domingo, 30 de octubre de 2011

Quema de guitarras eléctricas en el barrio obispo Novak

El 54% consume en pesos y compra dólares. Lo que quedó cancelado el 23 de octubre a la noche a partir del aval electoral más alto para un presidente de la democracia (pos) moderna nacional, fue esa eficaz estrategia planchista, el bilardismo cristinista que se expresó como un viento de cola político que la propia Cristina construyó con éxito sobre la base de algunos retaceos discursivos que la coyuntura pedía como la forma más pacífica y menos riesgosa de llegar al evento electoral.

La demanda de dólares que realiza desde hace tres meses ya en forma más acentuada el chiquitaje se puede relacionar más consistentemente con el hecho de que se visualiza una situación de dólar barato. La masa asalariada se decide por recorrer los lugares que conoce. Políticamente, se trata de diferenciar al interlocutor, y en ese sentido las declaraciones del vicepresidente del BCRA fueron erradas al calificar de malos inversores a los asalariados que se van al dólar, porque pueden generar irritabilidad y efectos contrarios al buscado, que podrían evitarse hablando menos y tomando decisiones más concertadas (gobierno – equipo económico – autoridad monetaria).

La presión sobre la demanda admite varias causas: la expectativa devaluatoria de sectores financieros, la lectura de que en algún momento se haga una actualización monetaria para recuperar competitividad, la falta de canales de ahorro que permitan desahogar el fogoneo del consumo como única vía de circulación del modelo económico. Lo cierto es que este combo surge menos del conspiracionismo gótico que de una situación concreta de la economía que muestra esperables (pero no graves) inconsistencias que el gobierno, tomando decisiones claras, puede controlar con bastante margen. Las medidas de blanqueo administrativo en el mercado de cambios (liquidación de divisas, y compra de dólares con venia de afip) son positivas. Pero no tienen impacto relevante sobre la demanda de dólares. La liquidación de divisas de petroleras y mineras es una medida de proximidad hacia otra que coincide con la necesidad de dólares que el gobierno tiene (no sólo para sostener el tipo de cambio ahora, sino para graduar cualquier aterrizaje forzoso que solicite la política cambiaria): fijar retenciones adecuadas para dos sectores productivos históricamente privilegiados como parte de la alianza político-económica con la que el kirchnerismo llegó al poder. Las medidas de blanqueo que impactan sobre la masa cuentapropista-asalariada (en este caso, la compra de dólares) tienen que pensarse con una implementación adecuada para no herir sensibilidades: las sensibilidades que lógicamente pueden emerger cuando tenés una economía informal (y real) cercana al 40% y un empleo ennegrecido equivalente.

¿Cómo se frena la demanda de dólares? El blanqueo y los controles están bien, pero no calzan como la respuesta justa a esa pregunta, y si la decisión del BCRA de subir la tasa de interés se trata de una medida aislada, es pan para hoy y hambre para mañana (aún cuando no impacte en el corto plazo sobre la economía real). La política monetaria requiere de mucho timming coyuntural, y cuando Redrado dice “siempre vendí fuerte sin consultar en cada momento de tensión cambiaria”, le está enviando un pequeño pijazo conceptual a Marcó del Pont. Para tener eficacia, la intervención sobre el mercado cambiario tiene que ser agresiva y sobre los grandes compradores, como hicieron NK y el niño dorado durante la crisis de 2009. Hasta ahora el BCRA no tuvo una política monetaria clara: alternó compras pasivas para alcanzar lo demandado (el patrón Mercedes) y luego y aisladamente salió agresivo sobre las operaciones a futuro para mover el tipo de cambio hacia abajo. A diferencia del 2009, ahora hay una percepción más notoria de la relación desfasada entre dólar e inflación: no alcanza sólo con inundar la plaza de dólares para frenar la demanda, se necesitan respuestas más integrales que incluyan alguna decisión de política económica.

Desde 2003, la economía kirchnerista se pensó en las circunstancias que dieron origen al modelo fraguado por Duhalde-Lavagna-Kirchner: se llenaba capacidad instalada ociosa como se llena de agua clorada una pileta olímpica recién arreglada y pintada. Era lógico que se pensara casi todo desde la perspectiva estricta del consumo. Pero sobrevivir “con lo nuestro” también es pensar la cosa desde la inversión, desde la infraestructura que el país tiene, y de la que le falta. La economía cristinista tiene el desafío político de incorporar otras perspectivas para sostener la autoherencia de la reparación social.

jueves, 27 de octubre de 2011

Fiesta cervezal

Entre los efectos del 54%, aparece desde lo político-partidario (y desde las exigencias de una nueva hegemonía aún más obligada a desplegar el lenguaje del poder) la necesaria actualización de las alianzas y los armados del partido de gobierno, claramente dominado por el fortalecimiento del PJ en sus tres estamentos territoriales.

