martes, 9 de diciembre de 2014

La extraña posición




El problema de la posmodernidad para los partidos nacionales empieza a tener discusión interna en los ´80. En Argentina, el debate partidario de la renovación peronista es en el fondo (y en su más cabal operatividad) la reconfiguración de la relación partido-representación para construir un perfil de liderazgo: el liderazgo define al partido.

En México, las cosas son distintas. El PRI es un partido nacional que forja su estabilidad hegemónica en la fidelidad operativa hacia el más ínfimo pliegue de la burocracia del estado. Si el partido “en funciones” interpreta con eficacia ese ritual burocrático tal como lo espera el votante, el liderazgo no es necesario como eje de la estabilidad del partido. Sin embargo, para el PRI ese esquema se resiente a fines de los ´70.

Se podría decir que con la cantata de la Revolución no alcanzaba, ese patrimonio político de la herencia natural ya no cohesionaba “por afuera” del dispositivo del partido del orden  y va limando la legitimidad política del partido durante los ´80, aun cuando el piso de representación básica todavía funciona pero no oculta su tendencia declinatoria.

En 1988 suceden dos cosas: el PRI sufre una escisión “por izquierda” que da lugar al PRD, y Luis Donaldo Colosio asume la presidencia del PRI. Consciente del problema, Colosio lanza la renovación: el PRI tiene que modernizarse, ampliar sus franjas históricas de representación, dotarse de un liderazgo que “dinamice” la estructura partidaria. Se instauran mecanismos directos de elección interna, se fogonea la pluralidad de candidaturas subnacionales para atenuar el lobby corporativo que presionaba y acotaba los límites de representación del PRI.

Los efectos de estas medidas son concretos: el PRI obtiene resultados estaduales y federales por encima de la media histórica en los años subsiguientes y Colosio pasa del partido a la gestión (política y praxis) en 1992 para “contrapesar” a Salinas de Gortari dentro del gobierno, y desde el ministerio de Acción Social arma programas sociales de alto alcance que hoy siguen vigentes dentro del profuso asistencialismo mexicano.

El trayecto mismo de Colosio refleja hasta qué punto había sido un error mantener en órbitas distantes al partido y al presidente del gobierno (en Argentina, ese error es el que hunde la representatividad de la UCR en los ´80) y en qué medida el liderazgo necesitaba de esa confluencia para existir: Colosio fue el primer candidato presidencial del PRI que generó, a partir de ese vínculo personal entre política y gestión, su propio liderazgo “por encima” de lo que podía ofrecer la mera institucionalidad partidaria. Es evidente que su asesinato en la víspera electoral de 1994 frustra todo el proceso modernizador del PRI y anticipa la salida del 2000.

La vuelta del PRI con Peña Nieto en 2012 parece responder a algunas de aquellas certezas frustradas: consciente de que ya no es un partido hegemónico, el PRI trabaja para apuntalar a la figura presidencial y no para sí mismo. Eso le ha permitido, en principio, retornar al poder y renovar la dirigencia. Pero un tramo sustancial de la actualización doctrinaria colosiana está pendiente.

Un activo histórico del PRI fue (además de resolver la sucesión) generar, financieramente, un ámbito intelectual autónomo (periodismo, universidades, editoriales) de jerarquía académica para las representaciones de izquierda cultural del país.

De esta manera el PRI evitaba incorporar a su alianza política sectores sociales que tarde o temprano se reñirían con la filosofía del partido nacional de masas (que no acepta la dimensión cultural de la política como eje de la acción política) y resentirían las bases de su hegemonía.

Pero entrados los ´80 parecía peligroso confiarse únicamente a la fidelidad de la operatividad burocrática y al mito revolucionario como herramientas exclusivas de la representación: la ecuación clasista ya no explicaba enteramente el comportamiento del votante y el PRI pagaba un costo alto para no tener la batalla cultural “adentro”: clase media, asalariados formales, docentes,  y sindicatos cuello blanco estatales eran expulsados voluntariamente del mapeo electoral.

El PRI actual corrigió parte de este déficit, pero persiste aquella división histórica con la militancia estudiantil a niveles de “populismo” y “fubismo” que no representan ya, ni en un caso ni en el otro, sentires mayoritarios en la sociedad mexicana.

En ese sentido, el desafío de Peña Nieto pasa por dotar de contenido específico a ese liderazgo necesario que reclamaba Colosio como indispensable. Las ejecuciones extrajudiciales y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa se inscriben en una serie de hechos preexistentes a la gestión Peña Nieto, pero el impacto social que han tenido no puede atenuar la responsabilidad política presidencial. La intervención federal, que fue efectiva para reducir el brote de violencia narco en Michoacán, se demoró en Guerrero e Iguala, y Peña Nieto bajó tarde al territorio.

La crisis puede ser la oportunidad para que Peña Nieto salte el cerco “institucional” del PRI y construya política por afuera. 

El Pacto por México funcionó bien: por ahí fluyeron la reforma educativa, la de Pemex, la ley de telecomunicaciones que obligó a Carlos Slim a desinvertir (sin batalla cultural de por medio), y se aprobaron el seguro de desempleo y la pensión universal para mayores de 65 años. La que quedó trabada fue la reforma impositiva para generalizar los gravámenes al consumo, una medida necesaria más allá de su regresividad si entendemos que México es el país con menos presión fiscal de América Latina en impuestos indirectos.

La iniciativa política del PRI en el Pacto por México (PPM) le permitió aliviar la falta de mayoría legislativa en esta era no-hegemónica, y desnudó las falencias de la oposición: el PAN lógicamente dañado por los doce años de desgaste federal, pero el dato político es la gran crisis de la izquierda mexicana.

López Obrador abandonó el PRD luego de las elecciones y fundó su nueva pyme electoral MO.RE.NA. para dividir aún más el voto centroizquierdista. Cuauhtémoc Cárdenas acaba de renunciar al partido y lo dejó en control de Los Chuchos, que bancan el PPM pero integran una casta dirigente de tono acuerdista sin figuras atractivas desde lo electoral. Y la vinculación directa de dirigentes del PRD en el caso de los estudiantes desaparecidos (el intendente de Iguala y el gobernador de Guerrero) da cuenta de que la violencia narco afecta a toda la clase política.

La cuantificación del costo político que terminará por alcanzar a Peña Nieto se reflejará parcialmente en las elecciones estaduales y legislativas de 2015. La tendencia parece ir menos hacia un voto castigo al PRI que a un aumento del abstencionismo, lo cual documenta que la asignatura pendiente del liderazgo es una oportunidad latente que Peña Nieto tiene al alcance de la mano, pero que todavía no aprovechó.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Esas anchas avenidas


Podría decirse que cada presidenciable se rige (hoy) por su propia lógica de inserción a la disputa electoral antes que por la severidad práctica de sus respectivos discursos políticos. Si las ventajas relativas que los candidatos exhiben (Macri un proyecto opositor, Massa un liderazgo y expertise macroeconómica, Scioli un consenso continuista) son verosímiles para tramos significativos del electorado, lo que hay que determinar es cuál de esas opciones puede aglutinar una mayoría relativa.

En ese sentido, tanto Macri como Scioli han optado por una “fidelización” del voto en función de estrategias que son concurrentes: afianzar el polo oposición-continuidad para tratar de evitar drenajes en sus respectivas bases electorales, antes que buscar la “liquidez” de las mayorías. Toda fidelización es, por definición, a la baja. Scioli imbuido de dialecto kirchnerista, Macri declamando que todo lo demás es peronismo: son estrategias conscientes de su propio déficit de representación, y que de alguna manera, contribuyen a sostenerlo.

Es evidente que Massa, por tributar a una lógica de inserción electoral diferente a las otras, tenga una estrategia distinta, tanto en el terreno del discurso como de la construcción política. El FR se origina en 2013 como un desprendimiento del oficialismo y con un voto PASO donde la base electoral se constituyó a partir de un voto poskirchnerista extraído al oficialismo, a lo que se sumó luego el voto “desplazado” a campo panperonista, tan progresivamente característico en el mapa electoral bonaerense, y que podría calificarse como “voto opositor atenuado”, proclive a las anchas avenidas. El desafío de Massa es instalar esa ecuación a nivel nacional.

