jueves, 27 de agosto de 2015

Las reglas del juego





Desde que se inició la campaña electoral, Macri y Massa ocuparon lugares diferentes dentro del tablero político que implicaron también estrategias disimiles de acumulación partidaria y captación de votos. Macri se construye centralmente como un “opositor”, mientras Massa lo hace como un “no oficialista”.

La congregación en Tucumán está impulsada por un par de hechos ciertos: la imposibilidad del gobierno provincial para garantizar la normalidad operativa del comicio en todo el territorio tucumano y la represión policial a manifestantes pacíficos.

Se trata de dos fallas graves del partido del orden provincial (en este caso, a cargo del efepeveísmo) que, más allá del resultado electoral, es imposible que no tengan consecuencias políticas. Son errores no forzados (que de algún modo reflejan un desgaste hegemónico) que evidentemente la oposición legítimamente intentará pasar por el tamiz del costo político. The game.

En esta etapa de la campaña, Massa y Macri están disputándose electorado entre sí. Después de las PASO, quedó claro que Massa tiene que recuperar voto “urbano” en el conurbano que se fue a Macri.

Es probable que gran parte de ese electorado sea más impugnatorio a cierta clase de irregularidades institucionales a la hora de configurar su voto, aunque sin abusar de la centralidad del tema; esto coincide con un estancamiento marcado de Macri de cara a octubre, bastante lógico si pensamos en la integración discursiva y partidaria de Cambiemos, que facilita la disputa.

Si Massa quiere galvanizarse en la PBA y Córdoba, la disputa central en esta instancia se produce dentro del voto “opositor”, tratando de desplazar ese voto a zona “no –oficialista”. 

Es evidente también que en la PBA el juego es a varias bandas sobre un voto panperonista que se muestra reactivo a la gestión de Scioli.

Pero la confluencia puntual de Macri y Massa se explica por un hecho aun más central: la existencia de irregularidades electorales es un tema que políticamente limita las posibilidades del catch all de Scioli, aspecto en el cual el candidato oficialista también (como dice Zanini) parece estar estancado.

martes, 25 de agosto de 2015

La larga marcha de la hegemonía y los “retardatarios”





Entre 2011 y 2013, y al ritmo del desgaste de la agenda local de los gobernadores, en algunas provincias “peronistas” el radicalismo territorial inició una acumulación pluripartidista con vistas a la disputa del poder, reconociendo la importancia central de incorporar representación peronista que permitiera no ya unificar la oferta “opositora” para lograr una “polarización débil”, sino dar un salto cualitativo hacia el poder político provincial. Esa experiencia mostró un primer nivel de éxito en la polarización débil de 2013 en Tucumán, La Rioja, Santa Cruz, Formosa.

Ese éxito doble (en la amplitud de las coaliciones y en los resultados electorales) encontraba su causa en el comportamiento político de los referentes provinciales del radicalismo territorial, que optaron por “desengancharse” de la agenda mediática nacional de la UCRRA (que lucía bastante abstracta para el quehacer diario del ciudadano tucumano o formoseño) y concentrarse en temas locales más grises y pedestres, pero más influyentes electoralmente.

La provincialización de la agenda política y la dilución de la identidad partidaria fueron el santo y seña del radicalismo territorial para acercarse a la siempre compleja instancia de poder en provincias donde la incidencia histórica de las oligarquías políticas no se puede desconocer si se quiere incidir políticamente para ganar. 

Lo que comprendían claramente los radicales territoriales era una enseñanza histórica bastante simple: que la disolución nacional del radicalismo como partido de poder tuvo su origen en la tensión irresuelta entre partido y gobierno durante el gobierno de Alfonsín.

Hoy, esa vieja tensión se actualiza en la incompatibilidad de objetivos entre el Comité Nacional (Sanz) y los candidatos provinciales que construyeron su propia competitividad (Cano, Aída Ayala, Morales, Naidenoff, Costa, Martínez, Cornejo) lejos de los programas políticos del Amba, de agendas exógenas y cerca del silencio de su paisajes locales. 

