martes, 16 de agosto de 2011

La formidable cartografía atrapatodo del voto a Cristina, de profunda estructura policlasista, confirma todas las hipótesis de voto cruzado que se leyeron en las elecciones locales de las provincias con densidad electoral, y un cierre de ciclo discursivo que sirvió para sostener poder y gobernabilidad durante la etapa que llamamos década kirchnerista, y una revisión (no urgente pero sí requerida por el propio sostén de gobernabilidad solicitado por la nueva etapa) del esquema de alianzas políticas cuya centralidad ocupa el PJ que desde 1983 es algo más que la herramienta electoral descripta por la doctrina peronista para explicar una coyuntura política anterior, ya completamente fenecida respecto de lo que requiere hoy una construcción de poder y política de mayorías. Hoy el voto peronista no es lo que se asocia a los símbolos históricos de esa identidad política, por lo menos a la hora de trazar la relación con el electorado. Creo que eso es claro: desde 1983 el voto peronista no es el de “los peronistas” y así lo han entendido la Renovación, Menem, Kirchner y ahora Cristina.

La cesación de sentido de palabras como antipolítica (que sirvieron para recomponer poder político en un momento leído oportunamente como refundador de hegemonía) cruza hoy casi transversalmente a todos los partidos que se prometen una construcción de poder y mayorías. ¿Quién es antipolítico? ¿Macri, Boudou, Scioli, Cristina? Que esta pregunta haya perdido pimienta, interés, que se haga inocua para el 80% del padrón nacional, nos da la certeza de un cierre de época en el que los datos nos dicen que el consenso político se elabora, no se obtiene. Cristina ganó por afano, y todos los niveles de la estructura del PJ recuperaron caudales de votos tranquilizadores (algunos fueron “más peronistas” y saltaron la media, porque los hay más bonustrackeros, y los hay menos). En la oposición, el único que leyó con profesionalismo la coyuntura electoral fue Macri (ojota ahí, eh). Gobernanza o llano, ese es el lema más épico que se me ocurre para estos cuatro años, pero en realidad, ¿cuándo fue de otra manera?

lunes, 15 de agosto de 2011

A mí que soy medio paja, se me facilita mucho que el intendente me mande la boleta a casa con la dirección de la escuela y el número de mesa mixta que me toca. Los muchachos la suelen traer con tiempo, para esas tareas el aparato es un relojito, para otras no tanto.

Voto en una escuela periférica desde Cristina senadora 2005 (cuando la progresía esclarecida todavía no votaba a “los Kirchner”), y me molesta votar tan lejos de mi órbita residencial, ya me fatiga bastante trasladarme a una zona que no reconozco como mi barrio, a una escuela que hasta Néstor diputado 2009 (cuando la progresía esclarecida ya empezaba a votar a “los Kirchner”) estaba perimetrada por inconcebibles calles de tierra, y donde si llovía entrar era un quilombo. Pero ayer tocó día peronista, climáticamente propicio para sufragar, y con las arterias pavimentadas que facilitaban el ingreso de sectores medios y populares a ese colegio electoral policlasista custodiado por la amada gendarmería. Adentro mucho cuerpo amuchado, mucho “permiso capo, ¿ésta que mesa es?”, era fácil notar que estaba votando mucha gente, mucha más de lo habitual a esa hora, y cuando empezaron a caer ciegos, tullidos, discapacitados y ancianos de toda índole, pensé: acá hay premio o castigo. Señoras ciegas que entraban con la presidenta de mesa de lazarillo, abuelos en muletas que se arrastraban por sus propios medios (y que pedían que no los ayuden, que podían solos) hasta el cuarto oscuro, y hasta una gorda que llevaba un barbijo rosa y ojos desmejorados y parecía emular al rey del pop, al propio Michael, entre otros barbijistas históricos. El conurbano clavó presentismo por arriba del 80%, y cuando pasa eso, todo puede pasar. Los que estamos en este palo (este arte menor que es la política) cuando entramos al cuarto oscuro miramos las pilas de boletas, y ya sabemos. Sólo hay que mirar. Miramos, y sabemos que boletas se mueven y cuales no. La que se movía era la lista 2.