Podría decirse entonces que el caudal electoral de Massa no se estructuró sobre la base de la polarización, y también que en general ninguna mayoría silenciosa se basa sobre esos parámetros a la hora de votar. A su vez, Massa es tributario de su propia lógica electoral al efectuar una acumulación frentista de orden transversal que no está presente ni  en el FPV ni en el PRO, y que en la política posmoderna es importante a la hora “demostrar” la representación con la que cuenta un proyecto de poder para amortiguar políticamente y sostener ese plus de gobernabilidad que toda hegemonía que se inicia necesita en los primeros meses de gobierno. Una transversalidad operativa es, antes que una muestra ideológica, un síntoma de autoridad política.

En sentido opuesto, Scioli va con un esquema duhaldista de inserción electoral que privilegia la ortodoxia defensiva. En el plano interno también despliega un esquema ortodoxo al privilegiar una alianza relativa con los gobernadores (muchos de ellos sin reelección, y por lo tanto sin incentivos) que desecha el lugar de los intendentes dentro de la institucionalidad peronista. Hace unos meses dijimos que la agenda política de los gobernadores no es la misma de los intendentes.

En el caso de Macri, se privilegia el esquema de “partido” sin atisbo de acumulación frentista: un modelo “europeo” que ante el desorden representativo del orden político argentino termina expresando limitaciones representativas y territoriales que luego se reflejan en la índole de las posibles alianzas políticas.

En un cierto punto, la acumulación y control de orgánicas diversas, y hasta contradictorias entre sí (el barro y la bosta) son la prueba de la blancura para cualquier liderazgo que se precie de ser tal. 

Sin embargo, tanto Scioli como Macri al recostarse sobre las capacidades instaladas de sus respectivos “partidos”, parecen ir por un sendero contrario, donde la falta de liderazgo limita la capacidad de representación, en total coincidencia con el polo oposición-continuidad que pretenden usufructuar.

Esas mismas diferencias se verifican en la relación de Massa y Macri con el panradicalismo. El dilema de la conducción nacional de la UCR se debate entre aceptar la estrategia territorial o la del partido: ganar gobernaciones o colar cargos. Concertación plural o frepasismo. En el fondo, se trata menos de un problema ideológico que de construcción política. 

Como parte de la estrategia a la baja del efepeveísmo, es lógico que de hacer el panradicalismo un acuerdo, prefieran que lo haga con Macri. Pero como dijimos hace meses, la índole de un acuerdo UCR-PRO no es aritmética, porque siempre habrá un radicalismo de gestión (con pretensiones  bipartidistas en el horizonte) que se irá con Massa.

Si la discusión de la víspera en el efepeveísmo es si van con candidato único a las PASO o dejan jugar, lo que entonces no estaba tan claro era la marcialidad de los números partidarios por encima de la electorabilidad. El fantasma de la PASO de candidatos por sobre la de partidos llegó a puerto kirchnerista.

Oblicuamente, esta inquietud da cuenta del estado de situación de la puja bonaerense entre FR y FPV y la eficacia de la reducción de daños en el GBA, ya sin “fierros” provinciales y nacionales que incidan en la ecuación municipal.

Es evidente que las PASO sirvieron para reducir la testimonialidad del sistema de partidos pero que también crearon una dinámica propia a cargo del electorado que las formaciones políticas “tardaron” en decodificar. 

Sotto voce, son cada vez más los dirigentes y militantes de todos los partidos políticos (pero sobre todo, y ésta es la paradoja, de los más competitivos) que advierten que el mecanismo tiene singularidades “no previstas” por el legislador.

Desde que el sistema está en vigencia, el efepeveísmo como partido de gobierno prácticamente no celebró la interna en los rangos subnacionales, y en el 2013 el FR tuvo más primarias distritales que el partido justicialista bonaerense; es por eso que la “estructura” piensa que hay que recalibrar la lectura de la ecuación de electorabilidad-territorialidad que emerge de las PASO.

Esto explicaría también las reservas de los intendentes efepeveístas a anticipar un apoyo explícito a Scioli, el jefe político del kirchnerismo provincial y candidato presidencial de esa formación, a menos de un año de las PASO. Para muchos de ellos está latente la experiencia de 2011, cuando los que pidieron lista “dentro” de la interna cobraron peor que los que fueron con la boleta muletta (o la boleta corta), una situación que da para que las ambulancias extremen sus trabajos a medida que se acerque el cierre para las PASO.

En el plano económico, la tregua cambiaria expresa en qué medida la macro permanece intocada, y por lo tanto, en qué medida cada vez que Scioli habla de economía, habla de un wishful thinking y no de los datos duros a partir de los cuales se construye una estabilidad económica para “airear” cualquier hegemonía política. En ese campo, las ventajas de Massa con su legión de economistas del partido del orden son evidentes.


La baja del dólar con emisión de deuda en títulos del tesoro dollar linked implica que las propias expectativas cambiarias que el bono genera se transfieren más allá de diciembre de 2015, con una lógica de endeudamiento bastante “lesiva” para las finanzas públicas (con dollar linked suelen hacer sus endeudamientos forzados Scioli y Macri) que le agrega presiones devaluatorias al próximo gobierno. 

Muchas veces la pax financiera se logra en base a la caída de la economía real.

La paradoja es que el gobierno de Cristina no pueda sofisticar su macro para oxigenar el poder adquisitivo por la vía tributaria, ya que el asalariado va a “financiar” estos papeles a 8,50. 

Por el momento, con las cotizaciones del bono de ypf  no se come, no se cura, ni se educa.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Ellos no usan smoking



El aprendizaje político de Lula maduró cuando las derrotas electorales eran el santo y seña de una carencia: con el partido sindical no alcanzaba. El PT se transforma en un partido político cuando se corre hacia el centro: atenúa su vínculo originario con los movimientos sociales, coopta dirigentes y partidos a la centroizquierda atomizada que le hacía perder elecciones (la incorporación de Dilma es fruto de este proceso) y arma una coalición con partidos que antes estaban fuera de la órbita operativa de la izquierda brasileña (la vieja guardia partidaria nacida con el posgetulismo).

Después de una década de hegemonía, el PT mantiene niveles de adhesión significativos. Pero ya pasado el pico distributivo, parece haber una sensación: que Rousseff no puede ofrecer cuatro años mejores a los cuatro discretos que se terminan este año. La canción ingrata de la clase media lulista.

La aparición casi fortuita de Marina Silva parece capitalizar parte de esa sensación, pero también puede ser la expresión del reencuentro con una idiosincrasia política añorada, algo inasible (y acaso mítico) que también juega un papel a la hora de votar. Sería más fácil sesgar el análisis y decir que Maria Osmarina Silva es el caballo de troya del establishment brasileño, pero las cosas parecen menos lineales.

Negra, analfabeta, mucama, campesina. Marina también es una hija del Brasil. Se forma políticamente con Chico Mendes y con él fundan la CUT y el PT en su pueblo, y hace la carrera política en el partido. Marina es un cuadro político (lo que implica beber de las aguas imprevistas del carisma) y en ese sentido lo es más que Dilma. Y es también la expresión de una anomalía (similar a lo que fue Lula), de una filtración en una clase política brasileña muy elitista y profesionalizada.

La idea del “engaño ideológico” de Silva al electorado estaría mediada entonces por una pregunta previa: ¿sabemos qué está buscando el votante brasileño en esta elección?

En los actos de campaña, Marina Silva no solo no critica a Lula (sí a Dilma), sino que lo enmarca sutilmente en una historia común, y casi en un giro gracioso lo evoca como el marido que abandona la casa conyugal. Marina parece pendular: a izquierda hace guiños de autenticidad que evidentemente molestan al petismo y a derecha (porque como opositora electoral, su eje de disputa de votos es con el PSDB) despliega ortodoxia económica.

Sin embargo, su veta a la vez ambientalista, progresista, evangélica y honestista tornan difícil determinar sobre que nichos sociales permea su candidatura; es evidente que en términos de “programa político” su discurso es bastante contradictorio, y esta debilidad puede terminar inclinando la balanza hacia Dilma. Pero también es cierto que ningún votante elige estrictamente un programa político cuando entra al cuarto oscuro.

Más allá del resultado, lo cierto es que el overshooting electoral de Marina Silva (que tenderá a caer y estabilizarse en 1º vuelta) es la representación de que a Dilma y el PT les está faltando lulismo.