Es evidente que las urgencias nacionales del cierre Sanz-Macri (engrose legislativo, “frenar el populismo”, una participación residual al estilo frepaso dentro del “gabinete macrista”, etc) poco tienen que ver con la sintonía fina de ciertas ambigüedades políticas que hay que atravesar para ganar una elección ejecutiva en una provincia idiosincráticamente feudalizada.

En este sentido, la Convención de Gualeguaychú tuvo algo pírrico: la propuesta ideológica de Sanz fue pan para hoy (galvanizar un poco la ecuación nacional muy subordinada a la coyunturalidad de Macri), y un retroceso para el radicalismo territorial, que de pronto vio como se le venía encima el yeite de la “polarización nacional”, alterando la lógica menos binaria de las coaliciones territoriales y produciendo un impacto en las elecciones.

Los datos son concretos: las coaliciones pluripartidistas más consolidadas perdieron claramente en los enclaves peronistas (La Rioja, Chaco y Tucumán) con gobernadores bastante desgastados, donde la “polarización” importada del Comité Nacional ahuyentó al elemento “peronista” que es necesario capitalizar para ganar la elección. 

Es decir: el radicalismo territorial consolidó y mantuvo los votos de la “polarización débil” de 2013, pero le faltó mucho para ganar las gobernaciones que aportan el poder político crucial que la UCR necesita para volver a ser un partido de poder que reconstituya la instancia bipartidista.

Es evidente que la alianza oficial de la UCR con Macri (un candidato demasiado centrado en la cuestión del “antiperonismo”) desperfiló el potencial del radicalismo territorial en las provincias “peronistas” del norte, y puso en stand-by el futuro de las acumulaciones provinciales logradas: de un escenario donde el radicalismo esperaba alzarse con cuatro o cinco gobernadores, solo se va a llevar uno.

La elección de Tucumán reflejó estos problemas: Macri sacó en las PASO la mitad de los votos que sacó Cano ayer, lo que demuestra que Macri no tiene ascendiente sobre los votos tucumanos opositores (los divide por mitades con Massa), por lo cual traerlo como parte de la polarización importada a la contienda local no aporta votos cualitativos sobre la zona de disputa con el efepeveísmo tucumano, y es contradictorio con la sangría de dirigentes efepeveistas que Cano había logrado (¿alguien vio alguna foto de Macri con Amaya y Alfaro?) como parte de su correcta ingeniería provincial.

Pese a la notoria exogeneidad de Macri en la campaña tucumana, lo cierto es que Cano había logrado incorporar una sólida representación peronista con Amaya-Alfaro que lo ponía en un rango de disputa muy abierta con Manzur, ¿entonces, por qué no ganó?

En principio, y como la política no es aritmética, habría que decir que Amaya-Alfaro son expansivos allí donde el propio Cano es “pro-cíclico” y que entonces todos los males se concentraron fuera de ese territorio a los fines de captar votos cualitativos sobre Manzur.

La otra razón es una intuición personal: que pese al desgaste de gestión (una pérdida del 15% de los votos contra 2011), hay todavía un voto inercial al oficialismo provincial que en un punto está definido por las condiciones bajo las cuales Alperovich llegó al gobierno en 2003 y al manejo formal del PJ en 2007. 

Un empresario de origen radical que desde “fuera de la política” llega al gobierno de la provincia con el respaldo de facto pero sin la “cantata” del peronismo a cuestas y que en ese mismo tono ordena y hegemoniza al PJ con una idea de renovación bastante practica y aceptable para los tucumanos frente al “herminismo conceptual” de Miranda-Juri.

La dinámica Alperovich-Juri durante 2003-2007 es la misma que la de Kirchner-Duhalde entre 2003-2005, al uso propio de la idiosincrasia política tucumana. 

Por lo tanto, José Jorge logra una impronta más expansiva para la representación peronista, con una dosis de votos “no peronistas” incorporados de modo bastante permanente al dispositivo PJ. Pienso que parte de esa inercia electoral, aunque amortizada, sigue vigente, y que la candidatura de Cano (su figura “personal”) no ocupó esa zona “predatoria” del catch all, perjudicado además por las urgencias externas de Sanz-Macri.