No parece difícil rastrear la etimología del voto en estas primarias. Cristina por arriba de las previsiones, y los principales retadores por debajo de las suyas. La gente votó con la nervadura realpolitiker a flor de piel, ni siquiera hubo votos útiles ni estratégicos, se votó a los que pueden gobernar el país, y lo hizo casi desproporcionadamente, donde el subsistema panperonista se lleva el 70% de lo válidamente emitido, partido de gobierno y de oposición. Y dentro de la distribución del voto, las distancias entre Cristina y el resto (entre el FPV-PJ y el resto), documentó que la gente vetó sin asco a los políticos que no tienen ni representan un proyecto de poder para domar las tensiones que el Estado tiene que administrar todas las mañanas. Con estos resultados queda cerrada la discusión electoral de octubre (el voto realpolitiker de la gente cerró una discusión que sólo sobrevivía en algunos medios de comunicación y en la subclase hiperpolitizada) con una ecuación electoral similar a la del 2007 (Cristina claramente por encima del 45% y el que polarice levemente entre Binner, RA o Duhalde, en torno al 20%).

Este consenso electoral que ya se advertía, termina también con otras cantatas resistentes que se tejían en las hilanderías intelectuales: “gobierno en disputa”, “clima destituyente”, y otras excusas desconocidas para el peronismo que desde 1983 trabajó para intercalar política y poder en la construcción de la electorabilidad perdida y ser el movimiento de derecha que está a la izquierda de la sociedad realmente existente ante cada coyuntura democrática. Como lo fue el kirchnerismo. La cultura resistente ya no garpa ante un contexto de gobierno legitimado electoralmente que enfrenta su acción política a un terreno de angostamiento distributivo. No hay ningún himno del corazón que alcance para darle emotividad a la racionalidad presupuestaria: nadie lo tuvo tan claro como ese cavallista hormonal llamado Néstor Kirchner, ese apóstol del superávit fiscal, ese killer santacruceño que entendió que había herencias intocables del menemismo que ya no se discutían, como no se discuten otras de la década kirchnerista. Como escribió un amigo por ahí, es hora de dejar de hablar de Clarín por dos años.

También se puede hacer un rastreo anímico del voto (y del de octubre) y decir que el voto a Cristina 2011 es un voto Menem ´95. Un voto confirmatorio pero bolsilleado al mango, con bajas dosis de entusiasmo. Como me decía un turro el otro día “a Cristina la odio pero la voto” y se reía un poquito. La lectura anímica del voto “no me rompan las bolas” permitiría anticipar decisiones políticas y gubernamentales que contribuyan a armar un consenso político que el cristinismo necesitará cuando la inercia de los votos se empiece a frenar. Pero ese dilema cristinista no tiene por qué ser objeto de evaluación de los votantes lógicamente conservadores de Cristina: esa reflexión es una responsabilidad de los políticos. Hasta la ecuación numérica es asimilable: en el marco de una continuidad hegemónica exitosa, Menem fue más votado en el ´95 (49.9%) que en el ´89 (47%) y Cristina seguramente sacará más del 45% de 2007. Recordemos que en la Argentina el poder político no se solidifica por la estricta nominalidad del caudal electoral: se necesitan alquimias de poder y estructuras. Esa es la razón por la que el peronismo gobernó la mayoría de los años democráticos, y no sólo por los votos que sacaba.

