domingo, 27 de marzo de 2011

Una interna pop


Una brisita de poder se cierne sobre la PBA, el distrito electoral al que se le reza en los pasillos de la unidad ejecutora, el distrito al que la juventud blackberrista le debe su permanencia administrativa una vez girados los votos del segundo cordón, el distrito político que todavía no recuperó el porcentaje de coparticipación hurtado por Alfonsín, el distrito económico que no tiene una capacidad instalada productiva acorde al tasachinismo que bendice los términos de intercambio (razón por la que no somos la San Pablo argenta), el distrito que hoy es guiado por la extranjería sciolista, el distrito que en agosto va a tener internas abiertas del peronismo a gobernador: una pruebita de poder posta posta, alejada del kioskaje retórico y del puterío declarativo, no apta para amateuristas, inclusive el kirchnerismo intelectual se queda afuera de ésta y tiene que ir a firmarle la solicitada de apoyo a Sabbatella (en otros blogs le dicen Sanatella, pero yo no sería capaz) para salvarle la carcaza a la covacha ideológica en la que pernoctan, pero es así, es la interna peronista, y los que dudan son vomitados de estas instancias.

Ahora algunos se dan cuenta de algo que nosotros (El Cetrino Hermeneuta del Far West y yo) vimos hace mucho: que Massa, al ser el político peronista que mejor dialoga con los próximos ocho años políticos (desde la perspectiva de los requerimientos populares puros y áridos que se vienen y no desde el castillo de vidrio que la propia clase política construye), deja de ser una conjetura estival para transformarse (con la lentitud que trazan los tiempos populares y no tanto los tiempos políticos) en un político que sin estar lanzado (porque la petición popular no maduró) tiene un pisito en torno al 20%.

Si a las primarias provinciales del FPV-PJ van a ir a votar cerca del 70% con Scioli y Massa en las boletas, estaríamos más que frente a un hecho electoral, frente a un hecho político con saludables e imprevistas implicancias hacia el interior del peronismo (los que están adentro y los que están afuera) aun si hacemos abstracción del resultado concreto que surja de la elección. Por el hueco de la cortina rasgada (pero en el fondo con ganas de entrar en esta orgía electoral), la izquierda cultural verá con horror este duelo de derechosos refrendado por la barbarie rosista, ese electorado bonaerense "tipícamente conservador" "engrampado por el pejotismo" que "no nos elige". Plegarias marchitas del minorismo intenso, quintacolumnismo páginadocesco, verso editorialista para la manutención kioskeril (qué sueldazos, guacho!) a los que la mayoría de los que votaremos en las primarias del FPV-PJ nos chupa (para decirlo lo más académicamente posible), literalmente, la pija.

Fuera de aquel microclima fiscalista, la cosa es bien distinta: Scioli-Massa, con imágenes altamente positivas en el electorado que es 40% del padrón nacional (tranquilos, chicos blackberrianos de unidad ejecutora, que los votos del cordón van a llegar), pueden traccionar por afuera del "huracán cristina"; son dos de los pocos políticos que autosolventan su propio peso político por fuera de variables coyunturalistas (no como los malogrados Cobos y De Narvaez) o del apoyo de Cristina (caso Eliceche). Es incontrastable, a esta altura, la sustentabilidad popular que tienen Scioli y Massa, no ya como ruptura, sino como continuidad de la imagen de Cristina tanto en adhesión electoral pero también como figuras con tracción autónoma que les permite hacer el surco propio.

Massa pone la vara más alta, porque discute hacia un adentro que no puede ofrecer el oposicionismo provincial a la gestión Scioli: discute sobre la delicada costura de una gobernanza peronista a mejorar en la provincia de buenos aires, y la promesa massista se hace desde una certeza arraigada en todo el espinel social: esa que intuye que a diferencia del resto del candidataje provincial, Massa puede gobernar la provincia. Y esa verosimilitud social se refuerza en aquello que Massa expresa hacia adentro en términos políticos (dicho groseramente, a la militancia) cuando se hace cargo de lo que no se hizo en 25 años de peronismo en el gobierno. Se dirige así desde un doble plano, a una identidad militante todavía superviviente en el peronismo y al cambio que tal expectativa supone: casualmente, las bases donde se apoya cualquier potencialidad de liderazgo. Por gestión y por genealogía, es posible que Scioli se vea amortizado en estos dos rubros, sobre todo por quienes vayan a una interna abierta a votar por alguien y no contra alguien. La gramática política de un Scioli-Massa es esa: no hay ahí un voto anti, no hay sobrepolitización congestionada en el que elige entre Scioli o Massa. Los que van y votan están perfectamente esclarecidos de algo: de que van a votar directamente al tipo que quieren que los gobierne, no hay ahí voto útil ni burbuja denarvaísta o sabbatellista que escape por la tangente del anti-Scioli o anti-Massa. Profunda y paradójicamente, el voto a Scioli o Massa es un voto estructuralmente político: define qué puede pasar con la diaria de los millones de tipos que habitan esta postergada provincia. Los que van a la interna del FPV-PJ no quieren un voto anti, no quieren fritanga ideologista. Para anti-política ya están De Narvaez, Stolbizer y Sabbatella, que construyen sobre un inevitable pero inviable rupturalismo, funcional al engorde de cargos legislativos. Hay una mayoría electoral que no definió su voto, pero que no quiere un voto anti. Por eso la mayoría de los empadronados prefiere ir a la primaria del FPV-PJ.