El radicalismo territorial se encuentra en una encrucijada: o toma el control nacional del partido, desplazando la óptica “ideologista” de Sanz para paradójicamente pasteurizar al partido y “liberarlo” a las estrategias provinciales “de gobierno”, o permanece tercerizado-frepasizado eternamente, atrapado en la intransigencia restrictiva de un Macri.

Solo se trata de entender que para llegar a la tierra prometida del bipartidismo, primero van a tener que cruzar el desierto detrás de un “peronista” que pueda reordenar la correlación de fuerzas dentro del sistema político argentino.

jueves, 20 de agosto de 2015

De La Matanza a Navarro





“… y con la sangre seca en Lobos.”




Las PASO en la provincia de Buenos Aires arrojaron algunos comportamientos políticos que pueden ser analizados en una perspectiva más honda que los meramente electorales. 

La confección de las listas distritales y la alquimia de las tendencias electorales dentro del peronismo documentan un corrimiento cada vez  más consolidado hacia la predominancia estatal (es decir, de lo institucional realmente existente como contrario a lo simplemente político-partidario) dentro de la configuración de la acción política territorial “global”, en detrimento de los funcionamientos autónomos que las agrupaciones políticas supieron constituir como expertise territorial diferencial en la etapa de la política bonaerense anterior al kirchnerismo.

Es evidente que la prosperidad presupuestaria que trajo el tipo de cambio real alto que trajo la política de Duhalde-Lavagna reconstituyó la primacía de la política estatal, y ésta impuso las nuevas condiciones de la acción política en el territorio.

La camada de intendentes del segmento 2005-2007 son el emergente de una zona intermedia entre Estado y territorio que se indispone (por su propia capacidad política para expandir con eficacia la trama de funciones estatales) con algunas prácticas autónomas de las agrupaciones políticas que por su extensión muchas veces colisionaban con la tarea positiva de la nueva enjundia estatal.

La filosofía política del intendente blanco es la de acotar el punterismo clientelar autónomo por ineficaz y porque lo “desautoriza” políticamente, y reconvertir su posición política física (un hombre de la calle, un caminador del territorio, un rastreador político) a la de un gestor estatal (un hombre fijo, de mostrador) que se “ordena” en la línea burocrática del programa o plan gestado en una oficina del ministerio de desarrollo social de alicia por un sociólogo de flacso nacido y criado en la capital federal de la nación.

Pero el intendente blanco, formado políticamente antes de la llegada del kirchnerismo, conocedor de la dinámica “baronil” y con afinidades electivas desde lo operativo político con la Renovación Peronista (Cafiero como mito patriarcal herbívoro), todavía comprende que la acción estatal puede ser pendular y haya instancias defensivas que no puedan ser compensadas institucionalmente; por lo tanto acota pero no ahorca la permanencia de lo autónomo, intuyendo que ese dispositivo no sirve para la gestión pero es útil como auscultador político ocasional. 

El intendente blanco es la expresión político-electorable de una tensión entre la nueva fe estatal y una intuición política más atávica que todavía capta los códigos de la intermediación social por fuera del lenguaje institucional.

Desde que Cristina quedó como exclusiva expresión del proceso kirchnerista, se afianzó la conformación verticalista del proceso de selección política hacia el interior del peronismo bonaerense basado en un eje de primacía estatal por encima de otras variables políticas y territoriales. 

No hablamos ya del “problema” de la creciente disminución de la representación de los sectores periféricos en la conformación de las listas de concejales del PJ (un proceso que data de fines de los ´90 y que torna bastante relativa la fluidez  del “voto clasista” y toda lectura derivada) sino de la alteración definitiva de la educación sentimental del dirigente político, que antes se iniciaba en una interfase social (territorio-partido-Estado) y ahora arranca en la superestructura estatal (Estado-partido-territorio).

Antes, la iniciación del militante rentado empezaba en la UB; en la generación endorsada por el kirchnerismo arranca con el manejo de una UDAI, un programa regional de Desarrollo Social o un cargo en el directorio de un banco público. Este trayecto presupone la naturalidad artificiosa de un “estado con fierros” que define las percepciones políticas del dirigente, en la cual la política solo se entiende dentro del canal institucional dado, sin la posibilidad de reaccionar políticamente por fuera de él.