Para Argentina sea Dilma o Marina, no cambia nada. El Mercosur está frizado y la bilateral comercial tiene exportaciones cayendo desde 2011. Cuando Marina culpa a la Argentina por el estancamiento comercial, en realidad dice aquello que Dilma sottovocea. Uno de los asesores económicos senior de Lula-Dilma, el heterodoxo Luiz Gonzaga Belluzzo (el otro es Antonio Delfim Netto, ministro de la dictadura) dice que el problema es la escasez de dólares de Argentina.

Como decíamos hace un tiempo atrás, la relación con Brasil necesita de una postura más activa y agresiva del gobierno argentino. Sea con Dilma o Marina, Brasil va a explorar planes B (BRICs, UE, AP, EEUU) que sean acordes a su economía de escala, que obviamente, no es la de Argentina.

En ese sentido, y más allá de la interdependencia estratégica que se necesita con Brasil, Argentina tiene que explorar y explotar su finita ventana de oportunidad para materializar instancias de desarrollo, y eso implica una política comercial activa con economías dentro de escala (África, los emergentes asiáticos medianos, India).


Que en el plano regional la cooperación entre los países se asiente cada vez más en organismos como Unasur y Celac para coincidir en declaraciones políticas y se innove poco en la dinámica comercial de Mercosur (de ahí la ventaja relativa que sacó la AP), es tal vez el síntoma de un cambio en el proceso económico regional que se va imponiendo más allá de las rupturas o continuidades políticas que se produzcan en los gobiernos de Brasil, Argentina y el resto de la región, y donde la integración tendrá que avanzar más allá de las diferencias políticas: la economía así lo va a reclamar.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La mano invisible del Estado


Fuera del malabarismo monetario del BCRA, no se ven “esfuerzos” del Estado en el manejo de la economía que permitan pensar, de manera viable, en un modelo económico “más allá de 2015” desde el oficialismo en una faz estrictamente continuista como la que predican, al menos implícitamente, todos los precandidatos efepeveístas.

Por coyuntura, pero también por decisiones políticas, Cristina avala un rumbo económico que se indispone con el “trayecto” que piensa para sí el partido del orden, y por lo tanto, que también se indispone con la zona social donde gravitaría una representación mayoritaria luego del 2015.

La paradoja: el kirchnerismo “maneja” la economía hoy pero se excluye del debate por la economía que viene, justo cuando esta última es la que genera la construcción de expectativas políticas en la población.

Quizás no sea tan llamativo que el kirchnerismo se excluya de la “promesa neodesarrollista” que aparece en el horizonte del 2016 como una zona más ambigua donde los presidenciables van a expresar la disputa entre “heterodoxias” más o menos eficaces (Frondizi como significante vacío) y no tanto la batalla final entre un modelo distribucionista y una regresión neoliberal, si entendemos que la política económica que aplica y avala Cristina (y por lo tanto el fpv como partido de gobierno) es conceptualmente contraria a aquella “promesa”.

En este sentido, la actual conducción económica del gobierno expresa una histórica impugnación conceptual a la macro neodesarrollista, lo cual explica gran parte de las medidas económicas que se vienen tomando desde 2010-2011 y que terminaron por autogenerar un escenario de restricción externa totalmente incompatible con la expertise económica del partido del orden.  

La histórica predilección de Kicillof por el tipo de cambio real bajo (un punto de partida que en las economías subdesarrolladas no deja margen para el crecimiento acelerado inicial que se necesita para robustecer la macro y poder “derramar” y distribuir con cierta estabilidad) expresa una cierta visión conservadora de la capacidad expansiva de la producción, de la capacidad estatal para “transferir” PBI a exportaciones e inversión (dólares) y por lo tanto, de la capacidad “política” para controlar la demanda interna.

El desinterés por gestar políticas que trabajen sobre esas variables quizás explique también por qué el equipo económico de Cristina considera que la puja distributiva es una constante irresoluble que no merece atención política ni aun en el actual tramo inercial del ciclo inflacionario. En un plano más político, quizás también explique por qué el kirchnerismo se quedó sin alianzas sindicales que fueron constitutivas para “manejar los tiempos” de la distribución en el 2003.

Hay otras creencias del equipo económico del fpv que contribuyen a la realidad recesiva: desconfiar de la incidencia del tipo de cambio real alto en las elasticidades del comercio exterior, desvincular demanda e inflación (promover el siga-siga al costo de la restricción externa, con mayores costos que beneficios en el poder de consumo y sin un cálculo político certero, ya que la elección de 2013 la perdiste igual), sobrevaluar la incidencia de las retenciones en el desacople “antiinflacionario” del precio internacional de los commodities, y considerar que el mercado interno se autosustenta sin elementos externos (sin dólares), una visión que, sí, funcionaba en los ´50 y ´60.

Se tratan de demasiadas variables reales desechadas en favor de una planificación estatal vía micro-cambios múltiples que “compensarían” la apreciación cambiaria real y su inherente crecimiento bajo como vía hacia la industrialización, pero que el gobierno ni siquiera implementó embrionariamente, básicamente porque se “muerde la cola” con el tipo de cambio bajo que Kicillof prefiere.

Además, la teoría de la planificación estatal implica un Estado virtuoso y sin fondo que financia todo aquello que el sector privado abandona, en vez de asumir una mirada más realista que contemple las propias limitaciones financieras del Estado y una intervención directiva más panorámica que pueda “anticipar la jugada” en el mercado, ante la virulencia rentista de los empresarios.

En la promesa neodesarrollista de los presidenciables habita, aun con las limitaciones del caso, una discusión más concreta de la relación entre el Estado y la economía, que requiere de una conducción política que arme una concertación sindical mucho más profunda que un mero pacto social: el próximo presidente deberá generar una alianza política que refleje el corte transversal que existe dentro de la dirigencia sindical peronista en favor de una generación intermedia que llega a la conducción de los sindicatos con una nueva agenda que supera largamente la simple negociación de una paritaria.

Las garantías distribucionistas ya no se colman con el % de una paritaria ni con la guita que pone el Estado por las asignaciones directas. El statu quo sindical que banca la recidiva cristinista ya expresa problemas de lectura política (Smata pidiendo palo para los troscos por su propia defección basista) que el próximo presidente deberá reconducir.

Aún cuando invoque una “agenda de desarrollo”, Scioli está inmerso en una continuidad subordinada al tempo económico axelista que sufre toda candidatura efepeveísta. Pero además su propio proyecto naranja basado en la minería para todos (sin una Codelco que le otorgue viabilidad al proyecto) tiene una tendencia reprimarizadora que choca contra la lógica desarrollista y no sutura la absorción de empleo que reclama el mercado interno.

Así es como Massa aparece tensionando en ese rubro con el oficialismo, por las señales que envía con su equipo económico en favor del tipo de cambio real alto por un lado, y la renovación sindical por el otro.

Macri podría sumarse al lote si dota a su ponderación frondicista de ciertas posturas concretas; de Massa lo separa una línea clara, que es la misma que separó a Lavagna de Prat Gay en 2003: Macri parece más partidario de metas de inflación rígidas con tipo de cambio libre (es decir, bajo y desenganchado del mercado interno) mientras que Massa va a unas metas flexibles de inflación con tipo de cambio administrado. En el fpv parece claro que sea Scioli o no, se prefiere un tipo de cambio bajo y atrasado que se “corregiría” con planificación estatal y alta dominancia fiscal, bajo una creencia errada (y comprobada en estos años que llevaron a la restricción externa y la recesión con alta inflación): que el voluntarismo en la micro modifica el comportamiento de la macro.


En  un punto, esta discusión de “heterodoxias” está subordinada a una necesidad estrictamente política: saber cuál de estas propuestas, técnicamente, combina mejor los mayores ratios entre crecimiento económico y años de estabilidad, teniendo en cuenta que ya no habrá expansiones de PBI, empleo y distribución tan rápidas como las de 2002-2003.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

El lobo herbívoro del hombre


De los estados líquidos a los gaseosos: la intervención federal del kirchnerismo sobre la seguridad pública tuvo distintas etapas de contradicción operativa, con tendencia declinante en la percepción política del problema: el frustrado megaplan de Gustavo Béliz para crear un fbi argento, el longevo acuerdo Kirchner-Valleca para la pax policial en la protesta social, el nildismo de cuadernillos pedagógicos y purga rotativa superestructural, la autogestión ministerial de Berni.

