viernes, 22 de enero de 2016

Jujuy y los lobos





Cuando Gerardo Morales tuvo que explicar las causas de su acceso a la gobernación, optó por las razones políticamente más silvestres: el Partido Justicialista jujeño había abandonado la calle, el manejo del Estado no había generado una actualización policlasista de su representación sino más bien una pérdida en su propia base social.

La explicación de Morales, más política que “republicanista”, sirve para entender cuáles fueron las mutaciones recientes del sistema político jujeño y hasta qué punto el nuevo gobierno encara, en la confrontación con Milagro Sala, una discusión por el poder político provincial que trabaja sobre las “ausencias” que fue dejando por el camino la hegemonía justicialista de los últimos diez años (el triunvirato político-económico Fellner-Jenefes-Rivarola).

La disputa con Sala transita por un carril meramente provincial: hay poco Macri o PRO que pulse sobre la sustancialidad de la política jujeña, de ahí que la “nacionalización” del conflicto incurra en distorsiones que solo tienen productividad política para la posición del kirchnerismo dentro de la “interna peronista” pero explique poco sobre lo que se discute políticamente en la provincia y sobre el peso genuino de las preferencias electorales: Macri salió 3º cómodo en la elección presidencial jujeña, lo cual derivó en una “interna general” peronista entre Massa y Scioli que ganó Massa.

Morales había interpretado ese escenario a la hora de conformar el esquema coalicional: fue el único candidato radical que entendió que una provincia peronista se gana con peronismo y que para desplazar una conformación feudal hay que participar de ese slang idiosincrásico en la trama de las decisiones y el armado partidario.

A diferencia de los peronismos de la región, el PJ jujeño no pudo sintetizar una representación aggiornada que cabalgara la etapa kirchnerista, y en esa fisura entra Milagro Sala para gestionar el “trabajo sucio” frente a los sectores más pobres que Fellner termina por delegar, quitando al Estado y al partido de esa zona de roce político, con dos daños centrales: distanciar al electorado pobre de toda fase institucional en la que el propio peronismo se reconoció históricamente, y perder la adhesión de sectores medios y bajos no estatalizados que dejaron de ver en el PJ al partido del orden provincial a partir del ingreso de Sala en la ecuación electoral (tácita o concreta) del FPV.

En la PBA, la peligrosidad futura de esa intrusión fue olfateada por los intendentes cuando Kirchner le colocaba “por arriba” a los movimientos sociales con fierros ministeriales para porratear el manejo de planes y cooperativas. Esa puja fue abierta entre 2005 y 2008 en casi todos los municipios del conurbano y ganada por los intendentes “por abandono” cuando Kirchner se tuvo que apoyar en el PJ para aguantar políticamente el conflicto con el campo.

En Jujuy, la eficacia política de Sala para manejar obras la capitalizó a costa del Estado jujeño, pero como en toda lógica vandorista no lúcida, no hay una traducción político-electoral disponible para coronar estos procesos no estatales. 

La inanición política de Sala mostró vicios típicos: un manejo político muy rústico para disciplinar a los beneficiarios, la imposibilidad de crear un “movimientismo” autónomo de los fondos estatales, y fuera de la “emergencia socio-económica” que la vio nacer, crecientes dificultades para contener adherentes políticos que derivaron en el manejo discrecional de caja y beneficiarios con fines menos sociales que políticos.

Morales detectó dos cosas: que la alianza con Sala había liquidado al PJ y que el Estado provincial tenía una obligación irrenunciable (a la que había renunciado): recuperar el manejo institucional de la asistencia social.

Apalancado en el frescor del 58% de los votos y un consenso entre los beneficiarios de que era mejor bancarizar el cobro de planes y asignaciones y blanquear las cooperativas (para que los beneficiarios tuvieran obra social), el decisionismo de Morales apunta a reconstituir la autoridad del gobernador sobre una trama de sensibilidades bastante fiel a la epidermis peronista “perdida” durante el fellnerismo. En ese sentido,  detrás de la disputa con Sala está la decisión hegemónica de Morales de “reemplazar” al PJ como partido del orden y recuperar una relación política con la clientela de Sala.

El desafío para Morales es que la disputa central con Sala derive en una política social cualificada por el retorno del Estado. Si este casillero no se llena antes que otros, los problemas de gobernabilidad y cohesión electoral surgirían. De ahí que el conflicto con Sala sea previsible con toda su rispidez política: al PJ, evitarlo le costó la salida del poder.

La comprensión que tiene Morales de la dinámica “peronista” de la gestión en Jujuy explica también los desplazamientos que ocurren dentro del sistema político provincial: la hegemonía fellnerista dejó al PJ sin interfaces de reproducción interna. No hubo ni mochilas, ni bastones, ni mariscales. 

No hubo camadas nuevas que dentro del dispositivo justicialista funcionaran como anticuerpos de la mesa ratona de Fellner-Jenefes-Barrionuevo para oxigenar representación. 

La mayoría de las familias políticas históricas que mantuvieron aireado al PJ (el vicegobernador Haquim, los Snopek, los Perassi) migraron del FPV y se agruparon bajo el paraguas de FR-UNA para constituir la renovación peronista realmente existente en la provincia, y vieron un mejor esquema de poder en la coalición de Morales que en el PJ.

Más allá de la detención de Sala (que no obedece al acampe sino una especie de prisión preventiva por entorpecer la investigación de delitos de la que se la acusa), lo que se expresa en Jujuy son las mutaciones de un sistema político que durante estos últimos años estuvo atravesado por una anómala disminución de la soberanía estatal que liquidó a su autor político, y que en cualquier discusión real por el poder, volvería al centro de la escena como un derecho legítimo del Estado a restitutir. Solo se trata de política.

martes, 12 de enero de 2016

La gran aldea bonaerense




La derrota del Partido Justicialista en la provincia de Buenos Aires en una elección ejecutiva para gobernador fue el evento político que le dio cierta irreversibilidad ganadora a Cambiemos en el balotaje nacional. 

El humor social bonaerense fermentó al calor de una constelación de abandonos de representación en temas como la inseguridad (y dentro de ella la proliferación del delito violento), los servicios educativos y sanitarios exangües que no encontraban un correlato con la presión impositiva exigida por el gobierno peronista provincial a los sectores medios-bajos no estatalizados, y ya dentro de la instancia electoral, la detección de que la candidatura ofertada por el peronismo oficialista no sintonizaba con un esquema de representación “ganador”.

El triunfo de María Eugenia Vidal está integrado por dos fases sucesivas (pero bien distintas) de acumulación de votos: en las PASO cohesionó con eficacia el voto no peronista para llegar al 30%, y a partir de allí hubo una suma silenciosa de voto panperonista de 10% para llegar a los 40% de la victoria. Vidal mostró una mayor capacidad expansiva que Macri sobre el mismo territorio, y a la vez quebró la tendencia ascendente de voto panperonista bajo el que la provincia evolucionó porcentualmente desde 1983 hasta hoy.


La composición del voto a Vidal sirve para mapear las posibles fortalezas y límites de su gobierno, pero también algunas de sus singularidades frente al escenario político nacional, la integración coalicional de Cambiemos y los intereses del gobierno nacional...