En la provincia de Buenos Aires, la elección arrojó resultados que obligan a pasar por el tamiz ciertas “verdades” del sistema de acumulación política kirchnerista, menos relacionados con la empatía ideológica que con las exigencias y responsabilidades de gestión nacionales, provinciales y municipales.

En la PBA, Cristina sacó 1,2% más que Scioli, verificando una tracción pareja de la boleta completa del FPV (también en las categorías legislativas) que se ahondó en las elecciones ejecutivas municipales. Como sucedió entre los intendentes peronistas más votados, Scioli absorbió todos los votos de las otras listas del FPV-PJ (Ishii) presentadas a la primaria y Cristina no necesitó tracción adicional de la colectora provincial para galvanizar sus números.

La elección confirma la terminación de la mecánica defensivista de gestión que desarrollaron los barones del conurbano ante un contexto de reflujo estatal que comenzó a fines de los ´80 y que concluye a mediados de la década kirchnerista, y que fue la respuesta política posible a una coyuntura de retracción presupuestaria. Hoy esa retracción, aunque atenuada, continúa, pero el Estado tiene más guita en las arcas y el derrame intraestatal reduce la inviabilidad económica estructural de muchos municipios, por lo menos mientras no haya un reflujo de divisas en la macroeconomía.

De los barones a los intendentes premium: la caída en desgracia de los capítulos estancos del manual del alumno sabbateliano se refleja en los votos: en la Primera, Sergio Massa fue el intendente más votado del conurbano con el 73% con un perfil de gestión muy expansivo que excede largamente el alumbrado, barrido y limpieza para entrar en terrenos más complejos como la inseguridad, la educación, la salud. El efecto Massa mostró su poder de fuego territorial más allá de Tigre: en San Fernando Andreotti (con boleta corta) desbancó al gallego Amieiro, y en San Martín Katopodis sacó a los Ivoskus para que el peronismo recupere un distrito clave de la sección. En Mercedes también se verificó la tracción massista: Selva revirtió el resultado desfavorable de las primarias y derrotó a Juani Ustarroz, conductor de la udai mercedina.

En Vicente Lopez la pobrísima gestión del Japonés García fue castigada y Jorge Macri se alzó con la intendencia., y en Malvinas Cariglino destruyó a Vivona en base a un corte de boleta fenomenal. El Vasco Othacehe, Curto y Toti Descalzo estuvieron en el rango de los 40-45 % (lo mismo que el sabbatellismo en Morón) lo que demuestra la progresiva amortización de los barones, pero también su extrema capacidad de eficacia gestiva para sostener territorio y poder dentro de márgenes aceptables: los que los hereden deberán ser mejores políticos que ellos, algo que parece difícil.

En la Tercera, Giustozzi clavó 71% y remixa encuadramiento cristinista con discurso propio para amplificar su base electoral: hace algo similar a lo de Massa, y las urnas lo avalan. Granados confirma que es el barón más moderno en términos de gestión y saca 66,6% en Ezeiza. Los Mussi confirman lo que se ve en las calles de Berazategui y el estilo cuerpo a cuerpo que tienen con los vecinos y las entidades: 67,5%. Con solo dos años de excelente gestión en Lomas de Zamora, Insaurralde se alzó con 66,1%, unificó al peronismo local y terminó con el fraccionamiento electoral que durante los últimos años había puesto al distrito al borde de la ingobernabilidad. En Quilmes, el Barba Gutiérrez repitió los números de la primaria (37%) pero el anibalismo no pudo polarizar la elección y Daniel Gurzi quedó a diez puntos. Díaz Pérez, sin oposición en Lanús, se impuso con un porcentaje bajo en comparación a los intendentes vecinos.

