jueves, 18 de abril de 2013

El modelo argentino



Un poco que el líquido podrido que drena ahora de la economía se ensayaba en el recatado cónclave palaciego que sostenían en el 2004 Lavagna y otros ramajes del equipo económico pero todavía no directamente con Kirchner, en ese primer año y medio Kirchner aplicó un inteligente laissez faire, no se metía mucho, se dedicaba a administrar mayores dosis a la política, pero por debajo del siga-siga económico fluía encapsulada la discusión técnica de los sultanes del ritmo: ritmo del porcentaje paritario, ritmo de la inflación, ritmo exportador, ritmo de inversión.

La intervención del Estado es (también) manejar ritmos. La pileta vacía, la torta del crecimiento recostada sobre el mercado interno, lo usual, lo que sabemos todos, lo que correspondía, ese consenso lamolinista sobre el rumbo económico, pero que en las fisuras de ese debate tecnocrático que transcurría en oficinas oscurecidas y de espaldas a la alborada nestorista, mostraba algunos elementos que sirven para discutir el rumbo de la macroeconomía actual.

El estado puede decidir, ahora que la pileta está llena y surgen los desajustes progresivos que pegan cada vez  más sobre la economía real, cómo se va a definir el crecimiento sobre la triple base del consumo, las exportaciones y la inversión. Cuánto se va a cargar sobre cada una de estas tres patas. Otra decisión tiene que ver con que la sustentabilidad del ritmo de extracción de renta necesita de la responsabilidad estatal para construir más mercado, más sector privado de la economía.

Mas allá de lo que se define desde el gobierno como un programa con metas de crecimiento (por oposición a las metas de inflación), no hay una tendencia a plantear políticas económicas que no estén siempre vinculadas  al enamoramiento “del modelo”, y por lo tanto, al pasado. Solo algunos sectores del peronismo (preocupados por generar políticas de ruptura con continuidad, pero no al revés) están pensando en un programa económico para un país de crecimiento moderado o bajo.

Crecimiento moderado de la economía sin escenario de crisis terminal es una coyuntura que reclama ciertas cosas al sistema político, más centralmente al subsistema peronista que entabló las relaciones cualitativas entre política y Estado en las últimas dos décadas. Sea o no ordenada la sucesión del 2015, para el peronismo surge la necesidad de reestablecer mayor eficacia institucional al sistema de partidos para aceitar la relación entre política y acción estatal en el marco de una economía moderada.

Al partido del orden le va a ser reclamado un mejor manejo de las tensiones entre política y poder que tiene origen oblicuo en el achatamiento de la economía, según lo que empiezan a pensar algunos sectores militantes y dirigenciales peronistas que ya ven la cuestión institucional como algo no sólo formal, sino con un grosor político que define parte del consenso social posterior a 2015.

Lo que muchos militantes y dirigentes dicen, haciendo ya un revisionismo práctico del modo en que se administró la tensión poder-política en los “segundos tramos” del menemismo y kirchnerismo: pasar a un mandato presidencial de 6  años sin reelección para resolver la sucesión. La decisión del gobernador Peralta de eliminar la reelección indefinida en su provincia (para traccionar legitimidad política hacia afuera y hacia adentro) parece expresar esa misma necesidad política que muchos peronismos provinciales comienzan a considerar.

A diferencia de la Renovación Peronista que reorganizó para construir electorabilidad, el tratamiento institucional que necesita el subsistema peronista se orienta a lograr que el partido de gobierno haga funcionar mejor al Estado en relación con una economía de bajo crecimiento. La expansión de funciones estatales en los municipios del conurbano y la aparición de una camada de intendentes en 2007 con alta electorabilidad que modificó parcialmente la relación con la militancia territorial y de ésta con la población, son fenómenos en curso que también se relacionan con esta nueva agenda institucional para los subsistemas peronistas nacional y provinciales, en función de coordinar la acción política y la acción estatal con la nueva realidad económica. El objetivo de fondo: poder construir movilidad social ascendente en una economía a la baja.

