lunes, 2 de septiembre de 2013

Sucesión intestada


Que Massa cante la balada del primer cordón habla menos de una estratificación estática del voto del que se nutre la interna peronista bonaerense que del mecanismo de inserción electoral en esa disputa. Luego, el hecho electoral consumado abre la puerta a los más misteriosos comportamientos de los votantes. Ahí comienza una dinamización del voto que abarca también (cómo que no) al 30% de núcleo duro que acompañó a todos los oficialismos (y oposiciones) peronistas que gobernaron el país desde 1989.

El período 1983-1988 dejó como huella política para el peronismo la necesidad de contar con una ecuación de electorabilidad + territorialidad para tallar en la interna. Con una de las dos no alcanza. La interna general de 2005 confirmó el combo: el frepasismo residual del FPV + algunas estructuras justicialistas cruzadas a mitad del río le arrebataban la representación al PJPBA. Como bien comprende el invalorable Carlos Pagni, la representación política no puede avanzar y consolidarse para ningún grupo político por fuera de esa doble condición.

Es lógico que ante una situación de debilidad poselectoral ese sector del peronismo solicite internas para intentar una reducción de daños ante el efecto frejudepa. El pedido de Scioli es personal: trata de evitar que quede descabezada su electorabilidad, pero poco parece interesarle el otro aspecto del combo. A Massa no le interesa esa “interna” que propone el oficialismo por dos razones: porque todavía no comenzó aquel proceso de dinamización del voto peronista, y porque considera que la única interna válida en esta etapa acaba de suceder: fueron las PASO.

Paradójicamente, la instalación de la electorabilidad en la disputa de poder peronista debilitó la importancia relativa de la otra creación (esta sí expresa) de la renovación ochentista: la interna con formato cerrado de afiliados. Hoy vas a visitar a un puntero y lo que menos tiene son fichas de afiliación. Lo que no comprendió cabalmente la Renovación fue que la electorabilidad no era producida ni definida por la interna, sino que se trataba de un fenómeno político que la excedía y se construía desde otro lugar. Tampoco tenía una relación lineal con lo que producían los aparatos territoriales: los triunfos de Menem en la interna cerrada del ´88 y Cristina en la interna general de 2005 lo confirman.

El avance lento y contradictorio de este proceso en la política territorial peronista produjo esa nueva camada de intendentes elegidos mayormente con el ocasional sello del FPV en 2007, y que pasan a tener autonomía y proyección política propia bajo la herramienta electoral Frente Renovador. Munido de un caudal consolidado de electorabilidad-territorialidad, Massa puede presentar una agenda de temas que disloca “las prioridades” de los PEN nacional y provincial, pero que al mismo tiempo pone en evidencia y discusión las limitaciones defensivistas que se autoimponen los intendentes del FPV. La zanja bonaerense que separa a los que prefieren protegerse en el tradicional “derecho de veto” y los que pretenden extender la acción política hacia una nueva geopolítica del peronismo bonaerense sintetizada en el “derecho de imposición”. Tras la disputa electoral FR-FPV emerge esa división conceptual (largamente taponada por el desfinanciamiento intelectual que sufrieron los PJ nacional y provincial en esta década), y esto explica en parte por qué el candidato efepeveísta debe correr detrás de la agenda de Massa, aunque más no sea para reproducirla con delay. Quién mejor afina es quién mejor representa.

En el peronismo, la pretensión de instalar “la hora partidaria” es el reflejo de momentos de debilidad y defensivismo profundo. Más todavía cuando todos los actores de la política territorial perciben que este pedido se hace a destiempo. Esto explica por qué Scioli pide interna, y porque a Massa no le interesa la situación del PJ. Massa sabe que la construcción de territorialidad se hace autónomamente, con tiempos políticos distintos a los que quieren imponer las conducciones ocasionalmente institucionales y que esa (re)construcción se hace al calor de la tensión sorda entre la liga de intendentes y la liga de gobernadores.

Scioli ha apelado a la consigna “unidad para la gobernabilidad” para transitar estos dos años. Se trata de una visión demasiado estática de la situación política, y bastante desautorizada por los números de las PASO: la ampliación de la representación peronista en la PBA se nutre de una transferencia de votos que degrada las posibilidades de un espacio no peronista. Por lo tanto, la gobernabilidad no está en riesgo.

A tal punto despreocupa a la militancia el fantasma del “peronismo dividido” que hasta el propio Movimiento Evita transita con mansedumbre y tranquilidad la exploración de sus afinidades electivas: el productor de la película lo prefiere a Scioli; al que viene de bautizar a su niño en Santa Marta le tira Massa; y algunos sectores juveniles esperan con calma el salto a la cancha del candidato del kirchnerismo (es lógico que así lo piensen: hay un 10-15% de padrón kirchnerista que nunca votaría a Scioli.)