Pero Massa también le sube la vara gestiva al propio Scioli: porque Massa construye su discurso político sobre la base de su palmarés (Anses, Tigre), y se opone a Scioli en la medida en que sus propuestas políticas y su activo gubernamental se ven con mayor grado de realización concreta en contraste con la gestión Scioli. ¿Y qué se creen ustedes que busca la gente cuando elige a un político? Es decir, Massa no va a acusar de derechoso a Scioli, ni a lapidarlo, porque sencillamente ahí no está la papa. Derechoso es el password discursivo que usan los que no quieren gobernar la provincia. A Massa le alcanza con hablar de sí mismo, de su gestión en Anses, de la gestión de Tigre y de darle a la cosa el volumen que no está en la idiosincracia de Scioli. O sea, hablar de política, y no incurrir en las teorías erradas del realismo socialista. Porque, acá, en las calles rosistas, eso no corre.



lunes, 21 de marzo de 2011

Perro negro

Ahora que Cristina ya ganó, que octubre es una escribanía electoral y que las ablaciones teóricas pasaron de moda, ahora podemos divagar sobre las calidades de la inserción sindical a la política sin el freno de mano analítico que surge ante todo espectro estigmatizante, y que arraiga como temor de hacerle juegos a la derecha, para ponerle otra palada de reduccionismo a un tema que tendrá importancia en los cuatro años peronistas que se vienen, con tasa de crecimiento levemente menor a las que hoy engalanan la estadística y con desajustes macro que ameritarán un correctivo cristinista y el fuerte apoyo parlamentario de propios y aliados, y del propio sector sindical como gendarme de la estabilidad social y política de los sectores sociales que habitan el paraguas de su representación.

Seis años de hegemonía moyanista en la CGT merecen un tacto rectal que revise no sólo el balance sectorial ( las paritarias que tiran para arriba el salario informal, el engorde de afiliados, la interlocución fortalecida con el empresariado) sino el andamiaje conceptual con que el sindicalismo peronista del MTA plantea su proyecto político de poder. El tema no es nuevo para el peronismo, pero los baldíos teóricos se repitieron entre el error y la incomprensión que traumatizaron a ese pasaje fracasado. Si en 1964 Roberto Carri adhería por izquierda al fragor vandorista afirmando que en la virulencia negociadora de la burocracia sindical estaba la expectativa de una fisura basista hacia la política, en 1971 perdía la paciencia al ver que la fisura no rasgaba la estructura, y caía en la condena burocrática, deshabilitando a la estructura sindical como puente a la política. Pasaje que pasaba mágicamente a la orga, y vaya uno a saber que pensaba el papá de Albertina unos años después del tema, cuando empezó a hacer gimnasia militarista en la columna montonera sureña. Aun en aquel contexto risueño y acabado, lo que sirve es ver el fracaso teórico que se produjo cada vez que se pretendió unir simplistamente (o no) sindicalismo y política.

La irrupción de la Renovación ochentista reformatea la trama organizativa del peronismo y al devolver la electorabilidad perdida con la muerte de Perón, establece el reemplazo posibilista de aquel liderazgo ido y funda la lógica del partido del orden tal como la conocieron y la usufructuaron Menem, Duhalde y Kirchner. Es llamativo que todavía haya interpretaciones que hagan eje en el escaparate ideológico de la Renovación (el ensayo de un peronismo progresista abortado) y no en su categórico triunfo operativo sobre las estructuras del peronismo para dotarlo de poder electoral y de liderazgos que la conducción sindical sobre el pantano defensivista no había podido constituir.

Sobre esa fragua renovadora vigente intenta hoy su reinserción sindical el moyanismo, en un proceso de interesantes claroscuros que vuelve a situar, desde una perspectiva más sensata que la del penoso delirio setentista, las relaciones entre sindicalismo y política.