En cada fase una certeza: el progresivo abandono intelectual que hace el PEN de una mirada política integral del problema, la renuncia a un decisionismo federal que marcara líneas rectoras a las jurisdicciones provinciales, en vez de desligar funciones.

Esa languidez decisionista tuvo su continuidad retórica en un discurso sin votos que trató de “explicar el problema” a través de Stuart Hall y la gilada de los estudios culturales y centró el foco en la “densidad mediática” de la sensación de inseguridad, o lo que Zaffaroni llama “las campañas de ley  y orden”; todo ello para sortear cualquier lectura sobre la “naturaleza represiva” (y también punitiva) que debía estar presente en una política de seguridad pública. En este sentido, llama la atención que el kirchnerismo apele al discurso antiestatista (antipolítico) de Zaffaroni, teniendo a mano la potabilidad del progresismo práctico de Alberto Binder, lo cual reafirma las dificultades del oficialismo para situarse conceptualmente frente al tema.

El aumento real del delito violento en la PBA, la falta de directivas políticas propias de Cristina en el rubro (y la discontinuidad de políticas eficaces como el Operativo Centinela) junto con la declinación del “dialecto kirchnerista” frente a los hechos de la inminencia sucesoria, abrió la grieta de la autoconservación: Kunkel y la ley antipiquete, MI y la baja de imputabilidad, Berni y las deportaciones.

Estos gestos revelan algo positivo: se termina el tabú de un debate que excluía del análisis (o relativizaba de modo inconducente) la atribución represiva y punitiva del Estado a la hora de conformar políticas de seguridad pública. Pero a la vez, dejan expuesto, de modo muy negativo, la mediocridad y orfandad conceptual de planteos que, “corridos” por el sentido común, “corren” el riesgo de desembocar en respuestas políticas de dudosa eficacia.

En el caso de Berni y los extranjeros que delinquen, lo cuestionable no pasa por la estigmatización moral, sino por una lectura que desde lo práctico-político resulta inadecuada en la medida que no hay una vinculación lineal entre extranjería y choreo, aun cuando existan asociaciones ilícitas que vienen al país a cometer delitos. En ese sentido, la deportación es un instrumento marginal del sistema sancionatorio pero que Berni evoca como si la linealidad extranjero-delito fuera más amplia y gravitante en la inseguridad y por lo tanto, un eje de cierta centralidad a la hora de tramar la política de seguridad pública.

Existe una distancia considerable entre el hacedorismo apasionado de Berni y una gestión federal de seguridad. A falta de conducción política que lo encuadre “gestivamente”, Berni se autogobierna, encara con ímpetu wagneriano la historia mínima de la “reducción de daños”, eso que queda en la mesa de saldos del poder kirchnerista a un año y medio de la salida, y en un área donde el gobierno exhibió más deficits que virtudes. Allí radica la confusión: en pensar que justo donde Berni no puede mostrar una gestión (gobernanza), podría haber material intelectual o agenda futura para la elaboración de una política de seguridad.

Por eso me parece un error que Massa, o cualquier presidenciable, tomen la vinculación lineal extranjero-delito para definir alguna posición sobre la inseguridad, más allá de su productividad tacticista para la acumulación electoral y para explotar las contradicciones del FPV; pero también se tiene que acumular representación, y para ello es necesario que ahí donde el “municipalismo” trazó una política propia contra la inseguridad y donde ser “el primer mostrador del Estado” permitió hacer una diagnosis correcta que galvanizó la legitimidad política de los intendentes frente a la deserción de otras jurisdicciones estatales, también se haga una lectura política “adelantada” al sentido común para definir la respuesta frente a un aspecto tan puntual como la relación extranjería-delito. Sentido común para diagnosticar, pero no siempre para proponer.


Hay que transitar con cuidado los seis grados de separación entre los dos (¿tres?) cordones: ese trayecto policlasista en donde todo ciudadano argentino dice con picardía “yo tengo un amigo extranjero” que roba, que me “licita” el oficio, que me saca el laburo. Son canciones que cada día suenan más, que uno escucha en silencio porque “comprende”, porque la inseguridad y el miedo a perder el trabajo son hechos concretos. Pero el gran desafío del político, de la representación, no es reproducir ese testimonio árido del sentido común, sino transformarlo en política.

martes, 19 de agosto de 2014

Desalambre: ¿Se corta la cadena de frío?


Hace dos meses, el consultor Carlos Fara diagnosticaba un congelamiento del escenario político a favor del oficialismo, y en menor medida, del panradicalismo, a partir de su nominación como frente amplio. Reconocía la táctica defensivista del kirchnerismo como único mecanismo para fijar expectativas de cohesión política y daba como eficaces un conjunto de medidas con esa impronta: prórroga de deudas a las provincias, plan de obras de De Vido para el conurbano, grifo de precandidaturas, renovación autoridades del PJ.

Sin embargo, ese frizado luce relativo:

1. La táctica látigo y mano de seda del PEN se indispone progresivamente con las estrategias de supervivencia política de cara al proceso sucesorio. Ese dilema se verifica en las provincias petroleras: ir por afuera (Río Negro-Neuquén) o acompañar en condiciones electorales severamente comprometidas (Mendoza-Chubut).

La “coyuntura energética” sirve para que el vandorismo partidario del MPN se despliegue no solo por los meros intereses sectoriales en juego (regalías) sino en perspectiva hacia la mejor asociación política con el Estado Nacional a partir de 2016.

En el caso de Río Negro, la situación política tiene más aristas: el pase del gobernador Weretilneck al FR restaura un escenario provincial de tres tercios electorales (FPV, panradicalismo, FR) impensado hace pocos meses.

Como garante de la coalición efepeveísta local, Pichetto es el que sale más dañado de la jugada, con un riesgo aun mayor para el PJ: perder de vista cierta idiosincrasia rionegrina que hizo que un partidista nato (un ortodoxo hormonal) como el Gringo Soria apelara al instrumento frentista para ganar la provincia y quebrar la hegemonía radical.

Habrá que ver si los hermanos Soria van detrás de Pichetto y juegan a suerte y verdad según el determinismo nacional o adelantan tiempos en la disputa electoral provincial. En cualquiera de los casos, parecen quedar lejos los tiempos de la hegemonía calma que había gestado el Gringo. Para Weretilneck se viene un año y medio de política quirúrgica si quiere acertar la bala de plata que le permita jugar la ficha de la reelección. Hoy tiene el partido más disputable que hace un año.

Más allá de sus singularidades, la situación rionegrina refleja, una vez más, las dificultades del oficialismo para restaurar el piso de representación que una instancia sucesoria reclama. Esa fuga del frentismo al partidismo acentúa las condiciones de defensividad, a la vez que la evolución del partidismo al frentismo que evidencia Massa en esta etapa (todavía lejana de la situación electoral) expresa otra vocación no solo de acumulación, sino de representación.

2. La obra pública nacional en los municipios de la PBA está parada hace dos años. El Plan de De Vido (Más Cerca) para realizar “obras inmediatas” (dixit) se negoció hasta ahora con una bajísima cantidad de intendentes, aun dentro del universo efepeveísta.

La mayoría de los intendentes viene financiando su propio cronograma de obras con recursos municipales, y a un año de las PASO, lo que empieza a pesar es la estrategia de supervivencia política en el marco de una sucesión presidencial. La relación costo-beneficio se comienza a leer ya no desde la diaria weberiana, sino desde el “salto de calidad”.

Hay varios intendentes que, sin fierros cualitativos de Nación y sin asistencia política de Scioli,  ya han “cerrado” la ecuación económico-financiera distrital para llegar “aireados” a diciembre de 2015, conscientes de que en esta coyuntura importa más llegar con un poco más de oxigenación política que económica.

3. Decretar un frente nominal no funcionó como línea maginot para el panradicalismo. Un acuerdo de Macri con la UCR en Córdoba y otras provincias parece plausible (aunque con un escollo casi insalvable: la PBA). Massa sumó a la CC-PBA y confirmó el fenómeno de desplazamiento del voto bonaerense hacia terreno panperonista, cuestión que a su vez activa el pase de peronistas del FPV que ven que el centro de gravedad de la representación en la provincia puede cambiar.


