martes, 19 de agosto de 2014

Desalambre: ¿Se corta la cadena de frío?


Hace dos meses, el consultor Carlos Fara diagnosticaba un congelamiento del escenario político a favor del oficialismo, y en menor medida, del panradicalismo, a partir de su nominación como frente amplio. Reconocía la táctica defensivista del kirchnerismo como único mecanismo para fijar expectativas de cohesión política y daba como eficaces un conjunto de medidas con esa impronta: prórroga de deudas a las provincias, plan de obras de De Vido para el conurbano, grifo de precandidaturas, renovación autoridades del PJ.

Sin embargo, ese frizado luce relativo:

1. La táctica látigo y mano de seda del PEN se indispone progresivamente con las estrategias de supervivencia política de cara al proceso sucesorio. Ese dilema se verifica en las provincias petroleras: ir por afuera (Río Negro-Neuquén) o acompañar en condiciones electorales severamente comprometidas (Mendoza-Chubut).

La “coyuntura energética” sirve para que el vandorismo partidario del MPN se despliegue no solo por los meros intereses sectoriales en juego (regalías) sino en perspectiva hacia la mejor asociación política con el Estado Nacional a partir de 2016.

En el caso de Río Negro, la situación política tiene más aristas: el pase del gobernador Weretilneck al FR restaura un escenario provincial de tres tercios electorales (FPV, panradicalismo, FR) impensado hace pocos meses.

Como garante de la coalición efepeveísta local, Pichetto es el que sale más dañado de la jugada, con un riesgo aun mayor para el PJ: perder de vista cierta idiosincrasia rionegrina que hizo que un partidista nato (un ortodoxo hormonal) como el Gringo Soria apelara al instrumento frentista para ganar la provincia y quebrar la hegemonía radical.

Habrá que ver si los hermanos Soria van detrás de Pichetto y juegan a suerte y verdad según el determinismo nacional o adelantan tiempos en la disputa electoral provincial. En cualquiera de los casos, parecen quedar lejos los tiempos de la hegemonía calma que había gestado el Gringo. Para Weretilneck se viene un año y medio de política quirúrgica si quiere acertar la bala de plata que le permita jugar la ficha de la reelección. Hoy tiene el partido más disputable que hace un año.

Más allá de sus singularidades, la situación rionegrina refleja, una vez más, las dificultades del oficialismo para restaurar el piso de representación que una instancia sucesoria reclama. Esa fuga del frentismo al partidismo acentúa las condiciones de defensividad, a la vez que la evolución del partidismo al frentismo que evidencia Massa en esta etapa (todavía lejana de la situación electoral) expresa otra vocación no solo de acumulación, sino de representación.

2. La obra pública nacional en los municipios de la PBA está parada hace dos años. El Plan de De Vido (Más Cerca) para realizar “obras inmediatas” (dixit) se negoció hasta ahora con una bajísima cantidad de intendentes, aun dentro del universo efepeveísta.

La mayoría de los intendentes viene financiando su propio cronograma de obras con recursos municipales, y a un año de las PASO, lo que empieza a pesar es la estrategia de supervivencia política en el marco de una sucesión presidencial. La relación costo-beneficio se comienza a leer ya no desde la diaria weberiana, sino desde el “salto de calidad”.

Hay varios intendentes que, sin fierros cualitativos de Nación y sin asistencia política de Scioli,  ya han “cerrado” la ecuación económico-financiera distrital para llegar “aireados” a diciembre de 2015, conscientes de que en esta coyuntura importa más llegar con un poco más de oxigenación política que económica.

3. Decretar un frente nominal no funcionó como línea maginot para el panradicalismo. Un acuerdo de Macri con la UCR en Córdoba y otras provincias parece plausible (aunque con un escollo casi insalvable: la PBA). Massa sumó a la CC-PBA y confirmó el fenómeno de desplazamiento del voto bonaerense hacia terreno panperonista, cuestión que a su vez activa el pase de peronistas del FPV que ven que el centro de gravedad de la representación en la provincia puede cambiar.