En este blog hablamos casi nada de la oposición. Vista la cruda decisión del electorado en estas primarias, creo que no nos equivocamos. La discusión del poder, los nombres propios que van discutir las hegemonías que se vienen, surgirán de una nueva reconfiguración peronista que ya empieza junto con la nueva presidencia de Cristina: los que quieran jugar sus fichas deben saber que los clichés de la oposición (incluso de la peronista) fueron fuertemente rechazados por el electorado, y que lo nuevo deberá brotar de algunas verdades que deje el conservadurismo kirchnerista. Al esquivo pattern cristinista se agregan otras pinceladas retóricas (todavía no políticas): “amor y unidad”, como De la Sota, como Macri, como Scioli desde su bunker cítrico y teapartista.

lunes, 8 de agosto de 2011

"El triunfo de De la Sota significa el regreso -con gloria- del clasicismo político. En su flamante proyección, marca la ostensible diferencia. Le brinda cierta jerarquía al oficio. Con atributos que se destacan. No se trata de ningún comediante conocido, de los que se atreven a dar el salto. Tampoco se trata del empresario exitoso, que llega para “hacer su aporte al mejoramiento del país”. Ni es el deportista que decide invertir su popularidad, en otro ámbito de competencia.
Es -De la Sota- el político profesional. Sin pedir ningún perdón por la palabra. Procede de la política, que lo legitima. Y la enaltece. Entre sucesivas derrotas y victorias, su trayectoria le permitió protagonizar diversos tramos sustanciales de la democracia contemporánea. Surgió, al plano nacional, con ella. Es el único sobreviviente político del memorable trío de jóvenes turcos que signaron la Renovación Peronista de los 80. El eje Manzano-Grosso-De la Sota. Bajo el manto protector de Antonio Cafiero. Al que acompañó (para perder), en la última gran interna peronista de 1988."

Córdoba

Decía un político bonaerense hace unos días que la elección de Córdoba, si ganaba De la Sota, era importante para el peronismo. Creo que se refería a los ríos profundos en tránsito hacia el 2013 que el peronismo va a empezar a discutir mucho antes, y no necesariamente para definir una lejanía extrema como los candidatos del 2015. El reflejo singular de esa importancia es que De la Sota recibió un apoyo moral (porque los votos son propios) de todo el arco panperonista (Scioli, Duhalde, Reutemann, Cristina y el macrismo peronista) que hasta el momento no se había plasmado en los anticipos electorales. Resta saber si el Gallego cederá parte de los derechos de autor de la victoria a modo de gift electoral al gobierno nacional.

Provincialmente se consolida una hegemonía justicialista que irá para 16 años en una provincia adversa al peronismo por previos 16, justo cuando el debate porteñocentrista alude a un conformista “pasa que la ciudad es antiperonista, no hay nada que hacer”. De la Sota apostó a construir electorabilidad y hegemonía cuando todo era bonanza radical, y de acuerdo a la ambición renovadora, fijó un poder peronista en una tierra históricamente inhóspita a esa identidad política. Y casi como una creencia, nosotros le brindamos respeto a los tipos que armaron hegemonías, porque es lo más difícil de sostener en política. Cuando escuchamos frases estancas como “la clase media está en disputa” (ay, ese canto apeluchado de la sirena chachista), más conviene mirar la lógica acumulativa del armado frentista del peronismo cordobés que desbancó al radicalismo en 1999, donde la discusión peronismo-antiperonismo no tiene un lugar conducente a la hora de construir política y poder para gobernar. Si el PJ es el reemplazo democrático-popular del partido militar (entre muchas otras cosas, claro está), hay antinomias que hay que saber conducir con eficacia política. Porque hay que ganar. Menos Chacho y más Gallego.

Seguramente el 14 de agosto la historia se resuelva en otra secuencia, por eso Cristina levantó el tubito y congratuló a José Manuel. Paz y bilardismo hasta octubre, y en los ríos profundos…

Fotitos: la provincialización total de la campaña (DLS no habló nunca con medios nacionales, ni citó la coyuntura nacional) fue clave para extender los números; Juez está cerca de ser un cadáver político: a eso te condenan alianzas políticas improvisadas y hacer telepolítica frenética. El Gallego fue al cuerpo a cuerpo territorial con la gente, y los otros hablaban para estériles audiencias nacionales. Ah, y además ganó por esto.