La persistencia de estas dos tendencias en el tiempo, y a escala nacional, arrojan un dato no menor: Macri solo puede sumar radicales, mientras que Massa suma radicales y peronistas. Esto es así porque ambos “presidenciables” construyen política en base a diferentes lógicas de inserción electoral, algo que iremos explicando en futuras notas.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Los defaults no existen, pero que los hay…


Más que el default económico, lo que no suele perdonar la sociedad es el default de la conducción política: liderazgo y representación. Siempre es lo mismo, nena. Lo que tarda en hacerse tolerable (y visible) en los análisis políticos es un hecho con fecha cierta: que en el 2015 no va a haber ninguna boleta electoral que lleve el apellido Kirchner.

Existe, entonces, la persistencia defensiva en el efepeveísmo que ignora todo lo dinámico que pasó en la política en los últimos años: elecciones, nombres propios, macroeconomía. Ya nadie discute la permanencia de la AUH como línea maginot de la resistencia militante (la épica del 2010), ahora el gran drama de la clase política toda es por qué ese beneficio no está por ley y no tiene su régimen de movilidad. Ya nadie habla, tampoco, del club de los devaluacionistas. Todo cambia. La política es cero nostalgia, la gente vota para adelante.

En ese sentido, lo positivo que deja el consenso kirchnerista lo deja en contra del cálculo político al que aspira una formación política que termina su mandato pero que quiere continuar su hegemonía casi en contra de la realidad efectiva de los nombres propios. La mochila cargada de la que hablaba Juan Carlos Torre para narrar la cadencia postrera de cada ciclo peronista.

Y bien: nadie puede cruzar el puente de la sucesión con la mochila llena. El puente (el trayecto del poder) no aguanta. A diferencia de Scioli, Massa hizo una jugada que busca construir instancias de liderazgo y representación que van a ser requeridas para la sucesión del 2015. Que galvanicen la caminata por el puente. Como dice Luca Sartorio, el tigrense pisa en los dos subsistemas: el peronista y el no peronista, lo que trae más riesgos y más ganancias. Mientras, el efepeveísmo va (más allá del candidato) con un esquema duhaldista de representación y liderazgo defensivo: el riesgo de este esquema es que las probabilidades de quitar el lastre de la mochila a tiempo son muy bajas.

Desde esa perspectiva defensivista, es lógico que tanto Cristina como Scioli converjan en elegir como adversario favorito a Macri. 

El business declinante del país dividido que a Cristina le sirve para gobernar la salida a su propio ritmo, sin presiones de representación y cada vez más en franco litigio retórico con la aristocracia obrera y la clase media baja (los gajes de cortar guita a favor de la ecuación financiera de la Administración a costa del ingreso medio salarial, y por lo tanto a expensas del consumo privado) y que para Scioli es el “no queda otra” para intentar retener al PJ en la víspera frente al desalambre de estructuras que promueve el Frente Renovador  (doctor Bojos dixit) garantizando PASOs  por abajo y electorabilidad por arriba. 

Para el oficialismo es una situación de “manta corta” o “tensión interna” que se viene expresando desde la candidatura de MI en 2013.

Para Macri, ser el elegido del kirchnerismo le pone un techo a su “crecimiento”, porque en la PBA no puede disputar el desplazamiento del voto no peronista al terreno panperonista que se verificó con la irrupción de Massa y que no parece modificarse sustancialmente de cara al 2015 (teorema de Othacehé). Y sin 20% de votos provinciales la base de cualquier competitividad nacional se resiente; a eso hay que agregar que la suma de “mano de obra” radical no es aritmética para ningún “arreglo”. Los diferentes mecanismos de construcción política que exhiben FR y PRO permiten pensar que el “radicalismo de gestión” (intendentes) van a preferir a Massa aun cuando Macri haga un acuerdo superestructural con algún tramo de la conducción partidaria de la UCRRA.

A un año de las PASO, lo que se percibe y lo que se mide (cuando la sociedad todavía está lejos de colocarse en situación electoral) es entonces la potabilidad de los posibles liderazgos y representaciones en danza. Y detrás de la gestualidad garrochista, las fotos, las contenciones fallidas, quizás lo que se empiece a jugar sea algo un poco más tangible y menos vaporoso para el electorado que mira de reojo: ver quien es el más apto para conducir. Algo que es casi una decisión proto-electoral, y que empieza a jugarse ahora.

martes, 15 de julio de 2014

Keynes-Kaldor-Thirlwall

El discreto encanto de los economistas radicales que se quemaron con leche en 1989 y 2001: cierto conformismo pseudo-realista del manejo de la economía que hoy les permite explicar y bancar la política económica del gobierno en su tendencia contractiva y recesiva como el “mal menor” frente a las presiones cambiarias sobre el dólar.

Que el respaldo“técnico” al gobierno provenga de estas biografías que hicieron crisis de fe cuando no pudieron “calzar” políticamente la relación entre el manejo del Estado y la economía, explica también por qué los economistas del partido del orden (es decir, los que suelen ver “la película completa”) están en “otro lado”: no están con Cristina, pero tampoco están con los herederos del FPV.

Si los dos años de la “ficción expansiva” de la economía (2010-2011) bajo el combo ancla cambiaria-suba artificial del salario real-“inflación buena”-peg no pudieron ser contenidos luego por una “sintonía fina” (costos, subsidios, cadenas de valor) donde el Estado como institución financiera hace el “sacrificio” y evita, por razones políticas, descargar el problema en la presión impositiva sobre clase media, media-baja y aristocracia obrera, lo que no hubo entonces fue una respuesta política adecuada del partido del orden a su propio patrimonio distributivo.

De ahí que sea el gobierno el que autogenera (mejor dicho, autoacelera) el problema de la restricción externa, a lo que responde con la salida clásica: devaluación para hacer caer importaciones y bajar los costos en todos los sectores de la economía vía caída de la actividad. Un recurso demasiado rústico para un partido del orden que sustentó gran parte de su supervivencia política bajo una lógica distribucionista.

Esas fallas terminan de amortizar la titularidad de los capitales políticos: el kirchnerismo no tiene macro para arreglar la restricción externa, y amodorrar la economía para “llegar” (tasa de interés + endeudamiento) es un programa económico demasiado conservador que sigue descargando el costo  en el poder adquisitivo del asalariado y el cuentapropismo minorista, sin incentivos en la inversión y las exportaciones.

A la salida clásica para afrontar el déficit de dólares (que no difiere de lo hecho por otros gobiernos tan disímiles como los de Onganía o Alfonsín) se agrega, en los últimos meses, una falta de respuesta política para contener el conflicto social que surge de la decisión de deprimir la economía.

Es decir, no hay una intervención diferenciada del Estado-partido del orden
frente a la protesta social, por un lado, y frente a la inseguridad pública, por el otro. Leña u omisión, según el caso, a falta de una estrategia que incorpore a los sindicatos, y de gestión pura y dura para disminuir la incidencia del delito violento.

La devaluación sin exportaciones hecha en el verano no corrigió la tendencia del frente externo, y la caída de la actividad desaceleró el aumento de inflación pero desde el mes pasado se verifica una reaceleración, con alimentos y bebidas en un rango del 45%.

Es evidente que traducido al campo electoral, se comience a insinuar una disputa por la “titularidad” del partido del orden como parte del reclamo de representación.

Que varios intendentes del conurbano se pregunten cómo se va a avanzar en la relación entre la asistencia social estatal y la generación de empleo privado (como un problema bastante urgente en los municipios) habla de una agenda que desafía el statu quo efepeveísta y pone las expectativas en otro lado: no es casual la visibilidad que Massa busca darle a sus economistas de traza duhaldo- nestorista (la expertise en la tormenta como biografía) para que digan las palabras económicas que hoy no son dichas por el gobierno: cambio alto, restricción externa, exportaciones industriales, elasticidades de comercio exterior, la demanda interna no funciona sin dólares, empleo privado.