Si miramos las listas municipales del peronismo bonaerense oficialista, vemos que esta tendencia dirigencial de eminente extracción estatal ha ganado espacio de un modo poco oneroso en la trama político-partidaria. Estamos en una etapa donde lo autónomo-territorial es cooptado políticamente por la primacía estatal. La pregunta es si, evaporado este último rasgo “movimientista”, existe una singularidad política en este peronismo que lo haga sobrevivir competitivamente fuera del Estado en el futuro.

La tendencia de la política argentina (posmoderna al fin) define su estricto campo de productividad en el manejo del Estado por encima de otras capacidades políticas; es evidente que esto también trae un problema en el campo de la representación si solo es el funcionariado el que puede representar, con un acotamiento progresivo de la percepción política.

En la PASO provincial a gobernador quedó reflejada la magnitud de este proceso: una fórmula palaciega de baja electorabilidad (Fernández-Sabbatella) se impuso al neoherminismo territorial (Domínguez-Espinoza) y fuera de ese esquema, la representación peronista renovadora (Solá-Arroyo) se llevó un tercio de los votos panperonistas.

El encolumnamiento forzado de los intendentes blancos oficialistas (sin representación formal dentro del PJPBA y sin lista propia en la interna) detrás de su colega más defensivo para “defender” un espacio dentro de la ecuación provincial que no pudo ser garantizado, dan cuenta de los muchos problemas que el acuerdo Scioli-CFK no permitió canalizar por la vía política, y que hacen posible que tanto en la provincia como en la nación se pueda consolidar una opción "peronista" no oficialista con votos originados en una elección ejecutiva.

martes, 18 de agosto de 2015

Notas al pie de la democracia





En política solo se tiene razón al día siguiente.
 Carlos Pellegrini, político argentino entre 1872 y 1906.



Pero más que a la perogrullada de la “política de resultados”, a lo que se refería era a la circularidad de la práctica política y a la transitoriedad de los hechos previos: la política nunca cesa, la política no se baña dos veces en el mismo río.

Para los protagonistas es entonces la PASO ya un hecho previo: no hubo polarización a la que Scioli y Macri puedan tributar sus discursos previos, por la propia naturaleza de los candidatos y su circunstancia (Scioli y el FPV en una interdependencia defensiva, Macri y una construcción intransigente de baja expansividad) y porque el sistema político argentino, subsistemizado en 2001 hacia una dominancia electoral panperonista, no acepta ya esquemas de polarización occidentales y bipartidistas (es decir, arriba del 80% de los válidamente emitidos), sino un 40-20-20 que sincronizaba con el balotaje sui generis que armaron conscientemente Menem y Alfonsín algunos años antes.

Sin embargo, la inercia de esa dominancia electoral “peronista” ya no es política, por lo tanto lo electoral se descapitaliza políticamente. Scioli ingresaba al escenario con ese problema: a diferencia de Menem y Kirchner (y también de Duhalde ´99 que a pesar de la derrota se diferenció con su pretensión “productivista”), Scioli no buscó fundar su propia hegemonía para ir al barro electoral. En esto también coincide con Luder, el otro candidato peronista de la democracia.

En ese sentido, la elección de Scioli en las PASO refleja la situación “partidista” realmente existente del efepeveísmo: no hay una hegemonía disponible (misión del candidato-conductor) que ofrecer a mayores franjas del electorado que no sean las que el propio partidismo pueda contener inercialmente, sin el concurso de la acción política concreta del candidato-presidente-conductor. Esto se refleja en el discurso oficial que remite a una especie de fukuyamización kirchnerista donde “todo está bien”, donde las cosas no parecen poder ser hechas mejor, donde casi todo parece haber sido hecho, donde no hay políticas que se hayan hecho mal. Es decir, un “fin de la historia” donde la política parece haber cesado para dejar paso al consignismo y la historización.

Macri reafirmó en las PASO que su esquema de intransigencia partidaria no le permitió ser expansivo electoralmente: en Santa Fe no sacó más votos que Del Sel; en Mendoza sacó bastante menos que la coalición provincial que ganó la gobernación (aún sumando el aporte radical a Cambiemos) lo que documenta que hay un 10% que se va a Massa y Stolbizer; en Córdoba no llegó al 40% de los votos y quedó atrás de UNA; y en CABA se clavó en 48% cuando todos coincidían en asignarle una expansividad claramente superior al 50%.