El dilema que Moyano no puede rasgar (y que se vio en los últimos días) está en como traducir acción sindical en acción política, porque la traslación del vandorismo a la política es problemática: la política sindical moyanista todavía no se desarrolla como proyecto que inserta agenda. Predomina la reproducción de la instancia vandorista para ampliar espacio político (¿pero se amplía?), pero a la larga esta acción se incompatibiliza con la lógica política de fondo que requiere un proyecto sindical con pretensiones políticas concretas. Inclusive la agenda cegetista pura está lo suficientemente desestructurada, hasta ahora, como para exhibirse como proyecto político-sindical en diálogo con un conjunto social que sobrepase el límite de la representación sindical. Si el moyanismo no puede asumir una preparación política que tenga en mira este desafío crucial, le será muy díficil establecer una hegemonía algo más que sindical. La política es una flemática refalosa (ingrata) que no admite que un dirigente gremial se coma doblada y con vaselina retórica una estrofa (por ejemplo) que diga que la boleta suelta del fip del colorado ramos era una colectora. Digo, porque hay encumbrados compañeros sindicalistas que se comen este pijazo con enternecedor amateurismo, casi con ganas de consumar una horadación anal que conspira contra el sentido común. Digo: si como parece, el sindicalismo peronista, tiene pretensiones políticas. Digo: si en un examen de política vos ponés que la del fip era colectora, te bochan.

La declaración marplatense de la corriente sindical peronista sirvió como mojón político y como el reemplazo a mano de lo que antes eran Las 62. En el tramo práctico de la cosa, el moyanismo logró visibilidad formal por fuera de la acción sindical, pero todavía no ha podido perforar el corralito gremial con una propuesta política propia pero en sintonía con los próximos cuatro años económicos del país. Dilema y tensión entre agenda gremial y agenda política: la primera fortalece lo sectorial pero debilita la presencia política, y la segunda diversifica la discusión política por fuera de la dinámica sindical (es decir, la cualifica) lo que obliga a un plantel de cuadros políticos que el sindicalismo todavía no formó.

Yo esto lo escuché de un sindicalista que también es cuadro: discutir cargos por sí mismo no sirve, no hay ninguna especificidad político-sindical en eso, negociar cargos para el sindicalismo no está mal, pero el poder político se alcanza con un proyecto legitimable frente a todo el peronismo y frente a la gente que queremos que nos vote. Yo quiero que los cargos ganados sean porque somos buenos dirigentes políticos, no por el mero hecho de ser de extracción sindical. El sindicalismo peronista tiene que pasar por una larga fase de diálogo hacia el interior del peronismo, insertar su voz política en un proyecto y no en personalismos de ocasión. Hay que mirarlo a Lula.

Pero mirar a Lula implica hacer un trasvasamiento conceptual muy serio: pasar de sindicalista a político sin dejar de ser sindicalista para inclusive(a veces) ir contra el magno interés sindical porque una política popular lo requiera. La grandeza de Rucci fue haber firmado con dolor el pacto social que Perón le pedía. ¿Los dirigentes del moyanismo puro tienen esa tremenda elasticidad política que requiere conducir un proyecto político? En ese sentido, la fragua renovadora está vigente, y el peronismo político varios cuerpos adelantado. El sindicalismo peronista tiene cuadrazos como Mario Manrique del SMATA o Héctor Daer de Sanidad: tipos que están mirando por sobre el inmediatismo de la repartija de la torta, tipos que proponen discusiones políticas para fortalecer al sindicalismo, pero también al peronismo como movimiento, porque el peronismo no es un laborismo. Quizás sea tan sólo una casualidad que ambos no pertenezcan al moyanismo puro. En todo caso, me parece válido, después de seis años de Hugo en la conducción, entrarle a la dimensión política del asunto; porque en el fondo, una acción política sindical eficaz es algo más que la legítima recuperación del 33% de los cargos partidarios. Yo, si el peronismo político me lo permite, quiero discutir amigablemente con los compañeros sindicalistas, inclusive con los hormonales púberes de la Juventud Sindical. Porque el peronismo no es un laborismo: la populosa resistencia sindical no hizo que el gran Saúl Ubaldini sacara más del 3% como candidato a gobernador de la provincia en 1991. ¿Qué sacrificio político hizo Lula?


martes, 15 de marzo de 2011

31 de marzo, 21.30

Obviamente allí estaremos, para ser testigos festivos (una vez más) de la muerte del rock.