Un lenguaje bien distinto al conformismo explicativo de esos economistas que se quemaron con leche en el ´89 y el 2001 y hoy justifican el programa oficialista con beneficio de inventario de los errores no forzados (Moreno y el manejo de impos,  la gestión Marcó del Pont del BCRA, el cepo, la devaluación sin dólares de Kicillof-Fábrega, etc), expresando un pragmatismo defensivo (“no se puede hacer otra cosa de lo que se hace”) que se parece demasiado a la fe testimonial del converso, y muy poco al decisionismo intuitivo hacia adelante que se le reclama al partido del orden para que siga siendo tal.

miércoles, 21 de mayo de 2014

La renovación y la prosa de los votos*


No hay escuelas superiores, los centros doctrinarios que quedan son espacios de la memoria, los institutos históricos son el hobby enciclopedista de los nostálgicos y la efímera calentura intelectual de los recién llegados. El Museo Evita es el recorrido pop que hace la clase media alta para reafirmar las afinidades estéticas adquiridas durante la politización kirchnerista.

Una visión modernista de la política podría afirmar todavía el vínculo causal que existe entre la producción intelectual y la renovación de las ideas políticas. Una mitología que remite al partido de cuadros, los congresos, los documentos.

Aún sustentado en la praxis, el peronismo que lideró Perón promovía (como partido de Estado) la obligatoriedad escolar del militante y la exigencia de actualizar doctrina como parte de la glorificación evitista del empleado público y la enfermera.

Para Perón la formación educativa del militante era la semilla de las renovaciones futuras que habrían de transitarse con el patrocinio de su liderazgo. Pero la muerte del líder coincide con una época de fuerte crisis y reforma estructural del capitalismo mundial que impacta en la política: los electorados dejan de aceptar ese romanticismo decimonónico que todavía persistía como el factor estructurante de las ideas y acciones políticas.

Comprender la relación entre democracia y mercado a la hora de producir política sería la llave para la construcción de nuevos liderazgos y representaciones.

En la Argentina, ese tiempo llegó algunos años antes de 1983 y el consenso alfonsinista interpretó mejor la esperanza social y demócrata (en un sentido no ideológico) de la sociedad frente a un peronismo que había sobrevalorado el posibilismo continuista de su propuesta electoral.

La apertura democrática encuentra al peronismo derrotado y conducido por Las 62 Organizaciones, inmerso en una profunda lógica defensivista que la organización sindical provee eficazmente para sostener al movimiento mientras dura la represión y la ilegalización de los partidos políticos, pero que a esa altura conspiraba contra la recuperación de capacidad electoral del PJ como partido productor de poder y creador de representación.

El surgimiento de la Renovación Peronista obedece a una necesidad operativa y solo secundariamente ideológica, aunque ambos componentes estaban enlazados en la disputa contra Las 62 y algunos feudos provinciales.

La profunda discusión intrapartidaria fomentada por los renovadores (congresos, afiliaciones, producción intelectual) es posible porque el peronismo no controla el Estado Nacional y ve reducido su índice histórico de gobernaciones provinciales: cuando las corbatas desplazan a las camperas del control partidario y aparece en el horizonte la posibilidad de disputar nuevamente el poder presidencial, toda esta discusión intrapartidaria pasa automáticamente a segundo plano.

Teorema del peronismo (pos) moderno: el debate de ideas en la trama partidaria es directamente proporcional a la lejanía del Estado.

Además de la modernización institucional partidaria para volver a ganar, la Renovación encara una refacción ideológica bastante difusa y divorciada de la coyuntura económica, que oblicuamente dejaba traslucir cierta incomprensión de aquello que socialmente ya estaba integrado en el consenso alfonsinista: a la indiscutibilidad de la democracia liberal como esquema básico de la tramitación política de los conflictos sociales, la Renovación oponía un concepto ambiguo y abstracto de democracia social-popular, una institucionalidad al uso nostro peronista que la sociedad ya no reclamaba por considerarla satisfecha con la prosa parquenortista de Alfonsín y la efectiva restauración de la democracia que operó el radicalismo.

Así, el debate ideológico que proponía la Renovación funde a negro y transita hacia un no-lugar de la realidad política cuando Menem gana la interna de 1988.

La otra renovación silenciosa del peronismo en esos años, menos hablada y menos receptada por el soporte literario, es la que se desarrolla al ritmo de la reconversión económica del país: la mano de obra desocupada de las regionales sindicales pasa a cumplir funciones en los territorios civiles a los que la pobreza mejor se adapta (Curto), lugar donde ya estaban los punteros recolectados por la dirigencia intermedia renovadora (Duhalde).

De esta constelación orillera nacen las estructuras territoriales que van a elegir al peronismo como eje de su política transaccional y de representación político-electoral. Este tramo va del reparto de la caja PAN a la modificación del PJ como partido clientelar de masas.

El proceso renovador de los ´80 deja como huella candente del peronismo, más allá de los debates ideológicos y las reformas instrumentales promovidas, la idea de electorabilidad como un nuevo perfil de liderazgo y representación que comprende perfectamente las nuevas relaciones entre democracia, mercado y política.

En definitiva, que comprende la nueva cultura de consumo de la sociedad que le toca gobernar.

Esa electorabilidad no surge del “texto” de la Renovación, sino de los hechos producidos por la puja intrapartidaria (que ganó la Renovación).

En este sentido, y pese a los ríos de tinta derramados por la revista Unidos, podemos decir que el producto intelectual mas genuino de la Renovación está reflejado en el liderazgo y la representación que va a encarnar Carlos Menem, y luego, como parte de la misma generación de presidentes, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

El político peronista que surge de la Renovación encarna un liderazgo hecho a si mismo, que construye su capacidad electoral con materiales que encuentra fuera de la política tradicional: en los medios, en la imagen, en protocolos no políticos para relacionarse con la sociedad, en una renovación del lenguaje político que disminuye las expectativas líricas puestas en palabras-idea como “pueblo” o “movimiento” y guarda para consumo interno la mayor parte de la simbología sonora y visual del peronismo originario.

El político peronista pasa a ejecutar el populismo en las formas, los gestos y los actos de gobierno, y no ya en el texto desde el cual enuncia la política.

Con improntas propias, los liderazgos de Menem y Kirchner están atravesados por estas características que reflejan la manera en que el peronismo resolvió los problemas que ofrecía la posmodernidad a la tradición política populista.

Con la vuelta del peronismo al poder en 1989 y su progresiva conformación como partido de gobierno que modifica la conformación bipartidista del sistema, las posibilidades de la discusión partidaria como fuente de innovación ideológica se reducen drásticamente.

El alfonsinismo no puede garantizar la estabilidad socio-económica del país y el peronismo asume las misiones pendientes: liberalizar la economía para estabilizarla y destruir al partido militar para darle una consolidación realpolitica a la democracia.

La eficacia relativa de la tarea unge al peronismo como el partido del orden democrático, aquel que garantiza una administración estable de la economía y de la conflictividad social por su mayor capacidad de representación y tramitación concreta de la política entre los sectores más pobres de la sociedad, pero también (y cada vez más) entre la clase media despolitizada que no encuentra cauces de representación en los partidos no peronistas.

Ya sea para administrar situaciones de ajuste (Menem), crisis terminal (Duhalde) o distribucionismo (Kirchner), el peronismo no puede ya disociarse del manejo del estado, de la gestión, de cierta cárcel weberiana que le deteriora la oxigenación política e intelectual, pero que lo fortifica como partido de poder.

Los que hablan la política son los que ganan, los que gobiernan.

La música peronista la toca el que lidera, el que capta el orden político internacional de su época y lo traduce mejor a representación local, el que escribe la partitura módicamente populista de su tiempo.

Las sucesivas “éticas de la responsabilidad” posponen la palabra de las bases.

La “salida” no se cuece en el debate partidario sino en el nuevo liderazgo que irrumpe.

El kirchnerismo sembró una pretensión renovadora vinculada a la promoción de los jóvenes en la política. Una operación estética que pone la mira en la generación juvenil de los ´90 recuperando una concepción de la producción política sobre el eje romantizador-idealista en el marco de la fundacionalidad kirchnerista, pero que al omitir la transformación política del peronismo realmente existente durante los ´80, prescinde de una lectura equilibrada de la política y  el poder que es constitutiva, precisamente, de cualquier pretensión renovadora del peronismo.

Los que ganan, renuevan. El triunfo legitima la palabra política novedosa. Lo que separa a La Cámpora de los Massa e Insaurralde no es la ideología, es la hermenéutica.

