miércoles, 8 de junio de 2011

El oro que no reluce


“Fue un intento de golpe de estado y como tal ha sido tratado sin ninguna posibilidad de diálogo ni de parlamento. Se acabaron los carapintadas y toda esa payasada que tanto mal le hizo al país. Las sanciones serán lo más enérgicas posibles. Yo ya les había advertido a estos fascinerosos que ya no estaba Raúl Alfonsín, sino Carlos Menem, que es muy distinto.” (3 de diciembre de 1990)

Hay que leer desde ahí para que los datos duros de la década kirchnerista se solidifiquen como algo más que la disputa cultural (la neurosis) entre elites ilustradas. Si hay algo que no está presente en esa disputa son los derivados de la AUH, y sí las teorías circulares que Heriberto Muraro presentaba sobre el paño en los ´70. Hay aspectos del debate político-intelectual que atrasan, que no tienen mucho que decirle al fin de una hegemonía que hay que enlazar con otra: nadie de la política puede pensar que los próximos diez años van a ser como los diez últimos. Ningún hombre político piensa eso ahora. Es ahí cuando el aspecto rupturista de la vulgata kirchnerista se debilita al no poder aceptar al menemismo como capítulo complejo de la conquista democrática. Pero esa idea de “a los ´90, ni justicia” no es de Cristina muñequeando desde Olivos, resguardando la inercia hasta octubre. Ese nunca va a ser el problema de un hombre político. El problema actual para algunas minorías culturales que quieren marcar agenda política es (además del paso del tiempo) que si no reinterpretan al menemismo, el kirchnerismo va a chocar la calesita de su propio “relato”, y lo que quede en la superficie será una cosmovisión frepaso-lanatista balbuceante, inofensiva y fuertemente estigmatizante de lo que fue la relación entre el Estado y la economía desde 1989 hasta hoy. Y si esta larga etapa no puede ser leída (como dicen los compañeros Santiago Llach y Carlos Corach) como una constelación realista de continuidades entre menemismo y kirchnerismo para fraguar el orden democrático al estilo peronista según los reclamos de cada época, difícilmente se pueda leer el pedido social para la década entrante.

Menem, el padre realpolítico de la democracia, el que mató al partido militar, el que se bancó una hiperinflación y un par de corridas cambiarias con paz social, el que para una mayoría popular fue la representación de la estabilidad económica en un país que no podía ponerle el ancla al poder adquisitivo (un no país). Menem cerró (y los efectos sociales habrá que juzgarlos secundariamente) dos frentes que habían hundido cualquier básica noción comunitaria: el hiperinflacionario y el militar. No se trata de un panegírico, sino de no convalidar la historia oficial que vive fustigando la forma peronista de conducir el Estado. A little respect to Carlos, y a los que gestaron hegemonías populares con los márgenes que los predominios económicos mundiales permitían (¿cuándo fue de otra manera?). Menem y Kirchner hicieron lo mismo: reconstruir poder político para forjar el decisionismo estatal, y templar la economía. Ofrecer un bálsamo económico para una mayoría silenciosa, en épocas económicas diferentes. Derrame, distribución del ingreso, llamalo como quieras, no tengo prejuicios gramaticales. Dice Gonzalo: esa mayoría silenciosa procesó y digirió la década menemista hace mucho. Y yo agrego: y de modo mucho menos traumático que minorías que siguen cacareando y a las que no les fue (económica y editorialmente hablando) tan mal en esa “década infame”.

Y hay algo más: para el peronismo militante juvenil, repensar el menemismo es la condición de supervivencia de una postura política peronista que en esta década se identificó con Kirchner, y que quiera trascender autónomamente cuando en las boletas el apellido Kirchner ya no figure. Por eso muchos militantes rasos de La Cámpora o la JP Evita se hacen la pregunta por Menem: ¿qué hacemos con el Turco? Hay una percepción que flota: que hay una cantata deshilachada que ya no puede explicar la década política que arranca el 10 de diciembre de 2011, ni se acomoda a las nacientes expectativas mayoritarias, y que ya no es un relato práctico para la pragmática peronista que se viene. La pregunta por Menem ordena, acomoda. Con una década kirchnerista en el lomo, ya hay cosas que con el melodrama neoliberal no se pueden explicar, porque lamentablemente la sociedad no se conmueve tanto con la historia oficial: no es ni bueno ni malo, es tan sólo la realidad sobre la que el peronismo deberá actuar para constituir una hegemonía eficaz, y que en honor a los tremendos términos del intercambio, le va a pedir a los políticos algo que ni Menem ni Kirchner pudieron lograr: que el grifo estatal y el modelo económico abastezcan al pobrerío nacional y al monotributismo precarizado, en una etapa de angostamiento distributivo. Ampliar capacidad instalada para aumentar la inversión, aunque suene un poco menemista.

Hay algo peor que hacerle el juego a la derecha: hacerle el juego al óxido frepaso-lanatista. Hay un momento en el que el militante peronista-kirchnerista debe dejar de sentir culpa (porque la mayoría silenciosa que avaló los dos peronismos, nunca la sintió): cuando progresista o derechamente comparan a Kirchner con Menem. Políticos profesionales como Pichetto o Aníbal F. han preferido una desprejuiciada objetividad: Menem es un hombre de Estado. Punto. Habrá que prescindir de cierto folklore avejentado: dejar de decir Méndez, M***m, dejar de hablar de “genocidio económico” o de menemato (como si no hubiera habido consenso democrático), habrá que decir que Pizza con champán fue un librito tremendamente gorila y racista, habrá que reconocer que Menem permitió que se hicieran los juicios por apropiación de bebés, que la masa técnica cavallista sirvió como amortiguador (para) estatal contra los corporativismos que minaban la más básica capacidad administrativa de un Estado exangüe y que al menos pudo empezar a cobrar impuestos para no ponerse la economía de gorro, que hubo un consejo nacional de la mujer montonero que funcionaba bien, que Menem y Kirchner le dieron estabilidad a la economía. Que Menem terminó con el golpe de estado, y Kirchner con el de mercado. ¿Con qué va a terminar el peronismo en este nuevo ciclo?