Lo cierto es que con este panorama ¿quién querría hablar de colectoras exógenas para el 2013?

miércoles, 26 de octubre de 2011

Una larga lista de teléfonos útiles

La épica era ésta: votar a Cristina senadora para desbancar a los Duhalde de la zona simbólica del poder. Reacomodar el doblez justicialista a los designios de una nueva etapa de estabilización económica: hacer del derrame una realidad efectiva, ajustar el sistema de poder peronista al ritmo de respiración que proponía Kirchner. Después de eso, Kirchner pudo hacer muchas cosas, pudo avanzar, y también tuvo un jergón defensivo donde tirarse cuando volvía con el maxilar dañado. Era tan sólo una elección de medio mandato, quizás un round administrativo de aquella batalla de alta peluquería, “el pejotismo definiendo sus miserias en la escena obscena de la interna general permanente”, dos barriobajeras esposas de, la formalidad electoral para que el poder político definiera el pase del sello partidario (porque estas cosas nunca se resuelven en la paz de los comités), lo cierto es que en ese 45 % que clavó Cristina en 2005 estaba la profecía bonaerense de los 45% nacionales de 2007 y de todo aquello que el peronismo transitó como parte de la década kirchnerista. En ese tránsito, también pasaba otra cosa: germinaban los perfiles políticos del informe Vanderbilt, se empezaba a morir la estricta lógica defensivista que marcó a los barones del conurbano, la gestión pedía mayores despliegues y prestaciones. Quiero decir: era más épico (más decisivamente político) aquel voto del 2005, que el que acaba de consagrar a Cristina como la más votada de la democracia. El 54% fue un voto lleno de pacífica continuidad, el voto palmariamente lógico de una sociedad resiliente (esa resiliencia social que define no solo el voto sino conductas políticas y agrupamientos que las intelligenzias se resisten a comprender) que nunca vota para atrás: el pasado se analiza en las bibliotecas, y en el territorio político se piensa hacia adelante.

No podría decirse que la mayoría cristinista sólo se explica desde esa resiliencia (que muchos opositores entienden equivocadamente como conformismo), porque el voto a Cristina tuvo toda la potencialidad política que se puede pedir a una sociedad que experimenta una etapa de estabilidad económica y política en un orden democrático nacido en 1983 pero que tiene sus orígenes reformulatorios en 1975-76. Datos de esa politicidad del voto a Cristina: 83% de participación en el conurbano, cartelitos de Cristina en alguna pizzería o casa de lotería, carteles chicos pero visibles en la periferia del comercio minorista, sobre los que sólo estaba depositado el silencio. El 54% que votó a Cristina el lunes se levantó temprano para ir a laburar, y pidió, respetablemente, que no le hincharan las pelotas.

Como es lógico, hubo una minoría intensa (intensísima) que consideró que el resultado electoral ameritaba el exilio o el velatorio de la nación o encarar una increíble “resistencia al régimen”, y desde el lado opuesto consideraron que llegaba la liberación o se embarcaron en la ansiosa repetición del sintagma “momento histórico” e hicieron un uso abusivo y malentendido de la palabra “gorila” (algo muy propio de los recién llegados no ya al kirchnerismo, sino al cristinismo). Estas minorías fuertemente instruidas y sobrepolitizadas comparten una idiosincrasia psicoanalítico-política, una impronta que en las cartas de Walsh a la conducción montonera es lo que establece la diferencia entre desbande y retirada para calificar los comportamientos de los intelectuales y profesionales en un caso, y el del populacho en el otro. Esas pulsiones distorsivas aparecen en el actual minorismo intenso, pero lo que no alcanzan a comprender ellos mismos es que la etapa cristinista no tiene asignada centralidad política para sus debates: jugarán en el lugar de la cancha donde no se disputa la pelota, porque se necesita cal y arena para hacer política con angostamiento distributivo. Dejemos las tribulaciones de Werther y Frederic Moreau para la literatura, porque la política no las necesita. Hay que dejar de estudiar ciencias sociales y humanidades por cuatro años.

La estabilidad económica kirchnerista induce al derrame por la vía de los poros paritarios, el subsidio al consumo y la amplificación reparatoria del grifo estatal a través de la AUH, las jubilaciones y las netbooks (las netbooks llegan más al pobrerío que los derechos humanos); la sostenibilidad de estos parámetros depende de cambios en el modelo económico. La profundización del modelo es pasar del motomelismo volátil al crédito hipotecario real La era cristinista va a estar barnizada (tanto para definir los nombres propios de la sucesión política como para definir las agendas de gestión) por aquella otra frase de la carta de Walsh (uno de los pocos textos políticos del irlandés que valen la pena) a la aristocracia monto que decía que las masas están condenadas al uso del sentido común.Cada vez más informe Vanderbilt. La marchita que la canten los recién llegados, los políticos van a pensar en la inversión. Yo siempre recuerdo que cuando se terminó la etapa revolucionaria, en 1951, Evita se olvidó de todo lo que había dicho, y empezó a hacer realpolitik. Eran tiempos de angostamiento distributivo. Los tiempos que necesitan de más política, los tiempos en que sin fracturarse, hay que doblarse como un junco, porque hay un 54% que vota, pero que espera.