Para éstos últimos, la política no tiene fecha cierta ni se historiza, no vieron un big bang político el 25 de mayo de 2003: son tipos que se profesionalizaron políticamente durante el kirchnerismo, pero tuvieron su educación sentimental allí donde los gobiernos de Alfonsín y Menem se iban enlazando en rupturas y continuidades (democracia, mercado, política y cultura) que reflejaron de un modo bastante realista los consensos silenciosos que firmaban al pie las mayorías sociales.

Cada vez más, y mientras no haya una crisis que lo desaloje súbitamente del Estado, los presuntos renovadores del peronismo serán aquellos que efectivamente quieran dar el debate de las ideas, pero con una previa construcción electoral de poder que los respalde en la palabra.

*(Texto original de uno similar publicado en Revista Crisis en octubre de 2013.)

jueves, 1 de mayo de 2014

A la hora señalada


En 1994, cuando Menem y Alfonsín idearon el sistema electoral que consagró la nueva CN, dijeron: la política da herramientas para construir esta clase de mayoría, si no lo hacés tampoco vas a tener una hegemonía que sostenga los números, ergo no podés ganar. Entre los deseos sostenidos del credo bipartidista, se filtraba la frialdad realista de las claúsulas que auguraba y (se) “anticipaba” (a) los problemas que iban a sufrir el peronismo y el radicalismo en el 2001.

En un sistema político más ríspido y volátil frente a la estabilidad moderna bipartidista que se desvanecía,  el 2001 terminó de sellar el vínculo electorabilidad-hegemonía como activo para gobernar la Argentina: con uno solo no alcanza, porque las “idiosincrasias” de la materia prima (el electorado) se fragmentan, son menos estables.

Una comprensión inexacta del vínculo electorabilidad-hegemonía explicaron el triunfo y caída de la Alianza en 1999, y desde un lugar menos traumático pero no menos elocuente, el muy flojo segundo mandato de Cristina después de alzarse con el 54% de los votos. Una comprensión más exacta de ese vínculo le permitió ganar y gobernar a Kirchner en 2003.

Detrás de estos problemas (que lo son tanto para el subsistema panperonista como para la oposición no peronista) está el problema de la representación. 

Las representaciones que hoy reclama la sociedad no son estrictamente políticas, ni sociales, son algo más. En ese sentido, hacer política ahora es mucho más difícil que en los ´60, los ´70, o en los ´80.

El caso más habitual de incomprensión de este “cambio” lo dan aquellas formaciones políticas que sitúan el eje de la política en la discusión de programas o propuestas. 

El peronismo olfateó antes que el resto esta inconducencia y como un bartleby político dijo: preferiría no hacerlo, prefiero discutir la representación.

Por lo tanto, desde los ´90 para acá analizar la representación es el lugar más sensato y realista desde donde analizar la política. Las propuestas, los programas, la moralina, la ideología,  las estructuras, la clase política: son importantes, pero vienen después de la representación.

Luego de seis meses de la coyuntura electoral de 2013, lo que se ve es que el panorama de las representaciones no ha variado demasiado:

Modificar PASO = déficit del combo electorabilidad-territorialidad: tanto el FPV como Macri y UNEN “ensayaron” la necesidad de reformar las PASO para poder meterle “sensación aritmética” a la representación. Estas intenciones demuestran que, en cada caso, al combo le falta algo. El Frente Renovador rechazó modificar la ley electoral elaborada por NK.

Running por derecha: Es notorio que la irrupción electoral de Massa trastocó el espacio de representación que había generado para su propia hegemonía el kirchnerismo, que a partir de ese momento vio condicionada su agenda.

Eso abrió una tensión sorda dentro del efepeveísmo que gotea transversalmente al interior del dispositivo partidario, lo que dificulta aun más la construcción de representación: ese déficit lo expresaron Insaurralde en plena campaña pidiendo la baja de la imputabilidad para menores, luego Kunkel al solicitar la regulación legal de los piquetes según su legitimidad política, y Granados e Ishii ahora al pedir el servicio militar obligatorio. 

En tres de los cuatro casos se trata de dirigentes que tributan territorialmente al núcleo duro del voto peronista bonaerense, y que al detectar el déficit de representación de su partido político, deciden situarse “a la derecha” de Massa, y disputar agenda en ese andarivel.

Esto revela que el efepeveísmo que “quiere seguir” ve las certezas representativas de Massa, pero que al querer imitarlo para disputar, puede sobreactuar  y errarle, sin que haya productividad electoral: el electorado detecta la defensividad de la postura, y la rechaza. Le pasó a Insaurralde, le puede pasar a Scioli.

La vigencia del teorema de Othacehé: Las encuestas que se vienen publicando en los últimos meses ofrecen algunos datos interesantes, de los cuales el % de adhesión  que tiene cada “candidato” quizá sea el menos  importante, dado que la sociedad no está colocada en situación electoral.

En ellas se confirma el desplazamiento de voto no peronista a terreno panperonista; esta tendencia se ve cualitativamente acentuada en la PBA, aun con la inclusión del PRO en el armado UNEN.

La distribución de preferencias FR-FPV en 1º y 3º Sección Electoral permanece intocada; el teorema de Othacehé parece vigente y sugiere que la territorialidad, por sí misma, no construye representación.


¿PASO de partidos o candidatos?: Aun cuando la PASO del FPV aparezca levemente como la más elegida en las encuestas, el déficit de representación lleva a la pregunta por la candidatura; si el electorado tiene un comportamiento similar a 2011 y 2013, la PASO puede ser vista como una 1º vuelta y la general como un balotaje. El verdadero “candidato ganador” sería aquel que sume más votos que el resto en las primarias, más allá de cual sea la PASO partidaria más votada.


domingo, 30 de marzo de 2014

Back in the USA


El fin de una etapa distribucionista basada en el consumo y el precio de las exportaciones de materias primas como motores exclusivos de la economía latinoamericana está obligando a los países de la región a proyectar cambios de estrategia en la trama continental que se relacionan también con coyunturas internas que no tienen la holgura distributiva que caracterizó a la última década.

Durante los ´90 la apertura indiscriminada de la economía de la región achicó el mercado interno y el empleo. En los 2000 se viró a un anclaje regional eminentemente político que no alcanzó para avanzar en una integración económica concreta y más sofisticada, que implicaba ciertos sacrificios concurrentes de los países integrantes.

Ahora que la inercia distribucionista de la región amaina su marcha, cada país se vuelve hacia estrategias más tradicionales y asumen el pragmatismo de las bilaterales. La economía lleva un poco de paseo a la política.

Los liderazgos políticos que aparecen en la región no pueden abstraerse de estos cambios, so pena de que otro “arregle” antes que ellos.

En ese contexto pueden ser leídas las declaraciones de Massa en EEUU:

1) Planteó galvanizar la bilateral de Argentina con ese país y los del bloque europeo.

Eso mismo ya hace Brasil, por lo menos mientras dure la paralización del Mercosur, para mejorar la calidad de exportaciones con esos bloques (de mayor contenido industrial que las que se hacen a Asia) y así sostener mercado interno y empleo.

2) Dijo que Argentina debe ser, desde el Mercosur, el puente hacia la Alianza del Pacifico.

Esta intención es audaz porque insinúa colocar a Argentina en una posición más activa frente a Brasil, teniendo en cuenta la interdependencia medular entre ambos países en materia económica, y la táctica brasileña de “privilegiar” (por el momento) a EEUU, el BRIC y la UE en el plano comercial.

En ese sentido, Bachelet afirmó que para Chile la Celac es el ámbito de integración política y la AP el de integración económica. Paraguay y Uruguay se constituyeron en miembros observadores de la AP a pesar de ser miembros plenos de Mercosur. Como se ve, y más allá de lo que declaren políticamente, los países de la región empiezan a poner los huevos en varias canastas.

Un “puente” a la AP podría significar la exploración de ventajas comparativas dentro de la región que hagan mas autosuficiente el comercio y la inversión en algunos rubros sin acudir a otros bloques continentales, y podría ser un revulsivo para el Mercosur. 

También pone en discusión los límites y las posibilidades de una integración económica que el bloque sudamericano no pudo constituir debidamente en esta década: Argentina y Brasil no han podido avanzar en el uso de monedas locales para el comercio bilateral y los fondos monetarios latinoamericanos (FLAR y Banco del Sur) quedaron en la nada por la negativa de Argentina y Brasil (que se autosustenta con el BNDES, y optó comercialmente por EEUU y la UE, debilitando la negociación del Mercosur). 