lunes, 14 de marzo de 2011

Catamarca on my mind

Se cerró el primer sobrecito electoral sin el fraseo desafinado de la vulgata republicanista que instala el escozor del fraude y de la impugnación judicial cuando la definición se huele cerrada. Ni ganadores ni perdedores optaron por soliviantar ánimos que sin duda no estaban entre las expectativas del electorado, y todos se fueron a festejar o a dormir temprano. Nunca amé tanto esta aridez democrática que nos pone sobre la percepción de que los que meten la boleta en la urna no tienen intención de dramatizar el efecto político del resultado electoral. Esa es mi primera y más aliviada impresión catamarqueña: la de que no se votó en situación de emergencia, no se entró al cuarto oscuro bajo el sonido de ambulancias espirituales, y que todo lo que esté por encima de ese panorama grisáceo y sano nos sirve para escribir la novela política del 2011 hasta octubre, esa que escribimos nosotros, los que nos interesamos por la política durante más días que la mayoría de los que votan.

Estamos muy lejos de la provincia como para decir qué votaron los catamarqueños. Posiblemente hayan votado varias cosas a la vez, pero es básico leer que en una elección ejecutiva provincial se vota gestión del gobernador , y en este caso, 20 años de radicalismo en el poder como bonus track nada menor. Para medir la inserción de la gestión nacional y de la figura política de Cristina en la polarización primero y en el triunfo peronista después habría que hacer una lectura más fina para la que se necesitarían computar más elecciones provinciales. Aún con varios adelantos provinciales en la bolsa, la porción analizable es parcial mientras no haya una disposición popular firme en votar nacionalmente, aunque puede servir para ir midiendo la calidad de la candidatura presidencial. Sí podemos decir que los logros de la década kirchnerista juegan como telón de fondo en la compulsa provincial, lo que no significa que Cristina defina su candidatura presidencial de acuerdo a lo que surja de los capítulos provinciales, sino al margen de aceptabilidad que tenga su propia postulación con numeritos reales en la mano. En este sentido, es posible pensar que el entorno masque chicle encuestológico, pero Cristina aprendió a hacer política de otra forma. Cuando celebré el cierre unificado del peronismo santafesino como la estrategia más eficaz para ir a internas o a la elección, lo fundamenté en la imperiosa necesidad de que las estrategias provinciales no se subordinen a lo que se piensa para una ecuación nacional. Lo mismo es aplicable para Catamarca, dónde se cerró el acuerdo mazzonista del todos por adentro y los trapos se lavan después de ganar. La mansa declaración de Corpacci donde aclaró que ganamos todos viene a documentar un clima de época que le pide al peronismo la absorción pacífica de sus elementos internos. Se parece mucho a lo que Cristina le pidió al PJ en Olivos, pero también a la izquierda peronista en Huracán. Y si bien cada uno tiene sus predilecciones, ningún peronista puede habilitar la embestida gorila que para deslegitimar el triunfo del peronismo catamarqueño ensalce la barbarie de tener a Saadi en el paquete. Calladito, macho, que el peronismo (y la política) a veces se hace con silencios. Y los que habiliten ese brulote desesperado (gorila) ensalzando a su vez la pureza kirchnerista de una fórmula integrada por la prima de Saadi y el primo de Urtubey, cometerán el error de no (re)conocer las representaciones que trazan a los peronismos provinciales más lejanos a la culta buenos aires.

La fuerte polarización bipartidista nos hace ver que a pesar del triunfo peronista, el desgastado radicalismo sacó el 45% de los votos, lo que nos debería poner a resguardo de cualquier escenario de triunfo categórico a la hora de la planificación electoral venidera; sobre todo cuando vemos que las encuestas volvieron a fallar: ninguna acertó a dar ganadora a Corpacci; aún en la franja condicionada del empate técnico, todas le daban ventaja a Brizuela del Moral. Si gran parte de la población define el voto en tiempo suplementario, o los encuestadores no pueden acertar la tendencia en la fluctuación del voto, en todo caso ambos ítems deberían ser centrales para cualquier estrategia electoral. El domingo pasaremos a otra singularidad provincial: en Chubut habrá interna peronista. ¿Se podrá decir que si gana Das Neves pierde Cristina o viceversa?

Pero si ese 45% radical catamarqueño es lo suficientemente sólido como para no hacer extensiones nacionales de fondo, sí impacta simbólicamente liquidando a Cobos, porque es un candidato no posicionado que necesita estos enviones para emerger como opción algo más que brumosa. Pero ese es un problema de la novelita radical. Catamarca, Santa Fe, Córdoba: el peronismo tiene que cerrar paquetes. Que de nuestra barbarie intelectualicen los demás.