, propuestas realistas y viables no son lo que abundan. Lo que abunda es la pirotecnia. Y esta pirotecnia se vio en el aprovechamiento político de los hechos de José León Suárez que hizo un sector político que dice apoyar al gobierno nacional. Tampoco defiendo la reacción sciolista, bastante errática, por cierto, porque vincular a la dupla Solá-Arslanián con el episodio Kosteki-Santillán es una desmesura tan desmesurada como plantear la idea de un Scioli represor o derechoso (uff…). Por eso, sería mejor que estos sectores filokirchneristas colaboren con propuestas realistas y viables en materia de inseguridad (algo un poco más agudo que poner estudiantes de abogacía a hacer el papeleo policial, que está muy bien, ojo), porque estaría bueno tirar aportes antes que mierda. Realismo y viabilidad, para no caer en esa retórica brumosa con olor a chachismo pulido, esa música de camaleones que los que estamos hace rato en política tanto conocemos y tan manyada tenemos, y que no conmueve a nadie. Propuestas, porque esta discusión política las merece.

lunes, 7 de febrero de 2011

Yo me acuerdo de una cosa (internas, electorabilidad, hegemonía)



La interna es la democracia intrapartidaria posible. Es también, mirada desde una expansividad subterránea, la prueba del ácido para las formas de organización y la vitalidad de los encuadramientos. Se gane o se pierda, de una interna peronista se sale vitaminizado, desvirgado, con las cuerdas vocales engrosadas, se suben escalones de sabiduría política, se gana kilaje territorial, se cosechan nuevos márgenes de electorabilidad. La interna peronista da prestigio, y finalmente, siembra el respeto entre militantes.

Es decir: la interna es buena para el PJ por encima de la fugacidad de las candidaturas, porque es la incubadora de palancas y oleadas políticas más importantes que lo efímero que habita en la coyunturalidad. Y lo efímero es algo que al PJ no le sirve, algo a lo que su cultura política no está habituada. Yo me acuerdo de una cosa: en los ´80, el PJ estaba muerto y salió del atolladero a base de internas, y así construyó pisos de electorabilidad formidables, y allí el PJ se transformó en el partido del orden. Internas, electorabilidad, hegemonía. Luego, todos bebieron de esa fuente. La del partido ya constituido.

La izquierda peronista tiene la chance de engrosar la voz, de pajearse menos veces por día, de verse crecer el vello púbico político. Porque tiene una responsabilidad: tabicar y coagular la sangría ideológica que gotea hacia el campamento colector de fallidas transversalidades. Wake up, chicos, no hay un centroizquierda populista como no hay paraíso en la tierra. Pero para tener voz de macho, la izquierda peronista tiene que modificar sus afinidades electivas, sólo sustentables en un plano pseudo-ideológico cada vez más debilitado (por su inconducencia tanto electoral como política) y acceder a una acción política propia de mayorías. Es decir, colocarse en la sintonía que el peronismo le reclama a todos sus sectores, en la igualdad de condiciones que supone la disputa de poder.

Una estrategia político-electoral del peronismo (tanto en las ingenierías provinciales como municipales) no se origina ni se traza desde los arrestos polisémicos de Cristina. Porque la polisemia cristinista (a la que hoy muchos le quieren buscar su código da vinci político, como si la mina fuera Perón) se funda en el microblindaje cotidiano de la gobernabilidad: lógicamente, Cristina está defendiendo su gobierno, y eso implica un salomonismo discursivo que luego tiene su correlato en los premios y castigos de la ocupación de cargos. Pero no es desde esta perspectiva que debería pensarse la acumulación política y electoral de un peronismo que debe fortalecer una oferta ganadora (la mejor en cada provincia y municipio) y a la vez puesta en línea con los mejores intérpretes de una gobernabilidad defensivista eficazmente ejecutada.

Ante este último requisito, se hace necesario que hasta el más voluntarista de los aspirantes pase por el tamiz pejotista, ya sea a base de acuerdo o de interna. Porque hay que ganar, y no se puede regalar nada. Las estrategias provinciales y municipales del peronismo no corren en el mismo tiempo político que la presidencial, ni pueden ser sometidas al microclima de la coyuntura periodístico-encuestológica de un estío político que no aparece como tangible en la percepción social mayoritaria. ¿Acaso no sería suicida (inclusive para la candidatura peronista presidencial) basar una estrategia provincial-municipal en encuestas que arrojan entre un 30 y un 50 % de indecisos y sin los candidatos puestos? El error es confundir lealtad con comisaría política.

Por eso me parece sensata la decisión del PJ de Santa Fe, y espero que en Córdoba se resuelva de igual manera. La izquierda peronista no merece conformarse con la mediocridad de una colectora, ni hacerse adicta a la minoría intensa del “ir por afuera”: hay que modificar las afinidades electivas, romper con el lastre de la historia, evacuar las dudas y cosechar el respeto en la instancia pejotista. Porque además, no les queda otra opción si quieren sobrevivir como rama, como expectativa de poder. Un neofrepaso más populachero no unge a Cristina.