Aun cuando de una “gira de instalación” por EEUU (similares a las que hacía Cristina en 2007 para pregonar la etapa “institucional” del kirchnerismo, aquel mítico caniche style luego tan avalado en las urnas) no se puedan extraer definiciones ideológicas y políticas relevantes (porque no está en el ánimo de sus protagonistas darlas), la intervención de Massa en los medios yanquis dejó algunas conclusiones interesantes.

En la CNN, Massa mencionó lo positivo de la década en distribución del ingreso, derechos humanos, colaboración científico-tecnológica y materia nuclear. También dijo que Argentina tiene una institucionalidad política fuerte, y se diferenció así del resto de la oposición, que suele condenar al sistema de partidos.

En otra entrevista televisiva al diario El País, Massa criticó duramente a los políticos argentinos que viajan al exterior a hablar mal del país en vez de proponer soluciones, y cuando se le preguntó sobre el paralelismo Crimea-Malvinas, contestó que en ese punto apoyaba la posición del gobierno argentino.

En el juego (relativo) de las “rupturas y continuidades”, Massa introdujo en EEUU ciertas dosis “continuistas” en dialecto propio; el kirchnerismo plantea ese juego en su dialecto y con las normas de un consenso que ya está amortizado. En la zona de la representación a crear, parecen dos idiomas diferentes.

domingo, 23 de marzo de 2014

Intransigencia y movilización



Es posible pensar que desde aquel momento en que el PEN avanzó en una corrección clásica (disminución indiscriminada del salario real) del problema macroeconómico, las expectativas de representación se tornen más modestas de cara al 2015 para quienes pretenden encarnar una “continuidad nominal” partidaria en relación exclusiva a lo que supo representar la década kirchnerista. Desde el oficialismo se construye esa representación modesta como autosuficiente. No hay un horizonte distributivo que facilite la evocación de viejas y mejores épocas como palmarés a ser voceado electoralmente como garantía continuista, pero el efepeveísmo no tiene muchas alternativas: tiene que vender la “reducción de daños” como proyecto de futuro.

La liga de gobernadores del PJ es la que busca darle cuerpo teórico a este complejo pasamanos político y mostrarlo como autosuficiente; son mecanismos defensivos lógicos desde los cuales se pretende “transmitir expectativas” al subsistema peronista y al resto de los partidos políticos. Se trata por ahora (y por bastante tiempo) de un “juego de cúpulas” que no está encajado en ninguna situación electoral concreta; habrá que ver, finalmente, si las expectativas que busca instalar el grupo de gobernadores subestiman o no las que ostente el electorado en el momento oportuno.

El riesgo de las expectativas también corre para Massa, pero con algunas diferencias. El intendente-diputado viene con la inercia electoral de 2013: esto implica que no viene con una expectativa debilitada por una deuda continuista a la que tributar; para el electorado que lo votó y para muchos de los que no lo votaron, esta es una diferencia que ya quedó clara, y es posible que juegue un papel cuando las propias expectativas del electorado se empiecen construir.

Hay que tener claro una cosa: la amortización positiva del consenso kirchnerista es un sentido común que no necesariamente se expresa en una “continuidad nominal” partidaria, si la amortización negativa que deja ese consenso también es significativa. Quién fermenta expectativas cruzado por estos sentimientos no piensa (por ejemplo) en lo “neoliberal o no” que puedan ser los candidatos, ni en qué grado de barbarie “retorna” para “degradar la política” si entendemos que en la década que se va fue virtuosa su práctica. Lo que más asusta hoy a la clase política es cómo se va a terminar garpando electoralmente el consenso de continuidades y rupturas que deja el kirchnerismo y qué va a terminar pesando más en la balanza. El gobierno tuvo dos años y todas las herramientas para anticiparse a la sensación de “golpe de mercado”, y este es un dato político concreto que no deja bien parado al bienio cristinista en el rubro “expertise del partido del orden”.

La devaluación funcionó como el atajo macro para generar expectativas en la sutura de reservas, oxigenar la balanza comercial (encareciendo importaciones, y no tanto fogoneando exportaciones) y de paso licuar déficit fiscal (que no es lo mismo que bajarlo), pero antes de todo eso, bajó el costo generalizado de la mano de obra en  toda la trama productiva del mercado interno.

Conviene recordar que el último gobierno argentino que hizo un trabajo fino y planificado sobre las cadenas de valor y la estructura de costos de cada actividad productiva por separado, con muchos “fierros weberianos” y mucho Estado técnico por área productiva para evitar el cíclico atajo devaluacionista fue el de Perón-Gelbard de 73-74. A tal punto el gobierno de Cristina hizo algo del todo contrario a sus posibilidades, que muchos analistas filokirchneristas trataron de explicar positivamente que esta devaluación se hizo mejor que la de Krieger Vasena en 1967 (considerada por muchos como la devaluación mejor ejecutada de la historia argentina). Quizás se trate en este caso, también, de las expectativas modestas que quiere instalar el oficialismo de cara al 2015.

Sin viento de cola distribucionista para adelante (más bien evitar que suba el desempleo), la zona árida de la “agenda del desarrollo” que se promete no tiene derechos adquiridos. Nada hace prever que Urribarri, Scioli o Randazzo tengan mejores credenciales que Massa para continuar algo que es distinto.

Mas allá de las fotos y las encuestas, parece más pertinente hacer una lectura de la relación que cada formación política puede entablar con el electorado.

El Frente Renovador todavía se apropia de la inercia electoral, pero la movida contra el nuevo código penal, después de la espuma mediática, le sirvió para dar un segundo paso más político con la recolección de firmas en el territorio donde el despliegue del aparato militante tiene una función central.

Así Massa trabaja sobre sectores medios y medios-bajos que los partidos no peronistas sólo cortejan en la instancia electoral; esto le permite conservar los votos de 2013 y en la misma movida territorial (que en la práctica no se limita a que la gente “firme” un petitorio) fomentar el desplazamiento del voto no peronista a terreno panperonista (que se evidenció como dato crucial en la PBA 2013) y consolidar el voto “kirchnerista” (voto PJPBA clásico) de 2011 que fue al FR y que ahora es núcleo duro massista (doctrina Meler).

Esta segunda etapa del despliegue territorial del FR en el 2014 tiene dos cauces: profundizar el formato liga de intendentes y acaparar las estructuras peronistas móviles provinciales que tarde o temprano varios gobernadores van a necesitar para la desdoblada provincial, y más que nada (y ahí surge el problema efepeveísta) para el engorde de octubre 2015. Por eso Massa no se saca fotos con gobernadores, y a Scioli no le queda otra que sacárselas.

El pica-pica de la PBA (provincia que va a traccionar casi en soledad en octubre 2015) entrega en ese sentido una lectura interesante hacia el electorado. Si los teoremas de Artemio López y  Juan Amondarain buscan definir comportamientos nacionales, el teorema de Othacehé entrega datos que pulsan sobre los cascos seccionales madres del conurbano: más allá de su supervivencia personal, lo que Othacehé refleja es que como mínimo la distribución del voto FPV-FR en la 1º Sección no va a modificarse para 2015, y que el voto no está tan clasistamente territorializado como para alterar cualitativamente una tendencia electoral.

Por eso el teatro de operaciones de Massa sigue siendo la PBA, y en especial el 1º cordón de la 3º Sección (donde el despliegue de la campaña de firmas es más extendida que en otros territorios). Hay que aclarar algo: hoy, y fuera de la instancia electoral, los únicos partidos movilizados son el FR (Massa considera que el FR tiene que avanzar en la movilización y disputar el control de la calle con el kirchnerismo si esto fuese necesario y por eso prepara un armado con gremios, MMSS y organizaciones que funcione como línea interna); y el FPV en aquellos casos donde los intendentes salieron a “militar” el DNI y el Pasaporte a la calle para tener alguna presencia en el tramo societal de la doctrina Meler, pero son pocos municipios los que tomaron esta decisión.


Es lógico que el efepeveísmo desempolve la épica del 40 + 1, pero en la práctica habrá que ver que pasa con el minuto a minuto en la PBA, porque ese va a ser el deadline de cara a lo que marquen las encuestas de abril-mayo 2015, y que van a definir cómo se organiza el combo electorabilidad + territorialidad de cara a las PASO.