Cuando se trata de hacer paralelismos entre países y entre partidos políticos de la región (un business habitual del curro politológico), la moda instaurada por la minoría emokirchnerista es edulcorar el análisis asimilando al kirchnerismo con el PSUV, cuando por idiosincrasia histórico-político-operativa la única comparación verosímil es la del Partido Justicialista con el PRI (lamento amargar a believers y emocionales, pero es así). Argentina y México comparten sociedades que no abonan a la teoría del país dividido, y por esa razón (además de muchas otras) tanto el PJ como el PRI tienen que asumir compromisos institucionales mayores por causas de supervivencia política. Es interesante por eso ver la relación que asume el PRI con el sistema político mexicano después de estar en la lona durante 14 años.

El PRI apalancó una renovación generacional con perfil de gestión pero los viejos cuadros no fueron echados del ámbito de decisión sino pasados detrás del biombo para conformar un grupo de consigliori, considerando que los políticos old school compensan aportando más densidad política a las decisiones de gestión, mejorando el balance entre política y poder.

Con la llegada de Peña Nieto al poder, el PRI impulsó el Pacto por México, un acuerdo programático de gestión junto con el PRD y el PAN al que se agregaron otros partidos políticos; entre los puntos del acuerdo, está la institucionalización constitucional del Pacto de modo opcional, lo que permitiría al presidente armar coaliciones programáticas de gestión, es decir, abrir el juego.

Además, Peña Nieto será el primer presidente priista que va  incidir en el manejo del partido (algo que el PJ ya había resuelto con Menem) para intensificar el margen de gobernabilidad mientras el PRI esté en el poder; nuevamente un delicado equilibrio para dosificar política y poder con acción de estado.

La agenda del Pacto tiene ejes centrales: una reforma educativa que se centra en la calidad docente (un tema que la Argentina también tiene que enfrentar, más allá del 6% de PBI que hoy se pone), el ingreso de la inversión privada a PEMEX para recuperar la caída de producción, una regulación de las telecomunicaciones (que abarca a los medios, pero también y fundamentalmente al mercado de telefonía móvil).

La stamina del acuerdo será también una prueba para testear si hay más política que poder: la previsión de la dirigencia mexicana es darle velocidad a las políticas concertadas. Un dato: la economía mexicana ha tenido un crecimiento a la baja en la última década. Como parte de los antibióticos que toma el PRI para soldar consenso político, Peña Nieto adoptó el discurso anticorrupción para subir la vara y encanó a La Maestra para allanar el apoyo social a la reforma educativa.

Pero al mismo tiempo que se adapta a la nueva década, el PRI sostiene su tradición nacionalista, forjada a través de la épica del cine y la telenovela; la constante revisión de lo nacional mexicano nunca transitó por los libros y la academia, sino por la representación audiovisual. La historia política de México se arma en el cine de consumo masivo de la década del ´40 con las películas de Emilio “Indio” Fernández, y con el star system femenino: Dolores del Río, María Félix, Silvia Pinal. Con la caída en desgracia del cine, la telenovela unge sucesivamente a Verónica Castro, Thalía, Lucero. En esa lista de heroínas blancas que actúan la pobreza y el sueño prometido de la movilidad social ascendente está también Angélica Rivera, que se consagró con La Dueña en la década noventista, y hoy es la primera dama mexicana, la mujer de la acción social y de Peña Nieto.

Pero no nos enamoremos de los ejemplos. Argentina tiene su propia agenda: la que en el 2015 (¿o en el 2013?) va a pedir que el partido del orden cumpla en diversos frentes que hoy parecen paralizados, o al menos demorados. Le va a pedir un mejor Estado (no más, mejor), planificación para poder cualificar Justicia Social en una economía moderada, porque por suerte Argentina no vive una crisis económica terminal, ni es un país dividido.