El promedio de 35% en la Región Centro no le alcanza a Macri para ser competitivo en octubre, más aun cuando no tiene mucho para recolectar en el norte del país y la Patagonia, y teniendo en cuenta que va a perder votos radicales en la PBA.  

Massa estuvo atravesado por una paradoja: hizo una muy buena elección en el interior nacional, donde se decía que no tenía anclaje por la “falta de un partido nacional” que el PRO supuestamente tenía aunque sea nominalmente (doce años de existencia del PRO contra dos del FR) y no hizo una elección buena en la provincia de Buenos Aires, donde debía (y debe) quebrar la “tendencia nacional” que lo separó 9 puntos de Macri.

Mi percepción de la elección presidencial en PBA es que hubo un voto bronca de la clase media consolidada de las zonas céntricas del conurbano que se fue en forma bastante homogénea e indiscriminada a Macri pero que en esa movida expone su carácter volátil: son votos que una vez pasada la calentura de las PASO pueden ser recuperados por Massa, más aún si se comprende que la competitividad “opositora” de Macri no era finalmente la que vendía la cantata de la polarización.

Lo cierto es que, sin abusar de la chantada del  “voto clasista”, si Massa corrige ese drenaje de votos en las zonas céntricas, la perspectiva es positiva porque en las escuelas y mesas pertenecientes a zonas más intermedias de los distritos del conurbano (clase media baja, cuentapropismo informal, asalariados jóvenes) la fidelidad al voto “histórico” de Massa fue alta.

Si Massa consolida su segundo lugar en el NOA, la gran elección en Santa Fe, y visita un poco más la Patagonia para galvanizar porcentajes que sin su presencia fueron aceptables (Neuquén, Río Negro), lo que le queda por hacer es salir a comerle votos a Macri en la PBA para instalar la paridad de cara al balotaje.

El escenario post-PASO se abre hacia el campo de las elasticidades, donde la destreza política de los candidatos toma más importancia para detectar y reconducir volatilidades disponibles de cara a una instancia intermedia de catch all que la propia dinámica PASO-General impone como necesaria tanto para fidelizar la PASO de partidos (en este rubro, la pactación abrupta Scioli-CFK para la candidatura única reconoce la peligrosidad de las PASO, que se omiten en defensa propia y condicionan al resto de las fuerzas) como para sobrevivir en octubre y más allá, a la hora de reordenar los bloques de poder dentro del sistema político.

En ese marco, la naturaleza “peronista” de Scioli y Massa los coloca en una posición relativa de ventaja frente a Macri, más dispuestos y con más gimnasia política para explorar las flexibilidades de la oferta. La ausencia de hegemonía en Scioli, más que un obstáculo electoral (que lo es) es un obstáculo político, y por lo tanto, sobreviviente a la escena electoral.

Macri no puede permitir que un 1,5% de Sanz se vaya por la canaleta de los que no están tan urgidos por comprar el business de la polarización y además salir a cazar por afuera del zoológico del antikichnerismo hormonal, ese que construyó los cimientos de la política de la intransigencia: la ambigüedad barrosa del catch all (es decir, de la política) es para él un desafío sobre algo más silvestre como la efectiva relación de Macri con el poder, y su estatura política va a estar definida por el éxito de esta tarea (es decir, ganar.)

Massa, por sus dificultades objetivas en la instalación y por ser el tercero de la PASO, ya viene obligado hace rato al muñequeo: ahora esa gimnasia tiene que trabajar sobre las debilidades geopolíticas de Macri, teniendo en cuenta además que en esta coyuntura, cada voto que pierda la coalición Cambiemos en la PBA es un voto que va directamente a Massa.

Porque aunque los candidatos no lo digan, la sucesión al kirchnerismo además de definir a un presidente, define otras cosas: la modificación cualitativa de los ejes que ordenan la relación oficialismo-oposición, que van a estar habitados por una idiosincrasia y una dinámica política totalmente distinta a la que rigió durante el kirchnerismo atendido por sus propios dueños.