La persistencia de estas dos tendencias en el tiempo, y a escala nacional, arrojan un dato no menor: Macri solo puede sumar radicales, mientras que Massa suma radicales y peronistas. Esto es así porque ambos “presidenciables” construyen política en base a diferentes lógicas de inserción electoral, algo que iremos explicando en futuras notas.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Los defaults no existen, pero que los hay…


Más que el default económico, lo que no suele perdonar la sociedad es el default de la conducción política: liderazgo y representación. Siempre es lo mismo, nena. Lo que tarda en hacerse tolerable (y visible) en los análisis políticos es un hecho con fecha cierta: que en el 2015 no va a haber ninguna boleta electoral que lleve el apellido Kirchner.

Existe, entonces, la persistencia defensiva en el efepeveísmo que ignora todo lo dinámico que pasó en la política en los últimos años: elecciones, nombres propios, macroeconomía. Ya nadie discute la permanencia de la AUH como línea maginot de la resistencia militante (la épica del 2010), ahora el gran drama de la clase política toda es por qué ese beneficio no está por ley y no tiene su régimen de movilidad. Ya nadie habla, tampoco, del club de los devaluacionistas. Todo cambia. La política es cero nostalgia, la gente vota para adelante.

En ese sentido, lo positivo que deja el consenso kirchnerista lo deja en contra del cálculo político al que aspira una formación política que termina su mandato pero que quiere continuar su hegemonía casi en contra de la realidad efectiva de los nombres propios. La mochila cargada de la que hablaba Juan Carlos Torre para narrar la cadencia postrera de cada ciclo peronista.

Y bien: nadie puede cruzar el puente de la sucesión con la mochila llena. El puente (el trayecto del poder) no aguanta. A diferencia de Scioli, Massa hizo una jugada que busca construir instancias de liderazgo y representación que van a ser requeridas para la sucesión del 2015. Que galvanicen la caminata por el puente. Como dice Luca Sartorio, el tigrense pisa en los dos subsistemas: el peronista y el no peronista, lo que trae más riesgos y más ganancias. Mientras, el efepeveísmo va (más allá del candidato) con un esquema duhaldista de representación y liderazgo defensivo: el riesgo de este esquema es que las probabilidades de quitar el lastre de la mochila a tiempo son muy bajas.

Desde esa perspectiva defensivista, es lógico que tanto Cristina como Scioli converjan en elegir como adversario favorito a Macri. 

El business declinante del país dividido que a Cristina le sirve para gobernar la salida a su propio ritmo, sin presiones de representación y cada vez más en franco litigio retórico con la aristocracia obrera y la clase media baja (los gajes de cortar guita a favor de la ecuación financiera de la Administración a costa del ingreso medio salarial, y por lo tanto a expensas del consumo privado) y que para Scioli es el “no queda otra” para intentar retener al PJ en la víspera frente al desalambre de estructuras que promueve el Frente Renovador  (doctor Bojos dixit) garantizando PASOs  por abajo y electorabilidad por arriba. 

Para el oficialismo es una situación de “manta corta” o “tensión interna” que se viene expresando desde la candidatura de MI en 2013.

Para Macri, ser el elegido del kirchnerismo le pone un techo a su “crecimiento”, porque en la PBA no puede disputar el desplazamiento del voto no peronista al terreno panperonista que se verificó con la irrupción de Massa y que no parece modificarse sustancialmente de cara al 2015 (teorema de Othacehé). Y sin 20% de votos provinciales la base de cualquier competitividad nacional se resiente; a eso hay que agregar que la suma de “mano de obra” radical no es aritmética para ningún “arreglo”. Los diferentes mecanismos de construcción política que exhiben FR y PRO permiten pensar que el “radicalismo de gestión” (intendentes) van a preferir a Massa aun cuando Macri haga un acuerdo superestructural con algún tramo de la conducción partidaria de la UCRRA.

A un año de las PASO, lo que se percibe y lo que se mide (cuando la sociedad todavía está lejos de colocarse en situación electoral) es entonces la potabilidad de los posibles liderazgos y representaciones en danza. Y detrás de la gestualidad garrochista, las fotos, las contenciones fallidas, quizás lo que se empiece a jugar sea algo un poco más tangible y menos vaporoso para el electorado que mira de reojo: ver quien es el más apto para conducir. Algo que es casi una decisión proto-electoral, y que empieza a jugarse ahora.